T’ai Chi Ch’uan: Entrevista con Tew Bunnag

ROSER: ¿Cómo defines el Tai-chi teniendo en cuenta que hay muchas escuelas y muchas líneas de trabajo en estos momentos?

TEW: Sí que hay muchas escuelas y muchos estilos, estamos inundados por Tai Chi y Qi Gong, es un poco como una moda. Tai Chi es algo muy sencillo, es un lenguaje universal que nació en China. Es un lenguaje de movimientos arquetípicos dentro del cual hay movimientos que expresan la emoción que nos permite vivir, por ejemplo, esas energías que llamamos yin y yang que son nada más que círculo y línea, recibir y dar. Saber esto es un punto clave para integrar nuestro cuerpo en las situaciones de la vida con el lenguaje del Tai Chi. Cuando hacemos, recibimos y transmitimos energía quizás podemos vivir con más plenitud porque estamos viviendo cada situación con el cuerpo como base. El problema en el mundo, sobre todo en sociedades donde se ha desarrollado mucho lo intelectual es que hemos perdido el cuerpo. Sobre todo en culturas donde el cuerpo representa algo sucio, algo escondido, algo alienado y lejos de nosotros mismos. Donde el espacio por debajo del cuerpo asusta, representa el pecado. El Tai chi sirve para recuperar la conexión con tu cuerpo y a mí me parece que es esencial, si vamos a vivir sin violencia, con cariño, mirar el cuerpo de otra manera; integrar la sensibilidad, el cuerpo en nuestra búsqueda de la bondad, por ejemplo. Creer en la bondad, en la paz, en salvar el planeta son buenas ideas, pero sin vivir con nuestro cuerpo, sin que nuestro cuerpo sepa cómo es anidar sobre la tierra, cómo es sentir las vibraciones que le rodean, la bondad y la paz quedan como meras ideas. Si pudiéramos integrar nuestro cuerpo en nuestro yo viviríamos más completamente, ya que el cuerpo es también la vida.

Para el mí el Tai Chi es el medio, no es la meta. El peligro es que en el supermercado de lo alternativo está deviniendo algo que se compra, una posesión donde uno trabaja con tal y tal maestro y conoce esta y aquella forma diferente. Esto me parece ridículo.

 

El Tai Chi tiene que ser algo sencillo, no una complicación para tener más y más que aprender. Todos estamos hartos desde el colegio de tener que aprender tantas tonterías, lo hermoso de este lenguaje del Tai chi es que nos permite deshacer y desaprender. Cosas como la violencia, la rabia, la impaciencia, las angustias que están en el cuerpo, cosas que no hemos podido afrontar con suficiente honestidad. Si no enfrentamos estas cualidades negativas en el cuerpo quedamos viviendo como una vida separada. Por un lado creemos en la bondad, queremos vivir bien pero, por otro, el cuerpo no nos lo permite, porque el cuerpo es el paciente. El cuerpo está rabioso, está bloqueado, ya no sabe como respirar. Se trata de volver a sensibilizarlo para volver a respirar, de recuperar el cariño en el cuerpo.

Julián: Hay mucha gente que se extraña de que el Taichi tenga una base marcial ya que consideran que la vía espiritual tiene que estar lejos de cualquier tipo de violencia.

TEW: Aparte del significado habitual de la palabra marcial, para mí entraña realmente vivir como guerrero. Y creo que en un momento dado si queremos vivir bien, con cariño en nuestra vida, tenemos que afrontar la violencia en nosotros mismos. Hay muchas maneras de hacerlo, con terapia, por ejemplo. El arte marcial es un camino de enfrentar el patrón de miedo y violencia que tenemos casi todos. Cuando evitamos esto, cuando no queremos tratar con este patrón, vemos que no desaparece con ideas y queda de una manera subliminal dentro de nosotros. Por eso vemos históricamente en nuestras culturas cómo hombres y mujeres que creen en una religión y en dogmas muy altos son capaces de matar por su dios, por una idea. Y eso es una contradicción que me choca. A veces en una misma religión se da la hostilidad entre sus diferentes sectas.

Es que la violencia está dentro. En cambio, si estamos dentro de un arte marcial de verdad, como cuando trabajamos este aspecto en nuestros encuentros, vamos enfrentando esas pasiones fuertes en una situación más o menos segura, sin riesgo. Nos ofrece una situación donde podemos investigar los patrones de violencia que tenemos dentro. Muchas líneas de Tai Chi no entran en este nivel marcial pero nosotros creemos que es fundamental. No luchamos para ser buenos luchadores, ni para ganar al otro, sino para entender lo que está dentro de nosotros sin hacer daño. Utilizando el lenguaje del Tai Chi con habilidad empezamos a entender nuestro patrón de agresividad y miedo y se puede deshacer. Por eso no hay contradicción entre arte marcial y camino espiritual. El uno es una buena base para desarrollar el otro. Con este entrenamiento tú puedes darte cuenta dónde están tus miedos y bloqueos, cuándo proyectas en el otro el poder, de qué tienes miedo en cualquier situación, etc.

Julián: Siguiendo con la pregunta, ¿cómo ves el hacer combate en Tai chi para las mujeres, a las que culturalmente se les ha negado su expresión de fuerza y defensa?, ¿puede ser una alternativa?.

TEW: Puede ser una alternativa revolucionaria. He visto muchos cambios en mujeres que vienen a los cursos. Mujeres que tienen miedo, atrapadas en su imagen de mujer, que no pueden hacer esto o aquello, que no pueden expresarse. Sin embargo he visto a mujeres dar patadas como elefantes, con la alegría de poder expresarse libremente sin inhibiciones. Aunque el lenguaje marcial es disciplinado, sutilmente te permite expresar cosas que quizás desde niño no has expresado. Veo la lucha no como competición sino como juego. Hemos perdido el juego de caer, dar patadas y golpes con humor. Y este aspecto de juego es muy importante, volver a jugar con nuestro cuerpo. Integrar el cuerpo, celebrar que tenemos un cuerpo, simplemente el hecho de mover los brazos conscientemente. Esto nos permite vivir de una forma más ligada a la naturaleza, no como idea sino como energía.

ROSER: ¿Qué relación podemos encontrar entre el Tai chi y la psicoterapia ya que hablas de patrones que hemos de cambiar, y también el trabajo con las emociones?.

TEW: Es terapia oriental de alguna manera, sin análisis pero yendo directamente al cuerpo. El Tai Chi, que mucha gente asocia con movimientos suaves, requiere nuestro trabajo para llegar a la suavidad auténtica, a movimientos verdaderamente silenciosos, que no esconden ruidos, que no reprimen tensiones, y eso se ve en muchas personas. Se trata de deshacer el ruido, las tensiones y, en ese sentido, es muy parecido a la Gestalt. Has de mirar tu cuerpo y tu presencia desde todos los ángulos, desde el interior de ti mismo. Nuestro cuerpo es nuestra historia en las posturas, en la manera de hacer cosas. Cuando entramos en la vida interior del cuerpo vamos a encontrar los daños que hemos recibido, los traumas que hemos sufrido. Pero a diferencia de las terapias occidentales, nosotros no intentamos analizar. Entender el por qué no nos interesa mucho. Lo que más nos interesa en este nivel terapéutico es cómo transformar cada momento y mantener tu conciencia. Éste es el punto clave, esto es saber lo que pasa dentro de ti, y esto es lo que transforma.

Julián: En esta transformación la disciplina es muy importante, ¿cómo entiendes tú la disciplina espiritual?.

TEW: No como alguien conformándose a otro o a reglas impuestas desde afuera. Entiendo la disciplina como el aprender quién soy. Debe nacer de la curiosidad de nosotros mismos. No es algo que se pueda imponer desde fuera. La disciplina que se propone desde fuera no tiene para mí mucho interés. Porque a veces ésta sirve para complacer a una figura de padre que está ahí.

Creo que en ciertos momentos de la vida, tal vez debido al sufrimiento, uno se pregunta quién soy. No es una pregunta de alta filosofía pues los niños se preguntan también quién soy, quién eres tú. Es muy inocente, muy primal. Pero cuando nace esta pregunta encontramos que no hay apoyo, que nadie sabe, o si sabe es a través de una vieja contestación que no tiene vibración. Creo que en varios caminos espirituales Yoga, Tai Chi, etc, hay la posibilidad de continuar con esta curiosidad. Pero para continuar requerimos algo claro y definido y esto es la disciplina. Si quieres seguir por este camino puedes encontrarte a veces en situaciones de desafío. Por ejemplo una posición inmóvil justamente para saber cómo es de parar de correr. Si no te pones en esta disciplina de sentarte en un cojín, no vas a saber realmente, sólo intelectualmente qué es pararte. La meditación también nace de la curiosidad de saber qué es el silencio, qué sucede cuando paro de hacer cosas, qué pasa con mi respiración, en mi cuerpo, en mi mente, qué pasa en mi corazón. No es «tengo que hacer la meditación para ir, por ejemplo, al ‘cielo’ o algo así». Y esta curiosidad es algo que intento transmitir a mis alumnos. La disciplina externa es algo que se rechaza pero simultáneamente uno quiere conformarse a ella para complacer a alguien. En general, la mayoría la rechazamos porque nos recuerda la escuela. Por eso tenemos que cambiar todo y buscar la disciplina que viene de nosotros, de dentro. No tendremos contradicciones, nuestra práctica la sentimos vibrante, es un gozo porque no la sentimos como trabajo, desde la voluntad. En cambio la sentimos como la alegría, no adulando al ego pero gozando de la vida, de la magia, de la poesía.

ROSER: ¿Qué papel tiene el sufrimiento entonces?

TEW: Yo me he criado dentro del budismo, de sus enseñanzas. La base es que la vida es sufrimiento. Esta capa de realidad en donde nos encontramos se llama duhka. Es la primera verdad noble: aceptar que hay sufrimiento, que tenemos un cuerpo, que vamos a envejecer y a morir –y no es pesimismo, es nuestro punto de referencia para saber de dónde partimos y adónde llegamos–. Sabemos que estamos en este nivel de sufrimiento. Por eso celebramos los momentos de ternura y de cariño, de hermosura, amistad y amor como momentos sagrados. Otra consecuencia de todo esto es que, ya que estamos en duhka, no hay por qué sufrir más. No hay por qué apegarse a cosas que nos hacen sufrir. Hemos de cortar el sufrimiento que no es necesario.

Julián: A veces hay una idea fija al realizar la forma precisa del Tai Chi. Si embargo, tú nos has enseñado que si no hay escucha interna, en realidad no hay verdadera forma. El taoísmo es el arte de los cambios donde debemos adaptarnos a nuestro momento. ¿Cómo ves tú esta escucha interna dentro de la forma del Tai Chi?.

TEW: Es la parte más difícil. Cómo desarrollar la cualidad de tu conciencia para captar los momentos de cambio. Aceptamos que toda la vida es cambio, en un flujo permanente. No hay nada fijo, parece fijo pero ni siquiera las ideas o las cosas lo son. Es la verdad de las estaciones, hay muerte, renacimiento. Lo que hay es una ilusión de permanencia.

Lo que intentamos es armonizarnos en el flujo. Hay yin y hay yang, hay noche y día, sombra y luz, tierra y cielo, masculino y femenino. Aunque obvio intelectualmente, vivirlo es otra cosa. Hay momentos de cambio en cada situación, en cada movimiento. Eso es lo que el Tai Chi nos enseña. Dentro de la forma que hacemos en Tai Chi, por ejemplo, cuando un gesto o movimiento ya está lleno, si vamos un poco más allá ya es demasiado, hemos desbordado algo, nos hemos alejado de nuestro centro; pero un poco antes, todavía no está lleno. Es como la música donde buscamos la buena nota, con la ley de armonía.

Cuando entendemos estos momentos de cambio del lleno al vacío, del yang al yin entonces estamos en la forma. Y esto lo podemos llevar a diferentes situaciones en la vida, en el intercambio con otros si hemos aprendido a escuchar, a recibir, a dar. Entonces tenemos más capacidad de dar espacio a alguien cuando está expresando algo que requiere nuestra atención, nuestra receptividad. Para salir de aquella rutina en la que uno habla y el otro no escucha. Las guerras se hacen así. Es importante recibir cuando es el momento de recibir y dar en su momento.

Entrevista realizada por Roser Blanco y Julián Peragón

 

Tew Bunnag nació en Bangkok en 1947. Ha practicado boxeo thailandés, boxeo occidental, karate y tae kwon do además de t’ai chi. Desde finales de los años 70 ha enseñado y formado profesores de T’ai chi ch’uan en USA, Reino Unido, Francia, España, Suiza y Grecia.

 

 




Felicidad

 

Los socialistas utópicos creían a principios del XIX que el progreso eliminaría todas las miserias humanas, que las máquinas trabajarían para todos y que la ciencia sería la panacea para la triste humanidad. No obstante, para que por fin se cumplan sus sueños, han tenido que pasar casi dos siglos de explotaciones, guerras, genocidios y desigualdades de todo tipo.

En este sueño que se está cumpliendo a pasos agigantados, las sandías no tendrán pepitas que incordien, las rosas vendrán sin espinas y las lechugas serán envueltas en celofán estéril. Será todo más fácil en el mundo exterior. Comprarás bonos del estado desde el terminal de casa, desde tu sillón favorito hojearás libros en las bibliotecas más lejanas, ligarás con rusas o australianos, verás 800 canales de televisión. Con un sólo mando a distancia harás, además, la compra de casa. Así de fácil.

En el mundo interno también habrá milagros. Los calvos dejarán de serlo gracias a una hormona contra la alopecia, los deprimidos tomarán una variante del Prozac. Los desmemorizados afinarán su memoria con el Finestaride, aunque no sabemos si la certera memoria sabrá mejor que el cándido olvido. Con el Xenical, píldora que promete vencer los problemas de obesidad podremos seguir comiendo hasta la saciedad bollos y hamburguesas sin darle al colesterol el gusto de implantarse en la tripa. Con el Viagra podremos seguir siendo ejecutivos incluso en las faenas del sexo, la impotencia será una pesadilla del pasado. Así, la hombría se cotizará bien alta y por fin haremos el amor como en las películas.

Con Seroxat, la nueva píldora contra la timidez ya experimentada con éxito en Reino Unido, seremos los amos del mundo. Podremos platicar en cualquier esquina con cualquier transeúnte que nos plazca. En toda plaza habrán conferenciantes y disertadores a granel, y en los pubs y discotecas seremos todos amigos. No tendremos más vergüenza; no nos sentiremos apesadumbrados ni sentiremos congoja. Los niveles de seratonina en el cerebro nos producirán una sensación grata de euforia. A lo mejor con los efectos secundarios de dicha píldora dejaremos de criticar al vecino y veremos la parte buena de la vida. La gente se contará sus secretos que en definitiva son como los de todos y como los de siempre, bobadas.

La felicidad será una realidad aunque venga encapsulada y con marca, y la eternidad la próxima píldora a inventar. Se descubrirán las virtudes de la ingravidez y los paseos en el espacio se podrán de moda a precios de friolera. La química de reacciones rápidas del imperio farmacéutico se convertirá en la moderna alquimia. Por fin el plomo se transformará en oro.

No obstante, a la sombra de la utopía nadie se ocupará de la completa erradicación del tifus y la malaria. Los que no tengan créditos bancarios no se podrán hibernar. A los marginados del mundo se les prohibirá soñar. No habrá píldora contra la pobreza pues la maquinaria gigantesca sentenciará su imposibilidad. Las sagradas fórmulas de beneficios no funcionarán con la globalización del bienestar. Así que tendremos también pastillas contra el dolor y la injusticia del mundo.

Y seremos felices.

Julián Peragón

 

 

 




Pasiones, ni más ni menos

 

Nuestra primera relación con el mundo es instintiva. Toda nuestra necesidad puesta en la poderosa musculatura de succión ante la teta nutricia. Casi enseguida, cuando la visión se aclara y aparecen los otros cercanos nuestro instinto se malea en afectos. Con la sonrisa temprana o con el llanto irritante pareciera que tratásemos de influir en el mundo, reteniendo lo segurizante o alejando lo peligroso. En la medida que la interacción con el mundo es inevitable y que nos afecta más allá de lo controlable, nuestros afectos pudieran ser recursos innatos para mantener nuestro equilibrio interno.

Lo curioso del mundo afectivo es que no conocemos su tránsito por nuestra interioridad, estos afectos aparecen sin mediar nuestra lógica ni aún menos nuestra voluntad. A veces los sentimos como fuerzas angelicales o demoníacas que nos invaden, nos ahogan, nos arrastran, nos trastocan o nos elevan como si fuéramos meros soportes de un juego de dioses, de un entramado arquetípico que desconocemos o de un laberinto emocional demasiado complejo.

El entramado sentimental

La misma terminología de los afectos es ambigua. No son lo mismo los deseos que nacen de una necesidad vital o de una fuerte atracción que los sentimientos que son afectos más elaborados por la riqueza de nuestra ideosincrasia y por el tamiz del entorno cultural. Si las emociones son sentimientos breves y evidentes físicamente, las pasiones, en cambio, son huracanes de sentimientos que centrifugan nuestra vida. Realmente nuestro cuerpo emocional es un meandro de aguas, unas más turbulentas que otras, que pretenden llegar al ancho mar del sentir.

Sin embargo, uno puede tener un buen día aunque su clima emocional permanezca deprimido y tener un racimo de manías y fobias en buena convivencia con su sentido común. Sinfonías de afectos a los que estamos obligados a escuchar pasivamente a menos que nos volvamos conscientes de nuestras propias motivaciones inconscientes.

Lo que es evidente es que los sentimientos y las emociones nos indican cómo nos están afectando las cosas. Si me regalan algo me pongo contento, si lo pierdo, triste. Y esta alegría o tristeza son de tal intensidad que enseguida reacciono en agradecimiento, o en temor.

Diríamos que las emociones básicas ponen vaselina a nuestra acción en el mundo. Sabemos que algo nos da placer o nos causa dolor, nos aburre o nos divierte, nos seduce o nos frustra gracias a nuestro cuerpo emocional. Así contactamos con nuestra intimidad a través de las reacciones emocionales. Nos sentimos vivos, humanos, pues los sentimientos forman parte de ese «ruido» que hacemos al compartir o comunicarnos.

Aparentemente deberíamos actuar en consecuencia. Un niño llora la ausencia de su madre, una mujer celebra el alumbramiento de su hijo, estallamos de alegría ante la buena suerte. Pero los sentimientos son armas de doble filo; en un lado, la incipiente reacción emocional nos dice cómo nos está afectando esa situación que vivimos; por otro, nuestros temores, censuran aquellas manifestaciones si no son adecuadas. Aprendemos a trampear emociones para no mostrar nuestra vulnerabilidad o nuestras verdaderas intenciones. Desde aquí los sentimientos se convierten en una batería de estrategias.

 

Estrategias de supervivencia

Las estrategias forman parte del bagaje humano desde que salimos del paraíso, pues sentimos que con alzar el brazo no tenemos la fruta jugosa y que con pedir amor no aparece necesariamente la persona amada. Algo hay que hacer, nos dice nuestro ser más necesitado, camuflarse o llamar la atención, actuar a los ojos de los demás o imponer nuestros deseos. Tantas veces lanzamos nuestros mensajes emocionales a los cuatro vientos para conseguir algo de lo necesitado.

El gran problema sobreviene no sólo con la mentira hacia el otro, sino con el autoengaño. Cuando la estrategia va por encima de nuestra realidad, cuando los mecanismos de defensa que en un momento fueron necesarios se han enquistados, o tal vez, cuando nos duele aceptar la realidad o sentir la verdad, entonces nos hemos liado en una madeja de estrategias sin sentido.

Y es que nos encontramos ante un muro casi insalvable, la inconsciencia de la inconsciencia, algo así como un espejismo alienado de lo que somos o una mentira con centenares de raíces que sostienen nuestro inestable equilibrio o nuestra idea de supervivencia. Lo más triste es ver que no nos damos cuenta de nuestros engaños.

 

Seres paradójicos

Es verdad que no sabemos lo que sea el ser humano pero sentimos que paralelo a la dimensión lúcida y numinosa que llamamos sapiens, aparece la otra cara en la sombra cercana a la genialidad pero también a la locura, que llamamos demens. No nos queda otra que aprender a convivir, tal vez transformar, esa otra parte que nos conflictúa.

Tal vez tengamos la marca de la escisión desde nuestro nacimiento y cuando nuestro cuerpo va en una dirección, nuestra cabeza se enfoca en otra bien diferente. A veces queremos la felicidad a través del sufrimiento como si el dolor fuera el pago inevitable para ser reconocidos y amados; otras, convenimos en vivir la vida a través de los libros o de las ficciones filmadas; y otras, queremos cambiar el mundo cuando lo que necesitamos es cambiar nuestra visión sobre él. Estamos plagados de paradojas insolubles y de absurdos como el de olvidarse de sí mismo para no enfrentarse con los propios problemas; o el de volverse un producto excitante y apetecible para rescatar las migajas de aquello que pensamos que es el amor.

 

Más allá del carácter

Cuando damos un primer paso en la oscuridad hacia ese Ser que somos y que anhelamos tantas veces no vemos nada aunque lo tengamos delante de nuestras narices pues el que busca es el ego con sus fantasías, sueños e idealizaciones. El ego sólo se reconoce en sus ínfulas de poder y es por eso que el ser interior silencioso pasa desapercibido. El yo interior no es todopoderoso ni tiene la respuesta precisa en el preciso instante; se muestra escurridizo e inefable porque sus oídos están a la escucha en la certidumble de que formamos parte de una unidad con el cosmos.

La parte neurótica de nuestra personalidad o de nuestro carácter se empeña en que la vida tenga grandes dosis de seguridad, de placer, éxito, deseo y reconocimiento. Pero a la vuelta de la esquina nos vemos abocados a vivir la otra cara de la realidad donde también hay inseguridad, dolor, fracaso y vacío. Todo esto sin la confianza en que detrás del error hay otras puertas alternativas que se abren a nuestra acción, y que tras la soledad uno encuentra una relación más atemperada con la vida. No nos damos cuenta que la enfermedad aguda es una fantástica crisis depurativa y que la conciencia de la finitud y de la muerte son las mejores aliadas para cuestionar las dependencias que nos hemos impuesto.

 

Los tres pecados principales

En esta falta de luz, de conciencia de nuestra inconsciencia, la tradición, en especial el Eneagrama, nos hecha una mano y nos explica los mecanismos básicos de huida de la realidad, de la ansiedad ante la carencia amorosa y de la inseguridad ante la incertidumbre del mundo.

Tal vez por eso podríamos encontrar tres formas básicas de desviación antre el Ser que somos: querer ser más de lo que somos, ser menos y no querer ser.

 

Ser más

Es posible que la avidez de ser sea una reacción temprana a no sentirse visto y reconocido en lo profundo. Elogiado en las formas, reconocido en la excelente ejecución de las tareas y aplaudido en las conquistas sociales, uno puede confundir el interior con el exterior y sentirse reconocido sólo en las máscaras que representa.

También encontramos un ego inflado que dejando atrás sus carencias se ha convertido en un semidios donde la humildad es un mero cuento para débiles de espíritu.

Ser menos

Pero también pecamos por ser menos de lo que realmente somos. Uno se vuelve pequeño y más pequeño hasta quedar aplastado entre su interioridad inmensamente desconocida y el mundo inmensamente terrorífico. La tremenda angustia de vivir apenas se puede mitigar sumergido entre consignas y justificaciones, desde la crítica o la represión.

Hay otros que en vez de empequeñecerse se vuelven invisibles. Sintiendo que el mundo es una broma de mal gusto y el amor una mentira adolescente se dedican a contar estrellas y a ordenar saberes enciclopédicos.

 

No ser

Por último pecamos por no querer ser. Si uno encuentra la fácil solución de comerse los problemas para dormir bien, la de crear una piel bien gruesa para no enterarse o la de meter la cabeza bajo el suelo como hacen las avestruces para olvidar las evidencias entonces comprenderemos esa apatía psicológica que dificulta mirar hacia dentro y reflexionar acerca de lo que estamos viviendo.

Otros en este dilema de no enterarse prefieren darse un tajo en el cuello y embalsamar el cuerpo para que los biorritmos de las emociones no interfieran con las grandes razones. Pero también encontramos los que haciendo la misma mutilación, le dan una patada a la cabeza para alejarse del mínimo sentido de respeto por los otros y por la vida y tener el campo libre para conseguir lo que les da la real gana.

Círculo vicioso

Ahora bien, los pecados, como bien sabemos, se retroalimentan. La misma acidia que nos dificulta encontrar lo esencial en nosotros (no-ser) nos priva de una base sólida desde la que enfrentar el mundo, lo que nos lleva a la duda (ser-menos). Las dudas y el miedo pueblan de fantasmas nuestro mundo interno y nos sentimos más seguros actuando desde roles prestados y artificiales (ser-más), que a su vez, al actuar con una falsa personalidad nos alejan de aquella capacidad natural de mirar hacia dentro.

Pero siempre nos queda una alternativa, la de invertir el proceso neurótico y recuperar nuestro centro, que precisamente no está más arriba ni más abajo, sino en su centro, con su esencia, en su medida, con su propio ritmo.

Sanar las emociones pasa, en primer lugar, por reconocerlas, por desenmascarar las triquiñuelas del ego. En segundo, por volverse meditativo en el vivir para que la inercia no nos pueda, y encontrar, por fin, la virtud que todo pecado tiene comprimida.

Julián Peragón




Medias verdades

 

Todos sabemos que hay verdades tan eternas e infinitas que han dado mil vueltas al universo haciéndole al mismo un traje a medida. Son verdades inapelables, frías como los témpanos que no se derriten ni en la canícula, trazadas con rectilínea para llegar al objetivo sin un tibio devaneo ni un asomo de duda. Son verdades con mayúscula, de redonda perfección y sin mácula alguna.

Verdades tan absolutas que ya estaban aquí antes de nacer y que refrescaron la memoria en los libros de primaria junto con el bocadillo de atún que regalimaba aceite. Después se encerraron en voluminosas enciclopedias de consulta que nadie tuvo tiempo de abrir y aun menos de cuestionar, a sabiendas que permanecerían mucho más allá de nuestra muerte, por los siglos de los siglos. Son verdades de amen y cátedra que te dejan tan y tan pequeñito que su sola presencia te aplasta.

Muy al contrario que otras verdades que corren como la pólvora y te atraviesan como un vendaval poniendo todo del revés por el gusto perverso de llevar la contraria o de marcar la diferencia que es otro tipo de perversión. Son verdades de esloganes que pasan a la velocidad trepidante de veinte segundos antes de poder reaccionar, o de modas rabiosas que se contaminan boca a boca a altas horas de la madrugada. Y de las que un día nadie más se acordará.

También hay verdades numéricas que tienen el deje del tanto por ciento y que mezclan manzanas con peras para que cuadren los resultados. Verdades estadísticas que solo te dejan decir si, no, o ha tardado más de dos segundos en contestar, lo siento. Verdades que agrupan montones sin alma con montoncitos insignificantes y los ponen en columnas rosadas o pasteles fraccionados. Aunque los números desafinan cuando cantan.

La verdad de las verdades políticas es que nunca dicen nada para no mentir. Se dicen medias verdades para que todos entiendan lo que quieran entender y al final solo se ven grandes mentiras pues las verdades como la fruta madura fermenta si no se come al momento. Son verdades que se eructan en mítines o que se esculpen en cabeceras de periódicos sin subtítulos.

Pero no nos olvidemos que hay verdades subterráneas que van desde Tokio a Nueva York sacudiendo bolsas y valores, marcando el ritmo de otras verdades menores. Son verdades con metrónomo, que valoran la rentabilidad de algo aplicando una fórmula matemática según la cual se puede conceder un crédito para una presa pero no para paliar sufrimientos.

Y hay verdades de concilios que van a misa aunque los tiempos cambien. Con una beatitud inmensa te condenan al infierno por hacer lo que el instinto sensatamente marca. Y es que hay verdades insolubles con cualquiera que no rece la misma estrofa y que prefieren ser aceite o vinagre pero nunca una rica salsa. Son, sin duda, verdades como un templo que están trazadas por el Mismísimo pero que cuando se ponen en boca de su representante aquí en la tierra suenan a rancios augurios de malos tiempos.

Y he visto verdades terapéuticas afiladas como dardos que se meten en heridas narcisistas y fragilidades sentidas sin dejar un títere con cabeza. Verdades de boumerang que todo lo ven como proyecciones o como complejos y carencias del tiempo de los biberones.

Y verdades emocionales que chantagean sin dejar de victimizarse. Y verdades que aman absolutamente para después odiar con la misma intensidad, que prometen todo y que no dan nada. Verdades fatuas que no brillan más que un fósforo. Verdades ingeniosas que en un momento creen saberlo todo.

También hay verdades hipócritas que se vuelven columnias al volver la esquina. Y mentiras piadosas de limosna y palmadita, y verdades siseadas que no alzan el vuelo ante grandes farsas y, en fin, verdades exóticas que a nadie le interesan porque todavía creemos en los mitos de las Antipodas.

Pues bien, hay verdades de cama que bajo las sábanas son puro fingimiento, y chismes airados que crecen como rumores hasta convertirse en mitos eternos. Hay muchos que mueren por la boca como los peces, y otros que no sueltan prenda aunque su verdad salve vidas futuras. Verdades encerradas en cajas fuertes con un olor de alcanfor que parece mentira.

Hay certidumbres que se huelen a distancias, e intuiciones que golpean corazones. Verdades invisibles que nadie atiende porque son tan abundantes como el aire y mentiras insólitas que dan muchos frutos porque con ellas se puede engañar y especular sin miramientos.

Hay evidencias en la mirada que muchos maquillan y mentiras mil veces escenificadas. También son grandes verdades de otros las que reproducimos como papagayos cuando dentro vivimos mentiras inconfesables. Copiamos verdades de puro aburrimiento. Y hasta las mentiras de tan requetetraídas se vuelven un faro en la noche.

Hay verdades que claman en el desierto porque a nadie le interesan, y mentiras que se transmiten vía satélite que todos aplauden. La verdad no tiene aristas y es de difícil manejo pues te deja vulnerable por dentro y por fuera, a diferencia de la mentira que tiene gafas de sol y etiqueta que en el reverso dice soy mejor que tú, superior a ellos. La mentira tiene dos estrategias, una de camuflaje y otra para llamar la atención. En cambio la verdad es daltónica no distingue más que corazones.

Sin embargo hay verdades testarudas, iracundas, orgullosas o cobardes. Verdades del corazón que desvirtua las verdades de la cabeza, o al contrario, verdades subjetivas que mean como los perros marcando un territorio de caza. Hay verdades del miedo y de la ignorancia que generan monstruos fuera y dentro y que justifican cualquier venganza, genocidio o masacre. Y hay verdades tiernas como brotes en primavera que los intereses creados hielan antes de sacar timidamente la cabeza.

Hay verdades de un solo momento que después lastimosamente quieren pervivir, pero son estatuas inmóviles que las palomas con el tiempo cagarán. Verdades de estanterías entre libros comprimidas que nunca tuvieron alas o que son simplemente cacofonías.

Verdades las hay, para todos, lo dice la constitución, que después la selva en la que todos habitamos desmiente. Tal vez las mentiras son proyectos de verdades a medio camino o verdades falseadas por el caleidoscopio de la vida. Atisbamos la tarea difícil de poner una frontera clara entre una y otra que además no cambie con las estaciones o con los humores de la luna o con otras nuevas verdades. Jugamos una partida de ajedrez con ellas, entre hipótesis y antítesis hasta que el nuevo paradigma cabalgue victorioso sobre las brumas de dudas y diga jaque mate.

Tal vez, al microscopio, la única diferencia entre verdades y mentiras resida en que éstas requieren, no sólo la compulsión de la lengua suelta, sino de cientos de mentirijillas que encubran la inconexión primera como si, inocentes, cientos de salvavidas pudieran detener el hundimiento de un barco a la deriva. Y es que hay verdades y mentiras idénticas, formuladas con las mismas y exactas palabras pues el universo es tan rico y variado que permite infinitas interpretaciones de lo mismo.

Pero si hay alguna diferencia está en el corazón que habla, en la intención que actúa, en las nuevas posibilidades que despierta, en la reserva moderada que atenúa cualquier sobredimensión no deseada, o lo que es lo mismo, la humildad desprendida ante la riqueza que nos trae una luz en la penumbra. Hay quien le llama sabiduría.

Julián Peragón

 




Con amor… todas las cosas son posibles

 

Estaba pensando en los mares del sur y en el olor dulce de las papayas cuando encontré en mi buzón una de las innumerables cartas mal fotocopiadas que hablan de las vueltas que han dado al mundo para dar buena suerte a los que se lo toman en serio y envían 20, 40 o cien copias de la misma. Nueve vueltas al mundo dando amor y buena suerte y había sido yo el elegido, ¡enhorabuena!. Aunque si, en cuatro días, no hacía las respectivas copias, encontraba los sobres adecuados y me enteraba de las tarifas de correos para enviarlas, habría roto la cadena. ¡Y esto no es una broma!, sentenciaba. Habría cortado la buena racha, los buenos augurios que se desprenden de algún misionero del caribe, algún filántropo perdido o simplemente uno de tantos milenarista superticioso.

Como digo, a mí me pilló desprevenido, sumergido en las antípodas, rodeado de mulatas de pelo azabache y soñando con todo tipo de olores voluptuosos que hieren la atrofiada sensibilidad de las buenas costumbres. Pero en el fondo de mi alma estaba añorado de amor, de ese amor que se siente, que se anhela, que te hace ir muy hacia atrás o demasiado hacia delante en el tiempo pero que es muy difícil de explicar y, en estas, la carta no dejaba de decir que, con amor todas las cosas son posibles. «¿Por qué no lo intentas?, me dije».

Heme aquí pues, haciendo una carta de amor. Yo que no he podido ni con aparatos sofisticados ni libros eruditos, ni aún menos con mi pequeña experiencia, distinguir el trecho que media entre el amor terrenal y el Amor divino, ni encontrar clave alguna que pudiera distinguirlos con nitidez me veo abocado a una carta incierta que tiene que girar muchas más vueltas alrededor del sol antes de que se corrompa o tome senderos insospechados. No obstante, en este proceso de búsqueda, encontré muchos tipos de amores que ninguno de ellos pude desdeñar, y aún menos elegir:

Hay un amor que todos conocemos, que surge de pronto, informalmente, que sube como la hiedra y que se retuerce cuando no le dejan alcanzar su objeto de amor. Es un amor caliente como las llamas que se enreda en el sexo formando capas oscuras de placeres y convulsiones orgásmicas. Y que arremete contra el otro y a pesar del otro, sentido como se siente, como una fuerte necesidad imperiosa e incontenible. Pero es un amor que limpia como una catarata o que ahoga con su ímpetu. Tiene que ver con el instinto obcecado, siempre presente. Es un amor fogoso, brabucón y buscavidas, que promete mucho pero que en el fondo es muy frágil. Le gusta hacer risas.

Hay otro amor tan viejo como éste que se mira constantemente en un juego de espejos. Yo, tu, ellos Un amor que habla de sentir cerca y de sentir lejos. De querer estar entre iguales, confundido o de rechazar lo diferente, visto como peligroso. Este amor dice: me gusta, no me gusta, y se fusiona y se separa dependiendo de gustos antiquísimos o nuevas imagenes remozadas. Como el otro, éste también se enreda pero en complejos laberínticos del querer ser, ayudado, no olvidemos, de la capa social que lo nutre. Proyecta y se proyecta, confunde y se confunde, y necesita urgentemente ser, aceptado aunque diferente. Es un gran amor propio, totalmente genuino. No hay que llevarle la contraria.

Es diferente del amor ciego. Éste, cuando llega el momento le tiemblan las piernas ante el vértigo del vacío. Su objeto de amor se coloca al otro lado del abismo y le incita, le tienta. Este amor, como Cupido, no tiene otra que vendarse los ojos para poder ver lo que no existe, para trazar puentes inexistentes y deambular como un sonámbulo. Bendito enamoramiento que permite escapar de las viejas prisiones que nos amordazan aunque sea con la precaria pértiga de la idealización. Es el amor ideal que cura las heridas narcisistas. Dicen que no dura mucho.

En cambio el amor esclavo dura toda la vida. Es un amor fijo, inmutable, casi por contrato. Uno secciona la mitad de su ser y lo tira a la basura, el otro hace lo mismo y ambos forma una unidad indisoluble. Ahora bien, ante el menor gesto extraño nacen las suspicacias, los temores y las estrategias de control. La felicidad de uno reside en el otro y así uno se vuelve cárcel y carcelero. Es el amor de foto en la vitrina mientras se sueña buscando en las basuras no sé que cosa perdida.

Muy cerquita de éste está el amor odio que tiene música de tango y letra de bolero. «Ni contigo ni sin ti», así son las cosas. Hay que amar intensamente hasta agotarse. Entonces, en el vacío que queda cuando el otro no te ha dado la imagen más completa, el paraíso anhelado, hay que odiar igual de intensamente –o más– para recuperar las antiguas ruinas de lo que fuímos. Y al descubrir nuevamente el vacío de lo que somos caemos otra vez en la tentación, y así sucesivamente. Hay culebrón asegurado.

En cambio el amor caníbal es un amor más civilizado. Uno de los dos, el más necesitado, el más inseguro o el que más idolatra al otro comienza un proceso de transformación. Araña y muerde con facilidad en los encuentros amorosos y dice a menudo «te voy a comer». Detrás de este amor hay una vocación antropofágica, una fijación lobil de los cuentos infantiles. Día a día engullimos partes del otro y las digerimos lentamente para quitarle a éste toda posibilidad de interferencia, para que, de una vez por todas, no traicione nuestro equilibrio interno. No obstante, después del banquete las pesadillas nunca más fueron sueños.

El amor entrega es otra cosa. Es darlo todo por nada, sacrificarse por encima de todo y caiga quien caiga. Lo único importante es dar, estar disponible, cubrir toda necesidad del otro para olvidarse de sí mismo. Como una especie de sopor que envuelve al otro hasta inmovilizarlo, con todo el corazón. Amor de madre, amor nutricio, sabor de leche caliente que todos buscamos, acurrucos fusionales que se pueden dar y quitar. Poderosamente.

Tan poderoso como el amor galante que dice siempre sí. Sí a esto y sí a lo contrario sin implicarse nunca en nada. Es el buen adulador que echa flores en el jardín ajeno hasta ruborizar a cualquiera sabiendo de antemano que será bien considerado. Es el astuto mentiroso que descubre el corazón tierno, la vanidad ingenua del otro. Es el amor donjuanesco que busca donde sabe que no encuentra porque no quiere mirar dentro. Y repite el mismo acto amoroso sin mirar al rostro, diciendo amor cuando lo único que siente es compulsión. Lo descubrirás por su sonrisa.

También encontramos el amor brujo que sabe de todas las artes y hechicerías del amor. Es un amor mágico, envuelto en efluvios magnetizantes pero también trágico pues mantiene al otro entre las cuerdas del destino y de la predestinación. Es un amor que roba los corazones para hacer sopas espesas o para utilizarlo de almohadilla de agujas y alfileres. Hay que tocar madera.

Estos últimos están muy lejos del amor filántropo. Esas ideas amorosas sobre el género humano y esas virtudes excelsas puestas en las divinidades pero que en el fondo son pura humanidad. Es el amor que desempolva las viejas utopías para seguir creyendo en que todo tiene un sentido abarcable por nuestras mejores razones. Es la satisfacción de un amor perfecto, platónico que cree no dejar a nadie en la sombra de lo abyecto, de lo humanamente monstruoso. Es el amor altruista que a menudo está fuera del conflicto. Le gusta la poesía y la filosofía.

No olvidemos que la fe que mueve montañas y que el amor fanático es capaz de llevarte ensangrentado hasta la cumbre o ganar batallas feroces. Tal es la fuerza de la fe pero también de su consorte el miedo. Es el sentimiento devoto ante el Dios todopoderoso, la Verdad Única, la Razón contundente e inapelable. Así sea, así sea por los siglos de los siglos con la cabeza gacha, con la plegaria monótona, con las razones simples. Con ira, abierta o contenida, pero siempre por el bien de todos.

El amor al prójimo no es lo contrario del amor propio, en verdad se parecen un poquito. Ya lo decía Jesús, «ama al prójimo como a ti mismo» y es que la alteridad nos remite siempre a nuestra propia interioridad. Amar a los otros es como amar la otredad que nos vive, no hay mucha diferencia. La consigna es poner la otra mejilla.

Y está el amor Amor que consiste en amar porque es el propio estado natural. Sin esfuerzo, sin intereses y sin objetivos. No es un amor que va y viene pues está presente como está el perfume de una flor. No es una cuestión milagrosa y habitualmente pasa desapercibido.Nunca reclama la palabra amor y no está dispuesto a hacer concesiones. Pertenece al alma cuando sonríe y cuando percibe la simplicidad de la vida al dejar de estar separado de ésta. Siempre envuelto en un mundo infinitamente desconocido. Probablemente el amor no es nunca lo que uno se imagina y aunque está por doquier somos ciegos ante su cercanía.

Ahora bien el amor nunca es de uno aunque lo experimente y se vuelca al otro sea éste quien sea, porque el amor es un niño, un dios ingenuo que no le importa en absoluto la importancia personal que lastra el amor que vivimos.

Recuerda, esta carta debe abandonar tus manos antes de que la luna deje de maravillarte y antes de que las selvas desaparezcan. Envía tantas copias como quieras. Añade nuevos amores y rehaz los que consideres. Mucha gente ha sido sorprendida por esta carta y ha mejorado su vida al transmitir esta cadena de amor, o no –nunca se sabe. Pero no olvides, con amor todas las cosas son posibles.

Julián Peragón




Imagina

Imagínate una cumbre desde la cual se divisa un horizonte inmenso o un oasis donde las aguas confluyen. Imagínate un lugar donde los caminos se entrecruzan, una cueva donde el silencio es tan espeso como el alma, un árbol cuyas ramas se empeñan en alcanzar el cielo. Imagina que hay lugares especiales que marcan un acento en nuestro entorno y que, por tanto, se vuelven significativos. No sabemos si el universo es grande o pequeño, infinito o curvado como las alas de una mariposa. No sabemos como las líneas del tiempo y del espacio se anudan en el devenir de la eternidad. No importa, sabemos que nuestro mundo es curvo y pequeño y nuestra orografía caprichosa. Pero aunque viviéramos en un desierto sin límites sabríamos, como humanos, poner una piedra, bautizarla y desde ahí, establecer las cuatro direcciones del mundo.

Sin saberlo, por intuición, habríamos hecho un primer acto creativo. Convertir el caos, lo informe y el sinsentido en un orden. Desde ese punto podríamos medir los equinoccios y los eclipses, ver salir el sol, confeccionar un calendario, desplegar incursiones, aventuras y cazerías y volver con triunfos que se añadiran a esa piedra que simboliza el centro del mundo, aquel pilar que sostiene todo el universo humano. Sobre esa piedra blanca o negra daríamos siete vueltas cada nuevo año, escribiríamos nuestras verdades, enterraríamos a nuestros muertos, oraríamos en su dirección. Nos descazaríamos ante su presencia, haríamos genuflexiones y guardaríamos silencio. Es posible que sobre esa piedra construyéramos un templo de devociones y que ofreciéramos las canciones más bella, los perfumes más sutiles. Imagínalos. Sería la Casa de Dios, la Emanación de la Diosa, el Lugar de la Energía. Los artistas harían las representaciones más sublimes y los sabios los rituales más catárticos.

Con todo, ese complejo universo sería llamado sagrado en contraste con todo lo demás, con lo cotidiano, con el quehacer, con la voragine de los hombres, sus trifulcas, sus frivolidades, sus errores y sus miserias, esto es, lo profano. Y los hombres y las mujeres, de tanto en tanto, irian al lugar santo a recomponerse de todo lo vivido, a sincerarse de todos sus pecados, a comulgar con lo que está dentro, con los que están al lado y con lo que está arriba y abajo y en todos sitios. Imagínate la reververación del templo, su luz ténue, sus símbolos de elevación, imagínate oyendo hablar al corazón, temblar al cuerpo, extasiar la mente. Con las generaciones esa piedra, ese templo, cueva o árbol sagrado se irían cargando de significación y de energía. Sería un lugar de Poder, donde el Ser se manifiesta en toda su plenitud, donde la Divinidad es sentida como una elevación de lo que uno es. Ese lugar sería el centro del mundo y ese momento de vivencia sería el centro del tiempo, un tiempo mítico, eterno, inacabable, como un eterno Presente. Un tiempo vivencial de éxtasis que se aleja del ritmo frenético de los hombres para encontrar un ritmo más pausado, más consciente.

Ahora bien, sabemos, nos lo cuentan las viejas historias, que los hombres y las mujeres confundieron la piedra, el templo o el árbol con lo verdaderamente sagrado sin darse cuenta que la piedra es sólo una piedra y que el templo un gesto de ostentación ante lo divino. Algunos, muy pocos, comprendieron que el centro del mundo anida en el corazón, lugar a medio camino entre la cabeza y los instintos, entre la fuerza y la sensibilidad. Y que ese lugar es el único que puede abrazar a la vez los pensamientos, las sensaciones, la intuición y los sentimientos. El único lugar que puede disolver a uno con el otro, el único templo donde se oye el latido de la vida y donde se puede repetir el nombre invisible de Dios. Ese punto de encuentro fue llamado Quintaesencia, Tao, Nirvana, Extasis, Budeidad, Amor y tantos otros que no sabemos.

Cuando el sabio o la sacerdotisa volvieron quisieron recordar lo vivido y compusieron una mesa, un altar, un tótem, un jeroglífico. Imagínatelos. Tal vez hicieran un círculo para recordar que el universo se mueve circularmente, así como la energía; para recordar la eternidad pues el círculo no tiene principio ni final, para indicar que toda nuestra experiencia se graba en ese círculo de vida y que cada punto está a la misma distancia del centro, ese eje de observación donde anida el espíritu. Es probable que los sabios orientaran su centro de poder en las direcciones del mundo y que recordaran el reino mineral, el vegetal, el animal, el humano y los reinos invisibles que nos rodean. Recordarían también la tierra que nos sostiene, el agua que nos nutre, el aire que disuelve todas las fragancias y el fuego que ilumina, así como el eter que todo lo penetra. Seguro que colocarían bolas de cristal, diagramas concéntricos, símbolos geométricos para no perder la concentración en sus meditaciones y plegarias. Héroes e Iluminados antepasados para recordar que la Sabiduría es una trasmisión así como ellos, nosotros y los hijos de nuestros hijos seremos transmisores. Aún así colocarán algo personal e intransferible, un anillo, un collar de perlas, un saquito de simientes, una piedra de colores. Algo que simbolice el encuentro con uno mismo, la total transformación, el segundo nacimiento, el compromiso con el espíritu, el verdadero nombre. Imagina.

Unos bailarán una danza de poder, otros cantarán con toda la entrega, y otros, tal vez, se concentrarán en un abrazo de misericordia a nuestro planeta azul. Cada uno generará su cosmogonía, y entenderá que efectivamente ese lugar está cargado de Presencia, una presencia que imanta sus vidas, que centrifuga el caos, que remite a la serenidad, a la paz del mental, a la incursión en lo mágico o a la irrupción de lo creativo. Aún así, muchos otros quedaron atrapados en una nueva confusión. Imagínatela.

Julián Peragón




Murphy o las cosas empeoran antes de mejorar

 

Es probable que Murphy descubriera sus leyes en el desayuno cuando se dio cuenta que la tostada siempre caía por el lado de la mantequilla. O yendo al trabajo al comprobar que los semáforos se ponían en rojo cuanta más prisa tenías. Murphy no era un pesimista, un ser gris y amorfo, ¡que va!, era un verdadero pragmático, un artista de la observacion de lo cotidiano.

Horas y horas de meticulosa observación lo llevaron a la conclusión de que cuando no tiene nada que hacer en casa nunca suena el teléfono. Ahora bien, en el momento en el que te deslizas en un merecido y delicioso baño caliente, empieza a sonar. Y es que el mundo de las cosas que nos rodean tiene su propia lógica, su funcionamiento misterioso y sus desafortunadas coincidencias. Las cartas de amor, los contratos de negocios y el dinero que nos deben siempre llegan con tres semanas de retraso. En cambio, la correspondencia inútil llega el mismo día en que se despachó. El coche funciona peor después de una puesta a punto, y la temperatura de la oficina es inversamente proporcional a la cantidad de abrigo que llevamos.

Murphy era un filósofo que miraba a ras de suelo, lejos de aquellos grandes pensadores que se entretenían con la grandeza del espíritu y la metafísica de la razón. En su larga experiencia como humano normal, corriente y mediocre encontró una gran sabiduría. Se metió en el mogollón del quehacer cotidiano y supo ver con nitidez las paradojas de la vida. Para él era evidente que todos los pros tienen sus contras. Que siempre hay más excepciones que reglas, y que dentro de cada problemita hay un gran problema forcejeando para abrirse paso. Por eso, su filosofia básica era que si algo puede ir mal, lo hará porque las cosas tienen una inercia que contradicen nuestra voluntad. Así era de tajante.

Su gran descubrimiento fue que la rutina de la vida no era tal rutina y que la psicología del ser humano no era para nada razonable. El caos de la vida, el ruido humano, las contradiciones persistentes, la hipercomplejidad de nuestra sociedad, nuestras grandes limitaciones, las confusiones constantes y la tupida red de multirrelaciones hacen de nuestra vida un rumrum donde todo es posible. Veámoslo.

Cuando se trata de buscar algo, siempre puedes hallar lo que no buscas. Por eso el modo más rápido de hallar algo es ponerse a buscar otra cosa. Hasta tal punto que lo que se perdió en la primera mudanza, será hallado en la segunda, y así sucesivamente. Así se establecen las leyes de Murphy, su corolarios, sus sentencias. Todo se encuentra en el último lugar donde buscamos.

Murphy señaló cosas que todos sabemos, que la burocracia siempre puede esperar, y que el seguro cubre todo excepto lo que sucede. Así son las cosas. La oportunidad siempre llega en el momento menos oportuno. Murphy es simplemente realista, no nos engaña, es un eremita con batín de casa que ha visto la otra cara de la humanidad, aquello que se cuece entre bambalinas. Puede ser muy criticado por científicos y pensadores pero estos, cada vez saben más y más de menos y menos, hasta tal punto que lo saben todo de… nada. En fin, sólo confía en aquellos que pueden perder tanto como tú si algo funciona mal.

No vivimos en un tiempo lineal y controlable aunque vivamos rodeados de relojes y calendarios. El tiempo es terriblemente caprichoso puesto que siempre se tarda más en llegar que en regresar, y la duración de un minuto depende de que lado de la puerta del lavabo estés. En cambio, si llegas temprano a un encuentro, evento o cita, lo cancelarán. Si llegas puntualmente, tendrás que esperar, y si llegas tarde, llegarás demasiado tarde. Véis, no hay salida, la vida deja muy poco margen para el regocijo. Y no es que la vida sea un complot en contra nuestra es que, en ocasiones la gente tropieza con la verdad, pero casi siempre se repone y reanuda la marcha. Y es verdad, lo decía también Tagore, leemos mal el mundo y luego decimos que nos engaña.

El mundo de la comunicación humana es aún más complejo. Quien grita más tiene la palabra. Sin embargo, todos mienten, pero no importa porque nadie escucha. Ahora bien nadie te está escuchando hasta que cometes un error. Somos así. La pura y sencilla verdad rara vez es pura y nunca es sencilla. El mundo es un escenario, pero la mayoria somos tramoyistas.

Las estrategias para funcionar en sociedad no son nada sencillas. Primero has de procurar parecer arrolladoramente importante y después has de ser visto con gentes importantes. Si no, no sirve de nada. Pero atención, nunca discutas con un tonto. . . la gente quizá no distinga la diferencia. En caso de duda, procura ser convincente. Y si no puedes convencerlos confúndelos. Tal es la estrategia más refinada. Por otro lado, nunca permitas que tus superiores sepan que eres mejor que ellos. Aún así por bien que realices tu tarea, un superior procurará siempre modificar los resultados. No obstante, observa que la persona que puede sonreir cuando las cosas van mal es que ha pensado en alguien a quien culpar. No te preocupes, por ley, el compañero siempre tiene la culpa. Y hagas lo que hagas y sea cual fuera el resultado previsto siempre habrá algun ansioso por: a) interpretarlo mal; b) falsificarlo o por c) creer que se produjo merced a su teoría favorita. No discutas. En ningún sistema la gente hace lo que el sistema dice que hace.

En el amor las cosas son mas ambiguas y alambicadas. La carta de amor que al fin te animastes a enviar se demorará en el correo el tiempo suficiente para hacerte quedar en ridículo personalmente. Si observas bien, la belleza es superficial, pero la fealdad es bien profunda. Y es que la naturaleza siempre toma partido por el defecto oculto. En el amor todo son escollos, ya lo sabemos. Por eso, todo lo que empieza bien termina mal. Todo lo que empieza mal acaba peor. Son leyes matemáticas, irrefutables. En el mejor de los casos, hay amor donde una mujer nunca obtiene lo que espera y un hombre nunca espera lo que obtiene. Pero claro, la persona que más te atrae nunca llega hasta el último día de tus vacaciones.

Siempre vamos contra corriente, somos así de obtusos, lo veía claramente Murphy que de esto sabía mucho. Nada es tan fácil como parece.Y todo demora más de tu que crees. El noventa porciento del trabajo se hace en un diez por ciento del tiempo empleado, el otro diez por ciento necesita nueve veces más de esfuerzo. Ciertamente, el mundo es un conjuro. Las cosas van mal de repente, pero las cosas irán bien gradualmente. Además cualquier intento de simplificar cualquier cosa sólo causa mayor confusión. Es inevitable, toda solución genera nuevos problemas. No sé si la culpa la tendrá la entropía de los científicos pero la mayoría de las cosas no cesan de empeorar.

Puede que Murphy fuera un tío oscuro, que se levantaba con el pie izquierdo y que tenía la habilidad de ser gafe dondequiera que fuera, pero es evidente que tenía un entendimiento muy cercano a la ealidad de las cosas, una mente de bricolage, una experiencia de ir por casa y una paciencia templada de hacer colas y colas. Por eso cuando más esperas en una de ellas es más probab1e que te hayas puesto en una cola equivocada. Sus máximas favoritas eran que si descubres algo bueno, ya lo habrán descubierto otros mucho antes, y que si nadie lo usa por algo será.

Es una filosofía que sirve también para viajar. Cuando empaquetes para las vacaciones, lleva la mitad de ropa y el dob1e de dinero. Pero ¡ojo!, la informacíón más importante de cualquier mapa está en el pliegue, que está rasgado. Ningún problema. Si no te importa donde te encuentras, no estás perdido.

La experiencia es algo que obtienes justo después que la necesitas. Pero no te preocupes, nadie repara en grandes errores. De cara al futuro siempre debemos preferir lo imposible probable que lo posible improbable. Porque el futuro no es lo que era antes. En este sentido, cuanto más lejano es el futuro, mejor apariencia tiene. Aunque lo cierto es que nada es tan temporal como aquello que se considera permanente. Relájate, en el fondo no hay nada nuevo. Esto ocurre desde la noche de los tiempos.

La única sabiduría consiste en saber cuando evitar la perfección. De hecho, la única imperfección de la naturaleza es la raza humana, no las leyes de Murphy que bien agudas son y que procuran un conocimiento profundo del sentido común y del serrín que se acumula en nuestro cerebro. De todas maneras las leyes de Murphy tampoco son fiables, y fallarán si pueden hacerlo, con lo cual te encontrarás en la más auténtica inseguridad e inexperiencia que es en definitiva nuestra más profunda naturaleza interna. Confiar en leyes de un signo u otro sólo lleva a quebraderos de cabeza, a fricciones con la realidad innecesarias, a pelearse con las cosas que no funcionan, a desanimarse con los que no te entienden, a querer que el mundo sea un calco de nuestras más bellas intenciones. Y no es así. Sólo es posible estar despiertos. Pero por si acaso sonrie… mañana será peor. O no!.

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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Ser uno y trino

 

ALMA TRIPARTITA

Tal vez tenían razón Platón y Aristóteles cuando decían que el alma humana era tripartita, una parte sensible como las plantas, otra animada como en los animales, y una tercera inteligente propia de lo humano, o más cercana a lo divino. División sencilla que nos acercaba a una idea unitaria donde el alma humana debía englobar todos los estratos de la vida y eregirse en cúspide de la creación. Puede que fuera una manera de expresar que el hombre es una síntesis del universo y también que la división trinitaria de las cosas y los seres es el mínimo común denominador de la vida.

Es esta energía de vida que de una semilla y un trozo de tierra hace nacer una planta, o de macho y hembra engendrar un hijo. Así, el corazón del tres remite a este primer ciclo natural donde la tensión de los opuestos se resuelve en un tercero que los engloba y supera, tal como la síntesis sobrevuela entre la tesis y la antítesis.

Probablemente la primera mirada del ser humano se establece entre el cielo y la tierra, entre un arriba inmenso y un abajo más cercano, donde él se vive como puente, canal o mediador entre estos dos límites. Pero también, fuera de sí mismo, distingue tres mundos posibles, arriba el Cielo de los dioses y los ángeles, a ras de suelo el Mundo de los hombres y sus trifulcas, y bien abajo, el Infierno, un submundo tenebroso de diablos y monstruos de pesadilla. Al final, nos dijeron, la muerte todopoderosa sabrá llevar a unos a un mundo eterno de luz y a otros al también eterno mundo de sombras. Imágenes que en nuestra cultura occidental judeocristiana tanto han calado.

LA FECUNDIDAD DEL TRES

Sea en el espacio, arriba, aquí y abajo; sea en el tiempo, presente, pasado y futuro; o en la dinámica vital, nacimiento, vida y muerte, en la misma naturaleza de los cuerpos, sólido, líquido y gaseoso, éste esquema trinitario se vuelve muy poderoso. El número tres aporta una mayor armonía pues reproduce en su interior la dinámica de la unidad.

Creemos que esta dinámica ya la tenía en cuenta San Agustín, padre y pilar de la Iglesia Católica en la Edad Media, que aunque maniqueo en sus orígenes pues dividía el mundo entre bueno y malo, oscuro y luminoso, donde el ser humano debía batallar con su parte pecadora en pos de la divina, supo reconocer tres facetas en el camino del religioso cuando decía que teníamos que ir de fuera hacia dentro, y de dentro hacia arriba. Algo así como ir del Mundo hacia el Alma, y de ésta hacia Dios. Trascender el mundo donde reina el caos y el pecado y llegar a Dios, aunque él lo representaba a través de la iglesia para ir de la civitas terrena a la civitas Dei.

También encontramos un reflejo en la mitología pues la constelación de Sagitario representada por un centauro arquero nos sugiere la imagen del hombre completo, la triple naturaleza, una parte como animal, otra como humana y una última como anhelo divino representada por la tensión del arco y la flecha que apunta al mismo centro del universo, tal vez en busca de sentido y unidad. Cierto es que, en general, los centauros son reflejo de la naturaleza inferior, de la escisión del individuo entre lo instintivo y la razón, pero también nos recuerdan la posibilidad de sublimación, el tránsito imaginable de lo inconsciente a lo consciente.

Como decíamos, el ser humano refleja en su seno esta imagen tripartita donde el Mundo es a su cuerpo, su Alma se aviene a su mente y Dios es su misma espiritualidad. Cuerpo, mente y espíritu como las tres aristas que tiene nuestro ser. Concepciones del ser que habitualmente aceptamos.

 

PECHO, VIENTRE Y CABEZA

Cabría profundizar aún más en este esquema pues si arriba es como abajo en la tradición esotérica, y el microcosmos es un reflejo del macrocosmos, tenemos que inferir que la misma energía que se mueve en un plano afecta también a los planos sucesivos. Veamos por ejemplo nuestro cuerpo, tal como lo solíamos dividir en la escuela en cabeza, tronco y extremidades. Si continuamos con una extremidad cualquiera como el brazo, también lo dividíamos al mismo tiempo en tres: brazo, antebrazo y mano. La mano en carpo, metacarpo y dedos, y éstos en tres falanges. Es como si el cuerpo secretamente se estructurara arquetípicamente a través del tres, como también se divide en el dos, en el cinco, en el sietedos ojos, dos orejas, cinco dedos, cinco vértebras lumbares, siete, chackras, siete vértebras cervicales, nueve orificios, doce costillas, etc.

Si profundizamos en el tres, tenemos sólo tres áreas en el cuerpo, tres cavidades herméticas. El cráneo que envuelve el cerebro; espacio superprotegido y compacto. El pecho que rodea pulmones y corazón a través de las costillas semiflexibles; y por último el vientre, gran espacio que contiene las vísceras recogidas por músculos y fascias, con el soporte de la pelvis.

Tres espacios bien diferenciados pero que van más allá de sus órganos correspondientes. En nuestra cultura señalamos la cabeza cuando nos referimos a la mente, mente pensante. Nos golpeamos el pecho cuando decimos yo, orgullosos o ufanos, nos llevamos las manos al vientre cuando estamos satisfechos. Y en cierta manera, el vientre transforma alimentos gratificantes, lo mismo que el pecho elabora sentimientos, y la cabeza opera con los pensamientos, con lo más abstracto.

Nos volvemos a encontrar con el alma tripartita en sus tres vertientes, por un lado el vientre-cuerpo-mundo, en medio el pecho-mente- alma, y arriba, cabeza-espíritu-Dios. Si, por último, pudiéramos añadir las expresiones de cada área, creemos que la fuerza y el coraje son las expresiones del vientre, el amor la vocación del pecho y la sabiduría la orientación de la cabeza.

 

SOMOS UN TODO CONTINUUM

Ahora bien, si insistimos, sin más, en esta partición entraríamos en una paradoja insalvable pues hace mucho que estamos hablando de una globalidad, de un ser en perpétua interrelación con todo lo que existe.

Hace mucho que queremos salir de la fragmentación a la que nos somete la cultura cuando reprime al cuerpo por seguir sus instintos, o cuando se censura al individuo por seguir sus ideas.

Nos lo muestra el yoga milenario que habla profundamente de unión, de tomar conciencia del cuerpo, de conectar con el alma de las cosas, de sentir el dios que habita dormido en cada uno de nosotros. Nos lo recuerdan las religiones en su origen que hablan de la necesidad que tiene el ser humano de religarse con todo lo que existe, como el canto que hace San Francisco de Asís a todas las criaturas en alabanza a Dios, al hermano sol y la hermana luna, al viento, al agua y al fuego, a la madre tierra y a la hermana muerte de la cual ningún ser viviente puede escapar.

Y es el mismo objetivo de unión que se proponen en las terapias alternativas para hacer salir al individuo del pozo oscuro del alma que es la neurosis. Desconexión donde el cuerpo se niega o se pervierte, el alma se excede o se culpabiliza, y el espíritu insensible se fanatiza.

 

CUERPO, MENTE Y ESPÍRITU

Es curioso este maleable juego de opuestos. Tal vez sea así el juego eterno entre la luz y la sombra que se persiguen sin descanso. El mundo, con su misma naturaleza temporal, nos lleva a la fragmentación, a la multiplicidad, a los límites y a las fronteras mientras lo espiritual nos recoge en lo esencial, nos recuerda la unidad de la vida y nos redime de nuestras faltas. Uno grávido sumido en los cambios, en la caducidad; el otro, inefable, fiel a sí mismo.

También cuerpo y mente juegan al mismo juego pues uno es realidad tangible, de carne y hueso, con su límite de piel claro y doloroso que crece o envejece día a día, mientras que la mente se sueña ilimitada, con ideas tan poderosas que cambian la faz de la tierra. Y nos preguntamos a menudo si no serán ambos polos de un mismo proceso, cara y cruz de la misma moneda.

Hay quien dice que el cuerpo es el lugar del inconsciente que absorbe como esponja las tensiones más sutiles del alma. Durante años, en las lecturas corporales, hemos visto claramente que la historia precisa de cada individuo, su relación con el padre y con la madre, sus inseguridades y sus complejos están esculpidos a fuego en el cuerpo. Y hemos visto que el cuerpo es un símbolo viviente que asume todas las categorías que también alimentan nuestra mente. El desequilibrio entre derecha e izquierda pudiéra tener que ver con la desigualdad entre fuerza y sensibilidad, entre masculino y femenino, padre y madre. El desplazamiento del cuerpo hacia delante o hacia atrás podríamos relacionarlo con la orientación y la avidez en el futuro o el acatamiento del pasado, es decir, el desajuste entre acción y pasividad. Cuando encontramos desigualdad entre arriba y abajo en el cuerpo, pensamos que puede haber desequilibrio entre instinto y razón, entre lo social y lo íntimo. O cuando la respiración no es armónica podemos buscar en el tomar y el dar, así como en la inspiración-vida, o el abandono-muerte. O puede que no sea así pues el cuerpo-mente-espíritu tiene tantas posibilidades que sólo acertamos a leer algunos renglones.

Es impresionante descubrir cómo una parte del cuerpo expresa una edad diferente a otra, como cambia el color de la piel en un lado o en otro, las diferencias en el tono, la fuerza y la sensibilidad. Pero más curioso todavía es sentir al cuerpo como una memoria de pliegues, como una cristalización de actitudes. Datos suficientes para acogernos al Tantra y sentir la necesidad de volver sagrado el cuerpo pues en él reside la máxima potencialidad de cambio y de transformación.

Al otro lado, es cierto que la mente nos resulta laberíntica, pero podemos señalar también una parte consciente, que está en vigilia y que se da cuenta de las cosas, de otra parte subconsciente o inconsciente, que a veces forma parte de los sueños y que es, en relación a la primera, la parte enorme sumergida del iceberg de nuestra conciencia. Los sabios nos hablarán de una tercera mente, la mente plenamente consciente, o supraconsciente, diríamos meditativa, o en boca del chamán Don Juan Matus, es la mente que se encuentra en un estado acrecentado de consciencia, donde se perciben los hilos invisibles, aprovechando una imagen más poética, que tejen la interrelación del mundo.

Por último, el espíritu, por principio, es lo indivisible, así que hablar de la división de éste, de alguna manera, es un sacrilegio. No obstante, tendríamos que pedir ayuda a los iluminados y a los santos, y contrastar con ellos si hay de verdad estratificación como en las potestades de ángeles, si la iluminación pasa por diferentes mundos espirituales, si hay más de un cielo.

 

PURA ENERGÍA

Con todo, nos tendremos que acoger a la misma tradición cristiana cuando sentencia que Dios es uno y trino. También nosotros somos tres y simultáneamente somos uno, y esto es algo que la razón no entiende pero que el corazón bien sabe pues está acostumbrado a la complementariedad, a la síntesis de los opuestos, a ser dejando de ser cuando se ama mucho.

Sentimos que cuerpo, mente y espíritu son la misma cosa en diferente octava, son diferentes sedimentaciones de un mismo barro, forman parte de un mismo paisaje como cuando embelesados contemplamos la nube, el mar y la montaña nevada que en lo más recóndito son la misma cosa, agua pura. ¿Tendríamos que decir que también nosotros somos pura energía?.

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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Cuestión Fundamental

 

El mismo Kant ya empezó a preguntarse acerca de los límites de lo humano. Hizo tres preguntas fundamentales, ¿qué debo saber?, ¿qué puedo hacer? y ¿qué me está permitido esperar?. Preguntas que resumió en una cuarta, ¿qué es el hombre?.

Se dice que su metafísica fue la primera piedra que articuló el pensamiento actual, la antropología filosófica, y que desde entonces los sabios y filósofos se han interrogado no sólo por el hombre sino también, el por qué preguntarse por él, puesto que, aunque ahora nos parezca evidente, no siempre el concepto de hombre ha sido fundamental en la historia humana.

Todas las respuestas dadas acerca de esta pregunta esencial han sido parciales cuando no precipitadas. Han sido también premeditadas en cuanto había bajo mano una ideología o una idea preconcebida que eregir acerca del hombre. Y sus pretensiones han quedado en eso, vanas pretensiones.

Durante mucho tiempo la Antropología Filosófica ha deambulado por eternos meandros en su necesidad de justificar su pregunta fundamental y de colocarse en el lugar central del pensar filosófico. Sin embargo se ha constatado algo importante, el carácter problemático que tiene la pregunta por el ser del hombre contemporáneo.

Heidegger nos decía: «Ninguna época acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre como la nuestra. Ninguna época consiguió un saber acerca del hombre tan penetrante. Ninguna época logró que este saber fuera tan rápida y cómodamente accesible. Ninguna época, no obstante, supo menos que sea el hombre. A ningún tiempo se le presentó el hombre como un ser tan misterioso».

Desde la biología a la psicología, desde la etnografía al psicoanálisis, todas las ciencias sociales tienen el objeto de definir que es el hombre, cual es su funcionamiento, su sociología, su química, sus sueños y sus símbolos, como si éste fuera un objeto hueco a llenar de información y de saber. Información que, hoy por hoy, está a punto de salirle por las orejas y de hacerle estallar en tal multitud de pedacitos que ninguna enciclopedia por muy amplia que ésta sea le dará siquiera una visión de conjunto o le explicará qué demonios es esto de ser humano.

Dios hace tiempo que murió y el ser humano ha tenido que vivir sin presupuestos mágicos y sin un cielo protector. De aquí que no haya ninguna instancia superior que dé el visto bueno a los valores humanos. E1 hombre se verá obligado a elegir su propio destino y a cargar con toda su responsabilidad. Las fronteras entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre lo humano y lo no humano han quedado definitivamente diluidas. Asistimos al desmembramiento del hombre. ¿Asistiremos a su muerte?.

Las heridas han sido brutales. Primero fue el giro copernicano, la tierra era redonda y no era el centro del Universo. Feuerbach colocó en el lugar de Dios la proyección de los valores excelsos del hombre. Robespierre destituyó a la monarquía absoluta por un sistema democrático de valores humanos. Darwin eliminó todo mito de la creación con el aguijón científico. Marx estableció un primer análisis social sobre la desigualdad de las clases sociales. Freud despedazó la ilusoria unidad interna del ser humano. Einstein rompe el estrecho marco cartesiano donde se inserta el universo humano. Las artes diluyen la realidad hasta convertirla en magma o en pura expresión surrealista. La tecnología rompe el mero control humano y la biotecnología está dispuesta a modificar la misma esencia de la vida.

Puede ser que no nos demos cuenta y que vivamos en espacios cerrados o en paraísos alternativos pero hoy el ser humano sufre un fuerte tirón, un profundo desgarro y una aceleración sin precedentes. No es exagerado hablar de amenaza.

La modernidad ha roto las solidaridades tradicionales y ha atomizado al individuo en su soledad. E1 Estado ha negado a la persona su propia capacidad de decisión bajo el manto de una democracia vacía de contenido. Y la informática está cumpliendo los sueños de control de los poderosos.

Los medios de comunicación crean una segunda realidad más poderosa y «más real» que la realidad misma, y la publicidad una «segunda piel» más sugestiva que la propia.

E1 mundo está a punto de estallar. La bomba atómica que pende fantasmáticamente sobre nuestras cabezas, la bomba de los pobres y desheredados que pueden invadir el mejor de nuestros mundos, justifican el rearme militar y leyes inflexibles de extranjería.

La inseguridad ciudadana, la manipulación política, el pillaje mercantil, la vulnerabilidad del consumidor, el crack económico, la complejidad legal, la corrupción militar, la burocratización de la sociedad, la instrumentalización sanitaria, la crisis de la pareja, la falta de rigor y calidad en la educación, la desmembración de las ciencias sociales, las ciudades inhabitables, el mismo cáncer o la impotencia del sida, necesariamente sumergen al individuo en una implosión de la que sólo emerge malestar, neurosis, fanatismo e insolidaridad.

E1 futuro aparece incierto y oscuro. Una vez rota la relación hombre naturaleza y forzada la máquina industrial, el planeta sucumbe poniendo en peligro toda vida. Están desapareciendo cientos de especies animales y vegetales.

Hubo un tiempo mítico que lo importante era ser hijo de los dioses, y otro en el que lo que primaba era ser bueno ante los ojos de Dios. Hoy lo que cuenta es ser normal. Y cuanta más angustia por ser normal, más psicosis y más esquizofrenia. Cuanto más se ajusta uno a la norma, más depresión, y cuanto más huída de la realidad y del propio conflicto, más dolor y más enfermedad.

Todas las informaciones aunque científicas sobre el ser humano no podrán nunca colmar a este sujeto de reconocimiento, a este ser que vive y que busca un ámbito de sentido. Necesitamos tener esa posibilidad de ser lo que uno determina que és. Y necesitamos un marco abierto desde donde sea posible poder volver a pensar lo que sea el hombre, no tanto por definirlo sino en el que señalar las potencialidades, múltiples potencialidades de lo humano.

Participamos de unas Ideas en las que y por las que nos reconocemos como seres humanos. Pero Nietzsche nos dirá que estamos soñando. El ser humano se parece a ese funámbulo sonámbulo que despierta de repente en medio del sueño y ante el «vértigo existencial» no le queda más remedio que continuar soñando para mantenerse en pie. Parece que no queda otra que seguir creando valores, que son siempre permanentes e prescindibles, con lo cual la conciencia aparece como mendaz, o como un bucle que vuelve siempre a su propia esencia, a su propio ombligo.

Foucault pone la puntilla cuando dice: «A todos aquellos que plantean aún preguntas sobre lo que es el hombre en su esencia, a todos aquellos que quieren partir de él para tener acceso a la verdad, a todos aquellos que en cambio conducen de nuevo todo conocimiento a las verdades del hombre mismo, a todos aquellos que no quieren formalizar sin antropologizar, que no quieren mitologizar sin desmitificar, que no quieren pensar sin pensar también que es el hombre el que piensa, a todas esta formas de reflexión torpes y desviadas no se puede oponer otra cosa que una risa filosófica es decir, en cierta forma, silenciosa».

Llegamos a la conclusión de que no es posible determinar lo que és el hombre sin descubrir cual es nuestro discurso acerca de él y cuales son las ideas reguladoras que hemos puesto bajo el mantel. Quizá sólo es necesario determinar bien la pregunta para que podamos pensar de nuevo al hombre. Podremos, no obstante, elegir una idea de hombre y unos enunciados autotransformadores pero ya no estaremos en posición de pensar que nuestra postura es la válida o absoluta, sino una más, y tal vez, dejando de lado los dogmatismos estemos dispuestos a ser más humildes. Cuántas veces hemos hablado del Nuevo Hombre, de la Era de Acuario, del Ser Andrógino. Cuántas veces nos hemos sentado en postura de meditación sintiendo que reproducíamos un ideal. Cuántas veces hemos utilizado enunciados de la biología o de la psicología para demostrar nuestras verdades y cuantas veces nos hemos olvidado que esas verdades se parecen más a esperanzas o señales luminosas en un universo humano siempre confuso, que en verdaderas verdades.

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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Ser anfibio

 

Cuando nacemos somos como un pequeño animal anfibio torpemente surgiendo de su medio acuoso que se le ha ido quedando pequeño y emerge con dolor a otro enormemente más grande y desconocido. Salimos de un oasis fusional para abocarnos, sin más armas que nuestra fragilidad, a un universo todavía caleidoscópico de pura sensación.

No sabemos todavía que se llama mundo ni que nos llamamos bebé, no sabemos de ninguna frontera. A ciegas sabemos de la fruición de nuestra boca por encontrar alimento hasta que la piel se vaya convirtiendo en esponja para absorber mimos, gestos y actitudes.

El paso del tiempo nos aclara las cosas, sus signos, sus metamorfosis, pero nuestro primerizo ego es puro impulso, llamarada de necesidades. Sin mediar diálogo nos van indicando sin pausa que lo espontáneo es inadecuado. El imperativo se impone como voz de mando, no toques, estate quieto, calla, siéntate, no molestes

Nos hablan de educación cuando de verdad son modelos de adoctrinamiento que caen como losas borrando las tempranas huellas de nuestro autodescubrimiento. Hay poco margen para el Ser que somos como poco tiempo para la escucha. El mundo, lo sabemos, empuja cruel, pragmático, uniformando, por el bien de todos, a todos.

Antes nos encerraban a los seis años, edad escolar, ahora con las mayores prisas nos guardan bien pequeños, cuando apenas afloran dos ferocidades de leche. Cantando nos enseñan las letras que luego se transformarán en deberes. Hay que saber mucho con ese vocabulario para dar y recibir órdenes, para comprender un mundo cada vez más hipercomplejo, dominar la terminología de nuestro gremio superespecializado. El lenguaje se convierte en el poder de mostrar pero simultáneamente en la habilidad de ocultar. Al final las ideas habrá que venderlas.

El lenguaje de la vida se parece al vuelo de un pájaro, al gateo de un felino, pero el lenguaje del hombre se infla en oposición a lo natural, en la certeza que la cultura y la naturaleza no tienen raíces comunes que las alimenten, en la prepotencia de que el hombre es superior al órden natural del cual nació. Visto que su mente es más poderosa que su cuerpo, y su palabra más certera que los mismos hechos.

Pero de aquel otro lenguaje anfibio y fusional que recorría las entrañas como ondas de una mayor sensibilidad y que comprendía como la luz súbita del rayo las corazonadas y las intuiciones, de ese protolenguaje sólo quedaron ecos, refugiado en las voces de los sueños, cuando nos entreteníamos ensimismados en cualquier insecto, cuando nos salía la heroicidad ante la menor trifulca infantil.

En esta confusión nos hallamos muchos que al mirar al fondo oscuro de nosotros mismos no vemos nada. Castrados en lo sutil sin la pericia de la introspección natural, nuestro interior aparece estéril o abominable, algo de lo que escapar o a lo que perseguir, y de hecho, para la sociedad es un cajón de sastre o la misma caja de Pandora.

Evidentemente es la sociedad que llevamos dentro, que está introyectada, pero que se huele en las estructuras políticas, religiosas y sociales, y que cuando se ha armado lo suficiente de recursos, cuando ha «madurado» en intenciones democráticas, y ha engrasado la máquina civilizadora nos encierra a los locos en el manicomio, a los ancianos inservibles nos pone en el asilo, a los criminales y revolucionarios nos clausura en la cárcel, a los enfermos en hospitales blancos. Hasta la memoria de los muertos olvidada en una esquela mortuoria y en un ataúd dentro de una tumba en el cementerio.

Orden ciego que quiere que en el mismo momento los hombres estemos en las fábricas, los niños en las escuelas y las mujeres en casa. Que en la vía pública se respire orden, limpieza y normalidad.

Esa normalidad que nadie sabe como es pero que parasita en el ojo crítico que teme la diferencia. Una normalidad que dictatorialmente encoge el alma de lo genuino que llevamos dentro y se empobrece de la riqueza que supone un otro diferente con quien dialogar, ¿podríamos decir amar?.

Exorcizados la muerte, la deformidad, la fealdad, la enfermedad, la misma espontaneidad y la locura, nos queda la salvaguarda de nuestros valores y pertenencias, del honor y los sempiternos tabúes, los intereses creados, los dioses sacralizados, la patria.

Y hay a quien le parece excesivo esto, cuando no se relaciona prosperidad con deuda del tercer mundo, especulación financiera con hambrunas, democracia formal con corrupciones político-militares consentidas por los países ricos. ¿Cómo no relacionar empresas armamentísticas con guerras fronterizas generalizadas?. ¡Tantas cosas! que la fragmentación de los medios y la saturación de la información no nos permiten asociar.

Diríamos que éste es uno de los problemas de la normalidad que no relaciona su impecable imagen con la sombra nefasta que proyecta.

P ero quién se acuerda de aquel animal anfibio que éramos. Desconfiando de nuestra interioridad creamos nuestro yo a retazos de imágenes magnificadas de nuestros ídolos, de las seguridades prometidas por nuestros tutores. A ese juego de luces y de reflejos de otros tantos reflejos lo llamamos ego. Y temerosos de la disolución de éste le pusimos lastre y contrafuertes, pues a respaldo de esta edificación nos sentimos engañosamente protegidos en la pretensión de tener el control sobre sí mismo.

En el sótano, humedo y enrarecido, el animal de aguas cristalinas olvidado, cuando no reprimido, se tornó deforme. Los bajos de la torre amurallada se convirtieron en laberinto y en sus entresijos la bestia rugió. Ese animalito que tentó tiernamente con su boca ansiosa de leche tibia clama venganza.

Una vez reconocido al impostor que con su ojo clarividente, cual faro cegador, deja en penumbras al resto, es propio que la otredad que nos habita reclame compulsivamente su lugar usurpado. Dicen que el ego se identifica con la función dominante y que la mente, reina de las visiones y las cosmologías, lo alimenta. El ego se corona lleno de ínfulas de grandiosidad creyéndose firme, estable y permanente.

¿Cómo es que polarizamos lo que somos y ponemos tantas fronteras entre el cuerpo y el alma, entre lo que soy y lo que debo ser?. ¿Por qué la personalidad se torna máscara olvidadiza de la globalidad que somos?.

Pensando que la vida es sólo vida, luz, vigilia, poder y reconocimiento, olvidamos que también es muerte, error, imperfección, angustia e inseguridad. Se cierne así el temor a la sombra, a lo informe, a la ambigüedad, al terrible vacío. Nos asusta el riesgo de dejar de ser, devenir en nada. Nos aterra que en el postrer momento, al perder las fuerzas, la muerte diga la última palabra cuestionadora sobre aquellas ruinas sobre las que edificamos nuestra efímera gloria.

Sabemos que en la noche la bestia acecha y las pesadillas encogen el corazón. También los equívocos y los actos fallidos nos hacen tambalear. Los golpes, sin más, de la vida dejan las heridas demasiado tiernas y el destino nos coge desprevenidos justo donde más nos duele. Tal vez esto clarifique por qué el ego se vuelve impermeable, por que se insensibiliza tanto.

Pero también el ego tiene sus guaridas. La personalidad hace referencia a la máscara; máscara que pretende amplificar eso que somos pues en el acto limpio de ser a veces nos quedamos en silencio, sin voz ni modos para expresar nuestra riqueza. Es por eso que nos asomamos al abismo hueco de la personalidad para que nuestro grito tenga eco. La personalidad nos haría personas si pudiéramos discriminar fácilmente la forma de la esencia. Pues la máscara debe caer tarde o temprano como caen las hojas de árboles caducos. Y es en nuestro otoño cuando la madurez del ser pierde la avidez externa y se reconforta en lo más íntimo.

También el carácter que es mitad carne y mitad espíritu, nos recuerda que tenemos muchas cosas grabadas con saliva y con sangre, fruto de nuestros condicionamientos. No obstante también se percibe un aroma que traemos del otro lado del mundo.

El problema aparecerá una vez más cuando nos encontremos con un ego sordo que cree que somos sólo eso, la impronta que deja la vida en nosotros. Que únicamente somos el cúmulo de instantes mal recordados sobre la percha de nuestras ilusiones, sin llegarnos a preguntar siquiera, ¿quiénes somos?, ¿quién realmente vive en nosotros?.

Tendríamos que dudar del carácter que no se reconoce en el destino que él mismo amasa con sus manos. O de la neurosis que nos vuelve sordos a nuestras propias motivaciones. Del yo que aliena obcecadamente todo lo ajeno. También habríamos de dudar de la personalidad que enmascara en tantos momentos lo interno. Personajes todos ellos de un mismo teatro de sombras.

Todo lo que no somos nos lleva al engaño que alimenta la raíz del sufrimiento. En cambio, para señalar lo que sí somos nos faltan palabras, nos falta incluso la certeza de la experiencia.

Si dijéramos, por cierto, que el ego no existe nos tomarían por locos; si nos preguntaran qué hay en el núcleo de uno mismo tendríamos que responder que nada. Que el si mismo es una permanente relación con el mundo, una red de redes tan acuosa como el agua, tan volátil como el viento, tan intensa como el fuego que quema. Y esa relación permanente se parece a la música que suena modulándose en cada estrofa o al danzarín que se mantiene en equilibrio mientras hay movimiento.

¿Y el ego?, el ego tiene su cometido, llevar el ritmo, ordenar las partituras, recordar los instantes precisos. Facilitar el trueque con el exterior y recordar, muy importante, que en esta música de la vida él no crea la melodía pero ayuda a que las condiciones sean adecuadas.

Los antiguos ya nos dijeron que el ser humano llega a este mundo dormido y que la única religión es la del despertar, como si la vigilia del alma fuera ese momento llamado satori, samadhi o iluminación, aunque sería mejor olvidar estas palabras, momento donde uno se descubre religado a todo lo que existe. Otra vez aparece el animal anfibio pero ahora que toda la inmensidad del mar por delante y con la libertad de emerger a la tierra digamos de realidades.

Nos dijeron que habíamos perdido el paraíso y que tras el fino barniz de civilización que respiramos se esconde un homo sapiens demens. Porque detrás de la afirmación en las razones más poderosas que han movido la historia se esconde un ser iracundo capaz de las torturas más horrendas, de masacres y genocidios. Es como si la barbarie y la intolerancia anidara en los fondos de la apisonadora que llamamos avance del progreso.

Ese loco que teme quedarse solo y que para sobrevivir elabora un mecanismo muy fino de adjudicación de la culpa, expoliando sus fantasmas fuera, ese loco tiene que volverse sabio.

Gran parte de lo que se ha llamado filosofía perenne se basa en cómo destronar a ese loco bravucón y engreído. Para ello tendrá que perder la inocencia pues así como la historia se ha reafirmado sobre la sangre de la conquista y la aniquilación de los otros, también nuestra biografía se teje sobre la aniquilación de lo sensible, la muerte del espíritu, tenida como necesaria para soportar el impacto atroz de la vida.

Perder la inocencia para recuperar la inocencia. Paradoja que encierra la verdad de nuestro niño interno. Y es que se trata de eso, conscientes de la fugacidad de la vida, de la presencia omnipotente de la muerte, la futilidad de nuestros sueños y la impotencia de nuestros actos, soltar una enorme y sonora carcajada.

 

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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