Cuento_14. El anciano, el niño y el burro

Había un anciano y un niño que viajaban con un burro de pueblo en pueblo. Llegaron a una aldea caminando junto al asno y, al pasar por la misma, un grupo de mozalbetes se rió de ellos, gritando:

-¡Mirad qué par de tontos! Tienen un burro y, en lugar de montarlo, van los dos andando a su lado. Por lo menos, el viejo podía subirse al burro.

Entonces el anciano se subió al jumento y prosiguieron la marcha. Llegaron a otro pueblo y, al pasar por el mismo, algunas personas se llenaron de indignación cuando vieron al anciano sobre el burro y al niño caminando al lado. Dijeron:

-¡Parece mentira! ¡Qué desfachatez! El viejo sentado en el burro y el pobre niño caminando.

Al salir del pueblo, el anciano y el niño intercambiaron sus puestos. Siguieron haciendo camino hasta llegar a otra aldea. Cuando las gentes los vieron, exclamaron escandalizadas:

-¡Esto es verdadermante intolerable! ¿Habéis visto alguna vez algo semejante? El muchacho montado en el burro y el pobre anciano caminando a su lado. ¡Qué vergüenza!

Puestas así las cosas, el viejo y el niño compartieron el burro. El fiel jumento llevaba ahora el cuerpo de ambos sobre sus lomos. Cruzaron junto a un grupo de campesinos y estos comenzaron a vociferar:

-¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal!

El anciano y el niño optaron por cargar el pollino sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos. Entre las carcajadas, los pueblerinos se mofaban gritando:

-Nunca hemos visto gente tan boba. Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a cuestas. ¡Esto sí que es bueno! ¡Qué par de tontos!

De repente el burro se revolvió, se precipitó en un barranco y murió.

 




Cuento_13. El cuento de las arenas

Un río, desde sus orígenes en lejanas montañas, después pasar a través de toda clase y trazado de campiñas, al fin alcanzó las arenas del desierto. Del mismo modo que había sorteado todos los otros obstáculos, el, río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta de que sus aguas desaparecían en las arenas tan pronto llegaban a éstas.

Estaba convencido, no obstante, de que su destino era cruzar este desierto, y sin embargo, no había manera.

Entonces una recóndita voz, que venía desde el desierto mismo, le susurró: «el Viento cruza el desierto, y así puede hacerlo el río.»

El río objetó que se estaba estrellando contra las arenas, y solamente conseguía ser absorbido, que el viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía cruzar el desierto.

«Arrojándote con violencia como lo vienes haciendo, no lograrás cruzarlo. Desaparecerás, o te convertirás en un pantano. Debes permitir que el viento te lleve hacia tu destino.»

¿Pero cómo podría esto suceder? «Consintiendo en ser absorbido por el viento.»

Esta idea no era aceptable para el río. Después de todo, él nunca había sido absorbido antes. No quería perder su individualidad. «¿Y, una vez perdida ésta, cómo puede uno saber si podrá recuperarla alguna vez?»

«El viento», dijeron las arenas, «cumple esta función. Eleva el agua, la transporta sobre el desierto y luego la deja caer. Cayendo como lluvia, el agua nuevamente se vuelve río.»

«¿Cómo puedo saber que esto es verdad?»

«Así es, y si tú no lo crees, no te volverás más que un pantano, y aún eso tomaría muchos, pero muchos años; y un pantano, ciertamente no es la misma cosa que un río.»

«¿Pero no puedo seguir siendo el mismo río que ahora soy?»

«Tú no puedes en ningún caso permanecer así», continuó la voz. «Tu parte esencial es transportada y forma un río nuevamente. Eres llamado así, aún hoy, porque no sabes qué parte tuya es la esencial.»

Cuando oyó esto, ciertos ecos comenzaron a resonar en los pensamientos del río. Vagamente, recordó un estado en el cual él, o una parte de él, ¿cuál sería?, había sido transportado en los brazos de viento. También recordó –¿o le pareció? que eso era lo que realmente debía hacer, aun cuando no fuera lo más obvio.

Y el río elevó sus vapores en los acogedores brazos del viento, que gentil y fácilmente lo llevó hacia arriba y a los lejos, dejándolo caer suavemente tan pronto hubieron alcanzado la cima de una montaña, muchas pero muchas millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas, el río pudo recordar y registrar más firmemente en su mente, los detalles de la experiencia. Reflexionó: «Sí, ahora conozco mí verdadera identidad.»

El río estaba aprendiendo, pero las arenas susurraron: «Nosotras conocemos, porque vemos suceder esto día tras día, y porque nosotras, las arenas, nos extendemos por todo el camino que va desde las orillas del río hasta la montaña.»

Y es por eso que se dice que el camino en el cual el Río de la Vida ha de continuar su travesía, está escrito en las Arenas.

 

Awad Afif

 




Cuento_12. El barrendero del monasterio

Un hombre, muy sencillo y analfabeto, llamó a las puertas de un monasterio. Tenía deseos verdaderos de purificarse y hallar un sentido a la existencia. Pidió que le aceptasen como novicio, pero los monjes pensaron que el hombre era tan simple e iletrado que no podría ni entender las más básicas escrituras ni efectuar los más elementales estudios. Como le vieron muy interesado por permanecer en el monasterio, le proporcionaron una escoba y le dijeron que se ocupara diariamente de barrer el jardín. Así, durante años, el hombre barrió muy minuciosamente el jardín sin faltar ni un solo día a su deber. Paulatinamente, todos los monjes empezaron a ver cambios en la actitud del hombre. ¡Se le veía tan tranquilo, gozoso, equilibrado! Emanaba de todo él una atmósfera de paz sublime. Y tanto llamaba la atención su inspiradora presencia, que los monjes, al hablar con él, se dieron cuenta de que había obtenido un considerable grado de evolución espiritual y una excepcional pureza de corazón. Extrañados, le preguntaron si había seguido alguna práctica o método especiales, pero el hombre, muy sencillamente, repuso:

–No, no he hecho nada, creedme.

Me he dedicado diariamente, con amor, a limpiar el jardín, y, cada vez que barría la basura, pensaba que estaba también barriendo mi corazón y limpiándome de todo veneno.

 

 




Cuento_11. El Rey y sus cuatro esposas

Había una vez un rey que tenía cuatro esposas. El amaba a su cuarta esposa más que a las demás y la adornaba de ricas vestiduras y la complacía con las delicadezas más finas. Sólo le daba lo mejor. También amaba mucho a su tercera esposa y siempre la exhibía en los reinos vecinos. Sin embargo, temía que algún día ella se fuera con otro. También amaba a su segunda esposa. Ella era su confidente y siempre se mostraba bondadosa, considerada y paciente con él. Cada vez que el rey tenía un problema, confiaba en ella para ayudarle a salir de los tiempos difíciles.

La primera esposa del rey era una compañera muy leal y había hecho grandes contribuciones para mantener tanto la riqueza como el reino del monarca. Sin embargo, el no amaba a su primera esposa y aunque ella le amaba profundamente, él apenas se fijaba en ella.

Un día el rey se enfermó y se dio cuenta que le quedaba poco tiempo. Pensó acerca de su vida de lujo y caviló; Ahora tengo cuatro esposas conmigo pero, cuando muera estaré solo.

Así que le preguntó a su cuarta esposa:

Te he amado mas que a las demás, te he dotado con las mejores vestimentas y te he cuidado con esmero. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía? ¡Ni pensarlo!, Contestó la cuarta esposa y se alejó sin decir más palabras. Su respuesta penetró en su corazón como un cuchillo filoso.

El entristecido monarca le preguntó a su tercera esposa:

Te he amado toda mi vida. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?

¡NO! Contestó su tercera esposa. ¡La vida es demasiado buena! ¡Cuando mueras, pienso volver a casarme !. Su corazón experimento una fuerte sacudida y se puso frío.

Entonces preguntó a su segunda esposa:

Siempre he venido a ti por ayuda y siempre has estado allí para mí. Cuando muera. ¿Estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía? ¡Lo siento, no puedo ayudarte esta vez! Contestó la segunda esposa. Lo que puedo hacer por ti es enterrarte. Su respuesta vino como un relámpago que devastó al rey.

Entonces escucho una voz: Me iré contigo y te seguiré dondequiera que vayas. El rey dirigió la mirada en dirección de la voz y allí estaba su primera esposa. Se veía tan delgaducha, sufría de desnutrición. Profundamente afectado, el monarca dijo: ¡Debí haberte atendido mejor cuando tuve la oportunidad de hacerlo!.

En realidad todos tenemos cuatro esposas en nuestras vidas.

Nuestra cuarta esposa es nuestro cuerpo. No importa cuanto tiempo y esfuerzo invirtamos en hacerlo lucir bien, nos dejará cuando muramos. Nuestra tercera esposa son nuestras posesiones, condición social y riqueza. Cuando muramos, irán a parar a otros. Nuestra segunda esposa es nuestra familia y amigos. No importa cuanto nos hayan sido de apoyo a nosotros aquí, lo más que podrán hacer es acompañarnos hasta el sepulcro. Y nuestra primera esposa es el alma, frecuentemente ignorada en la búsqueda. Sin embargo, nuestra alma es la única que nos acompañará dondequiera que vayamos.




Cuento_10. Los tres sabios

Tres sabios decidieron emprender un viaje, porque, a pesar de ser tenidos por sabios en su país, eran lo bastante humildes para pensar que un viaje les serviría para ensanchar sus mentes.

Apenas habían pasado al país vecino cuando divisaron un rascacielos a cierta distancia.

– ¿Qué podrá ser ese enorme objeto? -se preguntaron.

La respuesta más obvia habría sido: «Id allá y averiguadlo». Pero no: eso podía ser demasiado peligroso, porque ¿y si aquella cosa explotaba cuando uno se acercaba a ella? Era muchísimo más prudente decidir lo que era, antes de averiguarlo. Se expusieron y se examinaron diversas teorías; pero, basándose en sus respectivas experiencias pasadas, las rechazaron todas. Por fin, y basándose en las mismas experiencias -que eran muy abundantes, por cierto-, decidieron que el objeto en cuestión, fuera lo que fuera, sólo podía haber sido puesto allí por gigantes.

Aquello les llevó a la conclusión de que sería más seguro evitar absolutamente aquel país. De manera que regresaron a su casa, tras haber añadido una más a su cúmulo de experiencias.




Frase_36. Espíritu rie

Cuando el corazón llora por lo que ha perdido,

el espíritu ríe por lo que ha encontrado.

Proverbio Sufí




Frase_35. Leer el mundo

Leemos mal el mundo

y luego decimos que nos engaña

Rabindranath Tagore




Frase_34. Felicidad

La felicidad no es una estación a la que llegar

sino una forma de viajar.

Anónimo




Frase_33. Detrás nuestro

Lo que queda detrás nuestro

y lo que se extiende ante nosotros

son pequeñeces comparado

con lo que existe dentro de nosotros.

Ralph W. Emerson




Frase_32. Ve despacio

No corras, ve despacio,

que adonde tienes que ir

es a ti sólo.

Juan Ramón Jimenez