Contagio

El contagio está en el aire. Se extiende como una mancha de aceite invisible y amenazante. No es el contagio de la viruela erradicada definitivamente del cólera o la sarna. No es el contagio del temible sida o de los bondadosos hongos que necesitan de humedades y fluidos. No es la lepra descarnada o la tos de1 tuberculoso. No atañe sólo a los virus y a las bacterias, esos microorganismos silenciosos que rascan y perforan nuestra concepción más estricta de la salud, y que borran la frontera cultural entre lo limpio y lo sucio. No son estos monstruos infernales del inframundo los responsables sino la sospecha que nos corta el aliento ante los infectados, portadores del mal que se vuelven intocables.

No obstante, el contagio del que hablo afecta a todos sin distinción y, aunque evidente, se mantiene inconfesable. Algo intuyen los científicos cuando comprueban como dos amebas separadas armonizan sus latidos en la cercania; o los biólogos ante la precisión mimética del camuflaje de los animales, o ante e1 espectáculo de las bandadas de pájaros en perfecta sincronicidad. Lo perciben también los músicos con sus acordes y arpegios que resuenan de una escala musical a otra sinérgicamente. Lo demuestra hasta la luna que empuja con su presencia las mareas.

Sin embargo es una cosa oculta y bien oculta. Nosotros, sin ir más lejos, estamos todo el día rascándonos, riéndonos o bostezando por contagio. Por contagio nos vestimos o bailamos de una forma determinada. Por contagio también, expresamos nuestras ideas y nuestras más temibles euforias.

Está en el aire y no son las ondas de los massmedia. No es un contagio de causaefecto como el retruque de una bola de billar cuando completa la carambola. Más bien, es una empatía que se da entre los seres naturalmente y que empieza con la primera sonrisa. Es la intersección común de infinitos conjuntos heterogéneos, el rumor de cien mil caracolas bramando a la vez o la fragancia de todo un bosque que se percibe en un sólo aliento.

De hecho este contagio dormía en el inconsciente colectivo mágico donde el correo es instantáneo y sin hilos, y donde los mejores descubrimientos y hasta los chismes más falaces corren como la pólvora. No en vano vivimos en la era de las telecomunicaciones.

En parte este contagio es favorecido por el caos, un ruido humano que se extiende como un vendaval, y por la locura, un sentimiento irregular que no atiende a razones. Entre el caos y la locura del ser humano, tras conductas irreflexivas y errores garrafales, a veces, se ensayan nuevas fórmulas para enderezar un anterior caos invivible, de la misma manera que una nueva cepa vírica se vuelve mas adaptativa a sus enemigos ambientales.

Imaginen un espacio virtual que acumule toda la experiencia humana sedimentada por los siglos. Pero imaginen también disidentes, marginados, excéntricos, soñadores, utópicos, rebeldes, locos de atar e insatisfechos del sistema. Imaginen una balanza sutil en la cual una minoría se vuelve significativa y decanta los platillos hacia otro lado con más posibilidades. Es la ventaja del contagio, no hay que esperar a que todo el mundo crea en un nuevo sistema para que irrumpa las revoluciones.

Por eso el contagio campa a sus anchas y no lo puede frenar el orden establecido, leyes o inquisiciones, puertas blindadas, antibióticos o preservativos. Y es que el contagio somos nosotros mismos, un secreto profundo de nuestra naturaleza, algo inseparable que está en el corazón del átomo y que se filtra por las fisuras más microscópicas de nuestras voluntades y santas intenciones. Es esa música que no puedes dejar de tararear aunque quieras o la inquietud que te deja una mirada sincera. Es el placer al que no puedes renunciar y es ese virus cuestionador que se cuela entre líneas y que se activa secretamente, algún día, después de pasar esta última página, por ejemplo.

Julián Peragón

 

 




Yoga cotidiano: una cena con amigos

Aprender Yoga es, o debería ser, un aprendizaje vital. Hacemos Yoga no meramente para flexibilizarnos o calmar la mente sino para vivir mejor y con más armonía. Si el Yoga contiene una sabiduría, que se ha destilado a lo largo de la historia por muchos sabios, será que es adecuada para aplicarla a nuestra vida en innumerables situaciones. Encontraremos en el Yoga, con mucha probabilidad, perlas preciosas de comprensión para entender nuestras acciones, nuestras relaciones o nuestro trabajo.
Deberíamos, por tanto, ir del Yoga a la vida para enriquecerla y, por qué no, de la vida al Yoga para cotejar su profundidad. De momento hagamos lo primero, apliquemos la estructura de una serie de Yoga a nuestra vida.

Si hacemos Yoga de forma inteligente lo haremos teniendo en cuenta nuestra realidad, nuestro momento, nuestras tensiones, es decir, haremos Yoga con un OBJETIVO, mejorar en algún grado nuestra salud, o ampliar nuestra consciencia.

Pero resulta que este objetivo requiere de un cierto acercamiento, de una progresión para poder alcanzarlo de la manera más adecuada. Coger una caja en lo alto del armario requiere una escalera (un medio) pues nos evita tener que dar saltos infructuosamente. A menudo alcanzar estos objetivos propuestos conlleva mayoritariamente beneficios pero también, ineludiblemente, efectos indeseables que hay que corregir, de forma igualmente inteligente. Esperemos que nadie se caiga de la escalera.

Recordemos pues, en una sesión de Yoga tenemos Vinyasa Krama o progresión, el Núcleo u objetivo propuesto y Pratikriyasana o compensación (la contrapostura podríamos entenderla como un elemento dentro de esta compensación que a veces requiere de una serie de posturas). Es cierto que estas tres partes principales se podrían matizar o ampliar. No estaría mal contar con un calentamiento previo a la progresión, o con una preparación tras la compensación para acceder a la postura meditativa como colofón de la serie.

Pero vayamos a lo cotidiano. Propongamos una “serie” que se llame: cena con los amigos. El acto principal de esta serie es claramente la cena pero también está claro que el objetivo último no es la comida sino la amistad. Lo que pretendemos con esta “serie-cena” es crear unos momentos de grata compañía, ganas de compartir, de saber unos de otros, etc. Todo el entorno, la cena, la música de fondo, las velas hacen de acompañantes, son el protocolo que favorece que esa amistad brille en esos momentos con más esplendor. Pero claro, para llegar a ese punto dulce de la sobremesa, cuando los sentidos están satisfechos y reina la calma, se ha de haber recorrido un largo camino. Veámoslo.

La “serie” no empieza cogiendo el carro de la compra y yendo al mercado más o menos a la aventura. Probablemente el inicio de todo está en un pensamiento, en una nostalgia, en un comentario y en una llamada para acordar la cita. Hay un momento de parada, de reflexión antes de hacer la lista de la compra pues la cena se tendrá que adaptar a la realidad, a nuestro momento, es decir, a un aquí y ahora. Será una cena y no un almuerzo, será otoñal y no veraniega, tendremos mayoritariamente productos mediterráneos y no nórdicos. Sabremos someramente los gustos de nuestros amigos, también los nuestros. Tendremos incluso en cuenta nuestro bolsillo, compraremos un buen vino pero no un reserva de marca, por poner un ejemplo. Tendremos en cuenta nuestras habilidades culinarias, y tal vez, no nos atreveremos con un plato exótico que nunca hemos cocinado. Pero no nos compliquemos, en realidad todo esto lo hacemos de forma bastante intuitiva cotejando muchos datos y muchas posibilidades involuntariamente.

Una vez hemos hecho la compra y tenemos los productos ya en la cocina, nos damos cuenta que hace falta un “calentamiento en la serie-cena” y es la limpieza y orden de la casa. Será la primera impresión que se llevarán nuestros comensales, el ambiente agradable que nos acoge. En una serie de yoga ese calentamiento que puede ser articular, muscular o respiratorio nos prepara o nos pone en disponibilidad de dirigirnos hacia nuestro objetivo con la mayor potencialidad.

Pues ya estamos en la cocina preparando la cena con nuestras sartenes pero también con nuestros relojes pues cada plato se debe preparar a su tiempo para que no se pase de cocción pero para que tampoco llegue frío a la mesa. Esa preparación de los platos (ese arte) es, por rizar el rizo, una serie dentro de otra serie mayor de la misma manera que una serie de yoga con su núcleo principal puede acoger otros objetivos menores que coadyuvan al global de la serie.

Nos vamos acercando al objetivo, plato tras plato, pasamos de lo intrascendente y anecdótico en el encuentro a una mayor profundidad e intimidad. Nada en una serie debería ser superfluo, pequeñas posturas, ejercicios dinámicos encaminan la serie hacia cotas más altas.

Todos nos imaginamos esa sobremesa y esos momentos donde no cuenta el tiempo. El postre y el licorcito (por poner imágenes convencionales) ponen dulzor a ese momento. Diríamos que el objetivo se ha cumplido satisfactoriamente pero nuestros amigos no desaparecen de un plumazo. Es entonces cuando sobreviene la tercera parte de esta serie culinaria. Hay que cerrar bien, y esto, como todos sabemos no es nada fácil.

Esto lo comprendemos bien en el Yoga, se propone una serie de Yoga para relajarse y calmar la mente, por ejemplo, y llega un momento de su práctica que en realidad se ha relajado y ha conseguido aquietar su mente crispada por los sucesos de todo el día. Ahora bien, uno no se puede quedar permanentemente en la postura del muerto ni mucho menos en la postura sobre la cabeza. Hay que deshacer, hay que compensar, y sobre todo hay que volver a la realidad de nuestra realidad, valga la redundancia.

En la cena hay un momento (sutil) que pasamos del no-tiempo a la urgencia del tiempo. Uno mira de reojo el reloj y al comprobar que son la una y media de la madrugada y que a la mañana siguiente el despertador sonará cruelmente, traga saliva. Pero uno no debe desesperar. Hay muchos hilos sueltos en la conversación que hay que ir atando. Hay dimensiones trascendentes que hay que bajarlas a tierra, hay que volver a contar con los imponderables. Habría que preguntarle a los novelistas sobre lo difícil que es acabar una novela o a los amantes lo dramático que es concluir una relación.

Y la cena acaba, y los amigos se van, pero la serie-cena todavía no ha acabado. Hay que recoger la mesa, habrá que fregar los platos (aunque sea al día siguiente), tendremos que volver al orden habitual de la casa. Seguramente habrá necesidad de comentar la cena, el encuentro, de sacar alguna reflexión sobre nuestros amigos, sobre nuestra relación con ellos. En realidad algo que nació de un impulso vuelve a recogerse en un sentimiento fraguado por el encuentro.

El círculo se cierra entonces. De lo esencial volvemos a lo esencial aunque pasando por un despliegue de actos, algunos de ellos ritualizados. En el Yoga debemos tener claro que una serie de posturas es un método que debe apuntar a lo esencial, la consecución progresiva de ese sentimiento de Unión.

Julián Peragón




En los remolinos del Yoga

Muchos amigos y alumnos se desconciertan ante el Yoga que hacemos pues pareciera que le faltara una estructura más sólida, que no tuviera una línea definida ni un nombre o marca comercial, como otros tantos que pueden haber en el mercado de lo espiritual (por otro lado, donde todos estamos). Entonces ¿qué Yoga hacemos?, ¿cuál es mi Yoga?
He tenido la tentación de hablar de un yoga esencialista o de un yoga místico, de una nueva síntesis o de un yoga integral, qué sé yo. Pero creo que caería en un viejo error, el de ponerle un plus de diferenciación, una sobrecarga egótica e innecesaria a ese fluido milenario que es el Yoga. Todavía pensamos en términos de bueno y malo pues quisiéramos que nuestro Yoga fuese el verdadero. Pero quizás lo que nos pida el Yoga, a mi entender, es un acercamiento humilde y no pretencioso, con las cuatro letras del Yoga creo que nos basta de sobras. Sin embargo, este acercamiento (anónimo) merece la pena matizarlo. Nos hemos de explicar aunque sólo sea para aclararnos nosotros mismos.

De entrada me gustaría reclamar del Yoga lo esencial. Veo en esa esencialidad el ser que uno es con sus dimensiones y sus necesidades, con su mundo relacional, con sus visiones, sueños y esperanzas, intentando, a través de la sabiduría del Yoga, reunirnos en uno, o dicho con otras palabras, mostrar al ser con todas nuestras potencialidades, sin grandes mermas ni diques estancos que nos afecten. Pero también nos lo recuerda la sabiduría perenne que está en el Yoga, que somos uno con el Todo, un ser imbricado en la totalidad que es a la vez parte y todo, reflejo e inmanencia. Y claro, de esto no me puedo olvidar. No sólo porque me lo hayan dicho o leído, sino porque lo presiento.

Y si bien es prudente reconocer que hay un inabarcable Yoga como si fuera un gran río caudaloso, es preciso observar los miles de remolinos que éste provoca en sus orillas. Creo que hay un Yoga para cada persona y para cada momento, unas necesidades concretas en las épocas que vivimos y unos sesgos determinados de las culturas que nos influyen. El Yoga es una gran cocina que requiere de todos estos elementos en su confección. Hay infinitos Yogas evanescentes ¿quién puede atrapar entre sus manos un remolino de agua?

Por un lado tengo que agradecer al primer Yoga que conocí (siempre hay un primer amor imborrable) el impacto que me produjo y el halo mágico que me hacía comulgar con otra realidad. El primer libro que leí de Yoga de swami Sivananda estaba salpicado de plegarias, símbolos, palabras sánscritas y posturas complicadas. En las clases que recibía cantábamos mantras. Ahora con la distancia de los años siento que aquel Yoga fue un buen despertador. Después hubo que corregir errores.

Aquel Yoga del norte de la India, Rishikesh, al borde del Ganges, dio paso a una breve formación en Viniyoga. Desikachar y su padre anciano Krishnamacharya eran, en la lejanía, focos de sabiduría de un largo linaje. El gran tesoro que aprendí en esta línea proveniente del sur de la India en Madrás fue que las respuestas prefabricadas no son adaptativas. Hay que escuchar lo que el momento pide, como decíamos anteriormente, lo que el cuerpo necesita o lo que el alma anhela. Y esto sólo puede ser hecho con presencia y creatividad porque cada momento es único y la experiencia no nos secunda del todo, hay algo que se le escapa. ¿Haría música un músico sólo por tener almacenadas todas las viejas sinfonías en su cabeza?

Por otro lado debo reconocer que en mi Yoga hay una cierta pleitesía a la India, es decir, a las fuentes del Yoga y al hinduismo. No sabemos estar delante de un santo desnudo, le solemos colocar un ropaje. Para mí India es la gran madre fecunda que acoge a todos sus hijos en una amalgama de ritos y dioses, de religiones y filosofías. Y es cierto que el Yoga, al menos el que nos llegó en sus inicios a occidente, venía con una atmósfera y un olor característico. Pero una cosa es rendirle reconocimiento y otra, muy distinta, caer plegados en la imitación de un ropaje que habitualmente no es de nuestra talla. En este nivel creo que ha habido y hay todavía mucha confusión. Es hora de darle al Yoga su dimensión universal, un Yoga que pertenece a toda la humanidad, y que cada cual le ponga el ropaje (cultural) en el que se sienta más a gusto.

Como antropólogo prefiero contemplar las diferentes lógicas y estrategias de las culturas para resolver los mismos problemas, para colmar las mismas necesidades. Desde esta perspectiva, el Yoga florecerá de diferente manera como lo hace una flor si la tierra es ácida o alcalina, si el clima es cálido o frío, si las lluvias son abundantes o escasas. Y siempre esa flor tendrá la belleza que le corresponda que es el resultado casi milagroso de infinidad de factores. Así se muestra la vida de insondable.

Y de esos resultados hablo a menudo en mi forma de acercarme al Yoga. Lo digo porque a mí, el muestrario de técnicas yóguicas, no me dice mucho, muy al contrario, me marea un poco, tantos mudras y tantos mantras. Creo que hay que mirar a través de las técnicas para ver los resultados. Si el resultado viene a profundizar en el ser en contacto con el Ser, bienvenida la técnica. Si, por el contrario, viene a establecer poder donde se reinstala el ego, entonces la técnica es una encerrona. Es curioso que cuando no te puedes jactar de la técnica es posible que ésta te lleve lejos. Quizás es subir y bajar los brazos sincronizando la respiración, pero seguramente nadie te va a aplaudir por ello. Pero ponte cabeza abajo con las piernas en loto y tendrás un corro de gente observándote. Lo que quiero decir es claro, las técnicas son peligrosas en cuanto son una hoja de doble filo. Es por eso que intento salirme del perfeccionismo técnico porque me parece más importante la actitud, la consciencia, el cómo hago el Yoga, el qué siento, el adónde voy y con qué me encuentro.

Dentro del Yoga se dice, como cualidades de la divinidad, sat-chit-ananda, algo así como existencia verdadera, conciencia absoluta y dicha imperturbable, que en pequeñito significan presencia, contemplación y celebración ante la vida. Aquí en occidente los socráticos hablaban de cosas parecidas, disertaban sobre la bondad, la verdad y la belleza. Cualidades del ser a las que no deberíamos renunciar en nuestra práctica. Quizás soy un poco optimista.

Y no sólo me quisiera escapar del elitismo que muchas veces marcan las técnicas exóticas, también quisiera distanciarme de la terapia que viene a colocarle un peso al Yoga que tal vez no le corresponda. Sabemos que el Yoga no es una terapia aunque sea terapéutico, que no es una pastilla aunque nos sienta bien física y mentalmente. No creo en tal âsana para tal enfermedad, creo más en la sanación del espíritu. El Yoga que siento está hermanado con el naturismo que he vivido porque ambos se referencian en nutrirse de la naturaleza para producir una purificación necesaria en el camino espiritual.

Entonces ¿qué nos queda? Nos queda entrar en la práctica del Yoga para hacer un encuentro consigo mismo. Nos queda oficiar un Yoga como espacio sagrado de presencia y silencio. Nos queda un Yoga en lo cotidiano, un Yoga en el hacer, un Yoga en las relaciones, un Yoga en la comprensión del mundo.

El Yoga que yo necesito es un Yoga que acoja mi cuerpo imperfecto, que no culpabilice mi saco de tensiones, que no se ría de mi debilidad, que no me haga competir conmigo mismo, en definitiva que me aleje de la perfección y que me acerque a lo humano, en los valores de armonía, amor y compasión.

Lo siento pero este es mi Yoga, y espero que nadie lo siga porque espero que cada uno encuentre su Yoga y dibuje su remolino en este gran río que es el Yoga.

Om Shanti.

Julián Peragón

 

 




Reflexión sobre el Yoga

Durante estos últimos treinta años la práctica del Yoga ha tenido una evolución significativa en nuestra región, y en general en toda Europa. Trayectoria que ha sido desigual con etapas fulgurantes y otras salteadas con períodos de crisis o desorientación.
Los que llevamos muchos años practicando esta ciencia hemos visto como progresivamente el Yoga iba calando en una sociedad que se volvía hacia oriente, especialmente en los primeros tiempos, en busca de nuevas fuentes de espiritualidad, pero también hemos asistido a un descrédito de nuestro hacer dentro del batiburrillo del mercado Nueva Era donde la meditación se mezclaba con la telepatía y los ejercicios con la consecución de resultados fantásticos pero irreales. Este descrédito en parte fue debido a que lo que nos llegaba del lejano oriente llegaba sin filtro, excesivamente ritualista, cargado de hinduismo y mitologías, cuando no de una visión divinizada del maestro en la que se pretendía una sumisión incondicional de sus enseñanzas por parte del discípulo. Agravado todo esto por una sarta de pseudomaestros que en el mejor de los casos estaban sólo a medio cocer.

En el otro lado, no nos hemos de olvidar que occidente siempre ha estado presta a convertir todo en una moda donde lo importante es cambiar por cambiar para combatir el tedio, y también a ciertos modos consumistas donde resulta fácil comprar espiritualidad. Usar y tirar nos ha sido más fácil que profundizar, esforzarnos o implicarnos.

Sin embargo no todo ha sido desconfianza, la misma visión práctica del mundo que se da en nuestras latitudes hizo que el Yoga se divulgara hacia una gimnasia dulce que corregía el sedentarismo propio de nuestra época con un tono relajado para combatir el progresivo estrés de nuestra sociedad. El Yoga ha llegado, y hemos, no obstante, de alegrarnos, a los gimnasios, centros sociales y cívicos, también a las grandes empresas. La profusa edición de libros de Yoga es muestra de ello. Sin embargo desde el Yoga en casa al yoga para ejecutivos hemos notado que esa difusión no siempre iba acompañada de calidad. Lamentablemente se ha producido un reduccionismo del cual es hora de salir.

El primer reduccionismo es creer que todo el Yoga es sólo una de las muchas vías posibles (Hatha Yoga), y dentro de éste focalizar la práctica meramente en posturas (asanas), con el enfoque, nuevamente reduccionista, de que lo importante es tener flexibilidad y de realizar lo más perfectamente posible las técnicas. Afortunadamente son pocos los que suelen confundir contorsionismo y posturas complicadas con la vía de la serenidad que propone el Yoga.

Es momento de aclarar conceptos y dinámicas entre todos y para ello hemos de saber reinterpretar la tradición. Ésta no nos dice nunca que repitamos formas religiosas, no nos dice que imitemos al primer monarca yóguico de la antigüedad ni que nos compremos una piel de tigre y nos retiremos a las montañas en busca del elixir sagrado.

La tradición nos dice que escuchemos, y que escuchando sabremos como adaptar el mensaje de la filosofía perenne a nuestro momento vital, en una cultura determinada dentro de un cauce de creencias. Como antropólogo me doy cuenta que es necesario traducir culturas. Es probable que las necesidades del ser humano sean universales pero las lógicas cambian, también los acentos vitales, las formas de expresión. Por eso creo que el profesor de Yoga tiene que ser un buen traductor y acercar una sabiduría milenaria al eje preciso de comprensión de cada alumno, con mucho respeto. En este sentido, debemos recordar que acharya es el maestro que sabe escuchar el momento del discípulo, y cuando ha interiorizado y ha digerido esa escucha, sabe encontrar el momento oportuno de proponer una enseñanza.

Tradición que siempre es nueva porque habita en un eterno presente, sin nostalgias pero tampoco sin allendismos. Así, el Yoga del nuevo siglo está por reinventar. Un Yoga que será más respetuoso con el cuerpo pues conoceremos mejor nuestra fisiología y nuestra anatomía. Un Yoga que se ajustará mejor a los cambios estacionales para sacar más fuerza de los movimientos vitales y las mareas energéticas. Pero también el Yoga del futuro incorporará más claramente la realidad de la mujer y del hombre, del niño, de la gestante y del anciano. Tendrá en cuenta su alimentación pero también su sexualidad. Hay tantas y tantas posibilidades en este árbol nuevo del Yoga que todos hemos de ir regando y nutriendo.

Nos hemos de acostumbrar a ver el Yoga desde las cualidades que propone y no tanto desde las formas que impone. El Yoga es ante todo presencia, presencia de ánimo y de espíritu. Las posturas físicas son en última instancia un trampolín para hacer una mejor interiorización, para darse cuenta del mismo acto de vivir y su trascendencia. Si la misma postura produce efectos terapéuticos y saludables, bienvenidos, pero el yoga debe ir más allá de la terapia hacia una búsqueda del ser, hacia una vivencia de lo sagrado. En este sentido es importante no confundirse aunque debamos reconocer que hay muchos pasos a dar y muchas fases a transitar dentro de él. Podemos escoger el yoga terapéutico pero no debemos reducir el universo yóguico a la curación.

Junto a la presencia, el Yoga es voluntad de transformación y persistencia como la brújula que mantiene su norte ante el caos que galopa a su alrededor. No es una voluntad férrea sino una curiosidad disciplinada, lo único que hace profundo un camino y que da solidez a la vida creativa. Podríamos hablar también de integración, sensibilidad, enraizamiento del ser, arrobamiento y consciencia. El horizonte del Yoga es muy amplio. Podemos tradicionalmente escoger una vía de acción desinteresada donde cada acto es una entrega a lo más alto, o bien podemos sumergirnos en una vía de alabanza y comunión con lo que nos rodea, o tal vez, elegir la vía de la comprensión del plan divino que nos abarca, también podemos quedarnos en la vía del silencio y la contemplación. Cada vía nos lleva a lo mismo, a dejar nuestra separatividad, a trascender nuestro ego, a percibir lo sublime.

Pero, sobre todo, es hora de hablar de nuestra bella profesión. Los profesores de Yoga tenemos que ser conscientes que las clases que impartimos son espacios de salud activos donde la persona gesta las condiciones de vida saludable. En contraste con los roles de paciente a que nos tienen habituados las distintas terapéuticas, el Yoga nos recuerda que la salud es una actualización de nuestros potenciales. Hacemos Yoga, en un primer término, para tomar conciencia de nuestro cuerpo. Las tensiones que sentimos son el acicate para encontrar una mejor postura vital. Tenemos en cuenta nuestros apoyos y nuestro eje, coordinación y respiración. Se trata de encontrar el tono justo en el que vivir, la amplitud y la elegancia de movimientos. El arte del no esfuerzo.

Pero también las clases de Yoga son espacios de crecimiento personal pues uno se enfrenta con un reto. En primer lugar la escucha y la aceptación de los propios límites, la inmersión en el cuerpo real y no el cuerpo imagen que tenemos introyectados, y el enfrentamiento con el mundo interior, con el silencio, con la angustia y la desazón de lo desconocido. A través del Yoga uno elabora un sentir más profundo, cultiva una sensibilidad más amplia y se pregunta acerca de quién es. Svadyaya es este estudio de sí mismo, esta autoindagación presente.

Por último tenemos que dejar espacio en las clases para la dimensión espiritual. Partimos de que en todos anida un anhelo de trascendencia y de búsqueda de un sentido en la vida. Las pistas que nos han dejado los sabios son que el ser está en danza continua con lo que le rodea y que forma parte de un todo de la misma manera que un átomo forma parte de una molécula, ésta de un órgano y así hasta llegar a un ser viviente. La comprensión de que en verdad no estamos separados es lo que nos rescata de la neurosis del vivir. Debemos como profesores encontrar las pautas adecuadas para despertar esa dimensión dormida.

Al final lo propio del Yoga no es tanto el salir bien de la sesión, relajados en cuerpo y mente, sino en la posibilidad de una elevación de la conciencia, que obviamente lo anterior prepara. Aquí es donde los formadores somos responsables de que los profesores que acaban su formación sepan distinguir estos tres niveles y tengan recursos para ello. Lo importante para un buen profesor no es tanto el dominio de técnicas como una buena pedagogía, no es tanto el saber al dedillo los sutras como el saber encontrar en las situaciones cotidianas que todos vivimos excusas para elaborar una sabiduría del vivir. Finalmente lo que va a ayudar al profesor en su labor es el vínculo de confianza que ha establecido con sus formadores y con sus colegas para poder hacerlo también con sus alumnos en una cadena orgánica.

Ahora bien, creo que debemos hacer entre todos una seria reflexión. Deberíamos hacer honor al sentido profundo del Yoga que como bien sabemos significa unión. Para transmitir esa esencia nosotros mismos tenemos que estar en paz, tenemos que haber hecho carne la experiencia espiritual. El Yoga que vivimos está cojo, lo veo en mí y en mis compañeros, queremos ir a lo transpersonal sin haber pasado previamente por lo personal y eso es peligroso. Deberíamos haber visitado nuestra alma y leído en nuestros corazones para ver cuáles son nuestras verdaderas motivaciones dentro de nuestro camino espiritual. Si descubrimos un orgullo espiritual o un complejo de superioridad, si encontramos una gula por experiencias nuevas o una voluntad de poder, si en el fondo hay un cálculo vital o un deseo inconfesable de demostrar que somos importantes, entonces vamos por buen camino porque ya sabremos cuáles son las piedras a sortear en ese camino. Iremos más derechos hacia la humildad. Pero si no conocemos nuestra alma, si nos instalamos fácilmente en la pureza o la perfección, si clavamos el culo en el pedestal y nos hacemos impermeables a los cambios internos o externos, entonces nuestro camino es una impostura que tarde o temprano se descubre. Por eso creo que el mundo que hemos creado en torno al Yoga tiene dos asignaturas pendientes, una es esa revisión personal, otra, nuestra colaboración con el maltrecho mundo que nos rodea. Pero esto es otra historia.

En cambio, la historia de esta carta es la de hacer una invitación a los profesores y especialmente a los formadores, una invitación de diálogo. Desde aquella humildad es necesario entre todos limar diferencias y acercarnos más a todo lo que nos une que a lo que nos separa. No es posible que nuestro mundo supuestamente espiritual esté tan lleno de rencillas, de viejas disputas donde los egos batallan entre verdades absolutas. O que reine la distancia y la incomunicación. Por eso la dificultad del verdadero Yoga no reside tanto en hacer una asana complicada sino en ser mediadores entre diferentes realidades del Yoga sin perder la calma. Sólo si hay unión y diálogo podremos subir el nivel de calidad de nuestros profesores, podremos unificar medios, mediar efectivamente con la administración, crear asociaciones que generen espacios de encuentros, colaborar con otros colectivos, promover congresos o editar publicaciones sobre el tema.

El mundo gira muy rápido, las realidades sociales cambian vertiginosamente. Pero también es cierto que todos hemos madurado, que nuevas generaciones se han sumado al carro con energía renovada y que es momento de sentarnos a hablar, a proyectar y a volver a soñar, pero lo que es más importante, a hacer realidades. Om Shanti.

Julián Peragón

 

 




Yoga, los puntos sobre los íes

Entrevista a Julián Peragón 

¿Qué es para ti el yoga?
No hay una sola definición de lo que es el Yoga, pero podríamos decir que Yoga es unir lo que está dividido, escindido o desconectado. Para nosotros unir cuerpo y mente es un primer paso importantísimo para llegar a esa unión mística del ser con el Todo que le rodea.

• ¿Quieres decir entonces que el Yoga es una religión?
No es una religión pero es religioso. No te dice cree sino experiementa, saca conclusiones por ti mismo/a. Siempre que hay un anhelo de conectarse con algo más amplio de lo que uno es, hay religiosidad. Cuando uno intenta dar respuesta al sufrimiento, el propio o el de los demás, hay también religiosidad.

 • ¿Y en todo esto que dices dónde entran las posturas y las respiraciones que hacéis en Yoga?
Partimos del cuerpo y de la respiración porque es lo que más a mano tenemos pero el objetivo es más profundo, calmar la mente, darse cuenta, conectar con el espíritu, comprender la propia vida, etc.

• ¿Quieres decir que es necesario hacer esas posturas complicadas para calmar la mente?
Por supuesto que no, es estúpido llevar los pies a las orejas o la nariz a las rodillas, en principio porque lo acrobático no es necesario para la vida. Lo que sí es importante es el trabajo de enraizamiento, verticalidad, flexibilidad y tono, amplitud de movimientos y equilibrio que conseguimos con las âsanas. Pero esto se puede conseguir con posturas sencillas al alcance de la mayoría.

• ¿Y entonces esas líneas de yoga tan espectaculares, y esas fotografías de libros con posturas a cual más enrevesada?
Hay quien quiere crear una elite en el Yoga. Después, también es cierto, que técnicas de un yoga profundo, sólo apto para iniciados, se saca sin miramientos a la luz creando confusión.

• ¿No formará parte el Yoga de una moda occidental que es el culto al cuerpo?
Es posible porque cada uno hace el Yoga desde su ideología y desde sus necesidades. Pero es importante comprender que el corazón del Hatha Yoga es tántrico, y el Tantra nos dice que el cuerpo es sagrado, que no hay que negarlo sino elevarlo en su más alta expresión. Y esa libertad que queremos darle al cuerpo desde la más absoluta aceptación es desmentida y malograda tantas veces desde una forma de hacer Yoga que impone una nueva coraza al cuerpo, un nuevo modelo a imitar. A menudo hay una ideología tramposa cuando decimos constantemente no fuerces cuando por otro lado seguimos yendo por la vida tan estirados como si nos hubiéramos tragado el palo de la escoba.

• Todo el mundo hace Yoga para sentirse bien, para los dolores de la espalda, contra el insomnio, etc. ¿Es el Yoga una terapia?
El Yoga es una forma de ver, una postura delante de la vida, si se quiere, una filosofía y una mística, pero no es una terapia. Claro que el Yoga te dice que para caminar por la larga senda de lo espiritual tienes que estar bien. Te dice, como decían los antiguos, mens sana in corpore sano. Tienes que tener una cuerpo saludable y una mente estable si quieres conectar con la experiencia extática, experiencia de arrobamiento, de íntima conexión con el propio ser. Así que, el Yoga no es una terapia pero es terapéutico. Incluso podemos potenciar Yogas estrictamente como terapia corporal o psicocorporal impartidos por médicos o psicólogos, pero no nos confundamos, la transmisión del Yoga es una transmisión sobre el arte de vivir en armonía con uno mismo y con el mundo, esto es, la sabiduría.

• ¿Cómo encaja en todo esto la meditación?
La meditación es el corazón del yoga. Más aún, todo apunta a apoyar la postura meditativa. Âsana y Pranayama están preparando Dhyana, la capacidad de fundirse con el objeto de la meditación, algo así como conectar con la plena potencialidad del ser que estaba dormido en nosotros. Podemos conectar con la piedra, el árbol, la nube. Podemos imbuirnos de las cualidades de la compasión o de la alegría. Y es que las fronteras de la vida son mucho más amplias de lo que nos imaginamos.

• Hay quien meditando tiene experiencias sorprendentes, colores, visualizaciones, sonidos, símbolos que aparece mágicamente ¿Qué importancia tiene esto?
Tiene una importancia relativa. Incluso puede ser más una interferencia dentro del propio camino que una ventaja. Lo importante en la meditación no es ver colorines sino indagar en lo que uno es, ver cuáles son las motivaciones profundas que nos mueven a hacer ésto o aquéllo, confrontarse con el sufrimiento, reconocer la propia sombra, reconocer también la capacidad de calmarse, de ver claro, de ser ecuánime. Es decir, meditamos para hacernos más persona y para dejar de estar aislados aunque esto suponga, en primer término, intentar comprender el mundo en el que vivimos con sus miserias y sus injusticias.

• ¿Quieres decir entonces que el Yoga implica un compromiso con el mundo y no un mantenerse retirado en altas cumbres espirituales?
Sí. Hay que estar en el mundo profundamente implicado pero sin dejarse arrastrar por sus trifulcas. Como la imagen del loto saliendo desde la ciénaga. Pocos sabios lo consiguen. Eso me parece.

• ¿Crees que el profesor de Yoga está preparado para esta función de promover sabiduría?
Creo que no, todavía no pues es una profesión bastante joven y estamos dando los primeros pasos. El profesor de Yoga está en una posición delicada (y difícil), llena un intersticio de la sociedad que ha quedado vacante tradicionalmente y se convierte en una especie de filósofo, sacerdote, curandero, profesor de gimnasia dulce, mago y terapeuta, una suerte de chamán de la Nueva Era que en la mayoría de los casos es patético cuando no peligroso.

• ¿Entonces qué hay que hacer para que el profesor/a de Yoga tenga clara su función?
En principio hay que formarse más y mejor. Y esto incumbe a las escuelas de profesorado para que impartan cada vez más una enseñanza de calidad, con un seguimiento individual y un material actualizado. Pero también, y sobre todo, incumbe al mismo profesor que ha olvidado un sagrado compromiso, el de practicar. Practicar y estudiar, apasionarse con una disciplina y autoindagar, con la terminología precisa, tapas y svadhyaya. Practicando se abre la fuente de la propia creatividad, estudiando se deshacen mitos y prejuicios, y se ensancha la consciencia. Casi nada.

• ¿Y cuándo entra en juego el maestro espiritual en el proceso del profesor?
Esto es difícil de concretar pues todavía estamos preñados de una imagen demasiado hinduista (u oriental) de lo que es un maestro espiritual. Lo que sí que se necesita es una guía pero no es necesario inclinarse a sus pies y depositarle flores (es un precio demasiado alto en tu proceso de autonomía). En realidad la verdadera maestra es la vida, y concretando, la voz interior, la sabiduría salvaje que está en todos nosotros. El maestro externo es aquél o aquélla que señala tu propio interior para que escuches esa voz, pero no te pide sumisión, ni te impone su propia verdad, su propio modelo. Y como hay cientos de pseudogurús y pocos maestros se impone una buena discriminación.

• ¿Y cómo distinguir a unos de otros?
Lo primero que hay que hacer es poner las cosas en su sitio. Todos aprendemos de todos, y todos enseñamos algo. La enseñanza es una cadena ininterrumpida donde cada eslabón tira del siguiente. Y esto se da en todos los ámbitos y profesiones. Distinguir al “verdadero” del “falso” maestro forma parte del propio aprendizaje y es paralelo al propio proceso de individuación y de consciencia. No hay por qué preocuparse demasiado. Está claro que hay que afinar el olfato, perder la inocencia, y observar al maestro/a no tanto en lo que dice sino en lo que hace, no tanto en sus ademanes espirituales como en su mirada, en su abrazo, en su silencio y en su presencia. También es cierto que se aprende tanto o más de los “malos” maestros como de los “buenos”. En este sentido el destino es sabio. Nuestra alma convoca las circusntancias externas de aprendizaje.

Julián Peragón

 

 




Âsana, Prânâyâma y Dhyana

Si bien el camino se va haciendo paso a paso y uno va a lo desconocido a través de lo desconocido como diría un místico español (Juan de la Cruz), la verdad es que podemos aprovechar las claves, los métodos, las enseñanzas que nos han legado los sabios de todas las épocas. Y una de éstas, milenaria y profunda es el Yoga. (En realidad el camino es una metáfora, una paradoja pues en verdad no existe. Vamos a donde ya estamos).

En todo camino hay un punto de partida y otro de llegada. El punto de partida es nuestra realidad, habitualmente es la de sentirnos limitados. Nos asaltan los miedos, las incertidumbres, enredados en una cadena de placer, sufrimiento, deseos y necesidades. Sentimos que nos falta libertad y que la felicidad se escapa aunque consigamos satisfacer nuestros deseos. (Todo esto es una simplificación pues la realidad de cada uno es mucho más compleja. En realidad este punto de partida es un símbolo).

Podríamos decir que estamos en la etapa del reinado del ego. El ego es un complejo (positivo) de la psique que toma la función de coordinar y la de ajustar dos mundos, interno y externo, social e individual de una forma efectiva. Pero cuando el ego usurpa el poder, se corona creyendo que es el centro de la vida psíquica, entonces hablamos de la impostura del ego. Pues nosotros no somos sólo lo que creemos ser, hay toda una vida interna marginada, no reconocida.

Podríamos reconocer este reinado del ego cuando:

– Muestra su separatividad.

– Se identifica con la función dominante que le da seguridad.

– Busca compulsivamente el placer y huye del dolor.

– No acepta el cambio, la impermanencia, la muerte.

– No se da cuenta del filtro de interpretación de su mente.

– Está lleno de prejuicios y creencias no revisados.

– No escucha, se defiende, etc.

Simbólicamente estamos: ciegos, locos, dormidos, escindidos,… ¿Cómo define este estado el Yoga?

Habla de AVIDYA (ignorancia) que es un conocimiento defectuoso, no correcto de las cosas. Es como si hubiera un velo entre lo que percibimos y el como lo percibimos, un velo que deforma la realidad. ¿Y cuál es este velo?, pues nuestras ilusiones, deseos, miedos, incertidumbres, etc.

Se habla de los cuatro hijos de Avidyâ:

Asmitâ: el sentimiento desmesurado del ego.

Râga: el pozo oscuro del deseo que nunca se colma. Queriendo repetir las experiencias placenteras.

Dvesha: aversión a situaciones del pasado que nos han herido. Las corazas que todos nos ponemos para protegernos.

Abhinivesha: miedo a lo nuevo, a lo desconocido.

Todos estos hijos alimentan avidya, nuestra ignorancia.Todos intentan escapar del presente, del vacío, de la certeza de la muerte. Hay un temor a lo que somos como si en la oscuridad, en el abismo de lo que somos hubiera fantaseado un monstruo que nos va a destruir. Entonces hacemos un pacto con ese monstruo: si no me atacas me voy a limitar y » no saldré del jardín», no voy a sentir, no voy a respirar aire fresco. Es la neurosis. Aparecen los complejos, las fobias, las manías, (de alguna manera se manifiesta ese monstruo). La neurosis es la no aceptación de la responsabilidad que conlleva vivir, hacer una ficción de vida, una representación donde uno está más pendiente del exterior, de los demás que de sí mismo. En la neurosis uno toma partido por la imagen glorificada o sacrificada negando el resto.

Lo que nos dice el Yoga es que la consecuencia de Avidâ es Dukha, que la ignorancia nos lleva al sufrimiento, pues las cosas no son casi nunca como nosotros quisiéramos que fueran. No es tan un dolor como un sentimiento de limitación muy fuerte. En este estado uno pierde libertad, no puede elegir. Cuanto más quiere controlar el ego menos lo consigue.

Estamos hablando de la inconsciencia de la inconsciencia.

Hasta aquí no hay realmente camino, uno no se ha puesto en marcha. Hace falta algo que detone un proceso de búsqueda. El mismo dolor, sufrimiento , el sentimiento de limitación, la no comprensión de las cosas, al final la desilusión de las tentaciones que nos ofrece el mundo, la misma espiral vertiginosa a la que nos lleva el deseo nos hace tomar consciencia de la inconsciencia y empezar un proceso de comprensión.

Estábamos en una orilla y ahora vislumbramos que debe haber otra orilla. Quizá este proceso de búsqueda es imparable. Quien da el primer paso ya ha dado el último.

¿Y qué hay en la otra orilla?, pues el Ser, Uno mismo, el alma-espíritu,… las cualidades de este Ser son, (nos dicen los sabios):

– escucha y aceptación de lo que uno es.

– conexión (unión-yoga) con lo que nos rodea.

– fluir con los ritmos, cambios. Impermanencia.

– la muerte como aliada.

– El sufrimiento como estímulo de transformación

– El amor como moneda de cambio,

– Generosidad, humildad, etc.

El Yoga apunta hacia este Ser, apunta a la sabiduría pues el sabio es el que ve (yoga es un darsana , y darsana es un punto de vista, una forma de ver).

El Yoga nos habla de samadhi, que implica dejar la fragmentación y la dispersión. Samadhi es orientar todas nuestras fuerzas hacia un fin elevado, de trascendencia e iluminación. (Deberíamos profundizar en lo que entiende la Tradición con iluminación.)

De entrada podemos decir que no es la consecución de siddhis, poderes paranormales. La iluminación es un estado de unión que suele venir precedida de experiencias cumbres, de arrobamiento. Son experiencias de paz y serenidad extremas, pero también pueden ser experiencias terroríficas, desestructuradoras cuando uno empieza «a ver la verdadera cara de dios», (hay que temer a dios, se ha dicho).

O sea, no es un juego de niños. El místico, santo o sabio sabe que no puede afrontar esa experiencia cumbre sin una preparación previa.

Es entonces cuando el Yoga (como estado) reclama al Yoga (como camino estructurado). Son los chamanes, yoguis pioneros que empiezan a dejar marcas y claves para que los siguientes sepan por donde transitar. Patanjali recoge toda la tradición experimental del yoga y le da una estructura, le pone teoría, se acerca al Samkhya. El Yoga es un proceso de sedimentación de miles de años, y que sigue evolucionando!!!.

Estamos en la consciencia de la consciencia.

El dolor o sufrimiento es inherente al hecho de estar vivos, pero en la primera etapa (inconsciencia de la inconsciencia), el dolor es una evasión, un no querer darse cuenta, un vendarse los ojos para no sentir con lo cual el sufrimiento es una sombra que te persigue y que no tiene fin, ni principio ni final. Escapando del sufrimiento sigues sufriendo. En la segunda etapa el sufrimiento toma relieve, te vuelves consciente de tus mecanismos, de tus inconsciencia, percibes el dolor del mundo, la injusticia, te das cuenta. Aquí hay dolor pero uno empieza a comprender cuáles son sus raíces, y la comprensión libera porque ya el sufrimiento tiene un por qué. El la última etapa, la consciencia de la consciencia no es que uno no sufra sino que el sufrimiento es una parte más de la vida y no hay identificación con él.

Antes de entrar en los medios que utiliza el Yoga para llegar a esa trascendencia hay que iniciar un proceso de purificación. El yoga utiliza muchas técnicas para purificar el cuerpo. Se desea un grado de sensibilidad extremos (conectar con lo sutil requiere de esta sensibilidad). A través de la purificación uno conecta con la dimensión sagrada de la vida, aprende a sacralizar al cuerpo. Es una actitud de orden, limpieza y simplicidad pero sobre todo es una actitud de disponibilidad ante lo divino.

Pero también es necesario para el Yoga previamente hacer las paces con el mundo a través de los Yamas. El mundo no te dejará caminar si no eres hábil con lo social, si en tu trato con el mundo hay violencia, mentira, engaño, acumulación, compulsión. Además es necesario hacer las paces con uno mismo, con los mecanismos internos que nos pueden llevar a la dispersión, son los Niyamas. Es necesario ese orden interno, contentamiento, disciplina y estudio. Es necesario no apegarse a los frutos de la acción.

Es como si fueran necesarios estos dos prerrequisitos para tener éxito en el camino. Mens sana in corpore sano, salud mental y corporal. Abstinencias y observancias, lo que no se puede hacer y lo que sí se debe hacer. Muy sencillo.

Es como si estas observancias y purificaciones fueran el templo donde reina la tranquilidad y el orden y están los símbolos adecuados para hacer la vivencia del yoga, para realizar la práctica.

Ahora estamos preparados para la práctica del yoga. Esta práctica es trinitaria, si bien en cada elemento está implicito los otros dos:

Por un lado está âsana. Con asana aprendemos a tomar una posición que sea estable y duradera. Trabajamos el mapa de tensiones y aprendemos a relajarnos. Con asana establecemos el tono justo donde vivir, donde es necesario la flexibilidad y la fortaleza. Aprendemos el no esfuerzo, el aliento abandonado, la mente relajada. Aprendemos a tomar apoyo, a encontrar la vertical, a sincronizar los movimientos. Pero aprendemos sobre todo a estarnos quietos, a calmar la ansiedad.

Cuando âsana se ha cultivado, aparece prânâyâma. No sólo se trata de amasar las tensiones corporales sino de canalizar y acumular la energía. Con los ejercicios de respiración aprendemos a calmar la mente y a oxigenar el cuerpo. La energía fluye y uno la dirige a través de recorridos corporales para energetizar ciertas zonas, para despertar centros y chakras. Sabemos que alargando la respiración se sujeta la mente.

El tercer elemento es dhyana, meditación. Pero Patañjali lo desglosa en pratyahara que es la capacidad de interiorización, de desconectarse de los estímulos exteriores a través del control de los sentidos. Con Dharana (mantener apretado), es necesario cultivar la concentración mental sin esfuerzo, concentración necesaria para comprender los procesos en los que estamos viviendo. Dhyana es la conciencia meditativa. El observador se diluye en el objeto de meditación.

El campo de batalla de âsana es la postura, en prânâyâma es la respiración y en dhyana es la postura de meditación. Si bien en asana partimos del cuerpo para energetizarlo, en prânâyâma partimos de los movimientos energéticos a partir de la respiración para calmar la mente, en dhyana partimos de la concentración de la mente para trascenderla y conectar con el espíritu. Conseguir la inmovilidad (âsana), establecer la serenidad (prânâyâma) y realizar la conexión (dhyana).

En cierta manera cuerpo, mente y espíritu están presentes en la forma trinitaria del yoga. Asana prepara pranayama y éste da paso a dhyana. Al principio se practica más asanas, después respiraciones y por último la práctica se centra en concentración y meditación. Depende también de la naturaleza de cada uno.

Siendo esto común a los distintos yogas, en la tradición cada escuela ha encontrado su forma peculiar de realización del yoga:

Escuela Rishikeish, norte de la India, puso su acento en la movilización energética a través de los chakras o centros energéticos. (Sivananda, Van Lysebeth,..)

Escuela de Madrás, sur de la India, pone el acento en la presencia del cuerpo, la respiración y el pensamiento. Partes de tu realidad (viniyoga) y cada gesto implica la total atención y consciencia.

Las escuelas de origen tántrico (kundalini yoga, el yoga de la energía) se centraron en técnicas de estimulación para despertar la energía adormecida en la base de la columna, la shakti kundalini.

Occidente también está creando sus escuelas, donde se trabaja lo terapéutico en el respeto de la estructura corporal, y también lo terapéutico desde la dinámica de evolución de la persona. Un yoga síntesis que puede enriquecerlo y también una desmitificación para quitarle la parte hinduista religiosa que es propio de una cultura y de una época.

Tradicionalmente el yoga siempre fue el yoga de la energía, Hatha Yoga (aunque ahora se le considere como el yoga del cuerpo, de las asanas, un yoga inferior). Ha es sol, y tha es luna, simbolizan las partes masculina y femenina, así como la energía positiva y negativa, y el objetivo era unir los dos hemisferios derecho e izquierdo, o integrar las dos polaridades, es decir, ir más allá de los pares de opuestos, de la dualidad, es decir, la unión, Yoga.

Ahora bien, la tradición ha reconocido, en su visión trinitaria de la vida, tres caminos de trascendencia del ego. Propiamente nos son yogas sino margas, vías. No son propiamente métodos sino orientaciones de realización:

Karma marga, la vía de la acción desinteresada, la vía del vientre desarrollada a través del desapego.

Bhakti marga, la vía de la celebración de la vida, la vía del pecho desarrollada a través de la autenticidad.

Jñana marga, la vía de la comprensión del plan divino, vía de la cabeza desarrollada a través de la ecuanimidad.

Es a través de este método trinitario del Yoga junto a las vías de trascendenci donde encontramos el verdadero corazón del yoga.

Om shanti.

Julián Peragón




Corregir en Yoga

Creo que todos los profesores de yoga nos hemos preguntado acerca de cómo corregir al alumno en una sesión de yoga, hasta dónde y en qué momento, y quizá la mayoría hemos pecado por exceso de celo o por demasiada condescendencia. Cierto que al corregir lo hemos hecho con la mejor intención, en beneficio del alumno, de su aprendizaje y su bienestar, pero a veces los resultados no han sido los esperados.
Empecemos esta reflexión revisando la misma palabra que a veces nos lleva a confusión; corrección nos recuerda mejoramiento y perfección, pero también este mismo término nos lleva a significados como rectificar, reprender o censurar. El alumno puede sentir tras un gesto de corrección que no lo está haciendo bien, que está equivocado, y puede que la mirada del profesor, real o imaginaria, sea sentida como censuradora.

Si nuestra mirada se convierte en una losa pesada difícilmente el alma del alumno volará en pos de su propia expresión. En este sentido para que la corrección se convierta en un apoyo solidario con el otro y en una compensación liberadora de tensiones nosotros mismos, como profesores, hemos de hacer una seria reflexión acerca del modelo que proponemos en nuestras clases, del aire que se respira en ellas, de la exigencia que media en el trato que tenemos con nuestros alumnos.

Como profesores hemos de evitar el gesto prepotente del que ostentosamente le indica al otro lo que está mal. A veces sólo la presencia hace su efecto, otras una mano reposada en una zona de tensión invita a una revisión postural, también una pregunta sobre cómo te sientes hace que el alumno se sienta escuchado y respetado. Al final la mejor corrección es la que permanece invisible pero que va haciendo su efecto progresivamente.

No corregimos únicamente con la manipulación física, corregimos en primer término con las pautas adecuadas que llevan el ritmo general de la sesión y que ponen matices a las tensiones individuales para su mejor autorregulación. Estas pautas deben dirigirse a tres niveles en la realización de las posturas. Al principio hacemos más hincapié en las pautas de conciencia corporal y respiratorias, en mantener la estabilidad, el enraizamiento, la proyección, simetría, basculación, etc. Pero también, en segundo lugar, hemos de dar pautas sobre el darse cuenta, el transmitir confianza o el abandono, que aflore el sentir de cada uno, cultivando la sensibilidad y potenciando la escucha. Por último, deben de haber pautas sobre la trascendencia dejando espacios para vivir el silencio, para conectar con el ser, para percibir la unidad de lo que nos rodea e integrar las diferentes dimensiones del ser humano sin perder de vista su sacralidad.

A través de estas pautas vamos generando un sustrato de conciencia en el alumno para que él mismo tenga las claves de su propia armonía, del hacer sin esfuerzo. Esta pedagogía inherente en las clases de yoga es la mejor herramienta de corrección, el alumno se autorregula por sí mismo, ayudados de nuestra complicidad. Si por el contrario, nos damos cuenta que hemos corregido la misma postura una y otra vez al mismo alumno es que algo ha fracasado. Puede que la misma inseguridad de éste le impida comprender la sutileza de la corrección, o puede que se establezca una cómoda dependencia donde uno ha perdido la atención.

Recordemos, no obstante, que el yoga es un proceso y que el sthira-sukha como proceso dinámico de encontrar la postura firme y confortable necesita tiempo. Por eso hay un primer tiempo para aterrizar en el yoga, para conocer su lenguaje y sus formas sin necesidad de agobiarse por la técnica y otro tiempo para hacer una corrección precisa, para asentar las bases teóricas de la práctica, para recrear la arquitectura de cada âsana. Primero hay que tomar confianza, después ya se irá profundizando.

Esto no quita que el profesor sea muy riguroso y esté muy atento a aquellas posturas que pueden dañar o a aquellos gestos que generan demasiada tensión. Dicho en otras palabras, el profesor de yoga es un cuidador pero que no hiperprotege pero que tampoco sobreexige. ¿Qué sabemos nosotros de la verdadera necesidad del alumno?

Digamos que cada alumno tiene su ritmo de vivencia y su proceso de aprendizaje que hay que respetar y la meta tal vez no la debe poner el propio profesor sino, más bien, dejarla que se vaya haciendo en un mutuo diálogo, en una escucha profunda. Recordemos los mismos mensajes del yoga que nos recuerdan que no hemos de identificarnos con los resultados. Nunca deberíamos acusar una frustración porque el alumno no avance al ritmo deseado. Nosotros, como profesores, sólo podemos crear las condiciones adecuadas para que se produzca un mejoramiento, una búsqueda personal o un despertar espiritual.

Y es por ello que hemos de cuestionar un modelo fijo e impotentizador que más que dar alas al alumno se las corta. Y este modelo se llama perfección. ¿Cuántos nos hemos sentido incómodos porque no podíamos hacer la postura planteada, inseguros porque nuestras rodillas no articulaban un loto inmaculado en meditación? ¿Realmente el yoga que se ve, el yoga que plasma la perfección de las posturas es el verdadero yoga, el yoga de la unión?

Si bien es cierto que en todas las personas hay un anhelo de mejora, más negado o más potenciado, la búsqueda de la perfección no forma parte de la sabiduría perenne. La perfección no es un ideal de la vida sino del propio ego, de su propia autovalía. Pensar que hay una verdad absoluta o que hay un modelo ejemplar a seguir es negar la biodiversidad propia del universo. Evidentemente la belleza de cada cosa o ser en el universo es ser lo que es, fiel a sí misma, y no queriendo ser otra cosa.

Podríamos sugerir que el término de iluminación no es intercambiable con el de perfección, incluso podrían ser opuestos pues es la pérdida de la perfección y de su ansiedad la que da paso a una aceptación plena de la realidad.

Para el yoga clásico, Ishvara no es propiamente un dios, un dios creador y omnipotente como lo contemplaríamos aquí en occidente; está al margen de la creación. Patanjali lo incorpora en sus aforismos porque recoge elementos de un yoga místico y puede ser un buen estímulo en la realización del yogui. Por eso podemos entrever que Ishvara en realidad es un mega-yogui proyectado en el infinito, un arquetipo de realización para llegar al sâmadhi.

Pienso que el yogui no quiere ser realmente Ishvara sino dialogar con él. La presencia de la divinidad nos ayuda a acelerar nuestra mejoría pero no necesariamente a confundir planos de vivencia.

Evidentemente este discurso lo hemos de llevar a la realidad de nuestras vivencias. Detrás del perfeccionismo hay una ira y un resentimiento que se opone a la vida real, que no acepta las propias limitaciones, que se rebela contra el error con frustración cuando todos sabemos que el error forma parte de todo proceso de aprendizaje, y que los límites representan unos sabios consejos de prudencia. Nada es gratuito en nuestras vidas ni siquiera una tensión.

Cuando enseñamos yoga no es conveniente intervenir demasiado, meramente ser cauce de unas energías que se liberan. Y tampoco hay que invalidar el propio modelo que cada alumno lleva consigo al proponer insistentemente el nuestro, pues no se trata tanto de que nos imiten sino de que se reconozcan y que les entre curiosidad del mismo misterio que aflora en ellos, que como ya sabemos está conectado con el gran misterio.

Por eso si nos aflora una sonrisa interna cuando practicamos yoga es que vamos por buen camino porque estamos saboreando el momento y no nos hemos cegado con la meta. Om Shanti.

Julián Peragón

 

 

 




Cualidades sabias

Ya sabemos que el diablo sabe más por viejo que por diablo. El destino de toda vida humana es ser sabio, extraer de la experiencia un néctar que nos posibilite vivir con más armonía en este universo que a veces se manifiesta como caos y no como cosmos. Y es precisamente esa cercanía a la muerte la que tantas veces, y a regañadientes, nos hace abrir los ojos. Nos recuerda que todo es impermanencia, que nada perdura (ni siquiera nosotros mismos, nuestro cuerpo), y tal vez descubrimos que la vida es un permanente fluir que no permite agarrarnos a nada. La muerte también nos recuerda nuestra humildad ante la inmensidad que nos rodea (cierto que quisimos cambiar al mundo, pero el mundo nos cambió a nosotros), aunque en esa humildad no debe haber frustración o impotencia sino dignidad.

La vida nos recuerda que no sólo hay una dimensión de vida sino múltiples, el arte de transitar por ellas adquieriendo una visión más global es propiamente la sabiduría. Y en ese subir y bajar por los diferentes niveles o dimensiones nos da una relatividad que se manifiesta como frescura, como flexibilidad, y nos recuerda que todo está interrelacionado, que las fronteras son meras marcas mentales que nos dan seguridad pero ilusas. Y aparece otra condición, sólo podemos percibir la maravilla que es la vida si cultivamos nuestra sensibilidad, en el fono si escuchamos sin imponer nuestros códigos estrechos. Para escuchar hay que ponerse a un lado, guardar silencio, acallar al ego. Y es entonces cuando descubrimos que sabiduría es invisibilidad porque uno ya no tiene ni ganas ni energía para subir al estrado, para conseguir méritos y reconocimientos. Desde esa invisibilidad uno ve la verdadera cara de la humanidad. Para el sabio no sólo es aliada la muerte, también lo es el Misterio, pues no se defiende delante de la duda, ni se pone una coraza ante la inseguridad, ni siquiera quiere darle respuesta a todo, ni tampoco tiene necesidad de leerse todos los grandes libros sagrados, pues sabiduría es una actitud de profundo respeto y aceptación del hecho de vivir. Pero ¿qué cualidades tiene que cultivar la persona sabia?, ¿cuál es el verdadero rostro de la sabiduría? ¿cómo distinguir entre el sabio y el erudito o el charlatán místico? ¿cómo reconocer en nosotros nuestras cualidades sabias?

 

GENEROSIDAD
El acto de ofrecer es tal vez más importante que lo que se ofrece. La intención habla más del corazón. Pero hemos de distinguir lo que es una generosidad de catecismo, voluntarista, de una generosidad que nace por rebosamiento, porque uno lo siente así, porque el alma, en definitiva es generosa. Y claro, no se trata de dar cosas sino de ofrecer disponibilidades. A veces lo que cuesta dar más no es dinero sino tiempo, escucha, atención. En el fondo de la generosidad hay una visión amplia de cómo funciona el mundo. La posesividad, el acumular no es más que un miedo del ego, temor de una sociedad basada en la seguridad. Pero no hay nada que diga que la persona generosa le va mal en la vida, al contrario, aquel que da recibe mucho más. Se dice que lo que nunca podrás perder es lo que has dado en la vida, eso nunca lo podrás perder. Cada gesto generoso es una semilla que desmonta una moral caduca, que dice piensa mal y acertarás, si te da algo es porque quiere algo, si está contigo es porque no tiene otra cosa mejor que hacer. Así que cuando somos generosos no lo hacemos sólo por el otro, también lo hacemos por uno mismo, y lo hacemos por el funcionamiento del mundo. La única posibilidad de salvación en este mundo destrozado es la redistribución, que corran los bienes y los servicios, que el dinero sea energía que genere más energía y más proyectos.

RECTITUD
Estamos tan cerca de la barbarie, hay tan poco espacio a veces entre la civilización y la destrucción que nuestra actitud ante el mundo, ante los otros es extremadamente importante. Es necesaria una cierta rectitud pues no todo está bien, de cualquier modo. La ética es la posibilidad de vivir en un mundo digno por el mismo hecho de considerar a la vida importante. Creer en el proyecto humano sin concesiones a una divinidad lejana es, valga la redundancia, especialmente humano. La rectitud es una cierta disciplina ante nuestras tendencias infantiles, o regresivas, o brutales, o egoistas.

RENUNCIA
El mundo es un gran escaparate con infinidad de cosas que nos tientan. A veces, esta modernidad está basada en crear de la nada necesidades que se vuelven imprescindibles en una gran cadena de dependencias muchas de las cuales son sutiles. La renuncia del sabio no es realmente una renuncia al mundo, no es retirarse a la cueva sino un poner atención para poder distinguir lo esencial de lo superfluo. Precisamente se busca una simplicidad no para empobrecer la vida sino para darle más realce, para apreciarla más, para gozarla con más intensidad y sin tantas interferencias. Por ejemplo, la simplicidad del arte zen consiste precisamente en rescatar la belleza de todo adorno innecesario. El querer hacerlo todo porque todo interesa significa estar en la superficie de todo, y quizá no disfrutar con mayor intensidad de eso que uno quiere hacer. Lo que pasa es que la renuncia tiene otro cariz, y es un cariz solidario cuando el 20% de la población tiene el 80% de los recursos, y cuando el exceso y el consumismo es el pan de cada día, la renuncia además es un símbolo de coger del pastel sólo lo que nos toca.

INTELIGENCIA CREADORA
Todos tenemos una inteligencia salvaje, incondicionada que está libre de todo tipo de información, libre de los condicionamientos educacionales. Cuando estás con tus cinco sentidos en cada cosa que haces, cuando está con la totalidad de tu ser y estás despierto, alerta, presente entonces se despierta esa inteligencia. No es la erudición, no es el conocimiento establecido, no es algo fijo que se posee sino una curiosidad sana por aprender de todo lo que nos rodea, de ir a la unidad a través de la multiplicidad de la manifestación del mundo. Y es que esa sabiduría natural tiene que ver con el acto de conocer que es un acto de amar, porque sólo se conoce de verdad aquello que se ama.

CORAJE
También todos tenemos un impulso sano del vivir que no sabe de cortapisas. Parece que la sociedad y la cultura no sabe convivir bien con este impulso del individuo y prefiere medias personas que viven a medio gas y que hipotecan al 50% su energía de vida. Intercambiamos sumisión por triste seguridad. Pero en el fondo sabemos que no se puede vivir con miedo. Vivir detrás de cerrojos y candados como si nuestra alma pudiera ser robada. El coraje de vivir es afrontar los retos de la vida con plena confianza, es poner pasión, y corazón y agallas. Hace falta una fuerte motivación para transitar los caminos del aprendizaje.

PACIENCIA
Hay quien quiere todo y todo ahora como si fuéramos niños que lloran por la teta que ha desaparecido tras un instante. La sociedad nos ilusiona con el tenerlo todo cuando queramos, eso sí, previo pago. Pero es iluso ir a buscar uva en primavera, sembrar y querer cosechar a la semana siguiente. Hay que tener paciencia, de la buena, de la que entiende los ritmos, las mareas, los ciclos, que sabe que hay un momento para hacer, otro momento para deshacer, para ir y para volver, para aprender y para enseñar. Hay que conectar con lo que uno tiene que hacer en cada momento, y el resultado ya se verá. A veces uno tiene que sembrar toda su vida hasta ver el fruto en su vejez.

HONESTIDAD
Si bien la rectitud es una actitud hacia los demás, la honestidad es hacia uno mismo. Hay que vivir desde la propia verdad, sin traicionarte continuamente. Y es que si te autoengañas no podrás ver nunca claro, siempre evitarás un dolor básico que no quieres enfrentar, y ese rodeo significa entrar en la mentira. La honestidad te hace libre pero la mentira te aprisiona porque gastas mucha energía psíquica para sostenerla, para que todo cuadre, para que no se desmonte el montaje que has hecho de tu vida. Tu propia verdad no es la verdad que tu quieres que sea, no es la verdad que te autoimpones, no es la verdad del maestro, es tu propio proceso, tu propia dinámica, tu sesgo mental, cómo vives, cómo sientes. Entonces es cuando es necesario ser coherente con la propia vida para que no haya un escisión patológica. Hablar de cosas bonitas y trascendentes cuando nuestra vida es un desastre.

PERSEVERANCIA
Si uno no acaba el primer dibujo que hace no podrá pasar al siguiente, y ese dibujo inconcluso estará presente en todo lo que hagas, fantaseado, disfrazado, interfiriendo. Hay que acabar las cosas porque sino no se encarnan y es entonces que nos quedamos en el aire, sin suelo, sin raíces. Cierto que el mundo ofrece una resistencia a nuestro deseo pero por eso mismo lo que llevamos a término tiene un valor porque ha requerido de nuestro esfuerzo y de nuestra entrega. Trabajar la perseverancia es cultivar la energía del guerrero. La intención de acabar con lo que uno se ha comprometido te da poder personal porque sabes que cualquier ventisca que encuentres en el camino no te va a mover de tu decisión. Con esa perseverancia uno se vuelve más real porque sabe lo que es encarnar los deseos. Miguel Ángel extrayendo el David de un bloque de mármol. Su imaginación lo hizo en un segundo pero fue necesaria la perseverancia para extraer el mármol que sobraba a esa imaginación.

COMPASIÓN
La compasión por el otro está basada en un reconocimiento profundo de su interior. Todos somos hijos de la vida e hijos de Dios porque hay un fondo sagrado en lo que somos. Todos formamos parte de lo Uno, somos las mil caras de un mismo ser. También hay la comprensión de que estamos todos en la misma barca, que de nada sirve que se salve uno si no nos salvamos todos. En este sentido aparece un amor por el otro no egoísta, un cariño y una tolerancia por el que el otro es, por su potencialidad. Más que poner el dedo en la llaga, más que resaltar el error del otro, la compasión es apostar por lo que todavía está vivo en el otro, por su sensibilidad, por su dolor, su incomprensión. Y no es tanto en el dolor, en la queja, en la victimización, en la crítica, en la propia inseguridad. Pero también está el que hace sin atender a la realidad, el que proyecta alegremente, el que cree que todo es color de rosa, el que siempre está positivo, alegre pero no tanto como emanación sino como defensa ante la cruda realidad.

ECUANIMIDAD
El sabio encuentra el camino del medio, la ecuanimidad. Pero esta ecuanimidad no es indiferencia sino apertura. De hecho las cosas no son buenas o malas, en realidad son neutras. Hay una gama infinita de posibilidades en cada situación, la vida tiene matices, sutilezas. Lo que desde una óptica es malo, desde otra no lo es tanto. A veces aprendemos más de los errores que de los aciertos, y una situación difícil nos conecta más con nuestra realidad. La ecuanimidad nos hace salir de la prisión maniquea, simplista de ver al universo demonizado o divinizado.

PERDÓN
El perdón es de lo más difícil porque el que está herido es nuestro ego, y el ego no perdona porque se siente herido en su omnipotencia. Es difícil. Pero si no perdonamos en nuestra vida, si llevamos a cuestas todos nuestros odios, se envenena nuestra sangre, se contamina nuestro humor, se enrarecen nuestras relaciones. Aprender a perdonar es una limpieza terapéutica, es resolver las cuentas con el pasado que ya no podemos cambiar de ninguna manera. Nuestros padres hicieron lo que pudieron, nuestros amigos llegaron en su amistad hasta donde llegaron. Todos llevamos a cuesta nuestros errores y nuestras dificultades. Lo importante es no quedarse sólo con la propia óptica, con la propia verdad. Habían diferentes ópticas y propuestas, y no importa tanto quien tuviera razón sino lo que significaba eso que se estaba viviendo. Si un árbol no cicatriza sus heridas no podrá seguir creciendo.

ALEGRÍA
En parte somos víctima de la cultura, de la separatividad que marca el ego, de la competitividad que hay en el fondo de las reglas sociales. Acostumbramos a ver al otro como un competidor más, como un límite a mi deseo, un obstáculo en mi trayectoria. Aparecen los celos, las envidias, el boicot, la crítica. Entonces se vuelve difícil sentir simpatía por los demás, alegrarse por la felicidad de los otros cuando nosotros no somos felices. Pero es que la sabiduría nos dice que todos nos vamos a morir y más que ponerse dramáticos uno conecta con la simplicidad de la vida, y ver el rostro en el rostro del otro, cuando habitualmente veía gente, cosas, máquinas humanas. Esta alegría surge cuando uno se empeña en habitar un mundo humanizado, el que está en la ventanilla es un ser humano, en el coche que hay delante hay un ser humano. También hemos de decir que esta alegría que no es superficial ni se manifiesta en carcajadas es contagiosa, algo se transforma en este no juicio por el otro, en este alegrarse por los aciertos y los descubrimientos que hace el otro. Y está claro que hay infinitas cualidades más que el sabio contempla como es la humildad, la invisibilidad en el sentido de volverse anónimo, de pasar desapercibido, de no buscar recompensas por las buenas acciones. También el sabio mantiene su capacidad de relatividad de las cosas pues todo es impermanencia y todo cambia, así tiene una visión global y no estrecha de las cosas. El sabio además es sabio en el dejarse ser, no aspirando ya a la perfección, es espontáneo, y desde esa espontáneidad su hacer es profundamente creativo.

Julián Peragón

 

 




En el mar de la meditación

La vida es, al igual que nosotros mismos, una paradoja, vivimos siempre al borde de la incertidumbre con la muerte pisándonos los talones, y hasta en el mismo yo que pronunciamos luminosamente cada día hay agazadapa una duda existencial que nos llena de desasosiego. Somos, por así decir, arrojados al mundo y nos pasamos buena parte de la vida buscando las claves a este por qué. ¿Quién soy yo realmente?, y ¿para qué todo esto que vivo?
La visión que tenemos de las cosas, del mundo que nos rodea apenas es un caduco traje hilvanado por cuyas costuras la vida real se escapa. La vida, a nuestro pesar, es laberíntica, frondosa e incontrolable. Se expande infinitamente hacia arriba de las estrellas y hacia abajo de los átomos, se pierde más allá de los mares, de las montañas y grutas. A la luz de una lupa, un caracol se vuelve extremadamente complejo, de otra manera con el enfoque de un telescopio, una galaxia se vuelve inabarcable desde nuestra tímida y limitada razón. Pero sin necesidad de irnos tan lejos, ¿qué percibimos cuando enfocamos hacia nosotros mismos?

Cuando meditamos lo hacemos para esto, para enfocar nuestro interior. Nos sentamos cómodamente sobre un cojín, hacemos los ajustes necesarios para que las piernas encuentren una base sólida desde donde la columna se yergue en vertical y cerramos los ojos. Es entonces cuando el chicle del tiempo se alarga y nos hace sufrir cada segundo cuando la mente encajonada se resiste queriéndose evadir del presente. ¡Qué difícil es estar, simplemente estar en uno mismo!.
Si pudiéramos calmar ese oleaje de la mente podríamos ver un poco más claro. Si el lago de nuestra mente estuviera calmo podríamos ver el fondo. Por eso decimos que la meditación es la vía de la serenidad porque sin calma ni relajación difícilmente podríamos abordar el conocimiento interno. Y es que la dinámica de la vida se parece al movimiento de una manivela que cuanto más le das más inercia toma. Meditamos para salir de esa espiral estresante y un poco absurda de las acciones.
Nos paramos, no sólo para que los residuos de la mente se sedimenten sino, también para que el cuerpo encuentre un espacio de reequilibrio donde cada parte corporal contagie a su vecina casi por ósmosis. Es entonces cuando la quietud de la postura nos permite darnos cuenta precisamente de todo lo que nos está ocurriendo. Hay cosas que ocurren en la superficie de nuestra vida de las cuales somos más conscientes, pero muchas otras transcurren en las aguas subterráneas de esa vida y pasan desapercibidas. Y sabemos que el mar (de nuestro inconsciente) tarde o temprano lanza a la orilla lo que se ha tragado, lo que ha reprimido. La meditación nos sirve también para eso, para darnos cuenta del pasado irresuelto o del desplazamiento de nuestra vida hacia el futuro alejándonos del presente que tenemos delante. Como un doble espejo, la meditación nos muestra no sólo la cara sino también el trasfondo, y nos muestra si estamos atrapados en el pasado o especulando con el futuro.

Hasta aquí tenemos dos partes fundamentales de la meditación, serenidad y consciencia que van de la mano y se imbrican mutuamente. Dos pilares sólidos para sostener nuestro propio crecimiento personal.

Como la vida es tan ancha y tan alta, como insinuábamos al principio, su ley universal se nos escapa, su sentido rezuma amoralidad, su inteligencia se vuelve desconcertante. Sin embargo la ley humana necesita casar de alguna manera con ese todo, necesita hacerse hueco y reencontrar siquiera con las delgadas huellas que nos deja el espíritu un sentido de vida que dignifique nuestros actos y que inagure la participación que todos hacemos en esta humanidad y en esta época. La meditación es un buen espacio para avivar esa búsqueda que sólo nosotros podemos hacer. Las verdades que otros tienen para nosotros, por muy maestros que sean, deslucen esas piedras esperanzadoras que cada uno encuentra en su camino por sí solo.

Saber templar la mente y poner atención pero para qué Tal vez para hilar los diferentes actos contingentes que vivimos a la desesperada con un fino hilo de luz, ahí donde las cuentas se encuentran unidas en un collar.

Si pudiéramos reunir a todos los sabios y místicos de todas las épocas y tradiciones y les preguntáramos qué hay de bueno en la meditación, seguramente nos dirían, como afirma la filosofía perenne, que la meditación es una ventana para sentir que todo está profundamente interconectado y además es interdependiente. Nos dirían que hay que cerrar los ojos enmarañados del mundo de los hombres para abrir el corazón al mundo del espíritu y así dejar de estar aislados. Gran parte de esa neurosis del individuo medio en nuestras sociedades es debida a esa desconexión con su interior que imposibilita además la relación con lo sutil que nos rodea.

Meditamos para constatar que lo Profundo con mayúsculas habita dentro nuestro. Es nuestra chispa de divinidad la que dialoga con el gran Todo. Un tú pequeño como una gota de agua que habla en intimidad con el Tú inmenso como un océano. Y para ello no necesita iglesias ni doctrinas, parafernalias religiosas y rituales complicados. El ser se basta a sí mismo cuando el coraje y la fe lo sostienen.

Cada vez que nos sentamos a meditar morimos un poquito, conscientes de que morimos un poco cada día, conscientes de que la muerte es la única certeza de la que disponemos. Aprender a morir es en el fondo un aprender a vivir plenamente. Sólo aquel que vive intensamente encuentra pleno reposo en la muerte. La muerte es la gran cuestionadora de los grandes artificios que hemos creado, de las vanas dependencias que mantenemos.

Y en este cara a cara con la muerte es el ego el que libra la batalla. El ego expresa ínfulas de eternidad, lleva ropajes reales pero su cuerpo es simiesco. En verdad el ego no es humano pues la mitad de su esencia son corazas defensivas y la otra, armas para atacar al prójimo. Pero en esa batalla no puede morir el ego pues cumple una función precisa, la de llevar el timón del barco, en medio de la inmensidad que nos rodea, el ego es un buen mediador entre los diferentes planos de realidades. Mas bien se trataría de trascenderlo, de tal manera que el ego se pliegue ante el Ser y no lo usurpe como suele hacerlo.
Como diría Nisargadatta, «mi corazón me dice que soy todo, mi mente que no soy nada, entre ambos discurre mi vida». Meditamos para darnos cuenta de que el amor es la mayor fuerza de transformación que existe, un pegamento universal que anida galaxias y que mantiene en su seno a todos los seres. Pero al mismo tiempo que el amor nos permite abrazarlo todo, la comprensión lúcida de las cosas nos dice que somos menos que un grano de arena, una brizna minúscula en la gran cadena de la vida, nada de lo que merezca la pena enorgullecernos. En el viaje meditativo pasamos del calor del corazón al frío de la mente, pasamos de una Madre inconmensurable que nos lo ofrece todo, a un Padre descarnado que nos lo niega. No nos extrañe que la meditación sea por momentos una cuerda floja donde hemos de mantener el equilibrio y a la vez sea un buen acicate de nuestra consciencia.

En la meditación sobretodo nos damos tiempo, tiempo de sobras, y en ese tiempo dilatado, si apuramos nuestra observación, si profundizamos con nuestra inteligencia y absorvemos con nuestra intuición nos damos cuenta que todo, aún lo más tangible, está rodeado por una neblina ilusoria. Las realidades que percibimos fuera se mantienen por un sistemático sistema de valores internos. Cuestionando este sistema de valores inculcado nos damos cuenta que las cosas no son como hemos creído siempre que eran. El mundo aparece más fugitivo que nunca, todo cambia de un momento a otro, hasta nosotros mismos ya no somos el de ayer, la vida se torna efímera, mutable, transitoria, polimorfa dejando, si cabe, un rastro de belleza. En eso radica la meditación, transitar de la realidad a la Realidad, perder la ingenuidad ante el mundo para recobrar otra Ingenuidad, la de una mirada nueva.

Tal vez por eso, el viaje meditativo sea un tránsito de lo profano, donde cada cosa se aferra a su representación independientemente de todo lo demás, a lo sagrado, donde nada es lo que aparenta y todo se reclama mutuamente.

En esta inmersión en lo sagrado, la meditación consiste en prestar oído a un llamado. Cuanto más sutil es la voz del espíritu, más tenemos que limpiar los oídos de la percepción y pulir los canales de la intuición para poder alcanzarla. En parte el camino espiritual es un camino de purificación y en parte es un camino de servicio desinteresado donde hasta las propias esperanzas de realización necesitan desaparecer para que aparezca la gracia.
En todo esta progresión, comprendemos que la meditación es un viaje y que las técnicas son meramente medios de transporte. El deseo profundo de todo viajero es el de aterrizar, nunca de permanecer en el avión. El destino siempre es el aquí y el ahora, tan eternos que no desaparecen nunca.
Cuando buceamos en este presente eterno encontramos tesoros como la libertad y dejamos lastres como la perfección, nos encontramos con el buen humor del sabio que sabe como desdramatizar la vida para rescatar lo esencial y dejamos de manipular para conseguir cosas y amores porque la Providencia provee más de lo que nuestra inseguridad teme y menos de lo que nuestros deseos quisieran.

Con todo, de poco nos sirve querer tener todas las respuestas. Del Misterio que nos envuelve podemos hacer magia, de la debilidad innata como seres que somos podemos edificar fortalezas, de los males del mundo que nos acosan revisar nuestra alma.

Son éstas las viejas paradojas, tantos caminos recorridos para volver donde ya estábamos; tantos esfuerzos para dejarnos ser simplemente; tener que cerrar los ojos en quietud para descubrir los confines del universo.

Julián Peragón




Entrevista a Lama Tashi Lhamo

Julián Peragón: Desde occidente nos cuesta reconocer las diferencias, en la forma o en la esencia, de las grandes líneas del budismo, Mahayana, Hinayana… ¿qué nos dirías?¿En realidad hay diferencias muy notables?

Lama Tashi: La diferencia está en la forma de aplicar los medios hábiles o técnicas y en el criterio general. Un ejemplo clásico que ilustra bien la diferencia entre Hinayana, Mahayana y Vajrayana es comparar nuestro estado de confusión con un vaso con veneno. Según el Hinayana, en el cual lo principal es salir de la situación del sufrimiento, las técnicas o medios hábiles están enfocadas a la protección del sufrimiento aplicando la renuncia, se trataría de apartar el veneno de nosotros como algo dañino. A nivel filosófico, en el Hinayana las enseñanzas se enfocan desde la ausencia de identidad del yo, puesto que éste es la raíz del sufrimiento y el medio hábil es la protección respecto a no involucrarse en situaciones de peligro de la vida ordinaria, enfocando ésta en un entorno monacal; de hecho el ideal de vida sería el del monje.

En el Mahayana o gran vehículo hay unos medios hábiles que trabajan de un modo más amplio. Su visión filosófica es también la ausencia de identidad del individuo, pero también añade la ausencia de identidad de todos los fenómenos del universo. Hay un cultivo del amor y la compasión de una manera más amplia o universal. Para llegar a la comprensión de que todos los fenómenos carecen de identidad propia y para entrenarse en el cultivo del amor y la compasión, la involucración en las situaciones de conflicto son necesarias, puesto que el roce con la vida forma parte del entrenamiento del bodhisattva, permitiéndole confrontar su tendencia al escapismo y otras situaciones, ya que si no hubiera ese roce con la vida no habría ocasión para practicar. Volviendo al ejemplo anterior, se compara a beber el vaso de veneno, pero éste no daña al practicante porque tiene el antídoto de que todos los fenómenos son vacuidad (carecen de identidad propia independiente).

Por último, el Vajrayana sería un aspecto del Mahayana en el cual hay unos medios hábiles o técnicas de yoga y otras procedentes tanto del tantrismo como del chamanismo tibetano (recordemos que el Vajrayana adoptó en Tíbet un estilo particular), pero cuya base es la misma que en los anteriores vehículos, es decir, la ausencia de identidad de todos los fenómenos y del yo, así como el cultivo del amor y la compasión de un modo amplio; sin embargo, allí donde el Mahayana entraría a relacionarse con el entorno en el cultivo de la compasión y en la apertura de corazón que le llevaría a madurar la apertura de conciencia y ver la no sustancialidad de todos los fenómenos, en el Vajrayana se añade el criterio de que todo es puro desde el origen. Uno se sitúa, a nivel del resultado, en el cultivo de esa visión pura que es consecuencia de la apertura de corazón y de relacionarse con los obstáculos de un modo distinto (no con aversión, sino como formando parte del camino), surgiendo una ausencia de temor al relacionarnos con las cosas de otro modo. En este caso, se dice que no sólo puedes beber el vaso con veneno (al ser antídoto no hace daño), sino que incluso el mismo tóxico del veneno permite que puedas cultivar todas las realizaciones. Por eso, un símbolo del Vajrayana es el pavo real: se dice que las plumas del pavo real, su color metalizado, provienen de sustancias tóxicas que puede comer el pájaro, mientras que a otros les haría daño.

Lo que hay que comprender es que los tres vehículos no son excluyentes, sino que forman un proceso parecido a esa muñecas chinas que van encajándose una dentro de otra. Un practicante que considere que está en el Vajrayana aplica también las instrucciones del Hinayana y del Mahayana porque también son edades de la persona. Uno no puede integrar ciertas cosas de repente, sino funcionar de un modo más perfeccionista, ya que si nos involucramos de un modo directo, la confusión puede ser más poderosa que nosotros, siendo en este caso lo correcto apartarse de la situación, aunque con la idea de que el aspecto negativo no está en la situación en sí, sino en el modo en que nos relacionamos con ella, utilizando la situación conflictiva no para cultivar la aversión hacia el mundo o hacia otros aspectos negativos, sino ver que es nuestra relación con la situación (como la falta de compasión, de sabiduría) lo que hace que esa persona se aparte.

Eusebio: ¿Se puede decir que en el vehículo del Vajrayana es el propio tóxico no que nos libera?

Lama Tashi: El tóxico no libera en el Vajrayana, sino que es incorporado como una cualidad. El practicante sería como un alquimista que puede transformar dicho tóxico. La transmutación viene del enfoque del Mahayana, es decir, de la comprensión de la vacuidad y el amor y la compasión inseparables de la pureza fundamental de todo.

Eusebio: ¿Es esto aplicable a nuestro modo de trabajar los pensamientos en la meditación?

Lama Tashi: Nuestro modo de trabajar con los pensamientos no tiene ese nivel. En el sentido de utilizar la misma lucidez que percibe el pensamiento para incrementar la lucidez puede estar conectado, pero no es lo mismo, puesto que esto serían prácticas más avanzadas.

Eusebio: Tú enseñas a tus estudiantes la meditación Shiné desde la perspectiva de prácticas más avanzadas del Vajrayana como el Dzogchen o el Mahamudra. ¿Puedes hablarnos sobre ello?

Lama Tashi: Trabamos con el Shiné desde una perspectiva más avanzada porque estamos potenciando la experiencia de la apertura y la claridad durante el proceso, así como la interrelación de los medios hábiles, que es un modo que nos acerca a la experiencia. En este caso potenciamos el amor y la compasión unida a la comprensión de no sustancialidad. Igualmente, para comprender la no sustancialidad también nos basamos en la lucidez desnuda de etiquetación. Todo esto son instrucciones de prácticas más avanzadas que el Shiné. Puedes acercarte a una práctica desde un criterio u otro y el que nosotros estamos trabajando es el Vajrayana. La manera de dar las instrucciones son del Vajrayana.

Julián: Para nuestra mente inquieta, la disciplina de sentarse en meditación es un suplicio. ¿Qué pasos básicos aconseja la meditación Shiné para iniciarse en esta vía?

Lama Tashi: Eso siempre le pasa a todo el mundo que se sienta a meditar por primera vez. Lo que hay que hacer primeramente es seguir las instrucciones de alguien que tenga experiencia y mirar cómo te relacionas con la experiencia de estar sentado; por ejemplo, ¿de dónde viene la irritación? Muchas veces la irritación tiene que ver con el rechazo; en ese caso habría que cambiar el rechazo por un antídoto, como es la tolerancia y el abrir. Contra más abres, menos suplicio o irritación hay pues ésta viene de la lucha contra lo que aparece (normalmente el rechazo del pensamiento).

Pero si no hay que rechazar el pensamiento, ¿quiere esto decir que hay que dejarse llevar por los pensamientos? No, esto sería una distracción. ¿Qué tengo entonces que hacer? Hace falta un instructor; éste te va a decir que aproveches la irritación para darte cuenta de cómo te relacionas con los pensamientos para que cambies la manera de relacionarte con ellos.

Eusebio: Tu método trabaja simultáneamente el cultivo de la atención con un reconocer desnudo de etiquetación. ¿Hay que incorporar el movimiento de los pensamientos en la meditación? Alguna vez has dicho que lo realmente importante no es tener la mente en calma, sino descubrir la mente; sin embargo, ¿no es el objeto de la meditación llegar a la quietud o calma mental? ¿Cómo integrar el movimiento de los pensamientos dentro de la supuesta calma? En tus enseñanzas dices que el surgimiento del pensamiento y la sabiduría que reconoce son simultáneos…

Lama Tashi: La práctica del Shiné es muy importante porque permite estabilizar la mente. Un ejemplo tradicional es comparar la mente al océano y los pensamientos al oleaje que hay en el océano. La práctica de Shiné consiste en serenar el océano. Para alcanzar esa serenidad, si vamos con la idea de que calmar la mente como si las olas que surgen en la mente son diferentes de la propia mente, nos lleva a un error; es decir, a buscar una calma en la cual el pensamiento y el espacio en que éste surge son considerados como algo diferente. Esto lleva a prácticas en la cual aparece una calma artificiosa que no está unida a la sabiduría que reconoce que el pensamiento es como una ola y la mente es el océano, es decir, mente y pensamiento son lo mismo. Esto es fundamental.

¿Por qué dice la Lama que no hay que ir a buscar la calma? Porque ir a buscar la calma es ir a buscar un pensamiento o idea a propósito de la mente. Cuando se parte de esa idea, uno rechaza lo que ve: si lo que ve son pensamientos, rechaza el pensamiento porque persigue una idea de lo que tiene que ser la meditación y fácilmente cae en procesos de retención de pensamientos o de intentar vaciar la mente de pensamientos. Ambos son errores. ¿Por qué? Porque el pensamiento es la claridad misma de la mente, y la naturaleza de la mente es claridad.

Eusebio: ¿Por qué hace falta serenar la mente?

Lama Tashi: Serenar la mente es extremadamente importante, puesto que nos permite descubrir cuál es la naturaleza de la mente, es decir, qué es el pensamiento, qué es el espacio donde éste surge y cómo surgen los pensamientos. Ambas cosas tienen que ir unificadas. Hay que llegar a un estado de serenidad a través de la sabiduría que ve. Esta necesaria porque sin ella la mente es incapaz de penetrar en estados de profundidad en la meditación, y se quedaría en la superficie de la distracción del pensamiento. Sin embargo, un practicante avanzado, aunque descubra de vez en cuando un pensamiento, no se distrae, pues es capaz de utilizar la misma lucidez que ve el pensamiento para incrementar la lucidez de la práctica de la meditación, ya que unifica la lucidez con el espacio. Pero ésta no es la forma de meditar de un principiante. Para el principiante que considera que el pensamiento, el que piensa y el espacio en que surge son distintos, cualquier pensamiento que surja le atrae y se involucra en él. Entonces ve la ola pero no ve el océano; si viera que la ola surge en el océano y que ambos son lo mismo, no habría realmente distracción, sino que habría conciencia o sabiduría de la no separación entre el que ve el pensamiento y el espacio.

Las instrucciones que doy son Shiné para serenar la mente porque gracias a ello la mente se vuelve más dócil y nos obedecerá en las propuestas que le demos. Por ejemplo, si decimos, «lleva la atención al canal central», se situará en dicho canal, y así en las diferentes prácticas. Sin embargo, no solamente será dócil, sino que por el modo que tenemos de trabajar hay paralelamente una comprensión vivencial de cómo es la mente. Esto es extremadamente importante. Uno ve cómo surgen los pensamientos, por qué surgen, cómo surge la agitación, cómo aprovechar la energía del pensamiento, cómo quedarse en la apertura clara de la mente, cómo integrar el movimiento como siendo parte de la naturaleza de la mente…, todo eso es fundamental para un meditador porque de lo contrario no descubre lo que es la mente en sí.

Eusebio: ¿Y es así como empiezas a trabajar con tus estudiantes?

Lama Tashi: Exactamente. Por eso el tipo de enfoque que damos es un Shiné que está impregnado de enseñanzas Mahamudra y Dzogchen. Cuando la mente sea dócil y pasemos a Vipasana o a otras prácticas superiores, el estudiante tendrá a la vez la sabiduría de haber vivenciado no solamente un estado de calma en el sentido de aquietamiento, pues hay muchas cosas que pueden calmar la mente, como recitar muchos mantras, una buena sesión de yoga, etc., pero no sólo se trata de aquietarla o despejarla: se trata de comprender directamente a nivel vivencial lo que es la mente. Podríamos leer un libro o un tratado sobre meditación, pero leer un tratado y vivenciar no es lo mismo. Vivenciarlo en ti es lo que te libera, porque ves y, cuando empiezas a ver, es como el que ve el truco a un ilusionista. Cuando se unifica la sabiduría que ve con la habilidad del entreno (la docilidad a la que va acostumbrándose la mente), acabamos desembocando en un Shiné con conocimiento, muy unificado a Vipasana, que es la práctica que viene a continuación.

Eusebio: Algunos estudiantes que asisten a tus cursos por primera vez te preguntan por qué no empezar a meditar directamente sin soporte o por qué no comenzar antes con la meditación Vipasana. ¿Esto está conectado con lo que has explicado?

Lama Tashi: Naturalmente. Es muy fácil confundir la calma con estados de evasión o de sopor sutil. Si un principiante empieza a meditar directamente sin soporte, no descubre lo que es el sopor sutil y lo que es la evasión. Pero si tienes la propuesta de tener la atención en el soporte, ésta te muestra si caes en la evasión (porque en este caso no hay conciencia del soporte) o si caes en el sopor sutil (en este caso ves el soporte de una manera turbia). La conciencia de estar atento al soporte permite que el aspecto de la claridad no se descuide.

Eusebio: ¿La claridad tiene que ver con el movimiento? ¿Qué relación hay entre el espacio abierto y la claridad?

Lama Tashi: La claridad es también movimiento. El espacio y la claridad son lo mismo, es la apertura del desbloqueo de la lucidez; y este desbloqueo incluye movimiento, o sea, es el aspecto de energía del espacio (también podríamos descubrirlo como el juego creativo de la claridad).

Eusebio: Si los pensamientos son claridad y movimiento, ¿quiere esto decir que es positivo que se presenten pensamientos en nuestra meditación?

Lama Tashi: Hay que reposar y gozar de la claridad del pensamiento, no cabrearse con los pensamientos. En la práctica del Shiné no importa el contenido del pensamiento. Lo que hay que descubrir es que debido a nuestra relación con la apariencia del pensamiento que surge, da la ilusión de que el pensamiento y el que lo percibe son autónomos. En cuanto surge la conciencia del pensamiento, y nos apegamos a la claridad que percibe, aparece el pensamiento (lo percibido) como si fuera algo autónomo. A continuación, parece que hubiera una cierta distancia o relación con lo que ves, y aparece entonces el apego y rechazo, la etiquetación conceptual, etc., pero todo ese proceso pasa por alto para nosotros normalmente, pues confundimos la etiquetación con la sabiduría, creyendo que aquélla es la inteligencia que ve y que el pensamiento es algo autónomo o diferente del que lo ve y del espacio en el que surge.

Por tanto, cuando una persona está meditando en Shiné, no se trata sólo de serenar el movimiento, sino de descubrir el proceso que hemos descrito. Descubrir este proceso es lo que libera la mente en el seno de la claridad serena. Una vez sucede esto, se puede pasar a niveles superiores de práctica en los cuales uno descubre que el que percibe y lo que es percibido no son autónomos, siendo capaz de dejar la lucidez libre de separación. Cuando además fusionamos esa lucidez con el espacio en tanto que no ejerce ninguna posesividad sobre el proceso de lucidez, entonces es cuando se puede empezar a vivenciar que el movimiento, el espacio y la claridad son a la vez. Si a la sensación de ilusión que nos da la apariencia del movimiento que parece que se manifiesta en un sitio y desaparece en otro, te das cuenta que es una ilusión, esa sensación desparece.

Eusebio: “Es entonces, al reconocer que todos los fenómenos son una manifestación de la clara luz de la mente cuando trascendemos la separación entre samsara y nirvana”, son palabras de tu maestro (Khenpo Tsultrim Gyamtso Rimpoché).

Lama Tashi: Exactamente. Consecuencia de esto es una habilidad en poder entrar dentro del movimiento emocional, dentro del juego de la propia mente. Uno cambia su manera de relacionarse con las cosas y es capaz de utilizar la confusión en el sentido de que puede ver que el mismo movimiento de la emoción (la sensación de que hay alguien a quien le está pasando eso) no es más que un juego de la mente. Sin embargo, con esto no estamos diciendo que no exista. La tendencia hacia el eternalismo, que es la fijación en la creencia de que las apariencias son autónomas y que exiten por sí mismas, no es sustituida por una idea de que las cosas no existen (nihilismo); lo que uno descubre es el no bloqueo del juego claro de la conciencia y, en el seno de este juego de la apertura, aparecen todas las cualidades propias de la mente despierta (amor, compasión y todas las cualidades que son parte de la naturaleza básica del ser).

Julián: ¿Pero en realidad qué ocurre en esa experiencia cumbre de realización si es posible ponerla en palabras?

Lama Tashi: Hemos hecho un intento de poner en palabras, pero esto es peligroso porque damos de nuevo un objeto de referencia a la mente conceptual o intelectual, que intenta de algún modo poseer la experiencia a través de una idea. Esto es imposible porque la experiencia real trasciende ese proceso de la mente dual de conceptos. Lo único que podemos decir es -como ya hemos apuntado- que se trata de un estado de desbloqueo de la lucidez, de las cualidades claras de la conciencia, la lucidez de que estas cualidades son dinámicas…, de igual modo que en un rayo de luz hay todos los colores del arco iris, cuando hablamos de claridad incluimos el juego de todas las cualidades de la conciencia.

Julián: Cuando iniciamos un camino espiritual entramos a menudo desde nuestro ego. Nos imaginamos el nirvana o la iluminación como un paraíso que no es más que el ideal del propio ego, de los propios sueños.

Lama Tashi: Exactamente es así. El descubrir esto está muy bien; es el primer paso para acercarte a la auténtica experiencia: el descubrir la diferencia entre imaginar algo y la realidad desnuda. La auténtica realidad es la realidad desnuda, «es lo que es». Entonces, en el camino espiritual, uno tiene que ir abandonando cualquier idea a propósito de «lo que cree que es», tanto en la expectativa de alcanzar algo como en los temores de no alcanzar (esto aparece a menudo en los textos budistas). El mismo proceso del sendero va limpiando las ideas que uno tiene sobre el sendero; es decir, yo ahora estoy hablando de una manera muy técnica, o intento explicar cosas, y paralelamente te das cuenta que el método, o el sendero, o las explicaciones, no son la experiencia en sí; no es nada más que un modo indicativo o algo que te ayuda a situarte, pero la experiencia en sí es natural en el sentido de que no es fabricada; desde luego, el camino espiritual no la fabrica, simplemente te marca una metodología para descubrir cosas y en ese descubrir vas abandonando toda idea o proyección respecto a aquello que quieres descubrir.

¿Y cómo se consigue esto? Cada paso que das te va mostrando que el sendero es así, que es el irse desnudando de ideas o confusión respecto al camino o respecto a uno mismo.

Con esto me refiero – como bien dice Arjuna – al sentido de confundir la iluminación con los propios sueños (por eso uno de los libros que recomiendo leer es Más allá del materialismo espiritual, de Chögyan Trungpa Rinpoché, pues es fundamental para entender este tema).

Nosotros empezamos a practicar con una tendencia egocéntrica. Éste es nuestro punto de partida, no existe otro. Y a medida que vamos practicando, nos vamos haciendo conscientes de la dispersión con la que practicamos. Al ir liberando esta dispersión, la práctica te va acercando más a un estado de desnudez. Contra más desnuda es, más cerca estás de la experiencia y cuanto más cerca estás de la experiencia, más te das cuenta que era lo que era, desde siempre. Por otro lado, esto es chequeable; es decir, los pequeños momentos de experiencia que uno tiene, poseen ese mismo sabor, lo que te va asegurando que el sendero que recorres no es una fantasía más, sino que es verdadero.

Eusebio: En tus enseñanzas nos alertas a menudo sobre los peligros de confundir anhelo espiritual con ambición personal, convirtiéndonos en una ardilla que va guardando trozos de naturaleza en su árbol, pero no se abre a la naturaleza (cuando el ego ve un logro también lo guarda en su arbolito). ¿Quiere esto decir que ética y sabiduría hay que trabajarlas de forma conjunta?

Lama Tashi: Efectivamente. La ética tiene que ver con el medio hábil, o sea, con el modo en que nos relacionamos con la situación. Este modo ha de ser a través del amor, la compasión y todas las manifestaciones que salen de él (generosidad, paciencia, etc.). ¿Por qué es esto así? Porque es comunicativo; es decir, esa tendencia a separar el sujeto que percibe y el objeto percibido, así como todo el juego de auto protección del ego a través de actitudes que son más de abrir y de comunicar con la experiencia es más fácil cuando el proceso de sabiduría va acompañado con un soltar nuestra identificación con el ego. Ayuda a reunir las condiciones favorables para que eso aparezca. Y además te ayuda a integrar todo aquello que vas experimentando de una forma progresiva (que normalmente suele ser el aspecto confuso de nuestro interior, como egoísmo, orgullo, celos, etc.); es decir, al comunicar con la experiencia, eres capaz de mirar la esencia de lo que hay de un modo en el cual detrás de esa mirada no hay un afán de destrucción o de aniquilar (eso sería un aspecto de aversión). Ese aspecto de abrir es, por un lado, un antídoto al aferro que da solidificación a las cosas y, por otro lado, un antídoto a la aversión que intenta apartar las cosas, solidificándolas también.

Julián: Quizás, desde la perspectiva de la meditación, el ego es un instrumento y no hay que destruirlo ¿Cuál es la función del ego para que no interfiera con nuestra esencia?

Lama Tashi: Ya que desde el principio el ego no tiene existencia propia, no se puede destruir. No obstante, la cuestión a comprender radica en que el ego es una falsa percepción. El ego desaparece en un momento determinado, pero mientras está presente, en tanto que distorsión, es utilizado para descubrirlo, ya que el ego también es un síntoma que te muestra dónde está la distorsión. Es decir, la misma presencia del ego como proceso en sí nos muestra dónde investigar; pues si no contáramos con ese síntoma, no sabríamos dónde investigar. Esta investigación te lleva a ver que el ego no es nada más que un juego ilusorio, una aprehensión, un aferro que uno hace sobre una serie de situaciones o movimientos internos, dando la impresión de que hay alguien ahí. Por tanto, cuando se dice que hay que utilizar el ego durante el sendero, no se refiere a apoyarse en él para ir a otro sitio, sino a utilizar el mismo proceso para descubrirlo, pues es precisamente el ego el que te pone el lastre de descubrir lo que son las cosas. Cualquier momento de lucidez o toma de conciencia de algo, así como la sensación de que hay “alguien ahí que está siendo lúcido”, es precisamente el origen del proceso del juego ilusorio de la dualidad. ¿Qué habría que hacer? Mirar dónde está “ése [sujeto] que parece que está siendo lúcido o consciente” de algo y descubrir que no se descubre nada [risas]. Cuando nos dicen “investiga y descubre algo”, parece que tenemos que descubrir “algo” que podamos señalar con el dedo o coger con la mano; sin embargo, generalmente la investigación te lleva a descubrir que no hay nada que encontrar. Esto está muy bien, porque no tienes nada nuevo a qué cogerte. Entonces se fusiona el ver con el no encontrar, y ese no encontrar te ayuda a mirar de un modo un poco más amplio (y, como en la meditación, encontrarte con el espacio abierto).

Julián: ¿Cómo puede ayudar las diferentes líneas de psicoterapia a la espiritualidad? ¿pueden complementar los métodos tradicionales de trascendencia?

Lama Tashi: La psicoterapia es muy útil. A muchas personas que empiezan la meditación les iría muy bien complementarla con la psicoterapia, ya que ayuda a ver patrones. Pero el problema surge cuando se solidifica el origen de donde surgen los patrones, pues en ese caso éstos no se puede liberar del todo.

Los métodos tradicionales de trascendencia ayudan a llevar un poco más lejos la psicoterapia, la cual es de por sí muy hábil para descubrir procesos del ego.

Eusebio: ¿Le falta a la psicoterapia el componente contemplativo propio de un camino espiritual?

Lama Tashi: Sí, le falta el aspecto de sabiduría (no porque sea estúpida, pues la psicología es muy inteligente) en el sentido de descubrir la ausencia final de identidad de los patrones, ya que al buscar un origen del patrón se solidifica – el patrón no es nada más que una interrelación, un aspecto que aparece, pero no es algo sólido en sí, es un juego más de la conciencia-. Esto no quiere decir que no haya que buscar un origen, pero sí ver que lo que te pasaba de niño y que ahora te condiciona puede servir para descubrir que estás relacionándote con las cosas a través de un patrón y eso te ayuda a liberarte; sin embargo, muchas veces lo que se hace es justificar la acción porque uno tiene un patrón y entonces éste se solidifica de nuevo y se encuentra la causa (“la causa de tal cosa era que me pasó tal otra de niño”), pero de hecho estás perpetuando ese encarcelamiento, ese sufrimiento, debido al aferro al pensamiento de ese recuerdo, volviendo a redefinir el ego en relación al patrón. Creo que lo ideal sería la combinación de las dos cosas; es decir, para una persona que tenga problemas está bien que haga psicoterapia para descubrir el encadenamiento de una serie de patrones, pero hay que ir más lejos, hasta que descubra que ese encadenamiento en sí, a nivel último, no tiene sustancia, y sea capaz de soltarse. Eso es lo ideal.

Julián: ¿El terapeuta aquí en occidente se ha convertido en una especie de gurú? Tal vez es necesario clarificar términos. Nos preguntamos si es imprescindible el maestro en el camino espiritual y qué relación como occidentales podemos guardar con él/ella?

Lama Tashi: El terapeuta es un tutor y en cuanto te ayuda a salir de la confusión y te hace un bien, sientes un agradecimiento y un respeto sanos hacia él. Pero otra cosa es el gurú. Ya sabemos cómo es el mercado espiritual y los engaños tan fuertes que hay en él. Ahí esta la responsabilidad del terapeuta: si ve que se mezclan neurosis dentro del proceso de la relación, tendrá que ir limpiando dicho proceso, igual que tendría que hacer un maestro.

Eusebio: ¿Hasta que el estudiante va descubriendo ese maestro en su propio interior…?

Lama Tashi: Sí. De hecho, en el contexto budista se dice que el maestro y el discípulo son inseparables y que el maestro ayuda al alumno hasta que va reconociendo la inseparabilidad entre ambos. Esto hay que entenderlo bien: es un proceso de reconocimiento, no de tratar de erigirse el discípulo en el maestro, sino que a medida que el estudiante va descubriendo que su ego no es real, se encuentra con la naturaleza básica del despertar presente en su interior y ve que el maestro hacía de espejo de eso todo el tiempo; descubre que el maestro tiene la misma naturaleza que él, que son lo mismo, pero no hay ningún juego del ego detrás de este proceso. Esto va acompañado de un amor y un agradecimiento extraordinario.

Eusebio: ¿Esta devoción o amor incondicional se extiende hasta el resto de la realidad?

Lama Tashi: Exactamente. A todos los seres. Al descubrir lo que es el maestro, lo ve en todos sitios (en su interior, en el exterior…, y eso coincide con lo que hablábamos del Vajrayana sobre la visión pura de la realidad).

Eusebio: ¿Qué le dirías a una persona que medita por su cuenta, sin la guía de un maestro?

Lama Tashi: Que es muy fácil errar y perderse. Es como quien se mete en un desierto y no tiene ningún guía que conozca el camino. La mente es muy juguetona. Como decía Muktananda, la mente es a la vez el policía y el ladrón o, en nuestro caso, es el terapeuta y el paciente. Es muy fácil confundirse. Por otro lado, meditar es un trabajo bastante sutil y, como todavía hay muchas ideas equivocadas acerca de la meditación, hace falta un tutor que esté bastante entrenado.

Eusebio: según las enseñanzas del Vajrayana “la clara luz de la mente es una experiencia directa que realiza el yogui cuando trasciende la dualidad sujeto-objeto, pero esta vía no puede ser objeto de enseñanza porque la naturaleza de la mente está más allá de las palabras y es inaprensible por el pensamiento; es por eso que sólo pueden ser recibidas gracias a la transmisión directa de la influencia espiritual de un lama a su discípulo animado de confianza y devoción” (son palabras de tu maestro, Khenpo Tsultrim G. Rinpoché). En la sociedad actual no se comprende muy bien este tipo de experiencia…

Lama Tashi: es una experiencia directa. Es como caer en la cuenta de algo cuando estás meditanto, pero en este caso más intensamente. Te pasa sin ninguna idea de que te vaya a pasar, es espontáneo, sucede sin más. Es un reconocimiento, caer en la cuenta de algo.

Julián: A la luz de nuestro momento, de nuestra época actual llena de convulsiones sociales, guerras, globalización, poder, etc, ¿cómo interpretar las Cuatro Nobles Verdades que hablan del sufrimiento?

Lama Tashi: Como en cualquier otra época [risas], porque forma parte de la situación básica del individuo. Las épocas no cambian en este sentido. Recordemos que las Cuatro Nobles Verdades (la toma de conciencia del sufrimiento, ver cuál es la causa del sufrimiento, comprender que hay una salida y que hay un camino) forman parte de la estructura básica de la confusión, siempre ha estado presente en las diferentes épocas. Nuestra época no es distinta a ese nivel.

Eusebio: Hablando de la cuarta noble verdad, ¿qué camino hay en nuestra época para salir del estado de confusión?

Lama Tashi: Para salir del estado de confusión hay que conectar con una vía espiritual que sea auténtica. Conectar con ésta depende del mérito acumulado en vidas pasadas. Cultivar una actitud que permita generar ese mérito es importante; es decir, una actitud en la que haya un interés por el beneficio de todos (no solamente de uno mismo) y una actitud de querer dejar de dañar a los demás y de entrenarte en hacerles el bien: esto es empezar a acumular energía positiva. Esa acumulación de energía positiva ayuda a que los velos vayan disminuyendo en tu mente y, cuando aparezca una persona o alguien que te haga entrar en contacto con un camino espiritual, ese mismo anhelo de clarificación y de hacer el bien hacen que sientas atracción por el sendero espiritual. Empiezas a recorrer ese sendero chequeando siempre si tu motivación ha sido la buena o no. Y de ese modo vas recorriendo el sendero, notando de dónde surge el sufrimiento (del aferro al yo, de la ignorancia, etc.)

Eusebio: ¿Se puede recorrer el sendero espiritual ayudando, por ejemplo, a las personas que pasan hambre, sin necesidad de practicar ningún tipo de meditación?

Lama Tashi: Claro. Eso también está ahí. Pero hay que tener en cuenta que en el enfoque budista se trabaja no sólo con el amor y la compasión, sino también con la sabiduría, el descubrir o mirar el juego de la conciencia que genera la ilusión de un ego (que es quien entra en todos esos juegos). Por tanto, la salida definitiva del sufrimiento implica esa comprensión vivencial, porque es una vivencia directa. Cuando hay sabiduría, el modo de mirar a los demás es mucho más amplio y poderoso. Hay que crecer en ambos aspectos: compasión y sabiduría. Como dice el maestro Götsangpa en un cántico cuando habla de la compasión [se refiere a “Melodía de los ocho giros de la lanza”]: “agotadas las ambiciones egoístas nacen las olas de amor libres de conflicto, sin tristeza de desánimo o interés personal: estas cosas liberan la compasión, que “es como una lanza que libremente ondea en el espacio”. Respecto a “las olas libres de conflicto”, Khenpo Tsultrim Rinpoché comentó hace poco que nuestro amor y compasión en la actualidad está lleno de conflicto. Un ejemplo de esto es que normalmente sentimos compasión por la víctima pero no sentimos igual compasión por el verdugo. Si nuestra compasión de ayudar a las personas que pasan hambre (o cualquier otra) va combinada con madurez espiritual y sabiduría, nuestra acción compasiva tendrá un poder y una capacidad de acción inmensa.

Eusebio: ¿La sabiduría tendría que ver con el hecho de ser capaz de generar compasión también hacia el verdugo?

Lama Tashi: Sí, pero esta sabiduría se refiere a la comprensión de los procesos de la conciencia que hemos explicado antes. Es entonces cuando la sabiduría desbloquea la compasión, trascendiendo la idea de un ego involucrado en el proceso de la compasión. No es algo que te esté pasando a ti en relación a algo, sino que tú mismo encarnas la compasión no conceptual de un modo completamente ecuánime, tú “eres compasión”.

Eusebio: Cada vez va más gente a los cursos de meditación. ¿Esto quiere decir que vivimos en una época más consciente?

Lama Tashi: No sé si es más consciente; lo que sí siento es que las tradiciones del Tai Chi, Yoga, Chi Kung y otras que han empezado hace unos cuantos años en occidente y que van cogiendo mucho prestigio está ayudando a que la población en general tenga menos miedo hacia lo oriental. Eso ha preparado el terreno para la meditación. También hay que tener en cuenta la figura del Dalai Lama que en el contexto del Budismo Tibetano se ve como alguien muy cercano y no suena como algo estrambótico o estrafalario. Todo eso va quitando temores hacia la práctica de la meditación. Además, el hecho de tener nuestras necesidades materiales más o menos cubiertas, hace que las personas empiecen a notar que hay un hueco ahí (el hueco de la espiritualidad) y se acercan con menos temor al Budismo. Por otro lado, el Budismo se plantea de una manera en la cual no hay conflicto con el contexto en que uno vive ni con las tradiciones espirituales autóctonas. El Budismo, como ocurre en el Yoga o el Tai Chi, se presenta como una vía de conocimiento interior que no entra en contradicción con tus creencias (ya seas cristiano, ateo, etc.). Es una manera de acercarse a la espiritualidad muy sosegada, sin necesidad de creer nada “a priori”, sin separaciones entre lo sagrado y la vida normal, entre el aspecto de psicología (en tanto que investigación racional) y espiritualidad, etc. Parece como si todo se estuviera colocando un poco en su sitio para aprender a meditar. Pienso que ahora hay más gente abierta a este tema porque se han perdido los prejuicios y tabús y, además, porque es un sendero espiritual muy integrador. ¿Tú que opinas? [risas].

Eusebio: Opino que la meditación es como un arte. Ese anhelo del que hablabas antes yo lo buscaba en el arte, que es como un inmenso bosque que, cuando se enriquece con la práctica de la meditación, se abre de par.

Lama Tashi: A mí me pasó eso que dices, ese perfume que sentía cuando veía una obra de arte era como una llave que se abría o una señal que me estaba haciendo. Ya he entrado en ese campo que me estaba señalando. Es una preciosidad esto.

Eusebio: La meditación es algunas veces un engorro, un trabajo, pero un trabajo gozoso.

Lama Tashi: Para los que nos ha picado el mosquito éste sí [risas].

Julián:¿Cómo cultivar la ecuanimidad cuando el deseo, el miedo, la ilusión, el poder, el éxito están tan presentes en nuestra sociedad?

Lama Tashi: Esto conecta con lo que hemos dicho antes. La meditación ayuda mucho a eso porque te hace distinguir lo que es importante de lo que no lo es. Lo banal va cayendo por sí solo, así como el deseo, el miedo, el poder, el éxito…, todo eso va perdiendo importancia. En esa espaciosidad interna, la ecuanimidad va ganando terreno. Pero hay que distinguir entre ese proceso de maduración y el “tomar posturas”, todos somos muy aficionados a “ejercer de”. Pero no se está hablando de eso, sino de un proceso real, y todo proceso real implica crisis, tomar conciencia respecto a cosas que quizá no te agradan: encontrarte con el deseo, el miedo, la ilusión el poder, como decíamos antes cuando hablábamos de utilizar el ego para notar la dispersión; pues aquí igual, no se pega un salto a la ecuanimidad ignorando el deseo, el apego, etc. [risas], sino viéndolos, vivenciándolos y dándote cuenta que generan sufrimiento y que la auténtica felicidad no está conectada con esto. De un modo natural va saliendo la renuncia y en esa renuncia va abriéndose algo y esa ecuanimidad surge de esa apertura.

Julián: ¿Cómo fue su experiencia de hacerte lama? ¿Encontraste el camino de forma fortuita o sentiste el destino abriendo paso? ¿Las mujeres lama lo tienen más difícil dentro de una jerarquía tradicionalmente masculina?

Lama Tashi: No tenía ninguna intención de hacerme lama ni nada de esto. No sabía ni lo que era eso. Encontré el Budismo a través de mi maestro en India [se refiere a Kenpo Tsultrim Gyamtso Rinpoché]. No sabía nada de Budismo, pero cuando lo encontré a él y empecé a escuchar enseñanzas sobre Budismo sentí que conectaba con algo muy profundo de mi ser, que era algo como si fuera mi propia familia. Es lo que estaba sintiendo y que vivenciaba a través del arte, pero no sabía expresarlo de una manera tan clara como cuando encontré las enseñanzas del Mahamudra, etcétera. Después de hacer el retiro de tres años y tres meses, en clausura, fui a Nepal. Mi intención era quedarme practicando allí junto a mi maestro, pero las circunstancias no me lo permitieron; tuve que volver a España y, durante cuatro o cinco años, estuve alejada de Khenpo Tsultrim por diferentes circunstancias adversas que se iban presentando. Entonces fue cuando empecé a dar enseñanzas. Al ver que lo poco que sabía podía servir para algo, fue para mí un gran sosiego espiritual. Poco a poco, de una manera instintiva, fue fusionándose todo (el aprendizaje del retiro con las vivencias que estaba experimentando, las adversidades, etc.), y apareció la oportunidad de las enseñanzas que estoy impartiendo ahora. Me he dado cuenta que fue precisamente la bendición del linaje lo que me puso en ese lugar, y que era necesario todo aquello que pasó.

Entonces, respecto a la pregunta de si encontré el camino de forma fortuita o si fue el destino abriéndose paso… las dos cosas a la vez.

Julián: ¿Las mujeres lama lo tienen más difícil dentro de una jerarquía tradicionalmente masculina?

Lama Tashi: Sí si estás dentro de la jerarquía [risas]. Poco más habría que decir. Si no lo estás, pues no tanto. Además, yo tengo un gran apoyo de mi maestro y, como funciono de una manera autónoma, no me encuentro con esos problemas en la actualidad; pero si estuviese en contacto con la jerarquía eclesiástica, sí se nota que hay como una discriminación que poco a poco va desapareciendo. Hay que tener en cuenta que el contexto en el que nace el Budismo es una sociedad bastante medieval comparada con la occidental. Nosotros mismos, en occidente, tampoco somos muy ecuánimes respecto al hombre y la mujer. Hasta hace poco, en la época de nuestras madres, para conseguir el pasaporte tenías que tener el permiso del marido. Y muchas otras cosas. Y eso fue antes de ayer. Es lo que pasa; sí, sí hay esto, pero por otro lado, como el Budismo es tan extremadamente abierto en sí, como mentalidad, permite una fluidez en el cambio que a lo mejor otras tradiciones no la tienen. O sea, que quizá en diez o quince años de integración del Budismo en occidente es capaz de evolucionar con rapidez, integrando nuevas formas de vida que quizá a otra creencia le costaría más.

Julián: ¿Entonces qué le dirías a las mujeres que se inician en el Budismo o en un camino espiritual?

Lama Tashi: Pues lo mismo que a los hombres [risas]. Nada más. Que descubran la auténtica naturaleza de su mente y que trabajen para cambiar las tendencias negativas en tendencias positivas. Y eso es todo. No hay ninguna diferencia. Es lo mismo.

Entrevista realizada por Eusebio Pérez Infantes y Julián Peragón

Lama Tashi Lhamo es una reconocida maestra española de meditación, con una gran experiencia en esta materia, de la que imparte cursos por toda España desde hace años. Realizó bajo la dirección de KALU RINPOCHE el largo retiro de tres años necesario para alcanzar la categoría de lama y ha continuado desde entonces perfeccionándose bajo la dirección de KHENPO TSULTRIM GYAMTSO RINPOCHE , uno de los más importantes maestros vivos de la escuela Kagyu del Budismo Tibetano. Viaja Por toda España con un programa de cursos y retiros que tienen lugar tanto en centros urbanos como en lugares apartados que animan al recogimiento. Hace un seguimiento personalizado de los alumnos, con entrevistas y formularios, para tratar de resolver los problemas que se presentan y hacer grupos lo más homogéneos posible, con vistas a una mayor eficacia.