Dunas

Las montañas crecen y crecen hasta que abrumadas por su propio peso se suavizan al compás del viento, las dunas se desplazan con la lentitud de un reloj de arena y los glaciares eternos lenguetean centímetro a centímetro. Los iceberg se derriten en busca de cálidos paisajes exóticos, los volcanes suspiran de tanto en tanto alientos de azufre y hasta los mismos continentes van a la deriva.

Nada permanece fijo e inmóvil, ni siquiera las estrellas que vemos permanecen en su sitio, sin embargo nos empeñamos en ubicar ordenadamente el mismo universo en nuestros propios esquemas y confeccionar un traje de teorías a mida cuando en realidad la vida se sale por las heridas de este traje ya viejo y caduco. Es posible constatar que las hojas caen cada otoño, que las mareas suben y bajan, que los pájaros migran o las serpientes cambian de piel. Pero más preciso es sentir que la tierra bulle en sus entrañas y que el mar es una gran sopa de pescado donde se recrea la vida misma. No es extraño percibir que el bosque es un organismo vivo donde habitan incluso seres milenarios, o que los bancos de peces y las bandadas de pájaros se mueven con la conciencia de un sólo organismo. Si escuchas a los vientos te dirán que todo es cíclico y que cada pequeño biorritmo de una microscópica bacteria se entrelaza en una cadena sin fin para crear un todo armónico.

Todo cambia pero hay algo que permanece, todo se reproduce pero nada es exactamente igual. Cada árbol, cada montaña, cada persona es una antena vital que capta el rumor de la existencia y la trasmuta en ondas más pequeñas y más íntimas. El impulso hacia dentro se proyecta en formas caleidoscópicas hacia afuera como de una profunda respiración. Es el eco del árbol con su fuerza ascendente, con sus raíces nutricias y su danza verde que reverbera en cada nube y penetra en nuestra retina. Entonces somos un poco árboles y un poco nubes. ¿Quién dice que una nube no siente o no tiene conciencia porque su sensibilidad no sea la nuestra?.

En una simple roca hay condensados mil soles y en una sola hoja hay todo un microuniverso. ¿Quién diría que nuestro cerebro es una gran caracola vacía donde los pensamientos resuenan o que nuestro corazón remueve la olla de los sentimientos y que la piel es una enorme computadora de sensaciones?. ¿Qué arquitecto sería capaz de crear esa columna esponjosa que se articula vértebra a vértebra en un equilibrio sinuoso y perfecto?. Si tanto nos gusta la música y la danza ¿por qué no oímos esa música de la existencia que se vierte instante a instante?, y si todo es movimiento ¿por qué no danzamos con los propios ritmos y con las estaciones?.

Julián Peragón

 

 




La cercana intensidad de Todo

A veces uno dice Yoga y no dice nada; dobla perfectamente el espinazo hasta los pies fríos sin arquear las rodillas; cuenta las respiraciones de una a una en un preciso ritmo cuadrado o repite un Om largo en postura de loto y no vislumbra nada. Hay algo que se nos niega aunque nos ofusquemos en los conceptos espirituales más excelsos o le saquemos brillo a las mismas palabras grandilocuentes a modo de bandera pues las primeras certidumbres de esa otra realidad anunciada, el sabor mágico de algunas situaciones o el empeño en las técnicas trascendentales, parece ser, no aseguran mucho.

Quien sabe si esto de la salvación espiritual o de la realización personal o de la iluminación no fuera una ginkana o un laberinto donde cada puerta o cada atajo del camino plantea nuevas dudas o abre más senderos. ¿Cómo seguir resolviendo esas mismas pruebas que nos trae la vida con las mismas llaves, las mismas respuestas aprendidas que antaño abrieron otras?.

¿Seguiremos diciendo Yoga con el mismo énfasis, con la misma terminología, con la imagen de altos vuelos espirituales, el sacrificio de los sentidos, la dureza de la práctica?. Entonces, ¿qué será el Yoga si hemos de recordar la filosofía perenne que habla de la impermanencia, de la única realidad del aquí y ahora?. ¿Qué será la espiritualidad para nosotros, de carne y hueso, lejos de las cumbres nevadas y de los complicados libros sagrados antiguos?. ¿No podremos encontrar realidades más cercanas que nos remitan a ese Todo del que los místicos hablan, o tal vez, siquiera, reconocer momentos de éxtasis que la vida nos trae con frecuencia sin pensar que esos momentos no son lo que deberían o no tienen suficiente altura?. ¿No será necesario replantearnos una vez más qué será para nosotros esa espiritualidad que promete, entre otros, el Yoga?.

Cuando hemos podido relativizar rituales, comprender dinámicas de vida que dieron forma a las tradiciones, colocar en su sitio a las técnicas y desmitificar a los héroes y los gurus que hablaron de lo mismo, la luz sobre el Yoga se vuelve más real y con ella nosotros mismos. No por ello esa piedra preciosa que es el Yoga pierde valor, al contrario, su esencia se vuelve más diáfana al quedar desenmascarado el resto. Hablemos del Yoga como del encuentro con la propia Profundidad, esa actitud que sin perder las raíces con lo estable y sólido de la vida, permite remontarse hasta percibir la globalidad de la misma.

Hablemos también de Intensidad, de esa intensidad que surge cuando somos capaces de parar la «máquina» de la mente acelerada, el cuerpo estresado y compulsivo. O tal vez, tendríamos que hablar de Presencia, de esa capacidad de estar en cada momento, completo, sin escapes ni subterfugios. O de Escucha, una mirada límpia para poder aceptar los propios límites, los inevitables errores. Comprensión desde donde anclar la sabiduría que alumbra el camino; Poder necesario para vivir y para devolver todo (y más) de lo que uno ha recibido; Compasión para no olvidarnos que los otros son parte de uno y en el que la solidaridad ya no es un mero gesto de buenas intenciones. Sensibilidad para que los opuestos (razón y sentimiento, masculino y femenino, cuerpo y mente, profano y sagrado, consciente e inconsciente, individuo y sociedad), eternamente enfrentados, se armonicen en un movimiento creativo y de crecimiento. Coraje para que la muerte deje de ser un miedo permanente y se convierta en la artífice del misterio, de lo irrepetible, de lo peculiar que cada uno se llevará consigo. Y sobre todo Amor a todo lo que vive, el respeto por la diversidad, y la sensación de que hasta la más pequeña hoja al viento forma parte del gran mosaico de la vida.

En todo caso, no importa, cojamos todas estas palabras y borrémoslas del mapa. Empecemos de nuevo una y otra vez. Cualquier âsana, situación hipotética en la vida creará sus necesidades, su lenguaje, sus formas de adaptación y resolución. Vendrá alguien y estructurará un método, otro guardará silencio, y otro más pondrá poesía. En esto de la espiritualidad lo único seguro es que siempre habrán hojas voladas por el viento.

Julián Peragón

 




Las disciplinas del Ser

Es verdad que la disciplina tiene mala prensa porque nos recuerda al esfuerzo y al deber, algo a menudo impuesto desde el exterior, aunque no debería ser así. En Yoga hablamos de apasionamiento (Tapas) cuando queremos referirnos al fuego interno que disuelve todos los obstáculos. En ese fuego del apasionamiento se da la transformación, es como una especie de horno alquímico. Todos entendemos que un músico que no ensayara con su instrumento, que no estuviera todo el día haciendo arpegios en su mente, no sería un verdadero músico. Por eso preferimos hablar de curiosidad cuando señalamos la disciplina porque sino hay curiosidad no hay nada. La curiosidad es el misterio que nunca se agota y que nos hace abrir puerta tras puerta en busca de algo más, como si la disciplina fuera el método para desplegar un potencial largamente dormido en nuestro interior. Dicho con otras palabras, la disciplina es la comprensión profunda de que el deseo tiene que hacerse carne a través de un proceso, de un trabajo, de un hacer con suficiente rigor.

Ahora bien, pareciera que la disciplina es sólo disciplina del cuerpo, practica de unas tablas de ejercicios o de unos hábitos higiénicos. Y es cierto que el cuerpo parte como una referencia básica, es nuestro templo de vida, nuestro sostén orgánico, pero al igual que el alma vive en un cuerpo, un cuerpo vive en un hogar y éste se inserta en un mundo, mundo que está a nuestro alrededor. Las fronteras son difusas en estas dimensiones del ser que son cristalizaciones de una misma energía. Tener rigor en el cuerpo y olvidar el alma, cuidar la casa pero descuidar el mundo son síntomas o bien de egoísmo o de inconsciencia. Nuestra propuesta es la de intentar recuperar ciertas prácticas del cotidiano con respecto al mundo, al hogar, al cuerpo y al alma para ir en pos de esa armonía que nos cuentan todas las tradiciones profundas.

1.- ALMA

El alma no es un invento de las religiones, ni siquiera un mito útil para colocar en ese punto todo lo que la razón no atina a entender. El alma es un descubrimiento, una desnudez ontológica inmersa en la fe que está a punto de alzar el vuelo. Vuelo del espíritu, diríamos, vuelo por encima de la gravedad de las cosas de este mundo para poder tutearse con el misterio de la existencia.

Naturaleza
En la naturaleza el alma encuentra su cobijo. No solamente la naturaleza nos ha visto nacer y nos verá morir, es que en realidad somos naturaleza hiperespecializada. Nuestra sangre son los ríos y nuestra carne la tierra. Y esto nos recuerda que lo que hacemos a una repercute en la otra naturaleza porque no hay nada que esté separado.

Pero la disciplina de la naturaleza, el bajar y abrirse a ella, el recorrer senderos, subir cumbres y navegar mares radica en un diálogo. El diálogo que hace el alma con su homóloga. Hay en la naturaleza un lenguaje de autenticidad que cuestiona el artificio del ego, o de la cultura. Por tanto nos remite a nuestro ser, a nuestra alma. Un alma que sabe junto a la naturaleza que hay un tiempo para florecer y otro para marchitarse.

Meditación
Cuando hablamos de meditación no estamos hablando de técnicas de meditación, sino de una actitud, mejor dicho, de un estado. Es un estado donde hay fusión como cuando el azúcar se diluye en el agua. Es cierto que es adecuado, en nuestra disciplina, sentarse cada día y cerrar los ojos al mundo, pero la meditación es un anhelo de ir hacia dentro y recogerse de lo vivido. Tal vez es una paradoja, uno en la meditación se hace muy pequeño, humilde diríamos, y entonces encuentra una grandeza: que en verdad no está sólo.

Creatividad
No basta tener toda la información para ser creativos, hace falta algo más, un don, un arte, un genio. Y, sin embargo, no basta tener esa chispa, hace falta cultivarla. Ponerse delante del papel en blanco, del lienzo desnudo, de la mesa de trabajo y garabetear hasta que las musas se alineen con nuestra voluntad.

2.- MENTE
La mente no es el alma sino su espejo, el medio a través del cual se expresa nuestra esencia. Si nuestro órgano intelectivo está saturado, confuso, agitado o irritado difícilmente sea volverá un canal, de ahí que la disciplina mental sea tan importante.

Indagación
Nuestra mente es curiosa y le gusta meter las narices en todo pero se ofusca cuando la indagación es sobre su propia naturaleza. Vemos al mundo a través de nuestros condicionamientos que permanece invisibles a menos que nos demos la vuelta, es decir, a menos que indaguemos. Tanto la filosofía como la psicoterapia nos pueden ayudar a hacer este proceso de mirarnos en el espejo de nuestras actitudes y de nuestros actos.

Conocimiento
Basta una mirada hacia el horizonte o hacia las alturas para comprender que somos un grano de arena en medio de la existencia. Lo que alumbra nuestro saber apenas es el brillo de una vela en la oscuridad de la noche. Darnos cuenta de nuestra ignorancia nos provee de una humildad que nos hace estar siempre en la posición de aprendiz, pero sin ansias, de conocer un poco más esta maravilla que nos rodea. El estudio se vuelve una disciplina amena y la cultura y las artes un espacio de ampliación de nuestra sensibilidad.

Silencio
El silencio es la liberación del espíritu porque en ese silencio todo habla, todo tiene voz. Es la voz del ego, el ronroneo de la mente que apaga las demás voces porque éstas son más sutiles. La disciplina de callarse, de buscar soledad y silencio en verdad es para amordazar la lengua y escuchar la sinfonía de la vida. Y es que la verdadera escucha es una difícil disciplina.

3.- CUERPO

El cuerpo es la siguiente parada. Nuestro cuerpo tantas veces reprimido y explotado, lugar de culpas y pecados, espacio público donde aterrizan las modas ajenas, es preciso rescatarlo. Hay que darle nuevamente la dimensión sacra que tiene, la potencia energética que esconde, la profunda sensibilidad que posee. Nuestro cuerpo es la inteligencia de la evolución cristalizada.

Higiene
Hablamos de higiene sagrada, no de limpiarnos el cuerpo para no oler mal o para no contraer enfermedades, dictados de la sociedad y de la salud que evidentemente son muy necesarios. Pero esta higiene sagrada es realmente una disponibilidad ante lo sagrado, una limpieza que es purificación, purificación del corazón y de la mente.

Nutrición
Nos nutrimos de muchas cosas, de aire, luz, agua y alimentos. Nuestro cuerpo hace una verdadera alquimia con todo eso. De la buena calidad de estos elementos depende aquella combustión que se hace en las células. La satisfacción de la comida es importante, quedarse sólo en el buen gusto es limitado. El mejor alimento es aquel que nos provee de una mayor y mejor energía con el menor desgaste energético en su digestión. Comer escuchando al cuerpo, al apetito real. Comer con todos los sentidos, masticando conscientemente, sin prisas. En realidad es un arte. La consciencia de imaginar esa fruta que se convertirá en alimento, en bolo alimenticio, en sangre, en energía. Y de esa energía algo quedará en el sentir, en el pensamiento, en nuestra intuición. Si en el fondo los alimentos son acumulaciones de la energía lumínica, entonces cuando comemos comemos sol, un trocito de estrella.

Ejercicio
Para que el cuerpo conserve todas sus funciones tiene que moverse sino se atrofia. La vida toda se regenera en el acto de vivir, de quemarse. El cuerpo está diseñado para vivir y evolucionar. Nuestras disciplina con él consiste en dejarlo en las mejores condiciones para expresar su potencial. Otra cosa es forzar la máquina, hacerla competir por encima de sus posibilidades. No escuchar el cuerpo cuando reclama descanso. Pero hay muchas técnicas tanto orientales como occidentales que parten de otra premisa, la de dar flexibilidad y tono al cuerpo, establecer su vertical y su enraizamiento, su movimiento amplio y armónico, su respiración profunda y consciente.
Esa disciplina corporal diaria no parte, como tantos y tantos se han confundido, de un deber, sino de una necesidad. Así como hay un apetito que nos lleva a la comida, hay unas ganas de estirarnos y de respirar que simplemente hay que escuchar, encauzar y reforzar.

4.- HOGAR

Habríamos de diferenciar lo que es un piso o una casa de lo que es nuestro hogar. El Hogar es una prolongación de un sentir que tiene que ver cómo uno se instala en su cuerpo, de cómo se instala en la vida. El hogar a diferencia de cuatro paredes es un espacio sagrado porque en él nuestro ser se encuentra en su centro. Cuando entramos en nuestro hogar dejamos el mundo en el frontal de la puerta porque nuestro espacio es, debería serlo, inviolable. Nada ni nadie puede penetrar en él sin consentimiento. Ni siquiera la televisión que escupe noticias debería estar sin control. En nuestro hogar debe reinar nuestra esencia, nuestro colorido, nuestro eco, nuestra fragancia porque el hogar es una tercera piel, es un organismo vivo, con sus espacios interdependientes.

Limpieza
La limpieza es una cualidad importante no por una mera imagen social. La limpieza es en último término una clara actitud de disponibilidad ante lo más puro, lo más sagrado, es un olor que arropa nuestras creaciones.
Pero está claro que no se trata de la manía de la limpieza sino más bien de una disciplina de la acción. No es más limpio el que más limpia sino el que menos ensucia como reza el refrán. En la limpieza hay una actitud de hacer mejorando el estado previo como si uno pisara levemente el planeta, sin interferir demasiado.

Orden
La segunda disciplina es la del orden, orden orgánico que no rígido. Orden que implica no una clasificación estricta de todo lo que tenemos, de todo nuestro material sino una actitud de no acumulo, de saber discriminar lo necesario de lo superfluo. Un orden que es un reflejo de nuestra armonía, la expresión de un sentir más invisible.

Armonía
Pero no basta con limpieza y orden, hace falta habitar nuestro hogar, ponerle corazón, embellecerlo. La mirada atenta pero global permite integrar los diferentes elementos que integran nuestro hogar sin que chirríen. La belleza quizá es este ir de la parte al todo sin quedar atrapado ni por uno ni por otro.
Una forma de habitar nuestro hogar con sensibilidad pero también con corazón. Una casa que es espacio íntimo pero que simultáneamente puede acoger a amigos en un acto de compartir.

5.- MUNDO

Cabe la tentación de dejar al mundo fuera por excesivo, por complicado o por ilusorio. Pero el mundo es nuestro mundo, nuestro planeta en medio de la inmensidad del universo. Tal vez el mundo de los hombres no tenga arreglo, pero sin llegar a ser inocentes hay una disciplina que podemos hacer en su favor. Aunque sea un granito de arena, aunque sea para marcharse de él sin haberlo destrozado o contaminado en exceso. Aunque sea un poco así.

Consumo
Detrás de cada compra que hacemos, sea una pastilla de jabón o una lata de atún hay un voto que otorgamos a la empresa, a la industria o a la sociedad. Es un visto bueno a la forma de producir y a la calidad del producto. Y ese voto nuestro, aunque mínimo, es importante. La disciplina del consumo es compleja, por una lado hay que consumir responsablemente, discriminar claramente de las necesidades reales de las necesidades creadas, de las modas. Caer en la ficción de la abundancia a la que nos tiene acostumbrados la publicidad es peligroso, porque tarde o temprano lo pagaremos, sea en el recibo de la tarjeta de crédito, sea en las innumerables crisis económicas que sufre la economía mundial. A veces nuestra compra-voto es un gesto de confianza hacia una nueva economía basada en lo ecológico, en lo biológico, en lo artesanal, aunque de entrada nos parezca que paguemos un poco más.

Reciclaje
En realidad las cosas que compramos duran poco bajo la etiqueta de nuevo. Enseguida quedan relegadas por algo más nuevo, se amontonan, se acumulan y tarde o temprano se tiran o se abandonan. Poco tiempo de vida tienen las cosas. Y ya que tenemos que devolver al mundo lo que le ha sido substraído hay que hacerlo de forma consciente. Hemos de poder reciclar nuestras basuras, colocar el vidrio con el vidrio, y el papel con el papel porque los árboles sí lo agradecen. Pero también hay ropa que se puede dar y cachivaches que se pueden reutilizar en variopintas situaciones.

Ayuda
Desde la concepción que la humanidad es un solo Ser aunque desgarrado la respuesta humanitaria es velar por el bienestar de cada uno de los seres humanos, otorgarle todos los derechos y colaborar por una mayor igualdad. Está claro que no es piedad ni pena por los más desfavorecidos sino, más bien, compasión pues se trata de intentar ponerse en la otra piel, de entender el sufrimiento. Muchos vivimos en un mundo privilegiado pero no debería ser gratuito. Este privilegio se debe reconvertir en responsabilidad. Apostar por un mundo mejor, desenmascarar al poderoso, hacer verdadera democracia. También es importante esa ayuda a través de ONG’s y entidades humanitarias que intentan llegar donde no llegan o no quieren los gobiernos y las grandes instituciones.

Julián Peragón

 

 




Literalidad

La humanidad tardó mucho tiempo en darse cuenta que aunque, en su experiencia del día, el sol giraba en torno de la tierra, había otra verdad más objetiva que lo negaba. Y es comprensible la dificultad en hacer esa traslación entre la experiencia subjetiva del mundo y otra más amplia. Nos aferramos a lo más inmediato, a lo que tenemos a mano, vivimos de lo cotidiano para lo cotidiano. Vivimos, por así decir, sumergidos en un agua subjetiva que lo impregna todo, que lo empapa todo sin dejar resquicio para el contraste, la relativización o la reflexión. Somos víctimas de nuestra percepción, somos esclavos de nuestros procesos mentales, de nuestros filtros culturales que nos hacen ver las cosas como si fueran reales cuando son lo que son, diferentes interpretaciones de una misma realidad.

Empezamos a literalizar el mundo literalizándonos nosotros mismos, creemos que somos aquello que pensamos de nosotros mismos, que no es más que una imagen remozada de aquello que los demás piensan de nosotros. Una especie de bucle que se retroalimenta constantemente. Pero nos conformamos con una visión que nos da seguridad sin darnos espacio para investigar donde llega eso que somos.

Nos avenimos con el mundo simple de las apariencias, sólo creemos en lo que se ve, en lo que tocamos, en lo que sentimos, como el niño pequeño que al taparse los ojos cree inocentemente que el mundo ha desaparecido. No hemos buceado en la inmensidad del iceberg de la vida que queda por debajo de la línea de flotación llamada normalidad. Si es normal es bueno, es lo que Dios manda, es según las buenas costumbres, es por tu bien. De lo contrario te significas, te estigmatizas, te marginas, te vas por el camino de la perdición. Aunque hay que decir que todos soñamos en no ser normales, en ser diferentes, únicos.

Inocentemente creemos que todo lo que está escrito en un libro es serio, que todo lo que sale en la tele es real, que la corrupción está sólo en los bajos fondos. Creemos que la noticia urgente y sesgada de un momento es más real que el hecho mismo y todas sus circunstancias que lo rodean, que evidentemente no caben en una noticia de veinte segundos. Sucumbimos al rumor porque es más fácil de manejar que una verdad compleja.

Literalizamos la vida cuando sucumbimos a la urgencia del deseo, creyendo que el deseo y su objeto son una misma cosa. Literalizamos cuando confundimos sexo con genitalidad, importancia personal con fama, riqueza con dinero. Creemos que el coche nuevo nos dará una nueva versión de nosotros mismos, nos va a hacer más libres, más felices, cuando en realidad todo deseo no es más que un eco de eternidad que añora revestirse de mortalidad pero que, en el fondo, nunca puede ser completado. Cuando deseamos lo que deseamos no nos damos cuenta de que el objeto en sí no es más que la metáfora de algo mayor que no puede ser concretado.

Literalizamos la vida cuando creemos que la verdadera seguridad está en una cuenta bancaria, cuando creemos que la fuerza está en los músculos forjados en gimnasios, que la belleza se esconde en el arte del maquillaje, en el frufrú de la moda, o que el paraíso del descanso está en las postales idílicas de las agencias de viajes.

Todos somos literales cuando pasamos por encima sin leer entre líneas, cuando nos quedamos en la superficie de las cosas, embobados por el colorido de las formas. Somos excesivamente literales cuando queremos vivir en un mundo demasiado simple, demasiado plano para estrujarlo a nuestro antojo, cuando el mundo no es plano sino multipolar, no es simple sino complejo, no es manejable como se maneja una máquina.

Somos lamentablemente literales cuando creemos que la enfermedad está en el síntoma y la salud en su disolución, cuando pensamos que las guerras se gestan en una mera disputa de fronteras, cuando confundimos espiritualidad con doctrinas, letanías y postraciones, cuando en definitiva, confundimos el valor que tienen las cosas con el dinero que cuestan.

Escapamos de la profundidad porque fantaseamos que en el pozo oscuro de nuestra alma habitan los demonios, fuerzas amordazadas que es mejor no despertar. Nos defendemos de la profundidad porque en el fondo de lo que somos reina la ambigüedad. Somos una mezcla indisoluble de feminidad y masculinidad, de consciencia e inconsciencia, de individualidad y fusión con el grupo, y en esa ambigüedad no puede vivir un ego que vive maltrecho de certezas y pretende un orden y control obsesivos.

En esa literalidad no cabe un otro. Nos enamoramos efervescentemente, pero en realidad buscamos un espejo donde vernos engrandecidos. Buscamos un cómplice, una muleta, un lecho caliente, pero nos defendemos del otro como tal. Aquél quien no resiste su propia complejidad permanece en un diálogo para sordos donde las anteojeras de la manipulación emocional persiguen como único objetivo que el otro sea como yo quiero que sea. Y punto.Tanta violencia en las propias casas nos lo confirma. El fracaso en la comunicación se da cuando el otro no tiene cabida dentro de uno. No hay sitio para la diferencia. Y por tanto, el discurso es un ataque o una defensa pero no un enriquecimiento.

Lo literal se ceba en una falacia, que todo acaba donde acabo yo, donde ya no veo más. Temíblemente la muerte es un final, y el recién nacido un espacio vacío que hay que llenar. Tal vez hay una pereza en lanzar esos hilos invisibles que comunican las cosas con procesos del alma para darle sentido al hecho de vivir. La vida es un libro que hay que leer, nuestra existencia es un marco de sentido. Vivir la vida que nos han dicho que hay que vivir forma parte de esa literalidad, descubrir, en cambio, qué mensaje nos trae el destino forma parte de una profundidad que nos aleja de un mundo estrecho y plano para alzar el vuelo en todas direcciones posibles.

Julián Peragón




El Sistema

En pocas décadas el mundo ha cambiado visiblemente. Ahora todo está lleno de circuitos, redes y sistemas más o menos integrados. Si desmontas cualquier cosa con más de un componente te encontrarás con un chip, un conmutador o una placa madre, de la misma manera que detrás de una tienducha o de una gasolinera puedes encontrar un sistema jerárquico de ventas o una multinacional.
Al igual que los chips residen en las entrañas de los aparatos porque funcionan mejor en las interioridades, las multinacionales también funcionan mejor en los intersticios de las sociedades. Lo interesante de los Sistemas es que no se pueden ver a simple vista, son invisibles. A veces, lo único que vemos es un logotipo aséptico pero detrás – siempre hay un detrás– existen sociedades secretas que pueden traficar con mercancías sospechosas y facturar con dinero blanco lo que previamente se ha gestionado con capitales clandestinos, por poner un ejemplo. Nada es lo que parece.

Nosotros, los de a pie, sabemos de esa invisibilidad, pero no nos importa. Es como el que tiene enchufes en su casa, no le gusta ver el cableado a flor de piel y decide hacer una regata en el hormigón para enterrarlos de por vida. En este sentido somos lo suficientemente inteligentes para saber que cuando enchufamos el secador de pelo, el enchufe está conectado a la central eléctrica (térmica o nuclear, claro), el teléfono a la central de telecomunicaciones y la tele a la emisora, y así con todo.

La mística de los sistemas quisiera reproducir la vida donde todo está estrechamente interrelacionado y todo se apoya mutuamente para estar en mejores condiciones para la sobrevivencia… pero vayamos al grano.

Si detrás de una marca de refrescos se esconde una de las mayores multinacionales del mundo con la mayor flota de camiones (¡lo que hace la sed, no?), y detrás de un programa de reality show se entreve una ideología que atonta a diestro y siniestro (¿cuántas cosas tiene el poder que ocultar?), ¿qué no se esconderá detrás de un yogurt o de un coche?

La respuesta es clara, el Sistema. Hay que decir de entrada, no vayamos a caer en maniqueismos pueriles, que el Sistema no lo ha creado ningún cerebro vivo pues es justo lo contrario, éste ha creado a los cerebros que programan y a los tipejos que ejecutan un software básico. El Sistema se autorregula a través de sus piezas y evoluciona junto con sus desechos. No, no me lo he inventado yo, vayan a ver a Matrix.

Cuando ves un anuncio de coches, como me pasó a mí, ves un estilo de vida, gente guapa, paisajes impresionantes, y… una oferta, la oferta del mes que puedes pagar en cómodos plazos. Si aterrizas en una concesionaria sólo ves un impecable coche girando lentamente en un escenario iluminado con las puertas abiertas para que pruebes su confort. Te muestran las prestaciones y los airbags, el maletero ampliable y la dirección asistida, pero te ocultan el Sistema. Te lo ocultan porque nosotros mismos en nuestro inconsciente lo habíamos pedido (¿no decíamos que ocultábamos el cableado?). De hecho cuando vas a una concesionaria de automóviles ya vas vendido, es decir, ya estás dispuesto a comprar una imagen nueva de ti remozada con más poder, tecnología y prestigio. De hecho los vendedores no batallan por venderte un coche sino por incluirte el climatizador o el sistema descapotable, el resto es pan comido.

El sistema no es perfecto, lo sabíamos ya que sufre de una contradicción a veces irresoluble. El corazón del Sistema es frío pero se camufla para ser más efectivo de candor, sonrisa y humanidad, ¿no lo ha notado usted cuando entra en un banco a depositar dinero? Lo vemos también en la informática que es tan inhóspita como la combinación binaria de ceros y unos, aunque los programas suelen revestirse con iconos, musiquitas y colores. La ilusión desaparece cuando el programa informático se bloquea o cuando no tienes aval para pedir un crédito.

El Sistema se tambalea un poco al querer mostrar un sentir y una preocupación por el interesado cuando en realidad hay un alma que suma y resta operaciones y logística. Al querer imitar la vida el Sistema sigue comportamientos cíclicos y hasta erráticos. Normalmente permanece oculto pero hay situaciones que desmontan las tapaderas al igual que cuando uno hace un agujero en la pared para poner un cuadro y perfora una cañería. Mala suerte.

Por poner un ejemplo, cuando circulas con tu coche seminuevo o casiviejo y estás a bien con el Sistema porque no has traspasado ninguna cláusula de letra pequeña entonces todo fluye como una seda: pagas el impuesto de circulación por banco, dejas el coche al mecánico para el mantenimiento y pagas alguna multa de vez en cuando. No te das cuenta de la dependencia del Sistema, vives la normalidad amable y confortable que rezuma todo Sistema más o menos inteligente. Pero cuando tienes un pequeño accidente y tu seguro no te lo cubre entonces ves la cara verdadera del todopoderoso. Al igual que la luz del sol no puede verse de frente porque deslumbra, la cara del Sistema no puede verse directamente porque es terrorífica y te puede cegar. Los medievales decían algo así de Dios.

Por poner un ejemplo sacado de la vida real: mi coche tenía cinco años de vida, su precio nuevo en la actualidad sería de unos 7000 € aproximadamente. El arreglo de un golpe lateral sin entrar en detalles de precio hora mecánico, ni precio de los recambios, se remontaba a unos 3000 € aproximadamente (¡sin pillarse las manos, decía el tipo!), o sea casi la mitad del valor de uno nuevo. Hice mis cábalas. Si lo arreglaba era una mala inversión, si lo arreglaba y lo vendía después mucho peor porque el coche de cinco años y en el mercado sólo daban por él 2000 € (y hubiera perdido el coche y 1000€ más). Así que decidí no arreglarlo.

El chatarrero, muy generoso sólo me daba 90€, cuando le dije qué miseria era esa, me dijo que: hoy para morir hay que pagar. También los chatarreros además de ser piratas tienen algo de filósofos. Por fin un taller al que acudí para sacarme el bulto de encima me daba 300€. Tal como se estaba poniendo la cosa, y no queriendo perder más que un coche pero no todo un riñón dije: no se hable más. El del taller, después de pagarme a mí, al gestor, los permisos, la ITV, al mecánico, las piezas, aún lo podía vender precio mercado y ganarse un suelo. ¿Dónde está la trampa?

No hay trampa, es el Sistema. Éste te cobra el máximo cuando no tienes escapatoria, te vende algo relativamente barato pero con servicios hipercaros, te vende civilización y de golpe te encuentras en plena selva. Por seguir con el ejemplo real, los del taller presentaron (sin mi consentimiento) los papeles en Circulación para circular con mi nombre (en un coche que ya no era mío) por ahorrarse unos euros aún a costa de joderme si había algún problema.

No les quiero aburrir. El Sistema como el que les he contado arriba funciona a la perfección porque la automoción lleva muchas décadas funcionando, no así los servicios de banda ancha de telecomunicaciones que en total llevan dos días como el que dice. Cuando contraté los servicios de adsl en Retevisión me vendieron un pack autoinstalable Eresmás, pero aquel se transmutó en Auna aunque las facturas me llegan de Wanadoo, un lío porque ahora no sé bien bien a quién echarle las culpas. Aunque me acuerdo de lo que decía mi abuela que los de arriba son siempre los mismos.

Se los cuento porque es un caso ejemplar de los que abundan a cientos diariamente. El pack que contraté debía llegar a las tres semanas. Cuando llegó ansiado el paquete resultó que era un módem en vez de un router que era lo que había contratado según mi sistema. Tras la queja, me enviaron otro pack. Cuando llegó el mensajero se llevó el módem inadecuado pero adivinen… me trajo otro módem idéntico. Puse el grito en el cielo pero la operadora me dijo que había sido un error informático. Después de la furia pensé que el Sistema muestra a veces su cara más alienada. El carácter repetitivo, automático y robotizado del Sistema es notable, muestra de que el pensamiento único circula por sus venas, y a falta de verdadera organicidad sólo hay rentabilidad o eficacia.

Continuo. Las diferentes operadoras y operadores que me encontré en mi furia antisistema tenían las mismas respuestas automáticas. En realidad nadie pensaba porque el sistema dice a sus esbirros “no te pago para pensar, ejecuta las órdenes”. Decían: “no tenemos conexión con otros departamentos”; “no le podemos pasar con ningún responsable”; “no se preocupe todo está registrado en esta incidencia”, “gracias señor Peragón por mantenerse a la espera”, y cosas tan descafeinadas como éstas.

El router no llegó hasta varios meses después. Lo único que llegó a tiempo fue la factura. Me costó sudores hacerles entender una cosa de niños y es que no podía pagar un servicio al cual no me había conectado, ¿cómo voy a pagar un pack que no he recibido todavía? Otra cosa fue que el pack venía sin la suficiente información para configurar el router y tuvo que venir el técnico al módico precio de 70 € por teclear cuatro dígitos. Al final me pude conectar y el Sistema se volvió plácido e invisible como cualquier sistema funcional. Al cabo de sólo seis meses el router se fundió (¿mala calidad?) y todavía no me han enviado uno nuevo, pero ya no me importa porque a fuerza de bregar con el monstruo uno se hace fuerte.

Como ahora no tengo coche ni adsl para navegar tengo tiempo para pensar y para sacar mis conclusiones. La naturaleza del Sistema es invisible, salvo en inevitables casos para que no veas los hilos de la dependencia ya que tú no quieres sentirte como una marioneta. El Sistema te vende un ego fuerte, autónomo y poderoso pero sólo en apariencia porque quiere tu debilidad para seguir influyéndote. El Sistema es seductor para incitarte a probar pues la naturaleza humana es adictiva hasta grados patológicos. El Sistema refuerza la frustración porque la insatisfacción es una buena fuente de consumo.

Aunque parezca mentira el Sistema no piensa porque todo pensamiento es complejo pero sí que procesa. La ideología del Sistema es estrictamente una estrategia de dominación, por eso decimos que no tiene alma. Cuando el Sistema se encalla se vuelve disfuncional, repetitivo y automático y pelearte con él es síntoma de debilidad o neurosis. Cuando el Sistema te ha mordido tienes dos posibilidades, o tirar enfurruñado y desgarrarte o aguantar sin resistencia. Esto último es lo que le enfurece más, pero es lo más liberador.

Así que esto último es lo que estoy probando, cuando quise comprarme un coche nuevo hice números y vi que resultaba más económico coger cada día un taxi, más sano ir a pie, más seguro ir en metro. Puedes leer en el tren, observar las caras de la gente en el autobús, ir a la playa en bici. Claro que también tienen su contrapartida de agobios e incomodidades, pero éstas se soportan mejor cuando no tienes que aparcar, al menos en una ciudad grande.

La verdad es que no quería soltarles ningún rollo anticonsumo, sólo quería darles un consejo. Si pasado mañana llaman a su casa y la concesionaria le regala un coche nuevo y totalmente automático, no se lo queden, por Dios, porque no les dirán la millonada que costará cambiar la primera bombilla que se funda.

 

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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¡Buen Camino!

Peregrinar
Peregrino hace alusión a “peligro” (periculum) pero también habla de experiencia y de aprendizaje. El peregrino será aquél que afrontando diversos peligros transforma su experiencia en sabiduría.
Siempre aparece la polémica entre quién es verdadero o falso peregrino. Ciertamente el Camino, como casi todo, se ha vulgarizado. Ya no se encuentran las esencias puras y todo se encuentra mezclado, revuelto.

La indumentaria del peregrino no hace al peregrino. El turista abunda pero quién sabe si no acabe el Camino como peregrino “auténtico”. Y es que tal vez hay infinitas formas de realizar ese camino.

Está la vanidad de hacer perfectamente el camino pues éste admite el control estricto de cada etapa, de cada aprovisionamiento. Hay también la lujuria de buscar cada vez una mayor intensidad en kilómetros, o un mayor esoterismo en los capiteles de las iglesias.

El Camino proveerá de experiencias, sin duda, a cada cual las suyas. Las circunstancias son neutras a menos que las convoque el alma pues no hay enseñanza sino hay alguien que está sensible a esos aspectos que desgrana el destino. Tal vez es la conciencia la que marca una frontera donde se dan las experiencias.

Yo no sé muy bien si fui turista o peregrino. No podría hablar de historia ni abordar esa erudicción que tan bien está plasmada en tantos libros. Lo único que podría hacer es hablar de esas pequeñas cosas con las que todo peregrino, turista o no, se encuentra a diario. No podría hablar de la gran espiritualidad aunque sí de esa otra espiritualidad que le da sentido a los actos aparentemente intrascendentes con los que se encuentra el caminante, ponerse las botas, colgarse la mochila y empezar a caminar.

El Camino
El Camino es en realidad mi camino, el camino de cada uno pues sería imposible substraernos de nuestra subjetividad. Paso a paso se hace ese camino que, aunque señalizado fuera, exteriorizado en una ristra de pueblecitos e iglesias, sólo está en un imaginario propio y/o colectivo.

El camino va recto o serpentea, sube o baja, se vuelve arisco o benevolente, circunstancias que hay que atravesar. La único que no pertenece al camino es el muro transversal. Todo lo demás es sorteable, caminando, corriendo o a gatas.

El camino es también lo que media entre las expectativas y la realidad, entre el deseo y su resistencia, la incógnita del principio y la esperanza del final.

La Pisada
Es curioso como el acto de caminar implica lo cercano y lo lejano en una conjunción armoniosa, cuando se da. Hay que seguir la pisada, el minúsculo relieve del terreno, la piedrecita, el caracol. Pero la pisada, si fuera obsesiva, caería al precipicio, por falta de perspectiva. Por el contrario, sólo paisaje, mirada altiva, está abocada al tropezón, como en la rutinaria comicidad de la vida.

Está el paso pero también el horizonte, el paisaje y el camino se alzan como ritmo y melodía de un buen caminar. ¿Miopía a lo global, temor a lo cercano? La pisada es al instante lo que el paisaje es a lo perdurable; fugacidad y eternidad en la seguridad de la huella que deja un pie y en la levedad en remontarse del otro.

¿No nos han dicho alguna vez que lo fijo en el firmamento se debe actualizar en un aquí y ahora móvil?

Las dos orilla
A veces olvidamos que la vida tiene dos orillas. Nacemos en una barca y la corriente nos lleva indefectiblemente a la muerte. El Camino también tiene dos orillas, dos bordes que corren parejos.

Ese doble filo del camino es claramente una metáfora. El Camino está fuera y simultáneamente dentro, corre por sus lindes la realidad pero también la irrealidad. Podríamos decir que sólo en el horizonte esas dos orillas se encuentran en un punto, ahí se mezclan aridez y espejismo, solidez e ingravidez.

Lo objetivo y lo subjetivo siempre van juntos porque no existe lo absoluto, no hay un objeto sin sujeto, y cada cosa tiene su contraparte.

Pues bien, entre una orilla y su opuesta estás tú, lo mismo que entre el cielo y la tierra. Cada uno de nosotros es un punto móvil que puede mediar, si hay consciencia, entre los opuestos. A cada paso pueden dialogar el Mundo y el Alma, en cada recodo fundirse el Cuerpo y el Espíritu.

Desde el Corazón
Ese punto medio del que hablábamos es claramente el corazón, a medio camino entre arriba y abajo, entre izquierda y derecha. El corazón que es puerta de un sentir mayor se nos muestra como acorde entre sístole y diástole, lleno y vacío, dentro y fuera. Tal vez ahí se produce la alquimia del camino.

Las arritmias del carácter, las irregularidades del camino deben resolverse en el Corazón. El latido impulsa, funde, baila con el paso ¿no es cierto que los pies y las piernas mueven el corazón?

Pero eso sí, hay un corazón físico y otro anímico, y uno más espiritual. Quizás por eso, ni la fatiga de las piernas ni los mareos de la mente nos deben confundir. Es el Corazón quien camina. Si el camino no tiene corazón todo es mero descampado con señales. Hay que leer pues el Camino con os ojos del corazón para descubrir las mentiras y las ilusiones.

(Un desvío casi anecdótico nos lleva a Eunate, ermita templaria del siglo XII. Piedra y símbolo. Interioridad y arrobamiento. En realidad, primera piedra de un camino interior)

La meta
Vamos a Santiago, el Santo Sepulcro, a unos 750 km de la partida, Roncesvalles. Y aunque quedan tantos y tantos kilómetros el camino es medio y simultáneamente meta. En realidad no te lleva a ningún sitio, acaso a ti mismo. Es una paradoja. Santiago ya estaba dentro de ti antes, durante y al final de la travesía.

El camino te acerca un poco más a ti mismo pero también te recuerda que tú ya eres en este preciso instante. A cada paso llegas a ser, siendo, reafirmando un bucle eterno. Pero claro, nuestro yo necesita de esa meta allende los pasos.

El templo, la tumba, lo-que-sea-sagrado se convertirá en la meta por excelencia. Aquello se convertirá en el lugar privilegiado para hablar con Dios. Lugar apto donde doblegar las vanidades para que descienda la Gracia, donde se fundirá el odio para que se expanda el amor.

Esfuerzo heroico
Pero ese lugar no puede estar a la vuelta de la esquina ni formar parte de lo cotidiano, ya que pertenece al mundo mágico, aquel que tiene las claves de una posible transformación.

Sólo el héroe inicia un camino sin condiciones. En esa entrega sacrifica lo viejo por lo nuevo, lo anecdótico por lo esencial. Habrá un esfuerzo sobrehumano (por ejemplo caminar 40 km diarios con peso y quizá mal tiempo) pues se trata de eso, de superar lo estrictamente humano y codearse con los dioses.

Con coraje, con amor y sabiduría se enfrentarán todos los obstáculos. Aparecerán las ampollas y las tendinitis, las dudas y los cansancios, las malas compañías y las tentaciones. Todo formará parte de un camino iniciático donde uno, eso esperamos, se volverá sabio.

Alguien dijo que el ser humano tenía tres poderes: puede esperar, puede ayunar y puede pensar. No es posible afrontar el camino con los mismos ritos cotidianos, con las mismas exigencias de la vida diaria. Hay que esperar el momento oportuno, el inicio de la marcha, el lugar de reposo. Hay que ayunar cuando quizá el instinto no lo pretenda. Hay que pensar para no precipitarse, para no decir lo que de verdad uno no quisiera decir.

Los poderes que desarrollamos nos llevan a la templanza, a la armonía de los opuestos, la excelente administración de nuestras fuerzas.

Una lucha dentro de otra
La lucha empieza por la mañana a las 6 AM cuando te despiertas y haces la mochila a oscuras. Empieza la lucha con el desayuno que te ha prometido el hospitalero y descubres la triste realidad: aguachirri de café, pan semiduro, mermelada de baja calidad.

Bueno, y empiezas a caminar siete u ocho horas hasta llegar al refugio. Es una lucha brava, apenas unos respiros y algo que mascar. El peso de la mochila se alinea con el dolor saltarín que va de un pie a una rodilla, de una articulación a un tendón. Por fin vislumbras el final de etapa, pero, lamentablemente no nos damos cuenta que otra lucha toma el relevo.

Ahora habrá que decidir y a qué albergue irás, en qué restaurante comerás, si tendrás la suerte de encontrar plaza en el refugio, si tendrás colchón. Tendrás que pelearte con la ducha que no funciona, con la abundante suciedad y con el carácter del hospitalero. La convivencia no se hace fácil cuando duermen muchos en una habitación y sólo hay un servicio.

Una lucha sucede a la otra y se intercambian las intensidades de dureza o de acogida. Es cierto que la lucha es casi interminable, cómo sino, apareció la vida en medio de lo estéril. Lucha, que por otro lado, no tiene que ser cruenta.

El camino es lucha pero, en cierto modo, aparece como juego iniciático, preparación a la verdadera lucha que es la propia vida. Sí, aquello que está tras el barniz de la dulce cotidianidad es, en el fondo, una terrible lucha. Ser alguien, tener éxito, formar una familia, cultivarse, mantener unos lazos sociales y participar en una sociedad cambiante, no es pan comido. Ya lo demuestra la ingente cantidad de personas trastocadas mentalmente o neurotizadas dentro de lo que llamamos normalidad.

Así que, tras el camino nos espera retomar la lucha (la verdadera si se nos permite) pero, eso sí, con más ahínco que antes.

Tiempo y distancia
Veo atletismo comiendo un bocadillo en un bar del Camino. Es curioso que la competición retransmitida como espectáculo consista en correr más deprisa, saltar más alto, levantar más peso o lanzarlo más lejos. Y probablemente el alma infantil se entretiene en esas proezas como si el tiempo y la distancia tuvieran el valor meramente de su peso. Si se puede medir entonces tiene valor.

La vivencia es inefable para la mirada objetiva, se desecha como se desecha aquello que por su complejidad es desmedido. ¿Qué pasaría si discutiéramos del valor del amor o de la libertad?

Vivimos en el mito de la rapidez; si es rápido es bueno. Trabajar rápido, viajar rápido, comprar rápido. Hoy, una velocidad de 100 Mhz en tu ordenador, mañana mil. Rápido y miniaturizado. Aunque sería absurdo oponerse a las ventajas de nuevas técnicas depuradas, nos olvidamos de algo básico. Los ordenadores de hoy son mucho más potentes que los utilizados por la NASA cuando enviaron el primer hombre a la luna, pero, no por ello, la estupidez ha disminuido en la misma proporción. Se lee poquísimo, se escribe mal, pocas ideas y muchas opiniones. No se matiza en el discurso, no se escucha, no se indaga. ¿Qué haces con un ordenador entonces si la capacidad creativa está mermada?

Hoy coges el avión y en unas horas estás en otro continente, con otro clima, otras gentes y otras costumbres. Pero el alma es más lenta que la mente, ¿cómo asimila esos cambios?

El nómada de todas las épocas, el viajante de tiempos remotos viajaba a pie o en carreta, en barco de vela o en camello. Se atravesaban las regiones con la lentitud de los planetas. Daba tiempo para comer, dormir y hablar en cada pueblo, en cada feudo.

Ese avión o ese tren bala nos lleva a menudo a una especie de arrogancia. Quizá sería interesante valorar en su justa medida, física y anímica, el salto dimensional del tiempo y el espacio al subirse en un avión.

El Camino de Santiago nos obliga a volver a valorar una dimensión perdida, la más humana, la de a pie. Nunca olvidará el peregrino lo que son 30 o 40 kilómetros caminados en un día. Tampoco lo olvidarán sus pies doloridos. Pero en esa medida pausada, en ese arrastre de rocas y piedras, paso a paso uno recobra libertad. Aunque seamos seres dependientes de un sistema tecnológico, de un coche y unos botones que ponen todo en marcha, el caminar es, por unas semanas, la liberación de estructuras sobre estructuras.

Cuando se para el tren en las vías, sabes que eso depende de algo complejo, electricidad, coordinación humana, revisión de las vías, motores, etc, etc. Y ahí el alma humana se siente pequeña, la frustración también se deja caer. En cambio caminas y ya está; te paras, bebes, caminas, te paras, y… estiras los pies.

Una mochila, un mundo
Unos zapatos y unas chanclas, un pantalón corto y otro largo. Un neceser, un botiquín, un saco de dormir. El sombrero y el bordón, la cantimplora y el chubasquero. Y poca cosa más. Es tremendo como se puede vivir con tan poco.

Sudas por la mañana, lavas al mediodía y recoges a la tarde. Cada día el mismo atuendo. Sin embargo, llegar a esa simplicidad es bien complicado. Hacer que tu mochila pese sólo 6 o 7 kilos y a la vez llevar lo imprescindible y necesario es tarea de titanes. Porque lo que anticipamos en la inseguridad abulta enormemente. Si contemplamos todas las posibles situaciones de necesidad en un camino de treinta días nuestra mochila pesaría toneladas.

Reducir necesidades, escoger lo esencial, pensar en profundidad. Saber lo que llevamos encima y porqué. Nada gratuito.

Todo está premeditado aunque tendremos muchas sorpresas. Descubres cada día algo en lo que no habías pensado: nuevas maneras de engarzar los enseres, de transportarlos, de utilizarlos. Así, con un número muy pequeño de cosas aparecen múltiples posibilidades.

La carga
Pero por mucha simplicidad que queramos, la mochila pesa. Previo al viaje la mochila sobredimensionada alterna entre el miedo al peso excesivo o a la frivolidad de su pesandez. Es evidente que sobrepesarla previa al viaje no es lo mismo que llevarla día tras día. La encrucijada está en llevar de todo por no pasar carencias pagando un peso elevado, o prescindir de mucho a costa de sufrir carencias.

Al principio uno lleva de más, el camino es demasiado incierto. Después de un par de jornadas y de las primeras ampollas, surge la obsesión por desprenderse de peso, de aquel jersey por si acaso y de este libro o de aquella guía.

La mochila pesa, cierto, pero es la cara grávida de la necesidad. Somos seres necesitados y buscamos la independencia. Los servicios del Camino son precarios pero tampoco es un desierto. ¿Cuál es el punto justo?

La mochila simboliza el sufrimiento inevitable porque demasiado llena o demasiado vacía aquélla anticipa el peso o la carencia, dos modalidades de un mismo sufrimiento.

Diría que la tercera fase del Camino es la aceptación del peso que llevas. Es el peso exacto de tus miedos menos tus confianzas.

Aceptar el peso es aceptar la carga de tus condicionantes, primer paso para poder ir ligero de equipaje. Sólo tú puedes llevar tú mochila, otra más ligera sería artificiosa porque la mochila es la literalidad del alma. Es ella la que pesa, ella la que sufre, ella también la que se libera.

Estar excesivamente centrado en el peso físico es desaprovechar otra presencia, más sutil que se impone paso a paso. ¿Pesa el alma?

De personas y personajes
Cada persona en el Camino es un punto móvil que transita de este a oeste (en el caso del Camino de Santiago). Cada punto deja una estela en su caminar y abre horizonte con su mirada. Cada caminante, en su andar, es fiel a su carácter.

Un punto no tiene dimensión pues pertenece a un mundo arquetipal , tampoco lo tiene la línea pues le falta una tercera dimensión. La mayoría de la gente con la que nos encontramos puntualmente en el Camino (y nosotros para ellos) son puntos o rayas, apenas una imagen o una secuencia de ellas. En la medida que sintonizas con algunas de ellas aparece una tercera dimensión, el punto y la línea se hacen plano, esfera. Y en esa multidimensionalidad también está el pasado y el futuro.

Uno viene de algún sitio y va hacia otro. Somos inercia del pasado y proyección hacia el futuro, aunque inercia y proyección son ambos, dos caras de lo mismo. Pero si pudiéramos resolver el pasado y desmitificar el futuro podríamos reconocer el punto que somos que se llama aquí y ahora. Podríamos vivir el instante que hace camino al andar. En realidad no te puedes encontrar con nadie en el Camino si no descansa de su pasado y si no pone freno a la proyección del futuro. Te encuentras con otro cuando eres capaz de estar.

El Camino puede discurrir en línea recta o empantanarse en un laberinto. Meandros que van y vienen sin aparente sentido. Como telarañas tejidas en los espejismos de un camino quedan atrapadas personalidades inmaduras, sueños desvencijados por la contundencia del mundo.

En el Camino hay salvavidas y víctimas; templarios grotescos, amas de llaves arpías, pontífices del bordón, locos por el Camino. Eso es, cada uno con su locura y cada loco con su tema. Como si entre todos nos hubiéramos puesto de acuerdo, esos acuerdos tácitos, para representar una misma función. Tú el peregrino, yo el hospitalero, tú el extranjero yo el del pueblo.

Cada personaje desangelado que encontramos en el camino es una oportunidad gloriosa para descubrir nuestro personaje secreto, nuestro loco tremebundo, nuestra ficción de vida, y por tanto, una salida hacia la sanación.

Presencia
Del Camino brotan muchas cosas, entre ellas, y sorprendentemente, brota la alegría y con ella el canto. Por momentos, la contundencia de la vida, la presencia de la naturaleza te hace percibir algo tan evidente: que formas parte de la vida. Algo tan sencillo y a la vez tan profundo.

Brotan también viejos pesares, porque lo pasado, si pendiente, encuentra algún resquicio para hacer las paces y ser resuelto. En la medida que surge lo reprimido y lo negado, uno lo lanza al vuelo donde los cuatro vientos lo barren sin conmiseración porque en la luz eso que en lo oscuro hurga fantasmáticamente aparece mezquino y ridículo ante la grandeza que lo rodea.

Pero también brotan las esperanza, las ilusiones y los deseos. Aparece la tentación de llenar un vacío vital que acontece que no es tal vacío sino hueco del alma aunque el ego se incomode. Y es que si el deseo brota de la insatisfacción a ella vuelve irremediablemente.

De la misma manera que el Camino nos enseña a sostenernos sobre nuestros dos pies, a aguantarnos nuestras carencias, el vacío de vida sólo puede ser sostenido con presencia. Uno muere en la presencia porque todo lo demás vive, y vive para morir, de un instante al siguiente.

Templo
Cada etapa tiene su catedral o su ermita, al lado del río o en la montaña. Un remanso de paz. A veces la necesidad propia de la fatiga te hace sentarte delante de esos retablos llenos de santos e historias bíblicas. Aunque se agradece la simplicidad de los templos románicos, de las órdenes templarias. Pero de todas formas cualquier iglesia reúne un mínimo de condiciones para pararse y sentir.

El silencio del templo da paso a una vibración interna que también podríamos llamar silencio, tal vez como meditación espontánea. Es como una respiración que integra fuera y dentro son producir chirrío. La mente ya no revoletea, se deposita gratamente en el fondo. La realidad es clara, no engaña. Todo es reconocido como tal, todo reverbera, todo habla, y habla de Eso que tantas tradiciones sabiamente no le han querido poner nombre.

Como esto no es una comprensión intelectual no perdura más allá, cierto que queda un eco, un recuerdo o una invitación a ir más profundo.

Las señales
Dice el poeta que se hace camino al andar. El Camino se hace con cada paso dándole sentido. Está claro que el camino de tierra es una circunstancia, el otro camino, el interno, se cuece también en cada paso. Y cada paso te acerca o te aleja de tu destino porque no siempre uno “apoya” bien el pie, lamentablemente la conciencia va y viene. Hay recodos donde del Camino donde te encuentras y otros donde te pierdes. Claro que esto, en el camino interior, depende de los puntos débiles, de los complejos, las armaduras que todos llevamos a cuestas.

Pero ¡ojo! También hay un Camino externo. Existe Santiago, un punto de llegada, existen los diferentes puntos de partida. Existen los refugios y existen las flechas indicadoras. Gente amiga del Camino que las ha puesto.

Gracias a todo ello uno camina. El Camino no sería el mismo sin Santo Domingo de la Calzada o San Juan de Ortega. El Camino no tendría relieve sin Eunate o el Santo Sepulcro de Torres del Río. No habría Camino sin la catedral de Burgos, León o Santiago. Están las leyendas de los peregrinos, los lobos y los salteadores. Están también los milagros.

Ese Camino que a lo mejor fue travesía de celtas, cántabros y astures. Ese Camino que edificó pueblos, transformó culturas, ese Camino está ahí.

Gracias a todos.

¡Buen Camino! A los amigos del Camino al paso por Rabanal del Camino (agosto de 2003)

Julián Peragón

 




Competitividad 9×9

La competitividad está a la orden del día por mucha vaselina que queramos ponerle a las relaciones sociales, por mucha sonrisa simulada que destilemos a diario. Día a día hacemos una carrera infatigable no sólo para ganarnos el pan, sino para atesorar prestigio, para acumular privilegios, para destacar por encima de la media. Si quieres superar el listón de la normalidad tienes que luchar, y mucho. Esta lucha es compleja pues no basta con salir a la calle con un garrote y aplacar a todo oponente, hay otras formas, formas que se han aprendido de bien pequeñito, entre juego y juego, película, lección aprendida y chantaje.

En la misma escuela, lo recuerdo bien, los pupitres estaban numerados del uno al cuarenta. Aunque teníamos seis o siete años y apenas sabíamos contar no te podías sentar al lado de tu amiguito (las chicas no existían, debían ser de otro universo), te sentabas donde te tocaba, es decir entre el 19 y el 21 por poner un ejemplo. Y esto no era necesariamente un drama porque con los días y los meses el 19 y el 21, el 18 0 el 22, se podían convertir igualmente en amiguitos, lo que pasa es que jugábamos tempranamente a la ruleta de la vida y esto era cambiante como la misma ídem. Así que un día podías estar en el puesto treintavo (con más frecuencia) o en el décimo si arreciaba la suerte.

Sin saberlo estábamos aprendiendo los mecanismos de la especulación, comprendiendo los misterios bursátiles, las leyes de la compra de valores. El juego «pedagógico» que nos proponía el maestro (¿también lo jugarían las niñas en su universo aparte? ¡investigaré!) era el siguiente: después de tomarte tu bocadillo y una botellita de leche que la beneficencia franquista daba a los niños de entonces, entrabas en silencio sepulcral a clase. Después de decir la consigna sagrada de “no quiero ni oír una mosca” el maestro preguntaba quién quería empezar a preguntar. Quizá el octavo o el onceavo levantaba la mano y le hacía una pregunta al primero de la clase, si éste la sabía, todo quedaba igual, había defendido con honor su puesto, ahora bien, si no lo hacía y el octavo respondía bien, éste pasaba a la primera plaza, y entonces como un efecto dominó que más bien era un efecto demoledor porque el primero pasaba al segundo, y el segundo al tercero y así sucesivamente. Y me pregunto yo ¿qué culpa tienen los demás de que el primero de la clase sea tonto?. Habría que notar el ánimo congelado de cuarenta criaturas, mejor dicho de treinta y nueve porque el último no podía descender más. Visto así, era el más listo de todos porque estaba fuera de juego y por tanto beatíficamente feliz.

A medida que avanzaba la clase se iban sucediendo los movimientos tectónicos, ibas abajo o arriba con tus cachivaches y tus lapiceros. Tal vez nuestra afición al nomadismo venga de aquel juego macabro, nunca se sabe.

Todo sucedió un aciago día que cansado de estar en la medianía del veinteavo, en la doblez de la normalidad se agitó mi ego competitivo, no sabía si en el primer pupitre habría más luz, el asiento sería más cómodo o me sentiría más inteligente, no sabía nada pero mi mirada se decantaba siempre hacia la izquierda de la clase y apenas hacia los perdedores de la derecha. ¿Qué pregunta le haría al primero para usurpar su puesto?. Cansado de cantar la tabla de multiplicar del 2, consulté la del 9 y me aprendí el 9×9 que era, lógicamente la máxima expresión de nuestro conocimiento. Si sabías el 9×9 eras casi Dios, y yo me lo aprendí. Así que le pregunté al tonto del primero de la clase, porque después me di cuenta que hay que ser bien tonto para querer situarse en la cresta de la ola cuando se está tan bien en el fondo calmado del océano, ¿9×9?, y… suspense no respondió (o acaso no era tan tonto y no contestó para salir de ahí) y yo dije triunfante 81, lo dije con todas las letras ochenta y uno. Habría que ver a cámara lenta como recogí mis papeles y mi maleta y avancé pasillo arriba con la mirada estupefacta de mis compañeros hasta el puesto número uno, mientras el primero de la clase cabizbajo me hacía sitio. No había sido tan difícil, pensé.

Curiosamente era cierto, en el pupitre había más luz, tu cuerpo pesaba menos, el rictus risueño de tu rostro estaba clavado en la ingravidez, la mirada húmeda, ni siquiera sentías la mezcla indigesta del bocadillo materno y la leche de la dictadura. No te acordabas del Cara al Sol, ni de la vara de castigo encima de la mesa del don maestro. La imagen grisácea del Generalísimo colgada quedaba difuminada entre los desconchados de una pared sorda.

En los fuegos de artificio del ego no había reparado en algo importante. En mi antigua posición de centrocampista apenas te llegan los balones, nadie le hace preguntas incómodas a un mediastino entre los buenos y los malos de la clase, nadie quiere ser una bisagra entre dos clase sociales (entonces no existía la clase media), existían los ganadores y los perdedores, los ricos y los pobres, los listos y los tontos, y punto. Yo hasta entonces había vivido en el limbo, nunca mejor dicho, había contemplado el ruedo desde el burladero, había toreado los altibajos de la vida, pero ahora estaba en el punto de mira. Me miraba hasta el profesor incrédulo ante mi pregunta tramposa porque se veía claro que no me sabía el tres por cuatro y había hecho una pregunta de erudito, había hecho la exégesis del texto matemático y había hallado la piedra filosofal.

Os lo aconsejo muy seriamente, no vayáis nunca al pupitre número uno ni siquiera a pedir la maquina de afilar porque la luz que desprende es cegadora. Es lo que me pasó a mí. Estaba saboreando el paseillo de entrada a la plaza de toros como el matador número uno, era como si hubiera cortado las dos orejas y el rabo de la bestia. Todavía sonaba la música triunfal en mis oídos y no escuché bien la pregunta que me hicieron a continuación, que no pude contestar lógicamente, y sin darme cuenta ya estaba en el segundo puesto, y antes de aterrizar en la nueva realidad en el tercero, y en el cuarto, y así sucesivamente. La vida me fue poniendo donde estaba antes de mi arrebato egoico, me situé en esa medianía complaciente en la que sin tener el ánimo perdedor tampoco estás dispuesto a hacer el sobreesfuerzo de mantener un primer puesto demasiado disputado.

El tiovivo del juego acababa con el silbato de la escuela. La cotidianidad de nuestras casa era dulce hogar comparada con la escuela de la vida. Tu padre siempre era tu padre y tú siempre el pequeño, te pusieras como te pusieras. Podríamos decir que la familia era una inversión en bolsa conservadora, apuesta en valores fijos, inmobiliarios, letras del Tesoro, pagarés del Estado, etc, y no como la política agresiva del querer ser más que nadie y acabar siendo precisamente eso, un don nadie.

Aún hoy tengo problemas con el 6×8, o tengo que pensar cuando multiplico 7×9, pero no tengo ni asomo de duda con el 9×9, y es que las heridas de guerra dejan una huella imborrable.

Aprendí otras cosa útiles en aquellos tiempos. Cosas como las que hacía Jesús según dicen cuando era pequeño. Jugaba a correr con sus amigos y en los últimos metros perdía fuelle y dejaba ganar a otros sin que nadie se diera cuenta. Eso sí que era ganar porque no solo ganaba la carrera sino ganaba también la situación.

Yo le he dado muchas vueltas a esto, a veces pienso que ser un ganador a los ojos de la sociedad es ser un perdedor a los ojos del espíritu, y viceversa, así están las cosas. Aunque el tema a medida que profundizas se vuelve más y más complejo. A lo mejor el niño Jesús había días que corriendo ganaba la carrera para no quedarse estancado en la comprensión anterior. El quedarse en tercer puesto pudiendo ganar es una proeza, pero el ganar claramente sin atraparse ni en los frutos de la gloria pero tampoco en la complacencia de la compasión por el otro es infinitamente superior. Así que un día pierdes ganando y al otro ganas para no perderte en la pérdida. Y esto es el koan que aprendí de bien pequeño, nadie sabe a ciencia cierta si una victoria es tal o una derrota realmente derrota.

No es lo mismo ganar de ida que ganar de vuelta, es bien distinto. Si algún día llego a ser el primero de la clase (Dios no lo quiera), creo que estaré de vuelta. Me sentaré quedo en el pupitre como si estuviera sentado en el último lugar, mi ego lo aplastaré bajo los zapatos y abriré los oídos para escuchar toda pregunta. A lo mejor me quedo en la reverberación de la pregunta íntimamente en mi interior y se me pasa el tiempo y no contesto. Pero no importa, la vida es un andar de paso. Ningún sitio es tan bueno que valga la pena echar raíces, y menos un pupitre con reflejos dorados.

Tanta esclavitud hay en el primero como en el último, de ahí que la única salida sea la de trascender toda polaridad y cuando estás en un extremo sentir con claridad el opuesto. Lo decía con otras palabras un texto hermético “… piensa que aún no has nacido, que estás en el útero, que eres joven, que eres viejo, que has muerto, que estás en el mundo más allá de la tumba; capta en tu pensamiento todo esto a la vez, todos los tiempos y lugares, todas las sustancias y cualidades y magnitudes juntas; entonces puedes aprehender a Dios”.

Sin llegar a tanto a veces me digo cuando veo los numeritos de mi cuenta bancaria que ser rico sería la hostia, pero por otro me digo que con una cuenta abultada no me enfrentaría al toro de cuernos puntiagudos que acecha en la ley de la selva de la supervivencia. Hacerse el listo tiene sus ventajas pero hacerse el tonto es bien listo porque, entre otras, te dejan en paz. Si tuviera tiempo estoy seguro que haría una fortuna y me dedicaría a vivir como un mendigo, sentado en una esquina soleada a ver las caras de la gente que pasa con el alma prieta, o tiraría piedras a un río para entretenerme con los remolinos únicos e irrepetibles que hace el agua. Como no tengo mucho tiempo voy a hacer lo contrario y que tengo más a mano, voy a permanecer como un pobretón de los de hoy (clase media baja, tirando a la baja) y a la vez, fijaros en la jugada, voy a intentar vivir como un verdadero rico, voy a pasear por los bosques como si fueran de mi propiedad, voy a disponer de todo el tiempo que quiera para mi propia recreación, el paseo, la meditación o la tertulia, voy a tomar el desayuno en la cama y voy a tomar el té a las cinco de la tarde. ¿Qué os parece?

Julián Peragón




Asterión

Te encontrabas al final del Gran Año y no pudistes vencer la tentación de entrar allí. No te censuro, entiendo que hay atracciones fatales como el vértigo del abismo que nos atraen irremisiblemente como un agujero negro que nos hiciera cada vez más densos hasta terminar engulléndonos. Tú sabías lo que se decía de la ferocidad de Asterión y cómo devoraba año tras año el tributo de siete muchachos jóvenes y siete vírgenes, sabías que era insaciable y que tenía el aliento de fuego pero entraste. Y entraste en el laberinto que otros, incluso los mismos demonios, hubieran quedado atrapados una vez que la desorientación y la incertidumbre hubiesen hecho mella en sus corazas de temerarios y valientes. No vieron a nadie en el laberinto, antes el miedo los paralizó hasta sucumbir en la locura o en el suicidio cuando una y otra vez volvían a pisar sus mismas huellas en la arena.

También es cierto que se han contado historias mágicas e increibles. Que en el centro del laberinto dormita el Minotauro junto a la fuente de la eterna juventud y que de rocas lunares salpicadas de amatistas brotan néctares que fecundan la tierra de rosas siempre frescas y lotos en lagos cristalinos. No es seguro que haya vuelto nadie para contarlo, pero ya sabes que en Creta cada sospecha se vuelve rumor y en cada esquina el rumor se vuelve leyenda. También se rumorea que el Minotauro es tu hermanastro y que tu madre amó al feroz toro blanco de Posidón. Los mismos dioses lo consideraron un acto contranatura y al nacer el engendro, salió al revés de toda lógica. Lo inferior ocupó el lugar más alto, la cornamenta instintiva se alzó en un bramido de venganza. Minos, tu padre lo encerró en este laberinto y te prohibió la entrada. ¿Qué buscabas en el laberinto Ariadna?, ¿qué sueño te arrastró por el caos de la vida, por el intestino del inconsciente?, ¿por qué quisiste recorrer esa flor infame que ríe del buen sentido de los hombres y seguir el reguero de muerte y las huellas petrificadas sin hálito de las vírgenes?. Tú que eres tan bella que tu reflejo eclipsa el cielo estrellado.

Si al menos hubieras traído un ovillo de hilos plateados que marcara el camino de ida y vuelta, o hubieras conseguido los favores de tu amado Teseo para que matara al Minotauro en su sueño profundo. Pero no, sólo confiabas en tu belleza y sólo esperabas misericordia del monstruo, sin sospechar siquiera que Asterión el Minotauro es un ser herido de amor, y su peligrosidad es fruto del afecto nunca saciado travestido en deseo de venganza. Y ciertamente se despertará cuando tu aroma –mucho antes que el rastreo de tus pies– le llegue como un insospechado presagio. Piensa Ariadna que el monstruo rugirá y dejará un rastro de baba espesa cuando recorra su laberinto en forma de teleraña. Tú andarás a ciegas, a derecha e izquierda, sin los espejos que te han acompañado toda tu vida, sin las seguridades cándidas que te amamantaron y con la angustia intestinal que encierra todo laberinto.

Un laberinto es peor que una cárcel, Ariadna, siempre promete una salida o el retorno a un centro anhelado, un centro donde la espiral vertiginosa del laberinto queda anulada por un remanso de paz –eso dicen. Corre Ariadna, procura que el pánico no cierre tus ojos. En la persecución no olvides la claridad de las estrellas que te guían, los envites de tu intuición, el fuego que hay en tus venas. Mira hacia atrás bella Ariadna no vaya a ser que estés huyendo de una sombra fantasmagórica, mide bien tus pasos y afina el oído. La estrategia del Minotauro será la de llevarte a un callejón sin salida, en las profundidades del laberinto donde el tributo era cobrado a la luz de la luna llena, donde los ahullidos de la bestia rebotaban infinitamente mezclados con la angustia de las víctimas. No seas inocente Ariadna, quien no ha tenido ningún espejo, quien no ha dialogado con ningún otro, quien no ha recibido una sola caricia, una única imagen completa o idílica de si mismo, habrá de vivir el amor con la compulsión de la antropofagia puesto que los únicos límites del Minotauro son las paredes de su laberinto. Y tú bella cretense, hija de reyes, estás dentro de la piel del monstruo. Corre, deshazte de tus joyas y tus vestidos, corre desnuda hacia el centro, la única salvaguarda. Busca la inmortalidad del alma, el monstruo no te quiere a ti sino el calor de tu carne, de tu sexo, de tus pasiones desbocadas. En cambio en el centro la bestia se duerme como un niño envuelta en efluvios oníricos y podrás jugar con su ferocidad de leche y gruñidos tiernos.

Pero aún estás en el laberinto y si aparece el monstruo, no dudes, mírale a los ojos como tu sabes. No te dejes impresionar por los restos sanguinolentos de su hocico ni por la mirada necia doblegada por un dolor inhumano que le perfora la cabeza. No te apartes de su aliento de azufre ni sientas lástima del apéndice humano que sobrelleva la inflamación monstruosa. Acércate al monstruo Ariadna, deja a un lado la soberbia de la belleza, tus sueños narcisos, tu hedonismo de salón. Abandona los barnices de los sentimientos, las correrías de palacio, las buenas costumbres y acércate a tu hermanastro. Deja de huir de lo informe, de lo grotesco de la vida. Mira la joroba del monstruo y di si no es también tuya Ariadna, la más bella entre las mortales.

Díle a la fiera quién eres, qué rapaz, orgullosa y manipuladora se esconde detrás de tus encantos, y díle al inocente monstruo quién trafica con el amor y el deseo, y quién fuerza al espejo a prostituirse. Anda, acércate y piensa que, si tu gesto no es de verdadero amor, si tu deseo es inseguro y temeroso, ese monstruo de las cavernas, que no sabe de fingimientos, que nunca ha sabido de mentiras piadosas, que no tiene nada que perder, Ariadna, ¡nada que perder!, ese monstruo te destrozará en un acto más de venganza. ¡Qué pena!, una vez más la bestia devora a la bella. Tan cerca del centro sagrado, donde el tiempo no corre y las palabras demoran siglos hasta perder toda ambigüedad, donde los sentimientos nunca más recorren los dédalos sinuosos que todo lo corrompen, tan cerca de ese centro donde el destino se vuelve plano y transparente como la escarcha de la mañana. Ahora Ariadna, que no puedes escapar, que aún mantienes quieto al monstruo con tu mirada, que temes perderlo todo y que no quieres darte cuenta de que esto es peor que un naufragio. Ahora, lánzate inesperadamente en los brazos del infierno, piérdete en la densidad del monstruo, agárrate fuerte y siente como tu corazón se ensancha. Traspasa todo espejismo y sorpréndete detrás de la náusea de esa familiaridad e intimidad nunca antes sospechada. Reconoce esa alegría que brota de tus pies y ese rugido de monstruo que se vuelve suspiro. No te extrañe Ariadna, de las rosas silvestres que os rodean ni de los lotos abiertos que desafían el fango del lago.

Julián Peragón




7 caminos de vida

 

1
La vida es un camino de purificación

La gravedad nos tira hacia abajo como si quisiera recordarnos nuestro origen humilde pero la fuerza vital se desquita encontrando la verticalidad hacia el necesario mínimo esfuerzo. Esta lucha entre el abandono y el deseo, el vacío y la voluntad, caos y orden es permanente hasta que dejamos de luchar y sobreviene la muerte.

Mientras la vida presiona con sus deberes y responsabilidades y esa presión se traduce en tensiones. Las tensiones son inevitables como son inevitables las deformaciones en los troncos de los árboles cuando resisten con el paso de los años las tormentas y los vendavales. Sin embargo esas tensiones hay que saber administrarlas, desgranarlas a tiempo para no sucumbir bajo una coraza impermeable o implosionar con el corazón ahogado por el estrés o por los contratiempos. Parece ser que algo hay que hacer.

Para que nuestra sensibilidad tenga un espacio de desarrollo necesitamos un cierto orden, orden vivo que no rígido, donde nuestro universo de cosas y seres establezcan entre sí unas constelaciones claras, lejos del pantanal que a veces invade nuestra realidad.

Ese orden externo debería ser también un reflejo de otro orden interno, de una actitud sana con respecto a nuestro cuerpo y a nuestra mente. De la misma manera que el agua de un río sigue un cauce, la naturaleza que hay en nosotros necesita de unas leyes.

Cada día nos alimentamos pero los desechos de la combustión nos obliga a eliminarlos; y es evidente que de la calidad de esa eliminación depende a la larga una correcta nutrición. Es por eso que la salud empieza por una correcta purificación del cuerpo; en principio esta purificación consiste simplemente en darle tiempo al organismo para que elimine. Curiosamente muchas tradiciones religiosas han prescrito períodos de ayuno o abstinencia que aunque tuvieran un dictado espiritual también mostraban una intuición fisiológica. Comer sobrio es comer sano y ayunar puede resultar terapéutico. Desde el ejercicio a la sauna, del agua a la arcilla tenemos muchos elementos para depurar las toxinas.

El yoga nos recuerda un niyama que es shaucha, limpieza y purificación. Nos limpiamos primeramente por una higiene personal saludable, y como somos seres que vivimos en comunidad nos limpiamos también por respeto a los demás. Ahora bien, podemos vivir la limpieza como un rito cargado de espiritualidad. Purificamos nuestro cuerpo y ordenamos nuestra casa para sentirnos disponibles ante lo sagrado. Podríamos decir que en cuerpo limpio anidan buenos pensamientos o que el aroma de armonía que desprende nuestra casa nos acoge en lo más íntimo.

En esta higiene que se vuelve sagrada sentimos que para ir hacia la pureza del cuerpo es necesario atravesar la desidia que nos dificulta eliminar los venenos del organismo. Y no nos quedaremos meramente en la dimensión corporal pues diremos que la pureza de corazón quiere ir más allá de la doblez, así como la pureza de pensamiento quiere disolver la mentira. A menudo es más fácil ver la impureza, el error, fuera de nosotros mismos, pero todo acto de purificación empieza sin duda por uno mismo. La queja ante el mundo se transformará en honestidad ante sí, no esperando ya un mundo puro.

2
Nuestra vida es un camino de servicio desinteresado

Todos los seres estamos en un mismo barco que se llama vida. Cada uno de nosotros es una célula de un gran ser que se llama humanidad y cada célula, cada ser, lo sepa o no, quiera o no quiera, vive (aún bajo la ilusión de la individualidad) en pos de esa vida y de esa humanidad. Millones de años de evolución han demostrado que la vida se mejora a sí misma, buscando la respuesta más adaptativa, integrando la complejidad, estableciendo funciones superiores.

Si esta evolución que late en nuestras entrañas se supera a sí misma en cada nacimiento, nuestra consciencia debe comprender que venimos a este mundo no sólo para mejorar lo que nos ha sido dado, no sólo para desarrollar potencialidades personales sino para apoyar también a esa humanidad de la que formamos parte, a todos esos seres que buscan como nosotros la trascendencia.

Ayudar a los seres que sufren a ir de esta orilla de dualidad y de ignorancia a la otra orilla de unidad y sabiduría parece pura ilusión pues nosotros mismos estamos en la misma orilla y somos los primeros en necesitar ayuda. Pero ayudar a otros seres forma parte de nuestro deseo más noble, esa nobleza que manifiesta el bodhisattva que renuncia a su propia iluminación hasta que el último ser no se haya iluminado. La cualidad de este bodhisattva es metta es este amor compasivo hacia todo ser que nos recuerda el budismo.

Para ello hemos de despertar de la ilusión a la que nos tiene acostumbrado nuestro yo, creer que cada uno va en un barco diferente (a cual más bonito) y que nuestra propia felicidad es independiente de la de los otros.

Patanjali nos recuerda que hemos de cultivar Isvara pranidhana, y de tal manera como un grano de arena en medio de la inmensidad hacer lo que uno tiene que hacer pero sin apegarse a sus frutos; frutos que no son nuestros sino de todos, de la vida, de lo divino, se llame como se llame. Si estamos pendientes del interés (hablando de un interés excesivo) nuestra acción no es limpia y el resultado siempre es mezquino, insuficiente. Si queremos atesorar cerrando el puño nos daremos cuenta que apenas caben unas pocas monedas en nuestra mano.

En cambio no hay otra posibilidad que la devolver con creces a la vida lo que la vida nos ha dado. Si somos un parpadeo veloz en el tiovivo del mundo, y el mundo sigue, y la vida sigue después de nosotros, nuestra responsabilidad es pensar también en el mundo que dejaremos a los nietos de nuestros nietos.

La muerte nos recuerda que toda posesión es una momentánea ilusión. Existe otro hacer como cuando uno va a plantar un árbol aún a sabiendas de que no lo va a ver crecer, ni va a comer de sus frutos.

3
Nuestra vida es un camino de amor

Dicen los científicos que el universo es neutro compuesto por materia, luz y energía. Los supersticiosos susurran que el universo es peligroso, lleno de fuerzas incontrolables y tenebrosas, en cambio dicen los místicos que el universo es benéfico aunque no comprendamos sus últimas finalidades. ¿A quién creer?

En todo caso nosotros le damos realidad al universo con nuestra fe y con nuestra esperanza. Recogemos, por tanto, aquello que sembramos. Sin duda, vivimos en nuestro pequeño universo en connivencia con ese otro gran universo. Todo depende del juego al que queramos jugar. Juguemos pues, y una de las reglas del juego es que el contagio se da por doquier. La materia contagia sus vibraciones, y el alma sus esperanzas y sus sueños. Con todo esto el destino teje una trama.

Si cada situación que nos trae el destino posibilita un encuentro y una comprensión quizá podamos insinuar que el universo conspira para que seamos felices. Y esa conspiración nace y acaba en el amor pues no hay fuerza más potente que sea capaz de anidar estrellas y de estrechar seres. El descubrimiento del alma es la comprensión de que ésta vive por amor y que su sino es la disolución en un mar de bienaventuranza. Sat-chit-ananda es esa cualidad del ser consciente lleno de beatitud.

Pero como amor es una palabra demasiado prostituida quizás es interesante hablar de un abanico de expresiones amorosas que van desde la escucha al reconocimiento, desde el perdón a la compasión entendida como esa capacidad de colocarse en la piel del otro y entender (sin necesidad de compadecerse o mortificarse) el sufrimiento del otro.

Si supiéramos que toda la farsa que pudiera haber en nuestra historia, toda la elaboración de personajes de vida y estrategias de relaciones esconden en el fondo una carencia de amor, nos daríamos cuenta que el amor es un destino al cual no podemos dejar de ir. Desangelados por la vida no somos conscientes que lo que buscamos de veras es un verdadero abrazo donde dejarnos ser. Y no nos damos abrazos porque no sabemos, porque es tabú, porque rompe las formas sociales, pero es que a amar se aprende amando, y amando se hace un camino de vida. El yo teme al amor porque el amor es la disolución de toda frontera entre dos aparentes identidades, el amor es el recuerdo de que en esencia somos uno y esto desde la perspectiva de una estructura de personalidad rígida puede ser aterrador.

Es posible que no haya amor sin sufrimiento pero también, no lo olvidemos, el amor es alegría y celebración, gozo y consuelo.

 

4
Nuestra vida es un camino de conocimiento

El conocimiento es uno pero con múltiples senderos que es lo mismo que decir que cada uno tiene un trocito de verdad y que entre todos los cristales formamos un espejo entero. Las verdades no son absolutas, ni fijas e inmutables pues cambian con los cambios de la vida, cambian con la óptica del observador, cambian desde la dimensión que la contemplas. Ahora bien, es evidente que hay verdades más permanentes que otras, más globales o más profundas a las cuales se dirigen los buscadores.

De todo podemos extraer una lección, podemos aprender de la nube, del árbol, de una fórmula matemática, de la historia, de nosotros mismos, por supuesto. Pero no se trata en el fondo de una acumulación de conocimiento sino del arte de vivir. Ser sabio en las leyes de los cambios para fluir con la vida, para no ir a contracorriente, para estar en paz. Hesychia, esa paz a la que aspiraban los Padres del desierto.

En ese aprendizaje de por vida no puede ni debe haber ambición pues nos convertiríamos en estrictos eruditos o mercaderes de las ciencias. No aprendemos sólo con el raciocinio sino con todo el cuerpo, con los sentidos a flor de piel, con la analogía, la experiencia y con la curiosidad. Y es esa curiosidad que mantiene el espíritu del niño que nos hace, con el tiempo, convertirnos en sabios, porque la sabiduría no es tanto la ilustración del conocimiento como (alguien humilde dijo) la buena administración de la ignorancia.

Desde esta posición la estrecha luz de la razón no puede iluminar los confines del universo, así el místico siente que vive en el misterio y que el misterio duerme dentro y fuera de sí mismo. Es vana la pretensión de querer dar respuesta a todo lo que nos rodea porque cada pregunta y cada respuesta abre nuevos interrogantes. El sabio lo sabe y no intenta responder sino sacar fuerzas de ese misterio para estar despierto, para asombrarse del mismo acto de ser.

El reto es aprender de todo, la triste realidad es que no podemos aprender mucho porque el conocimiento es ilimitado. Esta comprensión nos posibilita una actitud de estar abierto a todo, adonde la vida nos lleve, alumbrado a veces por los libros, por tal o cual enseñanza pero haciendo que la propia experiencia sea la verdadera maestra. Ubekkha es la ecuanimidad necesaria ante las experiencias de la vida, abrirse más y más a lo que la vida nos traiga.

Asombrarse del más pequeño insecto, de la minúscula brizna de hierba es reconocer con humildad el plan divino que hay escondido en todo lo que vive, y esa inteligencia superior que nos secunda es a donde apunta esta vía de realización.

5
Nuestra vida es un camino de transformación

El mundo es bien tangible como lo comprobamos día tras día pero nuestra vida en este mundo tangible está llena de una neblina ilusoria avivada por el deseo. Por eso decimos a veces que el mundo es ilusorio pues vamos en busca de fantasmas que toman la forma de paraísos materiales, de objetos fabulosos o de poderes extraordinarios. Como nos recordaba Buddha, el dolor (el envejecimiento, la enfermedad o la muerte) existe pero hay una salida a este dolor. El fruto de avidya, el fruto de la ignorancia es el dolor (dukkha) como nos señala la tradición hindú, y también nos indica que son cuatro los hijos de la ignorancia que van desde la importancia personal hasta el deseo pasando por los temores y el miedo al cambio. Hijos de la sombra a los que hay que cortar las raíces.

Por tanto vemos que hay un camino de transformación que nos lleva de esta orilla de dualidad a otra de unidad. Las imágenes son múltiples para hablar de esta transformación de lo inconsciente en consciente. Convertir el plomo en oro como sentencia la alquimia; despertar la energía kundalini para realizar las bodas divinas de las que nos habla el tantra; abrir las fauces del león, como símbolo de la sublimación del instinto como plasma el esoterismo. Mitos y cuentos iniciáticos también, entre otros, hablan de este camino de transformación.

También se nos dice que hemos de despertar, que nuestra vigilia es sueño para el sabio. Que hemos de quitarnos la venda de los ojos y ver nítidamente la realidad. Las imágenes se suceden y se nos dice que hemos de volver sobre nuestros pasos y desandar lo andado para rehacernos nuevamente.

La fragmentación de nuestra vida se convierte en remembración. Rememorar lo que verdaderamente somos aunque debamos pasar por una cierta locura que nos cure de la estricta cordura en la que el mundo locamente está.

Este camino de transformación está muy bien simbolizado en la flor de loto. Remontándose por encima del lago, hundiendo sus raíces en el fango, la flor de loto muestra su pureza, así como el sabio viviendo en este mundo de ignorancia no queda contaminado por su oscuridad.

6
Nuestra vida es un camino de contemplación

El mundo sensible que nos rodea nos trae belleza y realmente lo bello no está totalmente fuera, en el objeto pero tampoco totalmente dentro, meramente en la mirada. La belleza es un encuentro feliz entre dos mundos, entre el objeto y el sujeto; es un tránsito atento por la cuerda floja que media entre el mundo sensorial en un extremo y el ideal en el otro, quizá el acuerdo secreto entre la forma y la función. Quién sabe.

En todo caso la persona que se para por un momento del ajetreo del mundo y contempla lo bello, lo efímero, lo sutil de todo lo que existe queda embriagado profundamente. Y es que debe haber una sintonía entre belleza, bondad y verdad como nos recuerdan los filósofos clásicos.

Tratamos de recogernos en meditación para calmar el torbellino de la mente, para hacer hueco y poder orar. La oración no es una letanía sino una invocación para que aparezca en nosotros lo más elevado. Y a veces la mejor oración es también el silencio.

Contemplar es hacer el silencio, y hacer silencio es dejar que hablen las cosas para poderlas contemplar. La contemplación no es un análisis de lo que percibimos sino una fusión con la experiencia de la cosa percibida. En este caso el yo está en latencia pero no en primera línea, las fronteras se diluyen como se diluye el tiempo lineal en uno más eterno.

Y es que más allá del hacer inevitable en este mundo, de establecer vínculos y de comprender los porqués, hay que contemplar esta maravilla que es la creación. En el silencio de esta contemplación el alma habla, mejor dicho, canta, y nosotros, nuestro cuerpo, muchas veces sin previo aviso, quiere bailar.

El poeta nos dirá que la existencia que acontece a cada instante se manifiesta como una sinfonía a la que hay que estar atentos.

Si pudiéramos responder a la pregunta de a qué hemos venido a este mundo. Si pudiéramos responder por el sentido de la vida quizá diríamos que la vida se busca a sí misma para devenir consciente.

Hay un camino muy poco transitado que sólo recorren los locos, los niños y algunos seres, y es el camino del asombro. Abrir los ojos de par en par para llenarse de infinito.

 

7
Nuestra vida es un camino que hay que transitar hasta el final

Nuestro camino en la vida puede transitar por desfiladeros o por llanuras, por parajes sombríos o luminosos valles, aunque en realidad no importa mucho, pues todo camino no es más que una metáfora de los procesos del alma. Ningún camino va a ningún sitio, como nos recordaba el viejo chamán, si acaso a uno mismo. Y uno mismo siempre ha estado antes, durante y al final del camino. El camino no es nada y lo es todo. El camino es ese hilo que une un acto aparentemente contingente con otro y que con el decurso de la vida parece trazar un dibujo definido.

Sabemos que los caminos fáciles no llevan lejos, tal vez por eso el que busca siente que el camino es largo. En él encontrará innumerables escondites, refinadas excusas para no seguir pero la insatisfacción profunda hará que sigamos buscando.

Caminos apetecibles, tentadores hay muchos, y todos ellos válidos pero sólo uno entre ellos, el que sentimos con corazón es el nuestro. Los mitos nos dicen que los obstáculos aparecerán en el camino, laberintos y minotauros, trampas y desafíos, pero también nos dicen que una vida sin retos no es propiamente humana pues todos vivimos en nuestro interior el arquetipo del héroe o de la heroína.

Habremos de cultivar viriya, el coraje, khanti, la paciencia y adhitana, la perseverancia necesaria para persistir en nuestra hazaña.

Quizá no hay que confundir el camino del ser con el camino que fantasea hacer el ego. Así caminar hacia la madurez no es bajar al mercado espiritual donde todo se compra o donde las diferentes técnicas espirituales se intercambian como ropajes al mejor postor. El camino es un camino de guerrero donde lo verdaderamente importante es la impecabilidad como seres humanos. Tal vez por eso, la tradición ha hablado de iniciación donde el iniciado pasa por una prueba como tanteo de su capacidad de compromiso.

Si empezamos el camino con estruendo de tambores, está claro que al final, el camino, tiene que ser tan imperceptible que nadie note nuestros pasos. Y es que la invisibilidad es propia del caminante sabio.

Julián Peragón




El Gran Mago

 

Semanas de guerra absurda, injusta y prepotente. Un revuelco más de la historia de siempre, el poderoso y el enmascaramiento de sus verdaderas motivaciones con la propaganda eterna: los malos están allá fuera.

El mundo está en un brete a partir de otra guerra injusta y desproporcionada. La mayoría de los analistas durante estas semanas de guerra y los meses prebélicos se han puesto de acuerdo en considerar el temible polvorín que significa Oriente Medio y la reacción en cadena de odio y actos terroristas que puede estallar a partir de la humillación al pueblo iraquí y por extensión al mundo árabe. No sólo es evidente el doble rasero que utiliza el gobierno norteamericano. Ha hecho la vista gorda ante el conflicto palestino-israelí en el que Israel ha incumplido innumerables veces las resoluciones de la ONU, mientras que se ha obsesionado con el régimen tiránico de Sadam Hussein vinculándole con el mantenimiento de lazos con el terrorismo internacional aunque no se han aportado pruebas de esta vinculación.

Los datos que han aportado estos analistas de política internacional han sido tantos y tan claros acerca de los intereses de EEUU que sobraría hablar más de ello. Todo suena a la misma música de toda la historia de la humanidad, los imperios y sus hegemonías, la expansión de sus valores, la explotación de los recursos, las campañas ideológicas para justificar sus actos y un largo etcétera. La diferencia con el actual imperio americano es que nunca en la historia un país tuvo tanto poder militar, económico y cultural, nunca dispuso un país con tantos recursos y medios, nunca en la historia los gobiernos tuvieron la posibilidad de destruir toda la humanidad no una vez sino muchas veces. Así que creo decir que estamos viviendo unos momentos históricos críticos a muchos niveles.

De esta guerra que es una guerra por petróleo, por intereses estratégicos, por negocio en la reconstrucción de un Iraq destruido, etc, etc, sólo hay una cosa rescatable y es la reacción mundial ante esta guerra ilegal que ha dejado la ONU relegada a un papel meramente de ayuda humanitaria. Millones y millones de personas han dicho, como nunca en la historia, NO a la guerra, no a el sacrificio de vidas inocentes, no al saqueo de Iraq, no a nuevos sacrificios de la población iraquí que se han prologando más de una década.

Pero mi interés no es hablar una vez más de la guerra sino intentar rescatar alguna enseñanza de ello, alguna sabiduría que se nos escape, algo que nos aclare el presente y que nos sirva para no volver a caer en lo mismo más adelante.

Pues bien, por un momento pensé en Jung y en las cuatro funciones psíquicas de las que hablaba y del camino de individuación que uno tiene que hacer para realizarse. Pensé en que el abordaje a un tema no debierá ser siempre el mental, ni siquiera el emocional, y me propuse el intuitivo. Como la intuición es una función elevada de la psique humana que requiere cultivo y sensibilidad que quizá, yo no tengo desarrollada, recorrí al simbolismo y cogí una carta del Tarot con la pregunta sobre el tema de la guerra, y me dije, ¿qué podemos aprender de todo ello?. La carta que salió fue el Mago. Perdonen esta incursión en un medio que para muchos quizá les resulte gratuita, o algo peor.

El Mago en un aspecto general del símbolo, significa la creación de una personalidad para funcionar en el mundo. Ese carácter que llevamos implantado en nuestra propia piel, introyectado en nuestra psique se hace a golpe de magia. Con los elementos básicos, el papá, la mamá, la escuela y la sociedad uno recorta sus experiencias y se las pega en forma de collage haciendo un traje a medida. Al monigote que nos sale le llamamos autoexpresión o personalidad, y lo adornamos con las pegatinas de nuestros fans o ídolos.

Sea como sea, el Mago nos recuerda que es preciso soñar, y que hay que decir en voz alta YO QUIERO, yo quiero ser tal y tal. Después vendrán las rebajas porque en la dinámica del deseo lo importante es aquello que realmente se consuma, lo que se hace verdaderamente carne. Eso ya lo veremos.

El Mago nos recuerda que en el acto de vivir tenemos una chistera donde habitan todas las posibilidades que nuestra imaginación pudiera considerar. Esto se representa en el sombrero que posee una forma de infinito. Infinitas son las posibilidades de ser y cada uno debe encontrar la suya. Aunque también nos recuerda que en ese acto de ser, de búsqueda de nuestra forma (llámese yo, ego o carácter) hay que pagar un precio, el precio de la transformación.

La alquimia de todo buen mago debería consistir en transformar el plomo en oro, es decir, con respecto a nuestra personalidad, convertir el monigote hecho de recortes extraídos de aquello que nos daba seguridad, poder o brillo, convertirlo en un ser animado, con alma. Y esto requiere toda una vida, tras recorrer innumerables senderos, y superar insidiosos obstáculos. Tal vez por ello, el Mago, está al inicio del camino y todavía faltan veinte arcanos por recorrer.

Es cierto que cada etapa del camino representa la culminación de la etapa anterior, y a la vez, la resistencia a la siguiente. Cada arcano nos previene de quedarnos complacientes en esa etapa y nos invita a dar un paso más, a recorrer un recodo nuevo del camino. El Mago nos dice que hay una magia blanca que es la de rehacerse a sí mismo en esta experiencia vital y lograr el redescubriendo del alma, eso que es más esencial en cada uno de nosotros. Pero también nos previene de la magia negra, que consiste en hacer el truco facilón, en dar un golpe de efecto que satisfaga a nuestro pretencioso ego pero que no deje rastro de aquella transformación. Hasta para hacer magia negra hay que ser astuto, el prestidigitador mueve con velocidad las manos, el truhán mira hacia un lado mientras por el otro hace trampas. El vendedor de sueños se asoma al precipicio de tus inseguridades y te susurra al oído, confía en mí, yo te daré poder.

Pues bien, ¿y qué tiene que ver esta carta cogida al azar (que nosotros llamamos sincronicidad) con la situación mundial?. De la misma manera que el adolescente teje con los elementos que tiene a su alcance su personalidad, la humanidad, en su concepción global, percibida más allá de lo estrictamente tribal o nacional, se halla en una etapa inmadura. Los Derechos Humanos apenas han salido del papel donde fueron escritos. La democracia es un asunto formal pero no real, siguen siendo los poderes fácticos los que mueven los hilos. Son las grandes corporaciones industriales, los grandes bancos, la empresa farmacéutica, la armamentística, los grupos de presión los que imponen sus criterios. La basura informativa a la que estamos abocados es una mera cortina de humo, un atontamiento colectivo, migajas de placer para las clases populares. Lo que realmente importa, la noticias relevante, las decisiones que cambiarán el mundo se hacen a escondidas. Siempre ha sido evidente.

Pero en estos momentos creo que se ha producido un cierto despertar. La gran mayoría de la población mundial ha salido a la calle porque se le ha visto» el truco» al Gran Mago. Detrás de la estatua de la libertad como detrás de los grandes discursos para “liberar” un país, un territorio o una población hay lo que hay, interés puro y duro. Y esto no se nos olvidará nunca más.

Es posible que la salida de la inocencia (la superación de la “adolescencia”) sea dolorosa. Adquirir una conciencia histórica ecuánime, escuchar al político con ojos críticos, votar a un programa y no a una imagen edulcorada que promete seguridad y pleno empleo, crear estructuras de seguimiento, implicarse en lo social, pedir cuentas, es complejo, pero es necesario. ¿Cómo es posible que un Bush por no hablar de otros lideres europeos, hayan sido elegidos con un discurso infantil que pretende arreglar el mundo a golpe de puñetazos y bombazos?

Temo más la respuesta que la pregunta que hago, temo que la respuesta es que estemos enfermos de miedo, un miedo que se utiliza porque es rentable para el poderoso. Temo que la respuesta sea que tenemos problemas con el poder, es decir, con nuestro instinto, con nuestro deseo, con nuestra satisfacción, y necesitemos de una figura fuerte, aunque grotesca para que podamos dormir tranquilos. Hasta mi abuelo hubiera entendido que unos políticos que están en el poder con intereses en las industrias petroleras, o que tiene en sus manos los medios de comunicación de medio país, o como el virrey de Iraq, ex general con industria balística, la misma que se ha cargado todo un país, no puede ser cosa buena.

Alguien nos ha hecho creer que no tenemos poder, y sí lo tenemos. No lo tenemos cuando nos callamos, cuando votamos (o dejamos de votar) con indiferencia, cuando alimentamos con nuestro consumo multinacionales sospechosas, cuando no hacemos el esfuerzo de discriminar sobre la información dada, cuando decimos “es que todos son iguales”. Pero, claro está, lo podemos recuperar.

El Mago del Tarot nos dice que no dejemos de soñar, que la imaginación tiene gran alcance, que innumerables veces la historia se ha superado a sí misma por encima de todo pronóstico. Nos dice también que ante la magia negra, existe la magia blanca, y que la verdadera transformación empieza por uno mismo, y sigue adelante porque el siglo XXI, lo vaticinaba poco antes de morir André Malraux, será religioso o no será.

Julián Peragón