Fragmento_27. Nuestro miedo más profundo

 

Nuestro miedo más profundo es reconocer que somos inconcebiblemente poderosos. No es nuestra oscuridad, sino nuestra luz, lo que más nos atemoriza. Nos decimos a nosotros mismos: «¿Quién soy yo para ser alguien brillante, magnífico, talentoso y fabuloso?». Pero en realidad, ¿quién eres tú para no tener esas cualidades? ¡Eres un hijo de Dios!

Empequeñeciéndote no sirves al mundo. No tiene sentido que reduzcas tus verdaderas dimensiones para que otros no se sientan inseguros junto a ti. Hemos nacido para manifestar la Gloria de Dios, que reside dentro nuestro. Y Él no habita únicamente en algunas personas. Habita en todos y cada uno de nosotros. Y a medida que permitimos que nuestra luz se irradie, sin darnos cuenta estamos permitiendo que otras personas hagan lo mismo. Al liberarnos de nuestros propios miedos, nuestra presencia automáticamente libera a otros.

 

Nelson Mandela

 




Fragmento_26. Meditación y conexiones neuronales

 

La meditación y la disciplina mental pueden cambiar el modo de trabajar del cerebro. A los monjes budistas la meditación les permite alcanzar niveles de consciencia inusuales gracias a la creación de conexiones neuronales que no existen en los individuos que no suelen realizan prácticas contemplativas.

Así lo han comprobado los investigadores de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE UU) que desde 1992 llevan a cabo un estudio en colaboración con el actual Dalai Lama y otros monjes budistas muy experimentados en el arte de la meditación.

Los últimos resultados del estudio de Richard Davidson, neurocientífico integrante del proyecto de investigación, y sus colegas han sido publicados en la revista ‘Proceedings of the National Academy of Sciences’.

Hasta ahora estos fenómenos se interpretaban recurriendo a fuerzas metafísicas. Hoy, gracias a este estudio, los efectos de estas prácticas se han ‘traducido’ al lenguaje científico. Los monjes budistas que llevan largo tiempo practicando meditación presentan una gran actividad en una zona determinada del cerebro, justo detrás de la parte izquierda de la frente, en la corteza prefrontal izquierda.

En los individuos que no practican meditación este área no es muy activa, aunque sí lo es con más frecuencia en aquellos que tienen un carácter optimista y poco ansioso.

«Hemos observado que los monjes que llevan meditando largo tiempo registran una actividad en esa parte del cerebro realmente alta», explica Davidson, que desarrolla la investigación en el Laboratorio de Imagen Funcional del Cerebro y Comportamiento.

Asegura que alcanzar este grado de actividad cerebral en ese área requiere un entrenamiento, al igual que los jugadores de tenis, por ejemplo, mejoran con la práctica en la ejecución de este deporte.

Monjes y estudiantes

Todo comenzó cuando en 1992 el Dalai Lama invitó al doctor Davidson a su casa en Dharamsala, en la India. Los monjes budistas cuentan con una tradición centenaria de meditación y recogimiento, de modo que la curiosidad llevó al Dalai Lama proponer al investigador el estudio del cerebro de los monje budistas de su comunidad.

Ocho de los monjes más duchos en la meditación se prestaron como voluntarios para la investigación de Davidson. Son monjes que han practicado la introspección durante un tiempo estimado de 10.000 a 50.000 horas, durante un tiempo que oscila entre los 15 y 40 años. El grupo de control lo constituyeron 10 estudiantes sin experiencia previa en el arte de la meditación a los que instaron a dedicar una semana de ‘entrenamiento’ a la contemplación.

Colocaron una red con 256 sensores eléctricos en la cabeza de los monjes y de los voluntarios y se les animó a meditar durante un rato.

Los datos registrados por la red de sensores en los monjes budistas fueron impresionantes. «La amplitud de las ondas gamma recogidas en algunos de los monjes son las mayores de la historia registradas en un contexto no patológico», indican en el atículo.

La altísima amplitud de estas ondas tiene su explicación en la suma de las que emiten las diferentes neuronas. Durante la meditación, los monjes conseguían poner en fase (sincronizar) un número de neuronas muy elevado.

Un cerebro cambiante

La versión más aceptada hace unos años sobre el desarrollo denuestro cerebro indicaba que las conexiones neuronales se fijan cuando somos bebés y niños y no varían durante la edad adulta. Pero en la última década, las nuevas técnicas de neuroimagen han permitido observar cambios en las conexiones neuronales habituales durante la edad adulta y se ha comenzado a hablar de la llamada ‘neuroplasticidad’ o continuidad del desarrollo cerebral durante la edad adulta.

Hoy en día, multitud de estudios constatan que el cerebro no es estático sino que cambia dinámicamente a lo largo de la vida del hombre.

En opinión de estos científicos, los resultados del estudio indican que el cerebro, con un correcto entrenamiento, puede desarrollar funciones y conexiones neuronales nunca imaginadas.

A pesar de todo, el Dalai Lama, al que le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz en 1989, no cree que los científicos puedan explicar el nirvana. «La ciencia puede desvelar que ciertas técnicas podrían ayudar a distinguir los porqués de una vida feliz o una miserable, pero la comprensión profunda de la naturaleza de la mente sólo puede alcanzarse a través de la meditación».

 

América Valenzuela

 




Fragmento_25. Oración de San Francisco

Oh Señor, haz de mi un instrumento de tu paz:

Donde hay odio, que yo lleve el amor.

Donde hay ofensa, que yo lleve el perdón.

Donde hay discordia, que yo lleve la unión.

Donde hay duda, que yo lleve la fe.

Donde hay error, que yo lleve la verdad.

Donde hay desesperación, que yo lleve la esperanza.

Donde hay tristeza, que yo lleve la alegría.

Donde están las tinieblas, que yo lleve la luz.

Oh Maestro, haced que yo no busque tanto:

A ser consolado, sino a consolar.

A ser comprendido, sino a comprender.

A ser amado, sino a amar.

Porque es dando, que se recibe;

Olvidándose de sí mismo es

como se encuentra a sí mismo

Perdonando, que se es perdonado;

Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.

 

 

 




Fragmento_24. El ojo del espíritu

 

Una visión integral para un mundo que está enloqueciendo poco a poco.

Así pues, cuando usted descansa en la conciencia simple, clara y omnipresente, usted reaparece con las cualidades y virtudes de sus posibilidades más elevadas, como la compasión, la sabiduría discriminativa, el discernimiento, la intuición cognitiva, la presencia curativa, el recuerdo airado, las habilidades artísticas, las destrezas atléticas, las virtudes pedagógicas o algo (por qué no) tan sencillo como ser el mejor jardinero del barrio. Y sea cual fuere la forma de su propia resurrección, no lo hará motivado por la gran búsqueda, sino impulsado por el gran deber, por su Dharma ilimitado, por la manifestación de sus potencialidades más elevadas, y entonces el mundo comenzará a cambiar gracias a usted. Y usted nunca se desalentará, nunca temerá fracasar en su gran misión y nunca se alejará de ella, porque la conciencia simple y omnipresente se halla con usted, ahora y siempre, hasta el fin de todos los mundos, porque ahora, siempre e interminablemente siempre, lo único que existe es el Espíritu, la concienca intrínseca, la concienca simple de esto y nada más.

 

Ken Wilber




Fragmento_23. ABC de la respiración

 

Pero ¿cuál es entonces la mejor forma de respirar?, o ¿cómo debería respirar?. No existe, sin embargo, ninguna forma única de respirar que sea la buena o la óptima que debamos esforzarnos por alcanzar en todo momento. Respiramos de muchas formas distintas, y numerosas modalidades de respiración pueden ser adecuadas. La respiración es correcta no cuando funciona en todo momento de un determinado modo «ideal», sino cuando lo hace permitiéndose un libre ajuste, un cambio de cualidad dependiendo de nuestras necesidades en cada momento, de forma que nos sustente adecuadamente cuando tengamos que enfrentarnos a los diversos retos y desafíos de nuestra vida. El correr exige un tipo de respiración muy distinto del dormir; la atención y viveza necesarias para una entrevista importante, una calidad de respiración diferente de la apropiada para una charla casual con un amigo. La ira nos hará respirar de forma distinta que la serenidad. Un cierto tipo de respiración puede ser el correcto para una situación, pero inadecuado para otra. Algunas veces vendrá a cuento una respiración muy profunda, mientras que otras una respiración más hueca o vacía. Lo que ocurre es simplemente que no existe una única forma óptima de respirar”.

Carola Speads

 




Fragmento_22. Notas sobre el lenguaje

 

Las lenguas modernas están impregnadas de patriarcalismo. Es hora de superarlo; nuestro tiempo necesita recuperar urgentemente la dimensión femenina de la vida, y las mujeres, en particular, recuperar sus derechos. Pero ni el matriarcalismo (aunque a veces lo deseemos) ni un dualismo entre hombre y mujer son soluciones satisfactorias.

El término latino homo significa ser humano y no hombre ni mujer. Designa la totalidad de la persona, en la cual existen polaridades, pero no escisiones. Sexo, género y polaridad —el sexo biológico, el género gramatical y la estructura polar de la realidad— son tres cosas distintas. Femenino y masculino no es lo mismo que hombre y mujer; el sol o el cabello no son biológicamente masculinos, ni la luna o la mano, femeninos, aunque en ambos casos hablemos de género. Yin y yang, cálido y frío, luz y oscuridad, son polaridades que pertenecen al conjunto de la realidad y que no pueden ser reducidas a masculino o femenino, ya que el sexo biológico sólo es una de estas polaridades.

Llamo sexomorfismo o sexomorfización de la realidad a nuestra tendencia moderna a reducir la diversidad situándola en el paradigma de una sola diferencia, a ver la realidad únicamente según la imagen del hombre (antropomorfismo) y al hombre únicamente según la imagen del sexo (sexomorfismo). El género gramatical de la palabra «hombre» es masculino: «él» se refiere al género, no al sexo. Desde hace décadas defiendo un nuevo género, no el neutrum (ni… ni, o sea, castración), sino el utrum (tanto… como), y ello en todos los ámbitos de la realidad, es decir, también respecto a lo divino, lo humano y lo cósmico. Mientras, utilizo el masculino en sentido inclusivo, sin darle el derecho de dominio sobre la totalidad y sin contribuir, mediante el plural o las repeticiones (hombre-mujer, dios-diosa, etc.), a la fragmentación de la realidad.

El hecho de sentirme cómodo en varias lenguas y de no privilegiar a ninguna de ellas, ya que ninguna me pertenece, me hace estar más atento a mi deber como oyente (y, por lo tanto, obediente—ab audire) de la lengua hablada. Por esta razón, presto atención a la etimología de las palabras y a su parentesco, y estoy convencido, además, de la imposibilidad de una lengua universal única. Por eso hay en este libro abundantes citas en lenguas extranjeras, por las cuales quisiera dar las gracias a la editorial. Estas palabras extranjeras han de indicarnos simplemente que no estamos solos en nuestra tarea y que nada puede ser reducido a una sola forma de expresión ni a ninguna lengua. La lengua —como la sabiduría— tiene muchas moradas.

Raimon Panikkar




Fragmento_21. El arte de respirar

“Este es el proceso del aliento al respirar: primero se toma el aire y se recoge el aliento.

Luego éste se expande. Al expandirse desciende y se serena. Una vez sosegado se afirma.

Tras haberse afirmado comienza a germinar. Una vez germinado crece, y cuando ha crecido hay que devolverlo.

De vuelta, alcanza la cima. Allí en lo más alto, presiona hacia arriba; allá, en el fondo, presiona hacia abajo.

Quien de este modo proceda, vivirá; quien haga lo contrario morirá”.

 

Inscripción Cou. Siglo VI a.C.




Cuento_27. Tejados blancos

Durante un paseo por un paisaje nevado el discípulo pregunta al maestro: “Maestro, los tejados están blancos, ¿cuándo dejarán de estarlo?” El maestro tarda en contestar. Se concentra y al fin le dice con voz áspera: “¡Cuando los tejados están blancos, están blancos; cuando no están blancos, no están blancos!”

Una historia zen, que Alejandro Jodorowsky repite con frecuencia. La explica en el siguiente comentario que podemos leer en la sabiduría de los cuentos:

“Lo importante es aceptarse uno mismo. Si mi condición presente me produce malestar es señal de que la rechazo. Entonces, más o menos conscientemente, trato de ser distinto del que soy, en definitiva, no soy yo. Si, por el contrario, acepto plenamente mi estado de este momento, estoy en paz. No me lamento por creer que debería ser más santo, más bello, más puro de lo que soy aquí y ahora. Cuando soy blanco, soy blanco, cuando soy oscuro, soy oscuro, y punto. Ello no impide que trabaje en mí, que trate de ser un instrumento mejor; esta aceptación de uno mismo no limita las aspiraciones, sino que las sustenta. Porque sólo puedo avanzar a partir lo que soy realmente”.

 

 




Cuento_26. El martillo

Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo.

Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza.

Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo.

Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir «buenos días», nuestro hombre le grita furioso:«¡Quédese usted con su martillo, estúpido!».

 

Paul Watzlawick

 




Cuento_25. El secreto

Los dioses poseían el secreto del agua y los humanos se lo robaron.

Los dioses guardaban el secreto del aire y los humanos se lo robaron.

Los dioses tenían escondido el secreto de la tierra y los humanos se lo robaron.

Los dioses mantenían oculto el secreto del fuego y los humanos se lo robaron.

Y fueron creciendo, los humanos, y se fueron acercando a los dioses y comenzaron a desafiarlos.

A los dioses sólo les quedaba un secreto, el pequeño secreto, el secreto insignificante, el secreto de lo humano.

Comenzaron los humanos a investigar, a buscar su secreto, el secreto de sus vidas. Los dioses, temiendo que pudieran robárselo, decidieron esconderlo donde los humanos no pudieran encontrarlo. Le confiaron la tarea a Kala… una diosa traviesa y astuta que gustaba de jugar con los humanos; los conocía en su corazón y en su inteligencia.

Kala pensó primero esconder el secreto en el cielo:

– Los humanos no pueden volar y allá nunca lo encontrarán.

Pero luego se dijo:

– Un día los humanos van a develar los misterios del espacio y van a llegar a los confines del universo.

Tuvo la idea de esconder el secreto en las profundidades del océano, pero de nuevo su intuición le advirtió:

– Un día los humanos van a agotar el océano y van a superar los límites de la profundidad.

Decidió esconder el secreto de la vida en el corazón de la tierra. En el momento de hacerlo, una vez más, la asaltaron las dudas:

– Los humanos son tan tercos, tan obstinados, tan perspicaces que irán hasta el centro mismo de la tierra, hasta lo más ínfimo y diminuto de la materia.

La diosa Kala pensó y dudó, dudó y pensó; y un día, siempre hay un día, encontró la solución; visitó a los humanos, los exploró y escondió el secreto allá, donde nunca podrían encontrarlo, donde nunca se atreverían a buscarlo: en el interior mismo de lo humano. Tomó el secreto, lo partió y lo escondió, repartido, pedacito a pedacito, en cada uno de los humanos…

Y los humanos seguimos buscando nuestro secreto.

 

(Inspirado en un motivo mítico de la tradición oral de la India)