Desmitificar âsana

Muchas veces aterrizamos en el Yoga sin un cuestionamiento serio acerca de nuestras creencias y colocamos en una disciplina lo que no hay realmente en ella. Si tal disciplina no se ajusta a nuestras creencias la tachamos de rara, esotérica o de comedura de coco, o todo lo contrario, la elevamos por los cielos y la adoramos como milagrosa, sin darse tiempo a conocer sus principios reguladores. Como casi siempre lo primero es desmitificar, desandar el trecho que hemos andado a oscuras y, por así decir, despejar las piedras seguras para poder vadear el río que separa una orilla de la otra.

Para poder explicar lo que es una cosa es buena estrategia decir primero lo que no es, o lo que no es del todo. Encontrar lo matices es la mejor manera de no caer en dicotomías inexistentes. Para no quedarnos encerrados en una definición fija e inamovible he intentado que cada ítem venga precedido de lo que «no» es âsana, y finalizado con lo que «sí» es, dos maneras de acercarnos a la misma realidad.

 

 

1.- EL ÂSANA NO ES UNA FOTOGRAFÍA

En nuestra mirada no cultivada y en nuestra concepción simplificadora se nos escapa muy a menudo lo complejo de la vida. Vemos, por así decir, lo evidente, lo manifiesto, aquello donde fácilmente nos podemos agarrar y perdemos lo que el foco de nuestras concepciones deja en la penumbra. Potenciado por los libros de divulgación del Yoga en occidente hemos aprendido a considerar los âsanas como posturas fijas y claro está, no lo son.

En realidad un âsana empieza desde el primer impulso en la mente del practicante cuando todavía no se ha materializado ninguna forma y acaba en el sentir profundo que deja la postura en nuestro cuerpo y en nuestra mente. Entre un punto y el otro hay un metabolismo interno de la postura que requiere una escucha, un abordaje progresivo e inteligente, un reajuste de la postura, una vivencia, trascendencia y percepción del límite, por nombrar algunos ítems que en otro lugar ya me he encargado de explicar. Por eso decimos que el âsana no es una fotografía sino un proceso que incluye innumerables etapas, dinámicas y estáticas, corporales y mentales, de forma y de fondo que asegura la profundidad de esto que llamamos Yoga.

El âsana es un proceso.

 

2.- EL ÂSANA NO REPRESENTA SOLAMENTE UN DISCURSO POSTURAL

A menudo, y a veces con razón, se ha criticado la práctica del Yoga y sus âsanas de no respetar el cuerpo y de forzarlo más allá de unos límites razonables. Pero se olvida que el Yoga profundo habla precisamente de adaptación del Yoga a la persona y de no forzar en ningún caso. Si encontramos posturas que inciden excesivamente en los segmentos del cuerpo que ya de por sí están castigados por la vida moderna como lumbares y cervicales, no es que haya una práctica loca y sin sentido, es que el âsana trabaja a otros niveles que el puramente postural. Hay evidentemente un discurso energético en la práctica de las posturas en Yoga pues moviendo diferentes partes del cuerpo se consigue movilizar una energía vital retenida. Hay también un elemento psicosomático importante, la postura ancla el proceso mental para su feliz calma. En tanto que sujetamos el cuerpo en la inmovilidad, la mente queda, por esa interrelación tan potente entre cuerpo y mente, conducida hacia un proceso de mayor concentración.

El âsana es un trabajo a distintos niveles.

 

3.- EL ÂSANA NO ES UNA TERAPIA

Qué duda cabe que el Yoga es terapéutico. Infinidad de estudios muestran los efectos beneficiosos sobre los síntomas perniciosos del estrés y el sedentarismo, y sobrfe estos beneficios el Yoga se ha instalado en occidente. Pero una cosa son los efectos de la práctica del Yoga y otra, muy diferente, son los objetivos de éste. El milenario Yoga no se articula para que una población con un cuerpo pesado y una mente agitada pueda sanarse. En este sentido no creemos demasiado en la farmacopea del Yoga donde una postura sirve para curar el estreñimiento o el alivio de las varices.

El Yoga se articula como una vía de trascendencia donde lo importante es la contemplación y la alquimia energética que posibilita un viaje de autotranscendencia y de liberación del sufrimiento existencial, y no otra cosa. Por eso tenemos que tener cuidado de no cortarle la cabeza al Yoga y dejarlo como simple manual de autoayuda.

El âsana es una herramienta de trascendencia.

 

4.- LO IMPORTANTE DEL ÂSANA NO ES EL CUERPO

El cuerpo es, ya lo sabemos, una esponja de nuestro inconsciente, vemos reflejado en él nuestra biografía más íntima, nuestras barreras emocionales, nuestros volcanes de rabia contenida y nuestras inseguridades. Partir del cuerpo es lo más sabio porque lo tenemos más a mano, porque es más manejable o más dúctil que ese otro cuerpo más complejo y más volatil como es el cuerpo mental. Así pues partimos del cuerpo pero para ir a otro lugar, a un lugar de no cuerpo, y también de no mente. Si perfeccionamos (sería mejor otra palabra) la postura no es tanto por un prurito de orden postural sino por un rigor de atención, de sensibilización y de escucha. Por eso debemos, en nuestro tiempo, remarcar esa cualidad de sublimación en la práctica para no caer presa de una moda fácil de culto al cuerpo, bello, flexible y fuerte, presa, por otro lado, de una ideología que a través de la publicidad nos dice que la imagen es lo (más) importante. Âsana no funciona sola pues Yoga es un método trinitario donde âsana, prânâyâma y dhyana conforman una unidad.

En âsana está la respiración y la meditación incluida.

 

5.- NO HAY UNA SÓLA FORMA DE HACER ÂSANA

Desde nuestra ignorancia y todos estamos en medio del mismísimo misterio nos gustaría que hubiera una verdad clara y diáfana, pero lamentablemente la vida es demasiado compleja para meterla en una caja de zapatos. Cuando hablamos del Yoga clásico creemos que el Yoga que se hacía en la antigüedad era todo cortado por el mismo patrón y no queremos saber de los flujos y los reflujos de una cultura del Yoga, de las asimilaciones de otras disciplinas, de las disenciones de la ortodoxia, laberintos, en fin, de toda historia humana que se pierde en la lejanía. Lo cierto es que hay, hubo y habrá muchas formas de entender el Yoga y que este Yoga estará mediatizado por la cultura y las necesidades de sus practicantes. Cada escuela y cada maestro conformará «su verdad» que servirá a algunos y defraudará a otros. Este baile de verdades también se manifiesta en los detalles más pequeños como la realización de un âsana.

A menudo los alumnos nos preguntan si en una determinada postura la mano mira hacia arriba o hacia abajo, si el pie, por el contrario está abierto o cerrado, etc. Pues bien, una determinada tradición puede decir una cosa, y otra, otra. Lo importante no es esto. Debemos conocer bien el cuerpo para saber en qué dirección queremos trabajar, profundizar en nuestra escucha para comprender los porqués del cuerpo y mantener siempre un respeto hacia su integridad. La pregunta que debemos preguntarnos no es si el brazo o la pierna en una postura están mal colocadas, sino ¿qué queremos trabajar en tal postura? ¿dónde queremos incidir? ¿qué nuevas posibilidades tengo? Comprender el âsana es la liberación de la imitación que tantos y tantos adeptos tiene.

Âsana es otra forma de autoindagación.

 

6.- ÂSANA NO ES «FUERTE Y FLEXIBLE»

Sí que nos interesa un cuerpo fuerte y flexible, sin duda, aunque el requisito de la salud va más allá del tono muscular. Sino tenemos salud se complica el proceso de desarrollo personal porque la enfermedad, lo sabemos todos, nos resta demasiadas energía en nuestro impulso. Pero claro, si atendiéramos a estas consideraciones externas de la práctica del Yoga podríamos argüir que una bailarina flexible o que un deportista bien tonificado son los que mejor hacen Yoga. Confundiríamos la forma con el fondo, y lo esencial del Yoga no está en la forma sino en algo, un poco más invisible, que es la actitud, el cómo me instalo en la postura. Lo que no se suele ver a simple vista es la escucha, la presencia, la aceptación del momento y del propio límite. Lo que queda bajo la superficie de nuestra mirada es la atención dulce, la curiosidad por la vida, la celebración del compartir, el diálogo con los diferentes dimensiones del ser. Y esto, claro está, es de difícil plasmación en las fotografías de Âsanas de los libros de Yoga.

Âsana es una manera de estar presente.

 

7.- ÂSANA NO ES MOLDE PERFECTO QUE REPRODUCIR

Tantas veces queremos ser iluminados por la luz de grandes verdades que nos olvidamos de iluminarnos con la pequeña luz de nuestras propias comprensiones. Aunque ya lo he insinuado en la propia práctica de Yoga no podemos de dejar de estar nosotros. Quisiéramos plegarnos a una forma ideal, inmaculada y perfecta pero nuestro punto de partida es, nada menos, que nosotros mismos con nuestras luces y nuestras sombras. Dejamos los zapatos en el vestíbulo de la sala de Yoga pero no podemos dejarnos la cabeza colgada en la percha, y menos el corazón. Hacemos el Yoga irremediablemente a nuestra manera, pese a quien pese. A veces quisiéramos escaparnos en el Yoga buscando ser quienes no somos y nos abocamos a un espejo donde nos vemos de frente. No queda otra que la aceptación. Yo soy yo y tú tú.

Cuando decimos, como lo remarca Patanjali en los Yogasutras, que âsana es sthira-sukha, un equilibrio entre la firmeza y el abandono, queremos decir que es preciso frenar los extremos. Darnos cuenta de que nos estamos yendo hacia una polaridad perdiendo un equilibrio necesario. La persona que abusa de sthira querrá llegar antes a su objetivo y para ello pondrá más leña en el horno, forzará el límite y eventualmente sufrirá de rigidez, crispación y de lesiones. La que se deja ir en sukha se acomodará tanto en la estabilidad que no querrá asumir cambios ni traspasar adecuadamente límites. Con el tiempo es posible que pierda el entusiamo porque no ha cosechado grandes ni medianos avances en su práctica. Pero por mucho que ambas personas respeten los principios del Yoga siempre habrá una tendencia hacia sthira o hacia sukha, hacia el principio de esfuerzo o hacia el principio de abandono, referenciándose en el dolor o en el placer.

Y esto es lo importante que cada uno lleva su carácter a cuestas y la práctica de Yoga se hace desde esa cualidad.

Aceptar mi propia verdad en la práctica de Yoga significa ver con claridad mi proceso, el punto de partida y mis objetivos. De esta manera la práctica se convierte en algo único ya que somos originales aunque estemos en un grupo de Yoga practicando juntos. Originalidad que todo maestro debería respetar.

Âsana es un magnífico espejo donde mirarse.

 

8.- ÂSANA NO ES UNA PRÁCTICA DE SALÓN

A veces vivimos una vida y mientras tanto nos inventamos otra. Una personalidad suplanta a otra y un rol da paso a otro sin mediar un vínculo claro entre uno y otro. El Yoga, su fantástico mundo, se puede convertir en un mundo feliz donde todos somos conscientes, comemos vegetariano y no hablamos mal de los demás por hacer una fácil caricatura. Pero es cierto que cuando nuestra vida, la real, se vuelve insoportable nos tienta encontrar un mundo diferente menos complejo, competitivo y duro. Tendemos a crear una burbuja durante un fin de semana, dos o tres tardes a la semana, o a lo largo de una temporada donde la realidad de mi vida queda en suspendo. Tarde o temprano nos damos cuenta que en el mundo del Yoga, como en cualquier mundo la realidad humana se cuela por sus hechuras, y encontramos manipulación, envidia, egoismo y el largo etcétera que uno quiera añadir.

Tal vez es erróneo proyectar fuera las carencias propias. El Yoga es un arte, un arte de vivir que cada uno tiene, si así lo deseo, que ir conquistando. De la misma manera que los inventos en los laboratorios deben desplegarse después en la sociedad para que ésta se beneficie, los descubrimientos en la propia práctica son para vivir mejor la vida que vivimos, no una vida inventada, sino la real. Hacer Yoga sin crear los vínculos con nuestra vida, ensartarse verdades filosóficas en un collar exótico que después no podemos o no queremos aplicar es otro engaño de nuestro propio ego que nos tiene sometidos. La postura complicada es un guiño acerca de la realidad compleja e insondable en la que vivimos.

Âsana es una metáfora de la vida.

Julián Peragón




Lo invisible de la postura

Todos sabemos que el camino espiritual lo recorre uno solito paso a paso con mucha humildad y, seguramente, con mucha paciencia. De nada sirve, por cierto, que los demás piensen que estás llegando a la cumbre cuando en realidad puede que haga tiempo que te has perdido en un recodo del camino. La grandeza que uno vive a través de los demás más bien añade piedras a un proceso interno que, muy al contrario, necesita desnudamiento. La tentación de la impostura no nos mueve ni un milímetro de donde estábamos, es imposible salir de nuestra realidad, siempre nos persigue. Si alguien quiere ganar la batalla debe saber dónde se encuentran sus ejércitos y cuáles son sus puntos fuertes pero también los débiles. Nos recuerda el Tao Te Ching que “quien se alza de puntillas no se yergue firmemente. Quien se apresura no llega lejos. Quien intenta brillar vela su propia luz”.

En la vía del yoga, como de cualquier disciplina profunda, una pose nos puede llevar muy lejos como estrategia de poder pero también muy lejos de lo que somos, y eso se llama traición a sí mismo. Un âsana es una postura y no deberíamos olvidar que fundamentalmente es una postura ante la vida. Tal como afrontamos el âsana es como afrontamos las circunstancias, la tensión en una es simétrica a la rigidez en la otra, sólo hay que intercambiar músculo y acción, y qué curioso, precisamente los músculos son la gasolina de las acciones. Pero está claro que las posturas pueden derivar en poses. Según el diccionario la pose es una postura poco natural y nosotros podríamos añadir que, por eso mismo, no está hecha con la naturalidad de tu sentir, no forma parte de tu verdad. Mientras en una el eje está en “cómo me siento”, en la otra se privilegia el “cómo me miran”. En definitiva, la diferencia entre postura y pose radica en algo tan íntimo como el corazón y, a menudo, es invisible a los ojos.

Es curioso darse cuenta que con una idéntica postura hay quienes ostentosamente inflan su ego porque logran hablar de tú a tú con los límites en una falsa percepción de que la verdadera alquimia radica en una complicada permutación de piernas y brazos. En cambio, otros, con esa misma postura secretamente disuelven su importancia personal porque reconocen sus propios límites y entienden que el cuerpo no es más una pesada imagen social sino la misma evolución hecha carne, una sabiduría orquestada por genes y hábitos que se manifiestan en la estática armónica. La verdadera encrucijada consiste en utilizar âsana como herramienta neutra para disolver mi prepotencia y no para engordarla, para fundirme con la totalidad y no para crear más separación, para aterrizar en la presencia de lo cotidiano y no para despegar hacia experiencias extraordinarias.

La línea que separa la inflación del ego de su disolución es bien delgada como insinuábamos. Una flexión notable, una resistencia relevante, una ejecución impecable, una inmovilidad bien controlada, una respiración amplísima mientras practicamos yoga y ya tenemos la tentación de colocarnos delante del precipicio de nuestras carencias. Es tan grande el pozo carencial de autoestima que nos agarramos a cualquier experiencia extraordinaria o a cualquier arrebato de domino del cuerpo o control de la mente para proclamar, siempre modestamente, que somos especiales. Hay una lucha secreta por conseguir más miradas, más aplausos, más reconocimiento, más éxito, en definitiva, más poder. El ser carencial que llevamos dentro lo traduce a su manera, si soy más, si soy especial, si tengo poder entonces me querrán más.

Âsana no es una pose, es un proceso. En ese proceso que lo hacemos con todo nuestro cuerpo, pero también con nuestra mente utilizando las neuronas además de las entrañas, repasamos cada músculo y cada articulación, cada centro energético y cada víscera para disolver las tensiones inútiles. La atención en âsana reside en reajustar el (sobre) esfuerzo constantemente. La idea es bien clara: se trata de hacer el esfuerzo justo, el necesario para tal acción, ni más ni menos, entonces habrá armonía. En âsana como laboratorio de la experiencia podemos ver ese esfuerzo innecesario con más claridad pues la complejidad de la vida a menudo ofrece una resistencia excepcional para ver eso mismo.

Pongamos algunos ejemplos. Llegar excesivamente pronto a una cita es una pérdida de tiempo como bien sabemos todos pero llegar tarde fuera de toda medida es una fuente de conflicto. Practicar âsana como metáfora de la vida cotidiana consiste en disolver los miedos que nos hacen llegar excesivamente pronto y aminorar la dispersión o el descontrol que nos hacen llegar demasiado tarde, en todo caso quitar aquello que molesta, aquello que es fuente de sufrimiento.

Durante un día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos tenemos la oportunidad de hacer este reajuste de nuestros esfuerzos. Es cierto que hay un tiempo para trabajar y otro para descansar, uno para el ocio, para las relaciones, para cuidar del hogar, etc. A menudos saltamos de un espacio a otro de forma compulsiva, casi por reacción y al final del día llegamos bien con la lengua fuera o con el humor agrio. Es aquí donde debemos aplicar toda nuestra sabiduría yóguica. Los âsanas al igual que las acciones nunca van solas sino engranadas en una serie lo mismo que las acciones dentro de un día. Si nos fijamos exclusivamente en un âsana perdiendo de vista la dinámica de la serie con seguridad que acabaremos a trompicones. El músico sabe que el compás es sólo una parte de la pieza musical. Por tanto, ya tenemos el primer malabarismo del yoga, estar presente en el detalle de la postura sin perder la globalidad de la serie, que por cierto está enfocada con un objetivo preciso.

Hemos dicho que âsana es un proceso en el que el esfuerzo es reajustado constantemente con la intención de disolver las tensiones innecesarias, todo esto con un objetivo mucho más profundo y a veces inesperado, mantener la conciencia clara. A veces pienso, si he de poner otro ejemplo, que âsana es como una comunicación contigo mismo, con lo otro que habita en ti, tu cuerpo, tus emociones, tu respiración, tu flujo mental o tus motivaciones internas. Lo mismo que ocurre con la comunicación informal con un buen amigo: hay momentos para expresar, para escuchar, para ir de lo concreto a lo general o viceversa, momentos para el silencio, para la risa, para la complicidad. Hay un flujo en esa comunicación en el que nos vamos liberando de los protocolos sociales, de lo anecdótico y vamos entrando hasta ser el que somos. Nuestro cuerpo, nuestra emoción y nuestra mente van al unísono, somos un danza en armonía con el movimiento psíquico del otro, se desvelan hasta nuestros propios misterios. En los raros momentos en que se da esa comunicación no hay palabras para describir la profunda sensación de bienestar que se siente. Relajar las tensiones innecesarias en âsana nos debe servir para mantener la vigilancia.

Además hay un elemento práctico: una práctica constante nos lleva poco a poco a una fortaleza interna, a una resistencia natural delante de las situaciones extremas. El frío y el calor, el hambre y la sed, el sueño y el cansancio, el ruido o el caos de la vida presionan produciendo incomodidad. Pero también el éxito o el fracaso, la alabanza o el desprecio, la soledad o las compañías ingratas nos pueden llevar a un nivel elevado de sufrimiento. Un cuerpo fuerte y una mente estable desarrollados con una práctica adecuada hace que afrontemos esas circunstancias con una mayor capacidad de aguante y con una mayor relajación de la tensiones internas. Si el cuerpo está relajado y la mente está en calma podremos reaccionar ante los sucesos inesperados con una mayor libertad.

El yoga nos ayuda a comprender que no tiene sentido las prisas y el agobio pues lo que nos interesa es poder observar el flujo de la vida y para ello necesitamos la calma. Nosotros formamos parte de ese flujo, la vida está para ser contemplada, para ser vivida y para ser celebrada. A nadie se le ocurre pagar una entrada cara en la ópera para dormirse o para rumiar lo que va a hacer al día siguiente, vamos para fundirnos con el arte operístico. Patañjali cuando nos habla de âsana nos habla de infinito, de eterno e ilimitado, nos habla también de absorción y concentración profunda. Entonces ya tenemos todas las piezas del puzzle. Âsana tiene que ver con sentarse sin esfuerzo para la contemplación del infinito. Ese infinito está dentro y está fuera, siempre ha estado y siempre estará, no podemos definirlo pero sí señalarlo, no podemos verlo pero sí intuirlo en su reflejo, en su manifestación. No podemos ver sus contornos porque no tiene límites, no podemos darle cualidades porque no es una cosa, no es ninguna experiencia pero sí lo que soporta la experiencia. No nos confundamos, el yoga es una práctica, una filosofía pero sobretodo es un vuelo místico. Âsana es un buen trampolín pero depende de nosotros saltar al vacío y zambullirnos en el océano infinito del espíritu.

Julián Peragón

 

 




Entre el campo y el Ser

Comentario sobre los Yogasûtras de Patañjali

No hay ninguna duda que las acciones generan resultados. Los resultados están en relación estrecha lógicamente con la calidad de las acciones de la misma manera que la calidad de las semillas conformará el valor de los frutos. Esta comprensión que todas las tradiciones y la misma sabiduría popular han señalado es la llave de nuestra liberación.

¿Cómo debe ser la acción para que los frutos no generen más sufrimientos a otros y a uno mismo? ¿cómo es el buen acto para que se disuelvan los obstáculos, para que abran camino a la prosperidad y a la plenitud? Antes de responder hemos de decir que la cuestión es más compleja porque la mayoría de nuestras complicaciones han sido gestadas con una buena intención. ¿Qué pasa entonces? Probablemente estamos viendo sólo una cara de esa acción. Hacemos una acción humanitaria (buena acción, sin duda) pero no nos damos cuenta que en el fondo es una acción que intenta tapar una culpa o quiere exponer a los demás “¡qué buena persona soy!”. La acción no es limpia.

Nos casamos por amor, no tentemos a la duda, pero también hay cálculo de la posición social y económica que obtenemos. Nuestras acciones se hacen con las dos manos pero habitualmente una mano no sabe lo que hace la otra. Así pues no hay más salida que la de revisar el fondo de nuestras acciones, las motivaciones profundas, los deseos inconfesables, los miedos arcaicos o las expectativas fantasiosas que se acumulan en la solapa de cada acción. Si cada limosna que damos nos cae una lágrima, valga la metáfora, no por el desespero del otro que la necesita sino por la “bondad” que somos capaces de mostrar, estaremos maltratando la verdadera compasión.
El sufrimiento no tarda en aparecer porque la doblez de nuestros actos choca en nuestro corazón como lo hace la ola que enviste contra la roca. Y tal vez esa sea la función última del sufrimiento, la de disolver la rigidez de la roca de nuestro ego empeñado en apropiarse de una autoimagen gloriosa. Cuando en cada gesto queremos ser los mejores, los más buenos, especiales y superiores, forzamos la acción entre otros, como no, que compiten por lo mismo, por la exaltación de nuestra persona. Intuimos que los privilegios en una sociedad son limitados a unos pocos.

Pongamos un ejemplo muy básico y cotidiano de lo que nos cuenta Patañjali en el sutra 17 del segundo libro. Aquí nos dice que la identificación del espíritu con el cuerpo-mente, o con otras palabras, del testigo con el campo, es la causa de lo que hay que evitar porque nos trae el sufrimiento venidero. Cuando compramos un coche debemos tener en cuenta que se ensucia, que colisiona, que se estropea y que nos lo pueden robar, es decir, está sujeto a cambios más allá de nuestro deseo. Cuando el vehículo deja de ser un medio, en este caso, un medio de transporte y se convierte, presionados por una industria publicitaria que hace mella en nuestra insatisfacción, en un elemento de ostentación, seguridad, imagen, etc, todo lo que le ocurra a nuestro coche nos ocurre a nosotros por el hecho de soportar una especial identificación. En cierta medida le otorgamos al coche cualidades que no están en él. El falso yo se arropa de cualidades excelsa que en una sociedad se otorgan a los objetos de tal manera que el alma se cosifica.

La naturaleza de la realidad material es cambiante, su esencia es el ritmo, la transformación, la impermanencia. Lo tenemos ejemplificado en la naturaleza que con las estaciones marca una transformación donde la vida se reencarna año tras año. Pero una observación más detallada de la naturaleza nos recuerda que hay tres cualidades fundamentales que están entretejidas en todo suceso. A nivel básico, de forma alegórica, la tradición nos dice que las tres gunas son como tres ladrones que asaltan a un hombre en el bosque. Tamas quiere matarlo, rajas convence a tamas para que simplemente lo robe y lo deje atado. Sattva aparece al cabo de un tiempo y desata al hombre, lo guía por el bosque, le enseña el camino de vuelta a su casa, y seguidamente se marcha, pues sattva —al ser también un ladrón— teme que la policía (Dios) lo atrape.

La primera de ellas es tamas que nos recuerda que una cualidad fundamental de las cosas es su inercia y estabilidad. Una roca se empeña en ser ella misma y se pliega a la gravedad. También en el ser humano tamas es estabilidad y enraizamiento pero puede convertirse en disfuncional cuando la estabilidad se vuelve inmovilidad. La actitud conservadora es necesaria para preservar la vida, pero en un extremo el conservadurismo impide la renovación de aquélla. Somos disfuncionales con la energía tamas cuando la lentitud natural se revela como torpeza, negligencia o apatía; cuando los esquemas de comprensión que todos tenemos nos limitan en una actitud ignorante apareciendo la superstición o los prejuicios.

En cambio, rajas es dinamismo, actividad, impulso. Las raíces que se aferran a la tierra para alimentarse son tamas pero el tallo que crece con fuerza es rajas. Esta dinámica es fundamental en la vida pero en exceso rajas se puede convertir en actividad desenfrenada, pasión, deseo ciego. No estamos en un nivel tan básico como el tamásico pero con rajas podemos caer en vanidad, egoísmo o lujuria. Siempre que hay un exceso de energía predomina la agitación, la excitación o la avidez. En realidad nuestra sociedad actual es bastante rajásica con un dinamismo frenético, un consumismo desmedido y una confrontación en muchos ámbitos sin descanso.

Si tamas es la materia, rajas es la energía entonces sattva será las leyes sutiles que generan toda manifestación. Siguiendo con el ejemplo de arriba, sattva sería las flores que se abren a la luz. No hay que olvidar que no hay flores sin tronco, y tronco sin raíces. Las gunas son necesarias, se complementan, se apoyan y se interrelacionan constantemente.

Sattva es equilibrio, armonía, paz. La persona sáttvica tiende hacia la verdad, la comprensión de las cosas. Con una actitud ecuánime valora los opuestos y hace una buena síntesis. Pero como forma parte de las cualidades de la naturaleza nos ayuda a liberarnos pero sigue estando condicionada. La persona sáttvica tiene amor al conocimiento y a la belleza, pero ese amor es síntoma también de apego. Representa al sabio a diferencia del ignorante (tamas) y del pasional (rajas). Es la búsqueda de la luz en forma de sabiduría, justicia, bondad y perfección.

Las gunas producen el calidoscopio del mundo, a veces como repugnante, otras como atractivo o simplemente sereno. La naturaleza es un espacio de experiencia y goce para el ser pero de forma casi inevitable de apego y sufrimiento. Sin embargo lo mismo que nos apega nos puede servir como palanca para la liberación. La progresiva discriminación entre el objeto y el sujeto, naturaleza y ser, materia y espíritu, o con las palabras que usa Patañjali, prakriti y purusha nos llevará, por fin, a residir en nuestra propia naturaleza.

El ser es distinto del objeto que ve y reconoce. La conciencia no es una cosa sino el espacio donde todas las cosas flotan o dicho con otra metáfora, la conciencia es la luz que ilumina el mundo pero no es el mundo. Cierto que el ser que es todo conciencia necesita de un instrumento de percepción que es la mente, pero la mente, aunque sutil, forma parte del mundo manifiesto como lo es la materia y la energía, aunque en otro plano de manifestación. Cuando en un día de niebla tu visión se reduce no le echas la culpa a tus ojos pues hay una cortina de vapor que interfiere. Lo mismo pasa con la mente, si ésta no está limpia de residuos la percepción viene de por sí contaminada. Podemos distinguir un día nublado porque tenemos la experiencia de otros soleados. El problema con la mente es que si se mantiene en unos niveles de condicionamiento creemos que la realidad es tal cual se nos muestra y lo cierto es que, cuando tenemos la experiencia en un estado de conciencia acrecentada nuestra realidad cambia radicalmente.

En realidad cada cosa del universo es en sí misma un espejo. En la observación profunda de la realidad ésta nos hace de espejo y nos recuerda que sólo es así por el reflejo del ser que la observa como bien están demostrando los científicos en el mundo cuántico. Como ejemplo tenemos el espejo en el que nos observamos cada mañana. Ninguna persona confunde la imagen en el espejo con otra persona, sabemos que ese o esa que vemos delante no es real, es pura luz, juego de luces. Pero en esa ilusión nuestro rostro se aparece. El juego divino, lilâ, puede cumplir esta función de reconocimiento puesto que el ser no se puede ver a sí mismo sino a través de su reflejo.
Patañjali nos dice que cuando el mundo pierde cualquier amago de atracción, éste desaparece. Aún así el sabio liberado sigue viviendo con su mente y su cuerpo limitados porque como vemos en el ceramista que el torno que maneja sigue dando vueltas aunque el jarrón ya esté terminado.

El pegamento que mantienen juntos campo y ser, lo visto y el que ve, es, ya lo hemos mencionado, la ignorancia. La ignorancia es la gran limitación de reconocer la verdadera naturaleza. Por eso el Yoga nos impulsa hacia esa discriminación progresiva, nuestra mente, nuestro cuerpo, la naturaleza y todo el cosmos flotan serenamente en la conciencia del sabio. El campo es lo que cambia y el ser es lo que observa. Permanecer en la fuente del ser es plenitud y serenidad, liberación en últimas de todo sufrimiento.

Julián Peragón




El eterno presente

Nuestra idea del tiempo es lineal. Creemos que la línea que marcan los días va de atrás hacia delante ininterrumpidamente. Machaconamente la aguja del reloj marca segundo a segundo sumando horas, días, años hasta perderse en los milenios y las eras. En realidad confundimos el tiempo del reloj con el tiempo psicológico y entonces el tiempo pesa y se hace insufrible. Tal vez por eso las tribus generaban sabiamente rituales de abolición del tiempo integrando al individuo en un tiempo circular, donde se volvía a un nuevo inicio del tiempo de la misma manera que cada primavera ésta vuelve a ser la misma, fresca, renovadora y vigorosa.

Creemos que cada cosa no-es-lo-que-es sino lo-que-ha-sido y lo-que-tiene-que-ser. Aunque es cierto que todo forma parte de un proceso, nos olvidamos que esto que vivimos ahora es en sí mismo un fin, y no sólo un medio para conseguir otra cosa que a su vez nos servirá para conseguir otra más y así sucesivamente en la dinámica pujante del deseo.

La mente es el reino del tiempo con su capacidad de anticiparse a los sucesos, de elaborar estrategias para llegar con ventaja a los objetivos o de crear proyectos que se materializarán en el futuro. Pero si la mente es hábil en los procesos porque asegura un control en el mundo cambiante que pisa, se muestra torpe en la vivencia del tiempo presente.

El falso ego se enreda con facilidad en el pasado donde cree que reside su identidad. La interpretación de lo sucedido da al ego una base para ser más de lo que es (a menudo para ser menos). Sin el pedigrí de nuestras familias, lo extraordinario de nuestras experiencias, el acumulo de prestigio o de poder, la clase social en la que nos movemos el falso ego cree no ser nadie. Y busca desesperado retazos del imaginado ser en el brillo del placer, poder o reconocimiento. Pero claro, como el punto de partida es de una gran insatisfacción, el falso ego se proyecta en el futuro donde podrá, por fin, ser el que siempre ha querido ser.

Así el pasado es una coartada del ego para justificarse y el futuro, siempre inalcanzable, una promesa de realización. La neurosis sobreviene cuando tengamos lo que tengamos, hagamos lo que hagamos no hay plenitud. Aunque cada momento es perfecto en sí mismo porque es el fruto de una eternidad que ha cuajado en esta precisa forma, nos guste o no, creemos que algo falta. Nos falta algo para ser felices, para estar completos, para, por fin, ser libres.

Entonces, ¿qué pasa con el presente?, se utiliza como mera pieza de un juego para conseguir los innumerables propósitos del ego. Tenemos una idea pobre del presente puesto que apenas lo vivimos. Breves fragmentos del presente son absorbidos por la compulsión de comprar tiempo y proseguir con el sueño inmortal del ego. Nuestra idea del presente es tan fugaz como un golpe de aire, tan perecedero como el periódico que mañana será papel mojado y tan superficial como un decorado de cartón piedra. No nos paramos en el presente y por tanto el presente sólo es una idea no una vivencia profunda.

Si pudiéramos vivir el presente de forma completa veríamos que el tiempo se expande hasta hacerse infinito. El presente es eterno porque es lo único que existe en la realidad. El pasado pasó y lo que queda de él es una memoria, en cierta medida frágil, que exalta unos datos negando otros dependiendo siempre de nuestro estado presente. El futuro, en cambio, sólo es una proyección de nuestra mente, un cálculo refinado de nuestros asuntos o una anticipación de nuestros deseos. Memoria o proyección, el pasado o el futuro no existen más que en la mente. El pasado recordado es el pasado que ahora recuerdo y el futuro proyectado es el futuro que ahora concibo, siempre en un ahora.

En el presente un instante nace y muere pero la eternidad vive por debajo. Es cierto que cambia la forma a cada momento pero en el fondo permanece nuestra consciencia de la misma manera que las nubes cambian pero el cielo azul que las contiene permanece intacto. El presente no es una interpretación de la realidad, no es un acumulo de datos desde nuestra torre de observación. El presente no se puede vivir desde la mente porque ésta sólo es un instrumento de medida de la realidad, necesario qué duda cabe pero vacío de esencia. El mente nos ha servido para hacer la mochila que tenemos que llevar en la travesía y nos sirve para manejar e interpretar la brújula para no perdernos, pero el presente es el caminar, paso a paso. Para vivir este paso y este otro, para sentir la brisa en el rostro, el sol que calienta la espalda no necesitas la mente, cuando llegas a la entrucijada sí, menos mal que podemos utilizar la mente como utilizamos las piernas, cuando las necesitamos.

El gran problema de nuestro ego, en este estado evolutivo en el que estamos en nuestras sociedades, es la identificación de la mente. Nos confundimos con los pensamientos, con las creencias, con la moral, con la imagen que tenemos de nosotros mismos y entonces perdemos el fondo, lo que verdaderamente somos. Siempre que estamos en la mente estamos en la ilusión del tiempo porque esa es precisamente su naturaleza pero el tiempo es una ilusión porque la vida es ahora y siempre ahora.

El ahora funciona como una rendija donde reconectarnos con el ser. El ser sólo vive en el ahora porque es intemporal y sólo queda revolcado por los reveses del tiempo en la medida que está fijado en la dimensión mental. La práctica del Ahora es una gran ventana al ser, un espacio infinito donde el ser puede brillar. ¿Cómo hacer esta práctica del Ahora?, la misma vida ya es la práctica por excelencia pero la tradición ha diseñado las técnicas de meditación para impedir, en la medida de lo posible, que la mente dispersa se escape de este increíble presente.

La meditación es en realidad un aterrizaje en el presente, no en el presente fantaseado sino en el presente real. Cuando te sientas y te paras lo primero que obsevas es tu velocidad de crucero, la agitación de la mente. La mente necesita el alimento que le llega a través de los sentidos que a su vez es la gasolina de nuestras fantasias. Si te sientas y te inmovilizas, si cierras los ojos y cruzas las manos lo que estás haciendo es replegarte en ti mismo. Si te das tiempo, mucho tiempo en quietud sintiendo la respiración y sólo eso, la mente se revuelve y se defiende pero al final, con la práctica, abandona el control.

Colocarte en la vertical es un buen símbolo de la actitud de estar presentes, ni desplazados hacia delante ni hacia atrás, es decir, ni en el pasado ni en el futuro. Cuando hay excesivo desplazammiento hacia el futuro notamos en la meditación mucha agitación, estrés, excitación, ansiedad y preocupación. El futuro puede ser tentador o amenazante y nos lleva lógicamente hacia el deseo o el miedo, respectivamente. Observar con ecuanimiad ese desplazamiento y ver cuánta fantasía colocamos en ese futuro es sanador. Si nos proyectamos tanto hacia ese futuro es porque no estamos seguros en el presente. La sabiduría nos dice que tengamos confianza en el despliegue de la vida, sólo puedes hacer lo que puedes hacer en este momento y si siembras bien en cada acto los resultados no tardarán en aparecer. No hay que preocuparse, sólo ocuparse cuando aparece el problema y claro está, ocuparte es la mejor manera de que no existan problemas.

En cambio cuando hay demasiado enquistamiento con el pasado notaremos en la meditación tristeza, resentimiento, culpa, queja. No se ha comprendido bien lo ocurrido y uno siente injusticia, ira, deseo de vengarse, uno se compadece a sí mismo y no abandona la culpa. Nuevamente la filosofía perenne nos llama al sentido común. El pasado no lo puedes cambiar pero sí puede ser fuente de aprendizaje. Las heridas se produjeron pero no se cerrarán si no hay un verdadero perdón que no es más que la liberación del peso del pasado, de nuestra historia, de la importancia personal.

Permanecer en el presente es lo único real. El trabajo de meditación es de no juicio. Ver la realidad tal cual es sin pelearte con ella que no significa, por supuesto, una resignación al estado ordinario de las cosas. Aceptación de lo que es, el mundo es como es, los seres humanos son como son, tú eres lo que eres, y eso no es un desprestigio sino la gran oportunidad de abandonar un juicio preñado de miedo y una apertura a lo potencial que reside en todo lo que hay. A menudo lo cotidiano cubre la dimensión extraordinaria de las cosas y nos perdemos la esencialidad de la vida.

Si hay un tiempo en el que podamos estar plenos, conscientes y con gozo es ahora. El único momento donde se puede dar la transformación es ahora mismo porque es el único tiempo que tenemos, la única realidad. Y con esta claridad nos sentamos en meditación, es ahora cuando hay que estar presente porque este momento que vives es el que es, permitiendo que sea, junto a ti que no eres parte sino todo. La verdad es que ni siquiera sabemos si estaremos vivos dentro de cinco minutos y el recuerdo de nuestra mortalidad es una condición sine quanum para que la meditación llegue a buen fin.

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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Entrevista a Vicente Ferrer

Julián Peragón: • Leyendo su biografía me ha impactado que nació en el mismo año que mi padre que estuvo en la Quinta del Biberón en las mismas filas republicanas. Mi padre nunca habló de la guerra, creo que cogió tanto miedo que se lo guardó muy dentro. ¿Se ha olvidado de aquella guerra civil?

Vicente Ferrer: • No, son imágenes imborrables.

 

 

• ¿Qué le enseñó en aquél entonces?

A salvar la vida propia y la de los demás. Cuando disparaba mi fusil, siempre apuntaba hacia el cielo. Y además reflexionaba. Fue en la guerra, en la oscuridad de la noche a orillas del Ebro, donde vi una pequeña luz que me descubrió que Dios es. Jamás he vuelto a dudar.

 

• ¿En qué momento sintió que su vocación se encaminaba a la ayuda de los demás?

Desde que nací, desde pequeño. Este sentimiento creció conmigo. Recuerdo mis andanzas por los barrios pobres de Barcelona, introduciendo la semilla del bien y la reflexión a los más marginados.

 

• ¿Idealizaba en aquel momento la vida del misionero?

Idealizaba el Bien y el sacrificio por los demás.

 

• Seguramente la India en 1952 cuando llegó a Mumbai como misionero jesuita era otro mundo, básicamente rural, todavía muy arcaica, ¿qué fue lo que más le impactó de sus gentes?

Nada. Me parecía todo muy natural, eran tal cual eran, era el mundo tal es. Entre la muchedumbre me sentí como en casa, como si hubiese vivido allí siempre. Era hora de actuar.

 

• A finales de la década de los ’60 hubieron momentos difíciles, la expulsión de la India, el movimiento campesino, el retorno. ¿Quiere esto decir que hasta para hacer el bien hay que ir con los pies de plomo, de no levantar resistencias, sospechas?

La virtud de la prudencia te pide que pongas plomo en tu camino, y el espíritu del corazón te dice ‘Adelante’. Vale más que se pierda tu vida que la de otros.

 

• Anantapur era una zona muy pobre, casi desértica. Cuando hablamos de ayudar a los pobres y erradicar el hambre sabemos que es imprescindible esa ayuda, pero también sabemos que hay motivos que no son locales sino globales, de injusticia, económicos, políticos, etc que hacen que ese hambre no sea saciado a pesar de tener los medios y la tecnología suficiente. En el fondo, no sé si se ha preguntado por qué sigue habiendo hambre en el mundo.

En el mundo existen el equipo A y el equipo B. El equipo A son los Gobiernos, los que poseen la tierra y el dinero que hay en ella; han de velar por el bienestar de todos los que forman el equipo B. El equipo B son todos los que están bajo el poder del equipo A, los soldados, las ongs, los pobres. Mientras el equipo A no cuide del B, siempre habrá pobres.

 

• Llevamos más de diez años apadrinando niños en su organización Rural Development Trust, la Fundación Vicente Ferrer que conocemos aquí en España. Han pasado varios niños que después se han hecho mayores, ahora estamos con un niño llamado Bairaju. Nosotros hemos creído entender que nuestra ayuda no iba necesariamente a un niño sino a una comunidad, a un proyecto. El niño o niña es la cara más amable del apadrinamiento que permite un vínculo emocional con alguien en la distancia. ¿Necesitamos ese rostro aquí en Occidente para poder ayudar a un proyecto humanitario?

El sistema de apadrinamiento a un niño ofrece la posibilidad de hacer el bien por el bien sin más porque de los niños no esperas nada a cambio. Es una acción pura que actúa sobre millones de personas. Nuestros niños representan todas las caras de sus comunidades y cuando los padrinos vienen a conocerles, les encanta sentirse parte de la familia, de la comunidad y del proyecto al completo.

 

• En estos momentos hay una crisis de envergadura, crisis ecológica, financiera, política, de valores. ¿Cuando se ha entrevistado con líderes mundiales dónde ha visto el «punto ciego» que no permite ver una salida? ¿Qué le diría usted a los políticos sobre esta crisis, cómo afrontarla?

Desde mi punto de vista, el punto ciego es la ausencia del único Ser que les puede sacar de todas las catástrofes que hay en el mundo. En el Universo hay cuatro pilares existenciales básicos, Dios, el Hombre, la Humanidad y el mundo tal cual es. Tenemos que tener en cuenta que todos ellos son libres y pueden hacer lo que quieran. Pero si quitas uno de los pilares básicos, todo se desploma.

 

• A veces se necesita un mensaje de esperanza, hay tantos y tantos indicadores de ignorancia, miseria y explotación. ¿Cómo se hace para no perder el ánimo y la esperanza?

Empezar a trabajar. Dejar de pensar y ponerse “manos a la obra”. El pensamiento no posee toda la verdad, le falta la primera columna existencial, la fuente de toda la verdad y todo el bien.

 

• Le estamos inmensamente agradecidos por sus respuesta. Julián Peragón (antropólogo, director de concienciasinfronteras.com). Agradecimiento a Gabriela Pérez por facilitarnos el contacto y el relato de su experiencia en Anantapur.

 

BIOGRAFÍA DE VICENTE FERRER

Vicente Ferrer nace en Barcelona (España) el 9 de abril de 1920. Durante su juventud, entra a formar parte de la Compañía de Jesús con la ilusión de cumplir su mayor deseo y vocación: ayudar a los demás.

En 1952, llega a Mumbai como misionero jesuita para completar su formación espiritual, y allí mantiene su primer contacto con la India. A partir de ese momento, dedicará el resto de su vida a trabajar para erradicar el sufrimiento de los más pobres de ese país.

 Lamentablemente, su labor genera suspicacias entre los sectores dirigentes, que ven en él una amenaza a sus intereses y consiguen una orden para expulsarle del país. Ante este hecho, más de 30.000 campesinos, secundados por intelectuales, políticos y líderes religiosos, se movilizan en una marcha de 250km para protestar por la orden de expulsión.

En una entrevista con Vicente, la entonces primera ministra Indira Gandhi reconoce su gran labor, comprometiéndose a buscar una solución y enviando este telegrama: «El padre Vicente Ferrer se irá al extranjero para unas cortas vacaciones y será bien recibido otra vez en la India.»

En 1968, Vicente sale del país y regresa a España.

En 1969, vuelve a la India y se instala en Anantapur (Andhra Pradesh), uno de los distritos más pobres del país, para continuar su lucha por los más desfavorecidos. Ese mismo año crea, junto a quien será su futura esposa unos meses más tarde -Anne Perry- la Fundación Vicente Ferrer.

 

CONTACTO

http://fundacionvicenteferrer.org
Puedes contactar llamando al 902 22 29 29

Julián Peragón

 


 

 




Entrevista a Julián Peragón en Yoga Journal

«El Yoga tiene mucho que aportar a estos tiempos de crisis»

No es momento de recluirse en monasterios ni de adorar vacas sagradas; ha llegado el momento de dar una respuesta solidaria frente al egoísmo y la violencia

Julián Peragón es uno de los pilares de la Escuela Sâdhana y, desde su larga experiencia como formador de profesores, reivindica un yoga ajeno a egocentrismos y «vacas sagradas», cercano y comprometido con esta sociedad en transición en la que estamos inmersos.

¿Qué es para usted el Yoga tal como lo conocemos hoy en día?

El Yoga se ha extendido por todo el planeta probablemente porque en su esencia da respuesta a las necesidades fundamentales del ser humano. Sin embargo, en la expansión rápida de este método milenario, no ha habido tiempo de hacer una buena discriminación y se ha aplicado la técnica deprisa y corriendo. Hemos cogido la esencia junto con el ropaje cultural de la India y hemos hecho un copiar-y-pegar sin tener en cuenta nuestras necesidades actuales y nuestra cultura occidental.

Lo mismo le pasaría al escalador novato que sólo mira la cumbre pero no tiene en cuenta a qué altitud está y si va por la cara norte o por la cara sur. El Yoga actual tiene pendiente una asignatura, la de hacer una escucha profunda. Saber cuál es el punto de partida en el que me encuentro y, por supuesto, respetarlo. Somos como los niños, imitadores natos, dispuestos para hacer la postura sobre la cabeza pero sin escuchar en qué estado están mis cervicales. En la práctica miramos de reojo al compañero o queremos igualar a nuestro profesor o profesora porque «no queremos ser menos», queremos ser buenos alumnos aplicados tal como lo fuimos en la escuela primaria. Todo esto pertenece a una programación muy profunda. Pero el Yoga es un proceso interno, y ese proceso evolutivo de nuestra alma es personal, único y no admite ningún tipo de comparación.

 

Entonces, ¿cómo podemos entrenar esa escucha profunda?

Pongamos el ejemplo de âsana. Estamos habituados a ver la «fotografía» de una postura pero más allá de la postura fija hay un proceso complejo y delicado. Un âsana en realidad empieza desde una escucha de nuestro cuerpo y nuestra mente en la intención de mejorar nuestro estado, desplegar nuevas potencialidades o profundizar en una mayor concentración. Desde esa escucha tendremos que abordar la postura, más si ésta es complicada, con pequeños movimientos prudentes y sincronizados para llegar a la postura con el menor esfuerzo y en las mejores condiciones. El ajuste de la postura nos permitirá vivirla con intensidad, prestándole atención a los estiramientos, el tono, el movimiento energético y la amplitud respiratoria, pero sin olvidar que toda postura en Yoga es un trampolín para iniciar un viaje al interior de uno mismo. Hay un momento en que la postura se vuelve inestable, la respiración pierde amplitud y la mente tiende a la dispersión que nos anuncia que âsana se ha acabado, es el lenguaje de nuestros límites. Si quedó alguna zona con sobrecarga o tensión tendremos que compensarla con otra postura. Por tanto, hay que decir que el Yoga nace y muere en la escucha, practicamos armonizando las posturas como lo haría un músico con la composición musical.

Lo importante de la postura no es solamente la construcción técnica sino la vivencia, esa vivencia que es original en cada uno de nosotros. Eso que no es visible en la postura se refiere a la escucha de nuestro cuerpo, la vivencia de nuestras tensiones, la aceptación de nuestros límites, la dificultad de estar presente. Por eso digo a menudo que âsana es una metáfora de la vida cotidiana, porque nuestra actitud ante una postura revela la idéntica manera con la que resolvemos las circunstancias de la vida.

 

Se formó con Josep Berneda (Viniyoga) y Carlos Fiel, fundador de la escuela Sâdhana. ¿Qué le han aportado ambos?

Lo que yo he aprendido de la escuela Viniyoga es la arquitectura del Yoga, a poner los cimientos, las columnas, la bóveda con sentido común. Como nos decía Desikachar en alguno de sus seminarios, Yoga es aplicación, tener en cuenta, si fuéramos arquitectos, el terreno sobre el que vamos a construir porque los cimientos tendrán que ser de una u otra forma. En este sentido, creo que no existe un Yoga para todos sino un Yoga para cada uno. La gran sabiduría del Yoga con sus técnicas y su filosofía puede dar una respuesta adecuada a nuestra necesidad y nuestro anhelo. He podido reconocer también el aspecto terapéutico del Yoga, que es necesario si uno quiere, más adelante, poner las bases de un Yoga místico.

En cambio, la escuela Sâdhana como escuela de Hatha Yoga me ha enseñado a habitar esa arquitectura de la que hablaba antes. Es importante la estructura pero es fundamental compartirla con alegría. He aprendido que transmitir el Yoga es oficiar un espacio sagrado donde cada gesto debe tener presencia y cada actitud estar imantada de agradecimiento. Hemos procurado hacer un Yoga intenso pero sin caer en lo acrobático o lo esotérico, un Yoga que nos sirva para vivir en nuestra realidad pero sin perder el sentido del buen humor.

 

Ha aprendido también de André van Lysebeth, T.K.V. Desikachar… ¿Qué puede decirnos sobre sus maestros?

Estoy inmensamente agradecido a todos los profesores y maestros con lo que he podido aprender pero me doy cuenta que es importante no personalizar ni poner a nadie en el pedestal. Más bien, es importante rescatar cuál es la función esencial del maestro o maestra. La tradición nos recuerda que acarya , la maestría es la capacidad de observar al alumno, ver cuál es su posición, y desde la propia experiencia proponer la enseñanza adecuada, mostrar el siguiente paso a dar. En realidad el maestro no tiene más importancia que la de señalar el camino, debe, en la medida de lo posible, pasar desapercibido. Lo único importante aquí es el proceso de aprendizaje que se está dando, maestro y discípulo tienen que desaparecer.

Lo que yo he aprendido de mis maestros es que son tan humanos como cualquiera y lo que saco en conclusión es que el camino del Yoga no es un camino de perfección sino de impecabilidad. No se trata de ser un superhombre sino, más bien, de ser mejor persona, de ser honesto consigo mismo, ser real, estar presente y poder acoger al otro amorosamente desde los propios límites. Lo demás es un juego laberíntico de egos inmaduros.

 

Es organizador, tutor y formador de Sâdhana desde 1995. ¿Qué desea aportar desde la escuela?

Como formador de una escuela de Yoga intento en todo momento crear las condiciones especiales para que los encuentros sean un motor de la propia práctica y un estímulo para el conocimiento. Patañjali, en los primeros sutras del libro segundo nos recuerda tres elementos fundamentales de un yoga de la acción, tapas, svadhyaya e ishvara pranidhana. No basta con una práctica cotidiana, estable con actitud positiva, es necesario también que esa práctica tenga una dirección, es decir, que sea inteligente, que sepa cómo llegar a los objetivos deseables a través de etapas y procesos, pero sobretodo, que esa práctica apunte al descubrimiento de uno mismo. Por poner una imagen, hay que caminar pero alumbrando el camino para no perdernos. Entre la práctica intensa y la autoindagación debe haber otra cosa esencial, es el desapego, el no estar tan pendiente de los frutos de la acción y más en la acción que sea completa en sí misma. Una escuela, creo yo, debe potenciar este tercer aspecto, tiene que hacer sentir que la práctica tiene corazón, que el camino que uno recorre en el Yoga parte de un anhelo profundo hacia esa completitud, hacia ese estado de unión o integración del que nos habla el Yoga.

 

¿Cómo les transmite ese mensaje a sus alumnos, futuros profesores a su vez?

Les digo a mis alumnos que no le cortemos la cabeza al Yoga a la hora de impartirlo, que sí, que es importante la técnica, pero que, en últimas, el Yoga es una filosofía de vida, una mística, una respuesta al sufrimiento humano. Es cierto que hay un tabú en torno a la espiritualidad pero el camino no es dejar de hablar de ello sino el camino de reinterpretar lo que entendemos por sagrado. Siempre que el Yoga nos ayuda a buscar nuestro sentido de vida, siempre que nos conectamos con algo más grande que nosotros mismos, sea la naturaleza o una inteligencia superior, llámese como se llame, estamos hablando de espiritualidad.

 

¿Y de qué modo integrar en nuestra vida lo espiritual?

Lo primero que tenemos que dejar en la puerta a la hora de hablar de espiritualidad es nuestra ingenuidad. Las primeras piedras del sendero están puestas por buenas intenciones, por idealismos y también por un deseo de ser superior, especial, reconocido, tal vez por eso Chögyam Trungpa hablaba del materialismo espiritual, nos hablaba de las trampas que acechan al buscador espiritual. El ego es tan astuto que se camufla de ego humilde, servicial y amoroso mientras por dentro se viste de ínfulas de grandeza.

Tenemos que aprender a considerar al sabio más por lo que hace que por lo que dice, más por su apoyo incondicional que por su invitación a seguirle. Aprender a vivir con nuestras pequeñas verdades más que vivir con la luz cegadora de las grandes verdades de otros.

 

¿Cuál es la forma de compartir todo eso con la sociedad?

Como antropólogo creo que esta espiritualidad de la que hablo se tiene que verter a la sociedad. Son tiempos de profundos cambios, crisis ecológica, financiera, política, crisis de valores existenciales, guerras, hambrunas, explotación y un largo etcétera. No es tiempo por tanto de recluirse, de retirarse al monasterio o a la montaña, hay que dar una respuesta al mundo. El Yoga tiene mucho que aportar a esta crisis. Ante el sedentarismo aporta vitalidad, ante el estrés sosiego, ante la dispersión de nuestra mente centramiento, ante el consumo desmedido simplicidad. El Yoga dice a la sociedad que el egoísmo es una respuesta infantil de insatisfacción, que la violencia física o psíquica está basada en un patrón de miedo. La antropología nos ayuda a hacer un viaje a «lo otro», otra persona, otra cultura, otra lógica de vida. En ese viaje a «lo otro» descubrimos simultáneamente la otredad que habita en nuestro interior, nos damos cuenta, por ejemplo, que no estamos solos, que formamos parte de una totalidad, en definitiva que estamos todos en el mismo barco y que la respuesta adecuada es una ayuda solidaria.

 

Usted apuesta por un Yoga cercano y comprometido

Desde aquí me inclino por un Yoga social y menos iniciático, menos elitista, un Yoga que promueva la salud activa para que cada uno gestione su propia salud, un Yoga que nos ayude a comprendernos mejor, a tener respuestas más maduras delante de los reveses del destino, y un Yoga que nos abra las puertas de una dimensión más sutil, que nos ayude a reconocer el lenguaje del alma.

 

Y ese camino, ¿hacia dónde nos conduce?

Creo que estamos hoy en día dispuestos a dar un paso más en la evolución del Yoga. La dimensión del cuerpo, de la mente y del espíritu son ya ineludibles, no podemos escindirlos, forman un todo, lo que afecta a una dimensión se recibe en la otra. El cuerpo somatiza los conflictos mentales y la mente acusa las tensiones del cuerpo. Practicar Yoga de forma madura es dejar de literalizar la práctica. El Yoga está presente cada vez que te relacionas con un amigo, cada vez que friegas los platos, cada vez que compras unos tomates. No se trata de decir ahora hago Yoga y ahora no, no hay separación. La práctica del Yoga me tiene que enseñar a relacionarme conmigo y con mi cuerpo cuando hago posturas sin violencia, entonces cuando me relaciono con los demás tengo que aplicar esa no-violencia.

Por eso Patañjali fue enormemente sabio porque su esquema de los ocho miembros empieza con cinco Yamas que son actitudes ante ante las circunstancias externas y cinco Niyamas que son actitudes antes nuestras inercias internas, los dos grandes enemigos. Nos habla de una ética del Yoga ante la vida antes de abordar el método trinitario basado en Âsana, Pranâyâma y Dhyana. Sin esta ética no hay verdadera transformación porque entonces la técnica se aplicará a nuestras motivaciones no revisadas, con la vieja ideología de vida, en otras palabras, el mismo perro pero con diferente collar. Es necesario cultivar la pacificación, la sinceridad, la confianza, la moderación y la simplicidad antes de mover la primera piedra.

 

Háblenos de la revista que dirige, Conciencia sin Fronteras

Concienciasinfronteras.com es una revista digital de salud y espiritualidad. Nació como reacción a unos pocos medios periodísticos copados por los mismos autores de siempre en la necesidad de comunicar nuestro propio trabajo serio y artesano. Es una revista pequeña que va recogiendo a esos autores que tras muchos años de dedicación tienen un collar de sabiduría que quieren comunicar. A mi entender es un éxito que una revista que se mantenga sin publicidad de ningún tipo y que sea totalmente gratuita. En un medio como internet tan sobrecargado por sponsors, banners e intereses encontrar una página que muestra solamente autores y artículos es, por lo menos, aire fresco.

 

Dice ser un enamorado del simbolismo. En la práctica del yoga, ¿qué simbolismos podemos encontrar y qué nos quieren decir?

En todo este camino del Yoga el simbolismo nos ayuda. Pongamos un ejemplo, cuando meditamos podemos hacer un mudra que es un gesto de conciencia que se suele hacer con las manos. Jñana mudra une el índide y el pulgar de cada mano recordándonos la importancia de la unión, en este caso, del alma individual (índice) con el alma cósmica (pulgar). Si esta unión está forzada por un exceso de deseo la yema de ambos dedos estará en tensión, pero si nos olvidamos, ambos dedos se irán separando. El mudra nos recordará que está unión del individuo con la totalidad se debe hacer con sutilidad, sin esfuerzo, si exceso.

Cuando practicamos solemos poner un pequeño altar con una flor, un incienso o diversos símbolos. No importa lo que coloquemos en ese altar, lo importante es que el símbolo hace un tráfico con lo eterno, nos recuerda nuestra esencialidad y pone centro a una vivencia desordenada.

 

¿Con qué mensaje le gustaría concluir esta charla?

Diría que cada uno de nosotros en nuestra práctica del Yoga es un pequeño remolino dentro de un amplio río llamado Yoga. Aunque sea lícito poner nombre y apellido al Yoga que hacemos y hablar de líneas y escuelas, al final los remolinos se los lleva la corriente y sólo queda el caudal del río. Las visiones contrapuestas a menudo dificultan la visión de un mayor acuerdo de la misma manera que a veces los árboles no dejan ver el bosque. Mi apoyo incondicional a todos los practicantes para que nos encontremos en el camino y aprendamos a compartir nuestras diferencias pero también a reirnos de ellas. ¡Om shanti!

 

Entrevista realizada por Paloma Corredor

Yoga Journal número 30 diciembre 2008

 

 


 




En el centro del laberinto

Cuando logramos entrar en un laberinto estamos pisando una imagen de la totalidad, construida con el cuadrado de la tierra y con el círculo del cielo. Cada día vemos como el sol se alza en los cielos tocando las cuatro esquinas de la tierra. Al pisar el laberinto con nuestros pies descalzos y nuestra cabeza descubierta estamos completando esa totalidad, el ser humano es el mediador entre el cielo y la tierra, entre el espíritu y el cuerpo. Será por tanto nuestro empeño y nuestra lucidez la que reintegre de nuevo la ilusoria separación.

En el laberinto uno se pierde para luego encontrarse. Los brazos del laberinto nos acercan al hipotético centro haciéndonos creer que el camino es fácil, para enseguida despedirnos a la periferia donde reconocemos nuestro límite y con él nuestra humildad.

La rutina de los pasadizos nos invita a una seria reflexión acerca de la pregunta fundamental. Cuando ya hemos perdido la ansiedad de la meta, inesperadamente aparece el centro. La respuesta se desvela por sí sola, dando vueltas sobre el propio eje se resuelve el enigma. En el centro la serenidad da pie al reconocimiento del alma.

El camino de entrada es un camino de muerte, aparece el miedo, la incertidumbre, el desasosiego. En sus múltiples meandros uno teme ser devorado por la ilógica del camino, por la complejidad del vientre del dédalo.

Tan complejo es el laberinto como el mundo en el que nos movemos, tan enrevesado es el mundo como la mente que lo recrea. Atravesar el laberinto es atravesar los vericuetos de la mente, los circunloquios de nuestro discurso, las estrategias de nuestro carácter. La construcción del laberinto es fruto de la mentira a diferencia de la verdad que es un camino recto. Tal vez por eso en las esquinas del laberinto suenan los rumores, las opiniones no contrastadas, las supersticiones, las difamaciones. Y es que la espada de Teseo tiene dos hojas al igual que la boca tiene dos labios. Podemos con la palabra alimentar al monstruo del engaño o volverlo loco con la veracidad.

Para no quedar apresado en sus garras nuestro corazón tiene que dejar la doblez y nuestra ética tiene que fortalecerse. Tendrá que ser Teseo quien combata al monstruo con su espada y su coraje. El camino de entrada es un camino heroico, de confrontar la mentira desde nuestra nobleza, vencer la traición con nuestra sinceridad.

La resolución del laberinto se encuentra en el centro. En el centro el monstruo dormita, ha perdido su ferocidad, ha calmado su ira. Cuando hemos sido capaces de mirar frente a frente al Minotauro nos damos cuenta que el engendro, mitad toro mitad persona, es nuestra sombra, nuestra parte negada, la carencia de amor inconfesada. Es necesario soltar la espada y dejar la guerra cruenta. Abrazar al monstruo es reconocer que somos luz pero también sombra, incorporar la sombra es la única manera de ampliar lo que somos.

Las once galerías del laberinto gótico nos hablan de imperfección, pues entramos en el laberinto imperfectos. Es el orgullo del ego el que avanza en los pasillos del laberinto donde está encerrado el constructor Dédalo, que simboliza la imaginación perversa. Nos lo recuerda Ícaro, su hijo, cuyas alas no son de verdad, apenas sujetadas por la cera de las abejas. Ícaro desobedece la prudencia de su padre y se eleva prepotente a los cielos donde el calor del sol derretirá la cera de las alas artificiales, cayendo al abismo.

Atrapados en el laberinto no es posible ir hacia atrás, el ego tiene que dejar la piel de la compulsión, tiene que abandonar su codicia y su aversión, tiene que cambiar la piel de la ignorancia. El laberinto es una espiral que nos lleva de lo superficial a lo esencial, de lo literal a lo profundo en una concentración progresiva. Dejaremos caer las armaduras y los ropajes, las defensas y las culpabilizaciones, hasta quedarnos desnudos.

Si el camino de entrada es un camino de muerte, el camino de salida es un camino de vida, de renovación. Muere el ego y renace el espíritu. Se disuelve el pecado y aparece la virtud. Para entrar habíamos necesitado la espada de la valentía, para salir necesitamos el ovillo de Ariadna, un verdadero gesto de amor. Faltaba el amor para disolver la mentira. Los dos caminos son necesarios, la construcción de una firme voluntad tiene que dejar paso a la disolución, el abandono y la gracia.

Hay que desandar el laberinto, volver sobre lo vivido para encontrar el hilo que le da sentido a las circunstancias. Recapitular sobre la experiencia para sacarle un jugo de sabiduría.

El laberinto nos enseña que llegar al centro requiere un esfuerzo de la misma manera que encarnar nuestros sueños o darle consistencia a nuestros proyectos es difícil. Nos recuerda en el serpenteo impredecible de su intestino que todo cambia, que la vida es impermanencia. Y señala, en esa totalidad que representa, que somos apenas un pequeño eslabón dentro de una cadena infinita.

Comprendemos que la vida no gira a nuestro alrededor como nos muestra el laberinto al zarandearnos de esquina a esquina. Y por último, que no hay ninguna certeza que en cualquier vuelco del camino no nos espere la muerte.

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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El camino del Yoga

La esencialidad del Yoga
Lo esencial del Yoga pertenece a lo universal del ser humano porque da respuesta a las preguntas fundamentales que siempre se han formulado como quiénes somos y cuál es nuestro destino. En cambio, lo particular es el ropaje cultural, el soporte ideológico, esto es, la forma específica que pueda adoptar esa esencia del Yoga. Es lícito (y necesario) encontrar la forma adecuada que el espíritu de esta ciencia milenaria tomará en un lugar y época concretos. Tenemos que esforzarnos por visualizar nuestra realidad como occidentales en pleno siglo XXI sin perder por ello las verdades universales que proclama la ciencia yóguica. Las tradiciones sobreviven porque son capaces, a través de sus seguidores, de ajustarse a la nueva realidad. Conectadas también con la fuente de la creatividad para dar respuestas nuevas a los viejos problemas de siempre.

 

Definiendo el Yoga
Sabemos que el concepto Yoga aparece en las Upanishads asociado al firme dominio de los sentidos para volverse concentrado. En la Bhagavad Gita el Yoga es definido como la ecuanimidad de la mente, la habilidad en la acción, la disciplina de la devoción o el método del conocimiento intuitivo, entre otros. Yoga admite muchos significados alternativos pero todos nos acordamos de su significado como unión, de la raíz yuj. Pero también significa yugo, atadura. Recordemos una imagen agraria en la que los bueyes eran sujetados a la carreta mediante un yugo. Esta imagen nos viene a sugerir que los sentidos tienen que ser sujetados para que no arrastren la carreta de la mente de forma errática. Si queremos hacer un largo viaje (samadhi), bueyes, carreta y auriga tienen que integrarse para ir al unísono. Hoy en día, tal vez, tendríamos que encontrar otras imágenes para explicar qué es el Yoga. Habríamos de recordar que somos cuerpo, mente y espíritu, es decir, una unidad, un todo. Pero también en nuestra era de la globalización señalar que somos un individuo, que somos parte de una sociedad y que vivimos todos en un único (y maravilloso) planeta azul. Con otras palabras, el ser integrado en la totalidad de la que siempre ha formado parte.

 

El Yoga es una maestría
Esta esencia del Yoga es transmitida por maestros y profesores y la pedagogía es fundamental para que haya un buen aprendizaje. El concepto de acarya nos recuerda que debemos, en primer lugar, captar el momento y la necesidad del alumno/a, buscar en la propia experiencia (sabiduría) y, en consecuencia, dar una respuesta adecuada. Mostrar el siguiente paso a dar de acorde con la observación previa. Por tanto, la pregunta no es ¿qué Yoga debemos seguir?, sino, más bien, ¿qué Yoga es el que me conviene hacer?

No hay más método que el de la escucha profunda, la priorización de los objetivos deseables (adecuados), y el acercamiento progresivo e inteligente a esos objetivos, sin olvidar la compensación de los efectos indeseables si los hubiere.

Este Yoga nos dice que cada persona necesita un Yoga, esto es, una aplicación específica ya que cada uno es único y original y no se pueden comparar procesos anímicos puesto que el punto de partida es singular y los caminos del alma de cada uno son insondables. Este Yoga es invisible y sólo son reconocibles sus aplicaciones concretas en un aquí y ahora.

 

La adecuada relación con el límite
Sólo hay Yoga en la adecuada relación con el límite. Si en la práctica uno no llega a rozar el límite, tendremos demasiada comodidad y no habrá avance. Si, por el contrario, uno atraviesa el límite sin contemplaciones, nos encontraremos con crispación y posible lesión, que nos llevará seguramente a un retroceso. Patañjali en el sutra 46 del libro segundo de los Yogasûtras nos recuerda que âsana tiene que ser firme y estable (sthira) y a la vez cómoda y agradable (sukha).

Yoga es encontrar el tono justo desde el que vivir, la intensidad adecuada en el cuerpo para que la mente encuentre el ancla que la frene. Si nuestra práctica no tiene la adecuada intensidad la agitación de la mente nos llevará rápidamente a la dispersión. Sin embargo, encontrar ese equilibrio entre la firmeza y el abandono no es nada fácil ya que, o nos asusta excesivamente ese límite (blandura) o no lo aceptamos porque nuestra fantasía o nuestra razón no lo quiere ver (rigidez). No nos queda otra que aprender a dialogar con nuestros límites.

 

En el interior de âsana florece la actitud
Más allá de los apoyos, la bascularización, la proyección, la sincronización de los movimientos o la respiración, más allá de la estructura de la postura en Yoga nos encontramos con la vivencia de ella. Vivir la postura es aceptar nuestras tensiones, ver qué nos dice nuestra respiración, qué zonas de nuestro cuerpo están mudas o son insensibles, comprobar en definitiva la resistencia de la mente para centrarse en el presente.

Aprendemos a templarnos en el âsana porque la postura es la mejor metáfora del equilibrio que necesitamos en nuestra vida real. Nuestra esterilla y nuestro cojín son los laboratorios para comprender mejor nuestra vida. Hemos de reconocer que una postura en Yoga no es una posición fija sino un proceso verdaderamente interno que se va plasmando en el cuerpo, en la respiración y en las sensaciones. Un despliegue y un posterior repliegue para volver a uno mismo, evidentemente, con más paz interna.

 

La ética del Yoga
Es comprensible que en la divulgación del Yoga uno agarre lo primero que encuentre, lo más evidente y tangible, esto es, la técnica. Seguramente el Yoga en occidente se estructura en primer lugar como un método, un método de control mental, una técnica de relajación, unos ejercicios de vigor y flexibilización, unos ejercicios de higiene, etc. Sin embargo, a menudo, nos olvidamos que en la estructura del Ashtanga Yoga, el Yoga de los ocho miembros de Patañjali, no se empieza por âsana o prânâyâma, sino por yama y niyama.

A bote pronto diríamos que yama es la sociología del Yoga porque nos recuerda que el mundo es laberíntico y se necesitan ciertas prohibiciones o abstenciones, cierto rigor en la conducta para vivir en convivencia con una cierta paz y no quedar enzarzados en las trifulcas mundanas que nos restarían fuerzas para nuestro empeño de crecimiento interno.

Ahimsâ es la ley sagrada de la no violencia. No sólo hay que desactivar la violencia física sino aquella más insidiosa que surge del mismo pensamiento. La brutalidad del mundo no cambiará hasta que no enfoquemos la raíz de la violencia que es claramente un patrón de miedo. Un miedo que está inoculado en nuestro corazón al sentir amenazante cualquier diferencia.

Satya es la sinceridad. Vivir bajo la penumbra de la mentira es un callejón sin salida porque supone vivir fuera de sí, en la falsedad. Concordar palabra y acto nos hace valientes y le da un poder inusitado a nuestras palabras. Hay que dominar la fuerza del lenguaje porque éste nos puede hacer transitar hacia una irrealidad o fantasía, en cambio la palabra que previamente pasa por el corazón ilumina, clarifica y santifica nuestros actos.

Brahmacarya es el poder de la contención ante un universo tentador. No es el placer en sí el enemigo sino la espiral compulsiva que busca infructuosamente una satisfacción que no es de este mundo. Por eso es deseable y hasta imprescindible hacer el amor pero sin perder de vista lo sagrado.

Aparigraha es la necesidad de simplicidad. La riqueza tampoco es un problema en sí mismo pero cuando aparece el exceso de posesiones en nuestras vidas media alma queda retenida en el contar, controlar o proteger lo acumulado. La avaricia es un desorden pues al retener vive en la ilusión de una falsa seguridad.

Los niyamas serían, desde esta perspectiva, la psicología del Yoga, pues nos hablan más de nuestras inercias internas.

Shauca es la comprensión que la purificación es necesaria para darle brillo a la vida que nos ha sido otorgada. No es propiamente la higiene profunda que hacemos lo importante sino que a través de ella nos colocamos en una actitud de disponibilidad ante lo sagrado.

Shantosha es una actitud de contentamiento. Una aceptación de nuestra realidad que no por ello resignación. Es un sumergirse en la fe y agradecimiento a lo que nos trae la vida. Ésta se realiza otorgándola no en una actitud exigente.

Tapas es el cultivo de la voluntad a través de una disciplina pero precisamente para que germine un apasionamiento, una curiosidad por descubrir el despliegue de nuestra potencialidad.

Svâdhyâya es el desarrollo de nuestra inteligencia innata para comprendernos mejor a nosotros mismos. La autoindagación y la discriminación son necesarias para orientar nuestra práctica.

Îshvarapranidhana es el abandono a una fuerza superior. Comprender que somos un eslabón de una cadena infinita nos ayuda a desapegarnos de los frutos cosechados y acercarnos más al sufrimiento de los otros en forma de compasión.

De esta manera yama y niyama conformarán el suelo emocional y ético donde después la técnica se instalará de una forma amorosa y no elevará al ego en sus ínfulas de poder cuando la práctica intensa nos haga recoger un ramillete de experiencias extraordinarias.

 

Respuesta al sufrimiento
En los primeros sutras de los Yogasûtras, Patañjali nos dice que si calmamos las fluctuaciones de la mente, entonces el Ser podrá morar en su fuente.

El Yoga es un estado de extrema integración con lo que somos y también, es el camino que nos lleva a ese estado. Para transitar ese camino hay que dar una respuesta al sufrimiento. Reconocer las raíces de ese sufrimiento como ignorancia (avidyâ), egoidad (asmitâ), codicia (râga), aversión (dvesha) o apego a la vida (abhinivesha) es el gran paso para conectar con el corazón del Yoga. En este sentido no podemos reducir el Yoga a una gimnasia suave o a una terapia antiestrés.

La aceptación de que somos seres condicionados y que el conocimiento erróneo de la realidad nos produce sufrimiento es un buen punto desde donde empezar a crecer. Para el Yoga la aceptación del sufrimiento no es una condena, más bien un acicate para despertar de lo ilusorio. Nos volvemos religiosos con el Yoga cuando dejamos de ver la vida de forma fragmentada, cuando dejamos de percibir los actos contingentes y deshacemos las interpretaciones literales que nos ofrecen los sentidos. La sacralidad que propone el Yoga nos habla de releer en la experiencia y aprender de lo que cada situación nos está diciendo puesto que todo está profundamente interrelacionado.

 

Enemigos y aliados
Recordábamos con los yamas y niyamas que tenemos dos enemigos, las circunstancias externas y las inercias internas. Cómo no, ambas se solapan y se reclaman mutuamente. Nos recuerda el sabio que los males del mundo son, en últimas, males del alma.

La buena noticia es que también tenemos dos aliados. Tenemos un método trinitario que nos habla de postura, energía y atención a través de los ejercicios (âsana), las respiraciones (prânâyâma) y las meditaciones (dhyâna). Usamos la fuerza de la práctica (abhyasa) para movilizar la energía y disolver los condicionamientos, pero también el valor del desapego (vairagya) para reconocer nuestras trampas.

El segundo aliado es la presencia de un guía cuando nuestra fe es débil. Necesitamos alguien que nos recuerde lo esencial, que traduzca e interprete los textos sagrados, que se empeñe en crear condiciones especiales para el estudio y la práctica. Buscamos así un guía para orientar esa práctica y para bajarle los humos a nuestro orgullo pero también, para darle alas a nuestro anhelo.

 

Los senderos del Yoga
Hay varias maneras de caminar rápidos por el sendero del Yoga. Uno es a través de la comprensión profunda de la ley de causa y efecto. A menudo somos víctimas de nuestros actos que dejan un residuo que se vuelve en contra nuestro. La manera de no quedar atrapados en la complejidad de la acción es haciendo que la acción sea completa en sí misma, sin intereses, sin avidez por los frutos. El camino de la acción desinteresada (karma marga) nos lleva a la bondad esencial porque da un golpe serio a nuestro egoísmo.

Otra manera de caminar por este sendero es con la comprensión profunda de que en cada objeto y en cada ser está el Ser de forma inmanente. La actitud es la celebración de la vida en la certidumbre que la chispa divina habita en mí, en todos, en cada flor, en cada rincón del universo. El camino devocional (bhakti marga) es buen golpe a la importancia personal ya que no hay duda de que somos una minúscula gota de agua en la inmensidad de un océano. Entre la gota y el océano no hay más que verdadero amor.

Hemos puesto entrañas y corazón, ahora hay que poner cabeza. Comprender qué hay detrás y al fondo de cada cosa, comprender la esencia de la vida, la estructura del universo, el plan divino. Discriminar con tal rigor que podamos separar lo permanente de lo impermanente, las tinieblas de la ignorancia de las luces de la sabiduría y de esta manera comprender lo que está más allá de toda dualidad. El camino del conocimiento (jñana marga) es un contundente golpe a la visión fija de la realidad que provee de una falsa seguridad.

 

Camino con corazón
Los senderos ya están creados, los sabios han dejado sus huellas, la filosofía perenne ha dejado las señales en el camino, ahora nos toca caminar. Hay que conjugar paso y horizonte, deben medirse nuestra pequeña verdad que es un proceso íntimo con las verdades esenciales que nos muestra el Yoga. Nuestra verdad es como una pequeña lámpara que alumbra el siguiente paso que damos en el camino. En cada encrucijada está bien releer los libros sagrados pero mucho más importante es leer en el corazón nuestros designios internos para saber con qué criterio elegimos lo que elegimos. El camino del Yoga tiene que tener cabeza y entrañas, pero si no tiene corazón difícilmente reconoceremos la verdadera naturaleza del ser. Demos las gracias para que no nos abandonen la fe y el coraje, la humildad y la gracia. Om Shanti.

Julián Peragón

 

 




En el límite

El águila ve nítidamente desde la altura; el pingüino nada velozmente tras el pez; el leopardo salta ágilmente sobre su presa. Sin embargo, el pingüino no puede volar a pesar de ser un ave, el águila no puede correr y el leopardo nada con mucha dificultad. Cada uno es hábil en su medio y torpe en los otros, tal vez porque, evolutivamente ha debido poner todos sus recursos energéticos en una estrategia de supervivencia, descuidando otros. O tienes patas o aletas, o alas o manos pero no todo a la vez porque la vida es economía y no desperdicia recursos.

Para un delfín un nadador es una escoba con gorro de baño, para una gacela el caminar de un pingüino es una payasada. Está claro, tenemos habilidades pero también debilidades. Desde su propia “tigreidad” un tigre es perfecto aunque no pueda leer a Cervantes. Precisamente si pudiera hacer lo que hace un humano perdería su especificidad.

La franja que sostiene la vida en el planeta es tan fina como una película de barniz sobre una esfera. Subiendo hacia las cumbres o bajando a los abismos marinos la vida se detiene, retrocede o desaparece. Hay unos límites que deben ser respetados para que la vida, al menos ésta que conocemos, pueda expandirse.

Es cierto que el ser humano se obsesionó con ampliar sus límites, tal vez en la comprensión que era un ser vulnerable, sin colmillos o garras, sin fuerza ni velocidad sucumbiría en medio de la selva. Cogió un palo y amplió la fuerza de palanca de su brazo, conquistó el fuego y pudo comer alimentos duros. Juntó troncos y pudo navegar y así poco a poco fue conquistando nuevas fronteras, nuevos horizontes terrestres y extraterrestres, culturales y tecnológicos.

El ser humano cree ser el Prometeo que robó el fuego de los dioses, quiere ser un dios con infinitas posibilidades y olvida, a menudo, su naturaleza terrenal. Se olvidó que es un ser desnudo, un mono con suerte, un aprendiz de brujo, olvidando que los límites son necesarios. En la astrología antigua Saturno tenía un carácter sombrío puesto que entonces era el último planeta conocido ya que sin telescopio no se podía divisar Urano, Neptuno y Plutón. Más allá de Saturno nos esperaba lo desconocido, el abismo insondable que podía hacernos desaparecer. Nos recordaba el símbolo que los límites son necesarios como protección a lo insondable.

Hay algo en el dolor que nos recuerda la naturaleza del límite. La función del dolor es la de avisarnos de una disfunción. Sin dolor la vida no se protege porque en su ausencia el instinto se vuelve temerario. Ahora bien, el exceso de dolor no sólo no protege la vida sino que la niega, la degrada, la destruye. Lo mismo le pasa a una sociedad excesivamente conservadora que pone el acento en la seguridad, en las respuestas ancestrales pero que termina por cortar las alas a los individuos y desprecia las iniciativas y la creatividad. Pero, por contra, una sociedad altamente progresista puede olvidar el necesario tiempo de integración de las innovaciones. Puede descuidar la lentitud de los ajustes ante los nuevos cambios reduciendo la tradición a puro folklore y las religiones a simples bagatelas.

Por el cauce navega el río, en la orilla golpea la ola, sobre la dura tierra se abre el fruto caído. En ese límite, en esa colisión existe la chispa de la vida. Buscamos limites segurizantes de pequeños que después, ya mayores, nos dedicamos con ahínco a destrozar, para crear otros nuevos y así sucesivamente. Parece que en su sueño inmortal al ego no le gusta el límite, se frustra ante su inmovilidad puesto que le quita la visión de todo el horizonte. Un anciano no puede subir las escaleras, alguien vive una soledad no deseada, una niña no consigue la bicicleta que ansía, un joven no supera un examen, una persona no puede comprar una casa que necesita. Es cierto, los innumerables límites se cuelan en los recovecos de lo cotidiano.

En primer lugar hay inmadurez cuando negamos el límite que nos encontramos, lo reducimos con nuestra prepotencia o lo ninguneamos con nuestra inconsciencia. Somos capaces de hacer una dura travesía de montaña sin estar preparados o de conducir un coche estado bebido. Forzamos el límite, lo tuteamos y le decimos que a nosotros nadie nos da explicaciones.

Nos pasa a nosotros, pobres mortales, y les pasa a las grandes potencias que provocan una guerra en medio del desierto sin conocer bien el laberinto que pisan, las consecuencias a medio y largo plazo que esa acción conlleva. Le pasa al fumador empedernido que argumenta que su tío Pepe fumó hasta los 90 sin ponerse nunca enfermo. En realidad somos atrevidos cuando iniciamos una relación todavía con los hilos sueltos de la anterior, sin conocer al otro al que fantaseamos y sin haber aprendido de la experiencia. Se muestra inocente delante del límite aquel que no lee la letra pequeña de lo que firma o el que se siente grande con una tarjeta de crédito aunque en realidad no domine las pequeñas matemáticas de su cuenta corriente.

Al otro lado también hay inmadurez cuando vemos al límite sobredimensionado y nos escondemos bajo su sombra. Asustarse al ver los hocicos de una hipotética resistencia, claudicar ante el primer envite, no soltar las amarras ante la sospecha de una temible tormenta. Igual de preocupante es darle una patada al límite sin miramientos como no poderle mirar cara a cara al sentirse impotentizado ante su presencia. Uno se hace minúsculo cuando el dejar de fumar o el hacer dieta se hace tan cuesta arriba que toma tintes dramáticos. La blandura se cuela hasta los huesos, la inseguridad se lleva hasta la suela de los zapatos, la indecisión se antepone al carácter.

Toda la vida queriendo dejar un trabajo mediocre o una relación conflictiva. Toda la vida siendo un soñador ante la almohada pero ejerciendo de bombero para apagar los rescoldos de esos sueños por la mañana. Somos temerosos ante la contundencia de los límites pero también como colectivo, aquí o al otro lado de los mares, mantenemos dictadores y democracias descafeinadas por no levantarnos de una vez todos a una.

Pero, no obstante, cabe una tercera posibilidad, una mayor comprensión de la realidad para no estrellarnos contra ella, para no sucumbir ante sus garras. Es necesario comprender la naturaleza del límite de la misma manera que el cazador observará los hábitos de su presa para poder acecharla con posibilidades de éxito. Acercarnos al límite con prudencia pero también con inteligencia.

Una vez tenemos clara la naturaleza del límite hay que escucharse para saber cuál es nuestro punto de partida, saber, al menos, qué recursos tenemos, con cuánta fuerza disponemos, si vamos solos o acompañados. Por poner un ejemplo, hay que saber cuánto mide el foso que queremos saltar y cuánta carrera tenemos que coger para saltarlo sin caer por el precipicio.

Pero, a mi entender, lo más difícil, es saber qué pasos, qué etapas debo recorrer para llegar al límite, llegar a mi objetivo, y traspasarlo. Miles de millones de años hasta que apareció la vida, cientos hasta que aparecieron los vertebrados, y unos cuantos más hasta nuestra aparición como homo sapiens. La evolución es lenta, la consecución de fines necesita tiempo, desarrollar un ala efectiva hasta que vuele el primer animal necesitó paciencia y seguramente muchos intentos.

En nuestra dimensión es posible que muchos fracasos ante nuestros objetivos sean falta de paciencia, dificultad de escucha y pobre estrategia.

Hay quien come con la vista y se sirve en el plato lo que después el estómago es incapaz de asumir. Teniendo en cuenta esta anticipación de los sentidos, o la generosidad de nuestra fantasía, o quizá la desmesura de nuestros deseos es conveniente, y hasta imprescindible, servirse de a poco e ir viendo la realidad que se presenta, la digestión de nuestro intestino, por seguir con el ejemplo que proponíamos.

Mover pieza y ver qué reacción se produce, comprometerse a lo que de verdad uno puede atender, ser como la ola que sólo aspira a lamer la piedra pero que el tiempo después certifica su creativa erosión. Uno de nuestros males es la prisa, la precipitación, no sabemos lo que sabe el campesino que las cosechas sólo se cosechan cuando es su tiempo, y también que hay buenas y malas cosechas porque la vida se mueve en una impermanencia eterna.

Llegar frente al límite, ver su dimensión y todo lo que le ata con la totalidad, donde nosotros mismos estamos. Reconocer el límite en nuestro interior y respetarlo porque guarda secretamente tesoros escondidos porque, como decíamos, nos protege de una inmensidad excesiva. Ahora bien, la protección también limita así como los cinturones sujetan pero también aprietan. Cuando se produce una necesidad de crecimiento el límite se vuelve asfixiante y merece todo nuestro empeño y tesón en diluirlo. Ampliar el límite para que se vuelva silencioso sin necesidad de destruirlo, dialogar con él para que nos hable de nuestra parte escondida, recostarnos sobre sus espaldas para que se ablande.

A menudo la impermeabilidad de un límite es debido a un abordaje erróneo como todos sabemos no podemos romper un huevo desde su polo, en cambio sí es posible desde su ecuador. Un límite deja de serlo cuando hemos encontrado una respuesta creativa. Alguien inventó la luz eléctrica entonces la oscuridad se hizo más pequeña.

Julián Peragón




Mundo chato

Sabemos que la tierra gira sobre su propio eje a más de mil seiscientos kilómetros por hora pero la tierra que pisamos, tradicionalmente, es el símbolo de lo fijo y estable. La física cuántica nos ha dicho que la materia no tiene nada de material, que todo es vacío, que dos piedras cuando chocan en realidad no hay nada que golpee sólo fuerzas magnéticas que se repelen. Los científicos sociales nos recuerdan que las razas no existen, que sólo hay diferencias en el fenotipo pues formamos parte de un único tronco genético. Sin embargo, la raza está presente en el sentimiento patriótico, en los conflictos internacionales y en la autoimagen que cada uno tiene de sí.

Miramos la ola e interpretamos “columna de agua que avanza” y nos olvidamos que la ola no es nada sin el ancho mar y sin el viento. Pensamos que la ola es “agua que viene o que va” y sin embargo sólo es información que atraviesa el agua, onda que se transmite gota a gota. Nos sentamos debajo del árbol sin percatarnos que árbol en realidad es raíz, tierra fértil, lluvia fecunda, fotosíntesis, nicho ecológico y guarida de depredadores, entre otras muchas. Por seguir con los ejemplos naturales, la nube es condensación y disolución de la humedad ambiente, qué duda cabe. Pero es también, si me lo permitís, redistribución del agua, sombrilla bienhechora del castigo solar, presagio tormentoso en el horizonte o plastilina aérea de fantasías infantiles.

Nuestra mente profundamente económica nos hace trampas al constatar la realidad. Ve elementos donde hay conjuntos y ve estados donde en realidad hay procesos. Confunde la imagen de la superficie con su profundidad y olvida que el instante no explica la globalidad.

Cierto que es costoso (e incómodo) preguntarse qué hay detrás de una hamburguesa, detrás de un tomate transgénico, detrás de una prótesis mamaria, detrás de una vacuna, detrás de un mitin, detrás de una guerra, una noticia, un manicomio, un crucifijo, un escaparate, etc. Ahora bien, vivir sin preguntarse qué son las cosas, de dónde vienen y adónde van, es, cuanto menos, peligroso. Creer en las apariencias es el camino más fácil para perder libertad.

A estas alturas, el problema no está en las grandes mentiras que nos ofrece un sistema porque esas mentiras toscas rechinan con el paso del tiempo, se descubren ellas mismas como un elefante en una cacharrería. El problema está en las medias verdades que certificamos en nuestro inconsciente, en las verdades que sólo ofrecen una cara, en las pseudoverdades que encubren luego nuestras motivaciones inconfesables. ¿Quién no suscribiría que el mundo es peligroso, que la juventud es un tesoro divino, que el trabajo dignifica? ¿Pero nos hemos preguntado cómo nos han manipulado gracias a esas “verdades”?

Con qué facilidad decimos yo, yo deseo, yo tengo, yo soy ésto o aquéllo. Hay pocas cosas aparentemente tan sólidas como el yo. Si atinamos a preguntarnos por la naturaleza del yo y por sus reveses encontraríamos, por poner una analogía, las mismas verdades de la física cuántica que al indagar sobre la materia descubre que no hay “casi” nada acerca de ella.

Cuando decimos tan descaradamente yo, no recordamos que el yo se empezó a construir ante un dolor primario. Es posible que la inmensidad que nos rodeaba amenazara con la desintegración, y más aún cuando el suelo afectivo era carente. Nos comprimimos en un yo para no desaparecer (y esto, en principio, no tiene nada de patológico), lo hicimos como sobrevivencia emocional, para saber cuál era la diferencia entre el mordisco en la mano de la muñeca (que no duele) del mordisco en nuestra mano (que sí duele).

Tuvimos que fortalecer el yo al descubrir nuevas estrategias de reconocimiento, de captura de atención y de mejores privilegios. Aprendimos que los recursos son finitos y que había que seducir o someterse, hacerse el simpático o ser perfectos para ser “alguien” y no ninguneados, para que “nos hicieran caso” y no ser olvidados, para “ser queridos” y no despreciados.

Sabemos que no hay dos gotas de agua iguales en el universo. La cristalización hexagonal del agua es infinita. Lo impresionante es que esa cristalización coge las cualidades del entorno, absorbe la vibración que le llega. Es como si el agua nos quisiera decir que la vida es un texto que hay que leer y comprender. Todo es información codificada. Un experimento realizado sobre unas semillas a las que se midió su campo electromagnético concluyó que las semillas tenían un campo energético similar al de la planta adulta. Mensaje profundo que insinúa que la vida abre un cauce preciso al crecimiento, tal vez a la evolución.

¿Quién no ha pensado alguna vez que detrás de un bostezo o de las ganas de estirarse se oculta un deseo fisiológico de ampliar la respiración? ¿Cómo no otorgarle al cuerpo la suficiente sabiduría para restablecer su equilibrio perdido a través de la enfermedad aguda? ¿Quién dice que detrás de un síntoma el cuerpo sentido no se coloca en una posición inmejorable para purificarse?

Hay un mundo chato que nos viene a decir que la realidad es lo que vemos de ella pero la realidad es una construcción mental que está, lógicamente, consensuada, en parte, por muchos otros formando una realidad social. Más que ver en la realidad buscamos en la “realidad” lo que encaja en nuestros presupuestos previos. Decimos que la “gente es mala” y encontramos (porque buscamos) personas desgraciadas que certifican nuestro prejuicio.

El mundo aparece lineal porque nos defendemos de la complejidad de la vida. La misma negación de nuestra interioridad hace de espejo a una realidad pretendidamente “exterior” cuando, en realidad, sólo vemos de lo exterior lo que nuestros conceptos acerca de lo que es la vida permiten.

Cuando observamos la luna queremos, artificialmente, separar lo que es objetivo de lo que es subjetivo, sin darnos cuenta que objetivo y subjetivo son eminentemente categorías culturales. Es cierto que la luna es un satélite para un científico, pero no es menos cierto que ha sido un reloj para muchas tribus. La luna puede ser fuente de inspiración, metáfora del alma, duende infantil o símbolo astrológico. Y lo importante aquí no es tanto si nuestra visión de la luna (o de la realidad) sea más o menos científica, sino si nos acerca o aleja de la “verdad”, de esa verdad que es nuestro proceso vital.

A través del mundo chato vemos la realidad como a nuestra imagen y semejanza. Falta la relatividad suficiente para ponernos en la piel del otro, para comprender otra lógica que no sea la nuestra, para intuir que lo que no vemos y lo que no sabemos es infinitamente mayor de lo que creemos. En el mundo plano todo es según aparece a los sentidos, las circunstancias son aleatorias, los procesos son simples, las personas son buenas o malas, feas o guapas, ricas o pobres, amigas o enemigas. No hay claroscuros.

En el mundo lineal olvidamos a menudo que nuestros actos tienen consecuencias, que estamos en medio de la evolución y que las creencias son un filtro ante la realidad. Olvidamos con demasiada frecuencia que nos engañamos, que somos ilusos, que nos puede el miedo. Olvidamos hasta tal punto que no recordamos que somos mortales y que nuestras victorias y ganancias serán como el polvo del camino, nada de lo que vanagloriarse.

Para salir del mundo chato hay que abrir el horizonte vital, percibir la profundidad de la vida y poner matices, esos matices que curan el maniqueísmo y rompen la literalidad a la que nos hemos conformado. Cierto que un suceso tiene una lectura literal pero, rastreando, podemos encontrar otra alegórica, y otra más arquetípica o esencial. Las cosas son lo que son, de entrada, teniendo en cuenta el punto de vista del observador. Cuantos más elementos contenga ese punto de vista y más amplias sean las categorías de interpretación, mayor realidad podremos inferir.

Cuando comas algo ten en cuenta si es sabroso o te gusta. Pero también si le sienta bien a tu cuerpo, es decir, si es nutritivo. Si es un alimento fácil de conseguir y si tu bolsillo se resiente. Si lo comes porque quieres o porque la presión mediática ha sido demasiado fuerte. Ten en cuenta si la comercialización produce un comercio injusto, si los envoltorios son reciclables. Ten en cuenta si se talan árboles para cultivar ese producto. En definitiva, decide desde el estómago pero también desde el planeta. Sin obsesionarte, sin culpabilizarte, decide teniendo en cuenta el máximo de dimensiones posibles de la “realidad”.

No se trata de resignarse a ser víctima de nuestros condicionamientos, más bien, ser conscientes de ellos para utilizarlos como punto de palanca para un mayor crecimiento interno. Si pudiéramos hacer siquiera el esfuerzo de tener en cuenta simultáneamente nuestro punto de vista y el del otro quedaríamos liberados. Si contempláramos a la vez que somos un bebé recién nacido y un anciano a punto de morir, que somos todo y que paradójicamente no somos nada, que somos mujer y también hombre, que somos mortales e inmortales, que todo es real y a la vez, que todo es sueño, entonces, digo yo que entenderíamos mejor la no dualidad, o al menos, un poco más a nosotros mismos.

Julián Peragón