Medias verdades

 

Todos sabemos que hay verdades tan eternas e infinitas que han dado mil vueltas al universo haciéndole al mismo un traje a medida. Son verdades inapelables, frías como los témpanos que no se derriten ni en la canícula, trazadas con rectilínea para llegar al objetivo sin un tibio devaneo ni un asomo de duda. Son verdades con mayúscula, de redonda perfección y sin mácula alguna.

Verdades tan absolutas que ya estaban aquí antes de nacer y que refrescaron la memoria en los libros de primaria junto con el bocadillo de atún que regalimaba aceite. Después se encerraron en voluminosas enciclopedias de consulta que nadie tuvo tiempo de abrir y aun menos de cuestionar, a sabiendas que permanecerían mucho más allá de nuestra muerte, por los siglos de los siglos. Son verdades de amen y cátedra que te dejan tan y tan pequeñito que su sola presencia te aplasta.

Muy al contrario que otras verdades que corren como la pólvora y te atraviesan como un vendaval poniendo todo del revés por el gusto perverso de llevar la contraria o de marcar la diferencia que es otro tipo de perversión. Son verdades de esloganes que pasan a la velocidad trepidante de veinte segundos antes de poder reaccionar, o de modas rabiosas que se contaminan boca a boca a altas horas de la madrugada. Y de las que un día nadie más se acordará.

También hay verdades numéricas que tienen el deje del tanto por ciento y que mezclan manzanas con peras para que cuadren los resultados. Verdades estadísticas que solo te dejan decir si, no, o ha tardado más de dos segundos en contestar, lo siento. Verdades que agrupan montones sin alma con montoncitos insignificantes y los ponen en columnas rosadas o pasteles fraccionados. Aunque los números desafinan cuando cantan.

La verdad de las verdades políticas es que nunca dicen nada para no mentir. Se dicen medias verdades para que todos entiendan lo que quieran entender y al final solo se ven grandes mentiras pues las verdades como la fruta madura fermenta si no se come al momento. Son verdades que se eructan en mítines o que se esculpen en cabeceras de periódicos sin subtítulos.

Pero no nos olvidemos que hay verdades subterráneas que van desde Tokio a Nueva York sacudiendo bolsas y valores, marcando el ritmo de otras verdades menores. Son verdades con metrónomo, que valoran la rentabilidad de algo aplicando una fórmula matemática según la cual se puede conceder un crédito para una presa pero no para paliar sufrimientos.

Y hay verdades de concilios que van a misa aunque los tiempos cambien. Con una beatitud inmensa te condenan al infierno por hacer lo que el instinto sensatamente marca. Y es que hay verdades insolubles con cualquiera que no rece la misma estrofa y que prefieren ser aceite o vinagre pero nunca una rica salsa. Son, sin duda, verdades como un templo que están trazadas por el Mismísimo pero que cuando se ponen en boca de su representante aquí en la tierra suenan a rancios augurios de malos tiempos.

Y he visto verdades terapéuticas afiladas como dardos que se meten en heridas narcisistas y fragilidades sentidas sin dejar un títere con cabeza. Verdades de boumerang que todo lo ven como proyecciones o como complejos y carencias del tiempo de los biberones.

Y verdades emocionales que chantagean sin dejar de victimizarse. Y verdades que aman absolutamente para después odiar con la misma intensidad, que prometen todo y que no dan nada. Verdades fatuas que no brillan más que un fósforo. Verdades ingeniosas que en un momento creen saberlo todo.

También hay verdades hipócritas que se vuelven columnias al volver la esquina. Y mentiras piadosas de limosna y palmadita, y verdades siseadas que no alzan el vuelo ante grandes farsas y, en fin, verdades exóticas que a nadie le interesan porque todavía creemos en los mitos de las Antipodas.

Pues bien, hay verdades de cama que bajo las sábanas son puro fingimiento, y chismes airados que crecen como rumores hasta convertirse en mitos eternos. Hay muchos que mueren por la boca como los peces, y otros que no sueltan prenda aunque su verdad salve vidas futuras. Verdades encerradas en cajas fuertes con un olor de alcanfor que parece mentira.

Hay certidumbres que se huelen a distancias, e intuiciones que golpean corazones. Verdades invisibles que nadie atiende porque son tan abundantes como el aire y mentiras insólitas que dan muchos frutos porque con ellas se puede engañar y especular sin miramientos.

Hay evidencias en la mirada que muchos maquillan y mentiras mil veces escenificadas. También son grandes verdades de otros las que reproducimos como papagayos cuando dentro vivimos mentiras inconfesables. Copiamos verdades de puro aburrimiento. Y hasta las mentiras de tan requetetraídas se vuelven un faro en la noche.

Hay verdades que claman en el desierto porque a nadie le interesan, y mentiras que se transmiten vía satélite que todos aplauden. La verdad no tiene aristas y es de difícil manejo pues te deja vulnerable por dentro y por fuera, a diferencia de la mentira que tiene gafas de sol y etiqueta que en el reverso dice soy mejor que tú, superior a ellos. La mentira tiene dos estrategias, una de camuflaje y otra para llamar la atención. En cambio la verdad es daltónica no distingue más que corazones.

Sin embargo hay verdades testarudas, iracundas, orgullosas o cobardes. Verdades del corazón que desvirtua las verdades de la cabeza, o al contrario, verdades subjetivas que mean como los perros marcando un territorio de caza. Hay verdades del miedo y de la ignorancia que generan monstruos fuera y dentro y que justifican cualquier venganza, genocidio o masacre. Y hay verdades tiernas como brotes en primavera que los intereses creados hielan antes de sacar timidamente la cabeza.

Hay verdades de un solo momento que después lastimosamente quieren pervivir, pero son estatuas inmóviles que las palomas con el tiempo cagarán. Verdades de estanterías entre libros comprimidas que nunca tuvieron alas o que son simplemente cacofonías.

Verdades las hay, para todos, lo dice la constitución, que después la selva en la que todos habitamos desmiente. Tal vez las mentiras son proyectos de verdades a medio camino o verdades falseadas por el caleidoscopio de la vida. Atisbamos la tarea difícil de poner una frontera clara entre una y otra que además no cambie con las estaciones o con los humores de la luna o con otras nuevas verdades. Jugamos una partida de ajedrez con ellas, entre hipótesis y antítesis hasta que el nuevo paradigma cabalgue victorioso sobre las brumas de dudas y diga jaque mate.

Tal vez, al microscopio, la única diferencia entre verdades y mentiras resida en que éstas requieren, no sólo la compulsión de la lengua suelta, sino de cientos de mentirijillas que encubran la inconexión primera como si, inocentes, cientos de salvavidas pudieran detener el hundimiento de un barco a la deriva. Y es que hay verdades y mentiras idénticas, formuladas con las mismas y exactas palabras pues el universo es tan rico y variado que permite infinitas interpretaciones de lo mismo.

Pero si hay alguna diferencia está en el corazón que habla, en la intención que actúa, en las nuevas posibilidades que despierta, en la reserva moderada que atenúa cualquier sobredimensión no deseada, o lo que es lo mismo, la humildad desprendida ante la riqueza que nos trae una luz en la penumbra. Hay quien le llama sabiduría.

Julián Peragón

 




Con amor… todas las cosas son posibles

 

Estaba pensando en los mares del sur y en el olor dulce de las papayas cuando encontré en mi buzón una de las innumerables cartas mal fotocopiadas que hablan de las vueltas que han dado al mundo para dar buena suerte a los que se lo toman en serio y envían 20, 40 o cien copias de la misma. Nueve vueltas al mundo dando amor y buena suerte y había sido yo el elegido, ¡enhorabuena!. Aunque si, en cuatro días, no hacía las respectivas copias, encontraba los sobres adecuados y me enteraba de las tarifas de correos para enviarlas, habría roto la cadena. ¡Y esto no es una broma!, sentenciaba. Habría cortado la buena racha, los buenos augurios que se desprenden de algún misionero del caribe, algún filántropo perdido o simplemente uno de tantos milenarista superticioso.

Como digo, a mí me pilló desprevenido, sumergido en las antípodas, rodeado de mulatas de pelo azabache y soñando con todo tipo de olores voluptuosos que hieren la atrofiada sensibilidad de las buenas costumbres. Pero en el fondo de mi alma estaba añorado de amor, de ese amor que se siente, que se anhela, que te hace ir muy hacia atrás o demasiado hacia delante en el tiempo pero que es muy difícil de explicar y, en estas, la carta no dejaba de decir que, con amor todas las cosas son posibles. «¿Por qué no lo intentas?, me dije».

Heme aquí pues, haciendo una carta de amor. Yo que no he podido ni con aparatos sofisticados ni libros eruditos, ni aún menos con mi pequeña experiencia, distinguir el trecho que media entre el amor terrenal y el Amor divino, ni encontrar clave alguna que pudiera distinguirlos con nitidez me veo abocado a una carta incierta que tiene que girar muchas más vueltas alrededor del sol antes de que se corrompa o tome senderos insospechados. No obstante, en este proceso de búsqueda, encontré muchos tipos de amores que ninguno de ellos pude desdeñar, y aún menos elegir:

Hay un amor que todos conocemos, que surge de pronto, informalmente, que sube como la hiedra y que se retuerce cuando no le dejan alcanzar su objeto de amor. Es un amor caliente como las llamas que se enreda en el sexo formando capas oscuras de placeres y convulsiones orgásmicas. Y que arremete contra el otro y a pesar del otro, sentido como se siente, como una fuerte necesidad imperiosa e incontenible. Pero es un amor que limpia como una catarata o que ahoga con su ímpetu. Tiene que ver con el instinto obcecado, siempre presente. Es un amor fogoso, brabucón y buscavidas, que promete mucho pero que en el fondo es muy frágil. Le gusta hacer risas.

Hay otro amor tan viejo como éste que se mira constantemente en un juego de espejos. Yo, tu, ellos Un amor que habla de sentir cerca y de sentir lejos. De querer estar entre iguales, confundido o de rechazar lo diferente, visto como peligroso. Este amor dice: me gusta, no me gusta, y se fusiona y se separa dependiendo de gustos antiquísimos o nuevas imagenes remozadas. Como el otro, éste también se enreda pero en complejos laberínticos del querer ser, ayudado, no olvidemos, de la capa social que lo nutre. Proyecta y se proyecta, confunde y se confunde, y necesita urgentemente ser, aceptado aunque diferente. Es un gran amor propio, totalmente genuino. No hay que llevarle la contraria.

Es diferente del amor ciego. Éste, cuando llega el momento le tiemblan las piernas ante el vértigo del vacío. Su objeto de amor se coloca al otro lado del abismo y le incita, le tienta. Este amor, como Cupido, no tiene otra que vendarse los ojos para poder ver lo que no existe, para trazar puentes inexistentes y deambular como un sonámbulo. Bendito enamoramiento que permite escapar de las viejas prisiones que nos amordazan aunque sea con la precaria pértiga de la idealización. Es el amor ideal que cura las heridas narcisistas. Dicen que no dura mucho.

En cambio el amor esclavo dura toda la vida. Es un amor fijo, inmutable, casi por contrato. Uno secciona la mitad de su ser y lo tira a la basura, el otro hace lo mismo y ambos forma una unidad indisoluble. Ahora bien, ante el menor gesto extraño nacen las suspicacias, los temores y las estrategias de control. La felicidad de uno reside en el otro y así uno se vuelve cárcel y carcelero. Es el amor de foto en la vitrina mientras se sueña buscando en las basuras no sé que cosa perdida.

Muy cerquita de éste está el amor odio que tiene música de tango y letra de bolero. «Ni contigo ni sin ti», así son las cosas. Hay que amar intensamente hasta agotarse. Entonces, en el vacío que queda cuando el otro no te ha dado la imagen más completa, el paraíso anhelado, hay que odiar igual de intensamente –o más– para recuperar las antiguas ruinas de lo que fuímos. Y al descubrir nuevamente el vacío de lo que somos caemos otra vez en la tentación, y así sucesivamente. Hay culebrón asegurado.

En cambio el amor caníbal es un amor más civilizado. Uno de los dos, el más necesitado, el más inseguro o el que más idolatra al otro comienza un proceso de transformación. Araña y muerde con facilidad en los encuentros amorosos y dice a menudo «te voy a comer». Detrás de este amor hay una vocación antropofágica, una fijación lobil de los cuentos infantiles. Día a día engullimos partes del otro y las digerimos lentamente para quitarle a éste toda posibilidad de interferencia, para que, de una vez por todas, no traicione nuestro equilibrio interno. No obstante, después del banquete las pesadillas nunca más fueron sueños.

El amor entrega es otra cosa. Es darlo todo por nada, sacrificarse por encima de todo y caiga quien caiga. Lo único importante es dar, estar disponible, cubrir toda necesidad del otro para olvidarse de sí mismo. Como una especie de sopor que envuelve al otro hasta inmovilizarlo, con todo el corazón. Amor de madre, amor nutricio, sabor de leche caliente que todos buscamos, acurrucos fusionales que se pueden dar y quitar. Poderosamente.

Tan poderoso como el amor galante que dice siempre sí. Sí a esto y sí a lo contrario sin implicarse nunca en nada. Es el buen adulador que echa flores en el jardín ajeno hasta ruborizar a cualquiera sabiendo de antemano que será bien considerado. Es el astuto mentiroso que descubre el corazón tierno, la vanidad ingenua del otro. Es el amor donjuanesco que busca donde sabe que no encuentra porque no quiere mirar dentro. Y repite el mismo acto amoroso sin mirar al rostro, diciendo amor cuando lo único que siente es compulsión. Lo descubrirás por su sonrisa.

También encontramos el amor brujo que sabe de todas las artes y hechicerías del amor. Es un amor mágico, envuelto en efluvios magnetizantes pero también trágico pues mantiene al otro entre las cuerdas del destino y de la predestinación. Es un amor que roba los corazones para hacer sopas espesas o para utilizarlo de almohadilla de agujas y alfileres. Hay que tocar madera.

Estos últimos están muy lejos del amor filántropo. Esas ideas amorosas sobre el género humano y esas virtudes excelsas puestas en las divinidades pero que en el fondo son pura humanidad. Es el amor que desempolva las viejas utopías para seguir creyendo en que todo tiene un sentido abarcable por nuestras mejores razones. Es la satisfacción de un amor perfecto, platónico que cree no dejar a nadie en la sombra de lo abyecto, de lo humanamente monstruoso. Es el amor altruista que a menudo está fuera del conflicto. Le gusta la poesía y la filosofía.

No olvidemos que la fe que mueve montañas y que el amor fanático es capaz de llevarte ensangrentado hasta la cumbre o ganar batallas feroces. Tal es la fuerza de la fe pero también de su consorte el miedo. Es el sentimiento devoto ante el Dios todopoderoso, la Verdad Única, la Razón contundente e inapelable. Así sea, así sea por los siglos de los siglos con la cabeza gacha, con la plegaria monótona, con las razones simples. Con ira, abierta o contenida, pero siempre por el bien de todos.

El amor al prójimo no es lo contrario del amor propio, en verdad se parecen un poquito. Ya lo decía Jesús, «ama al prójimo como a ti mismo» y es que la alteridad nos remite siempre a nuestra propia interioridad. Amar a los otros es como amar la otredad que nos vive, no hay mucha diferencia. La consigna es poner la otra mejilla.

Y está el amor Amor que consiste en amar porque es el propio estado natural. Sin esfuerzo, sin intereses y sin objetivos. No es un amor que va y viene pues está presente como está el perfume de una flor. No es una cuestión milagrosa y habitualmente pasa desapercibido.Nunca reclama la palabra amor y no está dispuesto a hacer concesiones. Pertenece al alma cuando sonríe y cuando percibe la simplicidad de la vida al dejar de estar separado de ésta. Siempre envuelto en un mundo infinitamente desconocido. Probablemente el amor no es nunca lo que uno se imagina y aunque está por doquier somos ciegos ante su cercanía.

Ahora bien el amor nunca es de uno aunque lo experimente y se vuelca al otro sea éste quien sea, porque el amor es un niño, un dios ingenuo que no le importa en absoluto la importancia personal que lastra el amor que vivimos.

Recuerda, esta carta debe abandonar tus manos antes de que la luna deje de maravillarte y antes de que las selvas desaparezcan. Envía tantas copias como quieras. Añade nuevos amores y rehaz los que consideres. Mucha gente ha sido sorprendida por esta carta y ha mejorado su vida al transmitir esta cadena de amor, o no –nunca se sabe. Pero no olvides, con amor todas las cosas son posibles.

Julián Peragón




Imagina

Imagínate una cumbre desde la cual se divisa un horizonte inmenso o un oasis donde las aguas confluyen. Imagínate un lugar donde los caminos se entrecruzan, una cueva donde el silencio es tan espeso como el alma, un árbol cuyas ramas se empeñan en alcanzar el cielo. Imagina que hay lugares especiales que marcan un acento en nuestro entorno y que, por tanto, se vuelven significativos. No sabemos si el universo es grande o pequeño, infinito o curvado como las alas de una mariposa. No sabemos como las líneas del tiempo y del espacio se anudan en el devenir de la eternidad. No importa, sabemos que nuestro mundo es curvo y pequeño y nuestra orografía caprichosa. Pero aunque viviéramos en un desierto sin límites sabríamos, como humanos, poner una piedra, bautizarla y desde ahí, establecer las cuatro direcciones del mundo.

Sin saberlo, por intuición, habríamos hecho un primer acto creativo. Convertir el caos, lo informe y el sinsentido en un orden. Desde ese punto podríamos medir los equinoccios y los eclipses, ver salir el sol, confeccionar un calendario, desplegar incursiones, aventuras y cazerías y volver con triunfos que se añadiran a esa piedra que simboliza el centro del mundo, aquel pilar que sostiene todo el universo humano. Sobre esa piedra blanca o negra daríamos siete vueltas cada nuevo año, escribiríamos nuestras verdades, enterraríamos a nuestros muertos, oraríamos en su dirección. Nos descazaríamos ante su presencia, haríamos genuflexiones y guardaríamos silencio. Es posible que sobre esa piedra construyéramos un templo de devociones y que ofreciéramos las canciones más bella, los perfumes más sutiles. Imagínalos. Sería la Casa de Dios, la Emanación de la Diosa, el Lugar de la Energía. Los artistas harían las representaciones más sublimes y los sabios los rituales más catárticos.

Con todo, ese complejo universo sería llamado sagrado en contraste con todo lo demás, con lo cotidiano, con el quehacer, con la voragine de los hombres, sus trifulcas, sus frivolidades, sus errores y sus miserias, esto es, lo profano. Y los hombres y las mujeres, de tanto en tanto, irian al lugar santo a recomponerse de todo lo vivido, a sincerarse de todos sus pecados, a comulgar con lo que está dentro, con los que están al lado y con lo que está arriba y abajo y en todos sitios. Imagínate la reververación del templo, su luz ténue, sus símbolos de elevación, imagínate oyendo hablar al corazón, temblar al cuerpo, extasiar la mente. Con las generaciones esa piedra, ese templo, cueva o árbol sagrado se irían cargando de significación y de energía. Sería un lugar de Poder, donde el Ser se manifiesta en toda su plenitud, donde la Divinidad es sentida como una elevación de lo que uno es. Ese lugar sería el centro del mundo y ese momento de vivencia sería el centro del tiempo, un tiempo mítico, eterno, inacabable, como un eterno Presente. Un tiempo vivencial de éxtasis que se aleja del ritmo frenético de los hombres para encontrar un ritmo más pausado, más consciente.

Ahora bien, sabemos, nos lo cuentan las viejas historias, que los hombres y las mujeres confundieron la piedra, el templo o el árbol con lo verdaderamente sagrado sin darse cuenta que la piedra es sólo una piedra y que el templo un gesto de ostentación ante lo divino. Algunos, muy pocos, comprendieron que el centro del mundo anida en el corazón, lugar a medio camino entre la cabeza y los instintos, entre la fuerza y la sensibilidad. Y que ese lugar es el único que puede abrazar a la vez los pensamientos, las sensaciones, la intuición y los sentimientos. El único lugar que puede disolver a uno con el otro, el único templo donde se oye el latido de la vida y donde se puede repetir el nombre invisible de Dios. Ese punto de encuentro fue llamado Quintaesencia, Tao, Nirvana, Extasis, Budeidad, Amor y tantos otros que no sabemos.

Cuando el sabio o la sacerdotisa volvieron quisieron recordar lo vivido y compusieron una mesa, un altar, un tótem, un jeroglífico. Imagínatelos. Tal vez hicieran un círculo para recordar que el universo se mueve circularmente, así como la energía; para recordar la eternidad pues el círculo no tiene principio ni final, para indicar que toda nuestra experiencia se graba en ese círculo de vida y que cada punto está a la misma distancia del centro, ese eje de observación donde anida el espíritu. Es probable que los sabios orientaran su centro de poder en las direcciones del mundo y que recordaran el reino mineral, el vegetal, el animal, el humano y los reinos invisibles que nos rodean. Recordarían también la tierra que nos sostiene, el agua que nos nutre, el aire que disuelve todas las fragancias y el fuego que ilumina, así como el eter que todo lo penetra. Seguro que colocarían bolas de cristal, diagramas concéntricos, símbolos geométricos para no perder la concentración en sus meditaciones y plegarias. Héroes e Iluminados antepasados para recordar que la Sabiduría es una trasmisión así como ellos, nosotros y los hijos de nuestros hijos seremos transmisores. Aún así colocarán algo personal e intransferible, un anillo, un collar de perlas, un saquito de simientes, una piedra de colores. Algo que simbolice el encuentro con uno mismo, la total transformación, el segundo nacimiento, el compromiso con el espíritu, el verdadero nombre. Imagina.

Unos bailarán una danza de poder, otros cantarán con toda la entrega, y otros, tal vez, se concentrarán en un abrazo de misericordia a nuestro planeta azul. Cada uno generará su cosmogonía, y entenderá que efectivamente ese lugar está cargado de Presencia, una presencia que imanta sus vidas, que centrifuga el caos, que remite a la serenidad, a la paz del mental, a la incursión en lo mágico o a la irrupción de lo creativo. Aún así, muchos otros quedaron atrapados en una nueva confusión. Imagínatela.

Julián Peragón




Murphy o las cosas empeoran antes de mejorar

 

Es probable que Murphy descubriera sus leyes en el desayuno cuando se dio cuenta que la tostada siempre caía por el lado de la mantequilla. O yendo al trabajo al comprobar que los semáforos se ponían en rojo cuanta más prisa tenías. Murphy no era un pesimista, un ser gris y amorfo, ¡que va!, era un verdadero pragmático, un artista de la observacion de lo cotidiano.

Horas y horas de meticulosa observación lo llevaron a la conclusión de que cuando no tiene nada que hacer en casa nunca suena el teléfono. Ahora bien, en el momento en el que te deslizas en un merecido y delicioso baño caliente, empieza a sonar. Y es que el mundo de las cosas que nos rodean tiene su propia lógica, su funcionamiento misterioso y sus desafortunadas coincidencias. Las cartas de amor, los contratos de negocios y el dinero que nos deben siempre llegan con tres semanas de retraso. En cambio, la correspondencia inútil llega el mismo día en que se despachó. El coche funciona peor después de una puesta a punto, y la temperatura de la oficina es inversamente proporcional a la cantidad de abrigo que llevamos.

Murphy era un filósofo que miraba a ras de suelo, lejos de aquellos grandes pensadores que se entretenían con la grandeza del espíritu y la metafísica de la razón. En su larga experiencia como humano normal, corriente y mediocre encontró una gran sabiduría. Se metió en el mogollón del quehacer cotidiano y supo ver con nitidez las paradojas de la vida. Para él era evidente que todos los pros tienen sus contras. Que siempre hay más excepciones que reglas, y que dentro de cada problemita hay un gran problema forcejeando para abrirse paso. Por eso, su filosofia básica era que si algo puede ir mal, lo hará porque las cosas tienen una inercia que contradicen nuestra voluntad. Así era de tajante.

Su gran descubrimiento fue que la rutina de la vida no era tal rutina y que la psicología del ser humano no era para nada razonable. El caos de la vida, el ruido humano, las contradiciones persistentes, la hipercomplejidad de nuestra sociedad, nuestras grandes limitaciones, las confusiones constantes y la tupida red de multirrelaciones hacen de nuestra vida un rumrum donde todo es posible. Veámoslo.

Cuando se trata de buscar algo, siempre puedes hallar lo que no buscas. Por eso el modo más rápido de hallar algo es ponerse a buscar otra cosa. Hasta tal punto que lo que se perdió en la primera mudanza, será hallado en la segunda, y así sucesivamente. Así se establecen las leyes de Murphy, su corolarios, sus sentencias. Todo se encuentra en el último lugar donde buscamos.

Murphy señaló cosas que todos sabemos, que la burocracia siempre puede esperar, y que el seguro cubre todo excepto lo que sucede. Así son las cosas. La oportunidad siempre llega en el momento menos oportuno. Murphy es simplemente realista, no nos engaña, es un eremita con batín de casa que ha visto la otra cara de la humanidad, aquello que se cuece entre bambalinas. Puede ser muy criticado por científicos y pensadores pero estos, cada vez saben más y más de menos y menos, hasta tal punto que lo saben todo de… nada. En fin, sólo confía en aquellos que pueden perder tanto como tú si algo funciona mal.

No vivimos en un tiempo lineal y controlable aunque vivamos rodeados de relojes y calendarios. El tiempo es terriblemente caprichoso puesto que siempre se tarda más en llegar que en regresar, y la duración de un minuto depende de que lado de la puerta del lavabo estés. En cambio, si llegas temprano a un encuentro, evento o cita, lo cancelarán. Si llegas puntualmente, tendrás que esperar, y si llegas tarde, llegarás demasiado tarde. Véis, no hay salida, la vida deja muy poco margen para el regocijo. Y no es que la vida sea un complot en contra nuestra es que, en ocasiones la gente tropieza con la verdad, pero casi siempre se repone y reanuda la marcha. Y es verdad, lo decía también Tagore, leemos mal el mundo y luego decimos que nos engaña.

El mundo de la comunicación humana es aún más complejo. Quien grita más tiene la palabra. Sin embargo, todos mienten, pero no importa porque nadie escucha. Ahora bien nadie te está escuchando hasta que cometes un error. Somos así. La pura y sencilla verdad rara vez es pura y nunca es sencilla. El mundo es un escenario, pero la mayoria somos tramoyistas.

Las estrategias para funcionar en sociedad no son nada sencillas. Primero has de procurar parecer arrolladoramente importante y después has de ser visto con gentes importantes. Si no, no sirve de nada. Pero atención, nunca discutas con un tonto. . . la gente quizá no distinga la diferencia. En caso de duda, procura ser convincente. Y si no puedes convencerlos confúndelos. Tal es la estrategia más refinada. Por otro lado, nunca permitas que tus superiores sepan que eres mejor que ellos. Aún así por bien que realices tu tarea, un superior procurará siempre modificar los resultados. No obstante, observa que la persona que puede sonreir cuando las cosas van mal es que ha pensado en alguien a quien culpar. No te preocupes, por ley, el compañero siempre tiene la culpa. Y hagas lo que hagas y sea cual fuera el resultado previsto siempre habrá algun ansioso por: a) interpretarlo mal; b) falsificarlo o por c) creer que se produjo merced a su teoría favorita. No discutas. En ningún sistema la gente hace lo que el sistema dice que hace.

En el amor las cosas son mas ambiguas y alambicadas. La carta de amor que al fin te animastes a enviar se demorará en el correo el tiempo suficiente para hacerte quedar en ridículo personalmente. Si observas bien, la belleza es superficial, pero la fealdad es bien profunda. Y es que la naturaleza siempre toma partido por el defecto oculto. En el amor todo son escollos, ya lo sabemos. Por eso, todo lo que empieza bien termina mal. Todo lo que empieza mal acaba peor. Son leyes matemáticas, irrefutables. En el mejor de los casos, hay amor donde una mujer nunca obtiene lo que espera y un hombre nunca espera lo que obtiene. Pero claro, la persona que más te atrae nunca llega hasta el último día de tus vacaciones.

Siempre vamos contra corriente, somos así de obtusos, lo veía claramente Murphy que de esto sabía mucho. Nada es tan fácil como parece.Y todo demora más de tu que crees. El noventa porciento del trabajo se hace en un diez por ciento del tiempo empleado, el otro diez por ciento necesita nueve veces más de esfuerzo. Ciertamente, el mundo es un conjuro. Las cosas van mal de repente, pero las cosas irán bien gradualmente. Además cualquier intento de simplificar cualquier cosa sólo causa mayor confusión. Es inevitable, toda solución genera nuevos problemas. No sé si la culpa la tendrá la entropía de los científicos pero la mayoría de las cosas no cesan de empeorar.

Puede que Murphy fuera un tío oscuro, que se levantaba con el pie izquierdo y que tenía la habilidad de ser gafe dondequiera que fuera, pero es evidente que tenía un entendimiento muy cercano a la ealidad de las cosas, una mente de bricolage, una experiencia de ir por casa y una paciencia templada de hacer colas y colas. Por eso cuando más esperas en una de ellas es más probab1e que te hayas puesto en una cola equivocada. Sus máximas favoritas eran que si descubres algo bueno, ya lo habrán descubierto otros mucho antes, y que si nadie lo usa por algo será.

Es una filosofía que sirve también para viajar. Cuando empaquetes para las vacaciones, lleva la mitad de ropa y el dob1e de dinero. Pero ¡ojo!, la informacíón más importante de cualquier mapa está en el pliegue, que está rasgado. Ningún problema. Si no te importa donde te encuentras, no estás perdido.

La experiencia es algo que obtienes justo después que la necesitas. Pero no te preocupes, nadie repara en grandes errores. De cara al futuro siempre debemos preferir lo imposible probable que lo posible improbable. Porque el futuro no es lo que era antes. En este sentido, cuanto más lejano es el futuro, mejor apariencia tiene. Aunque lo cierto es que nada es tan temporal como aquello que se considera permanente. Relájate, en el fondo no hay nada nuevo. Esto ocurre desde la noche de los tiempos.

La única sabiduría consiste en saber cuando evitar la perfección. De hecho, la única imperfección de la naturaleza es la raza humana, no las leyes de Murphy que bien agudas son y que procuran un conocimiento profundo del sentido común y del serrín que se acumula en nuestro cerebro. De todas maneras las leyes de Murphy tampoco son fiables, y fallarán si pueden hacerlo, con lo cual te encontrarás en la más auténtica inseguridad e inexperiencia que es en definitiva nuestra más profunda naturaleza interna. Confiar en leyes de un signo u otro sólo lleva a quebraderos de cabeza, a fricciones con la realidad innecesarias, a pelearse con las cosas que no funcionan, a desanimarse con los que no te entienden, a querer que el mundo sea un calco de nuestras más bellas intenciones. Y no es así. Sólo es posible estar despiertos. Pero por si acaso sonrie… mañana será peor. O no!.

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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Ser uno y trino

 

ALMA TRIPARTITA

Tal vez tenían razón Platón y Aristóteles cuando decían que el alma humana era tripartita, una parte sensible como las plantas, otra animada como en los animales, y una tercera inteligente propia de lo humano, o más cercana a lo divino. División sencilla que nos acercaba a una idea unitaria donde el alma humana debía englobar todos los estratos de la vida y eregirse en cúspide de la creación. Puede que fuera una manera de expresar que el hombre es una síntesis del universo y también que la división trinitaria de las cosas y los seres es el mínimo común denominador de la vida.

Es esta energía de vida que de una semilla y un trozo de tierra hace nacer una planta, o de macho y hembra engendrar un hijo. Así, el corazón del tres remite a este primer ciclo natural donde la tensión de los opuestos se resuelve en un tercero que los engloba y supera, tal como la síntesis sobrevuela entre la tesis y la antítesis.

Probablemente la primera mirada del ser humano se establece entre el cielo y la tierra, entre un arriba inmenso y un abajo más cercano, donde él se vive como puente, canal o mediador entre estos dos límites. Pero también, fuera de sí mismo, distingue tres mundos posibles, arriba el Cielo de los dioses y los ángeles, a ras de suelo el Mundo de los hombres y sus trifulcas, y bien abajo, el Infierno, un submundo tenebroso de diablos y monstruos de pesadilla. Al final, nos dijeron, la muerte todopoderosa sabrá llevar a unos a un mundo eterno de luz y a otros al también eterno mundo de sombras. Imágenes que en nuestra cultura occidental judeocristiana tanto han calado.

LA FECUNDIDAD DEL TRES

Sea en el espacio, arriba, aquí y abajo; sea en el tiempo, presente, pasado y futuro; o en la dinámica vital, nacimiento, vida y muerte, en la misma naturaleza de los cuerpos, sólido, líquido y gaseoso, éste esquema trinitario se vuelve muy poderoso. El número tres aporta una mayor armonía pues reproduce en su interior la dinámica de la unidad.

Creemos que esta dinámica ya la tenía en cuenta San Agustín, padre y pilar de la Iglesia Católica en la Edad Media, que aunque maniqueo en sus orígenes pues dividía el mundo entre bueno y malo, oscuro y luminoso, donde el ser humano debía batallar con su parte pecadora en pos de la divina, supo reconocer tres facetas en el camino del religioso cuando decía que teníamos que ir de fuera hacia dentro, y de dentro hacia arriba. Algo así como ir del Mundo hacia el Alma, y de ésta hacia Dios. Trascender el mundo donde reina el caos y el pecado y llegar a Dios, aunque él lo representaba a través de la iglesia para ir de la civitas terrena a la civitas Dei.

También encontramos un reflejo en la mitología pues la constelación de Sagitario representada por un centauro arquero nos sugiere la imagen del hombre completo, la triple naturaleza, una parte como animal, otra como humana y una última como anhelo divino representada por la tensión del arco y la flecha que apunta al mismo centro del universo, tal vez en busca de sentido y unidad. Cierto es que, en general, los centauros son reflejo de la naturaleza inferior, de la escisión del individuo entre lo instintivo y la razón, pero también nos recuerdan la posibilidad de sublimación, el tránsito imaginable de lo inconsciente a lo consciente.

Como decíamos, el ser humano refleja en su seno esta imagen tripartita donde el Mundo es a su cuerpo, su Alma se aviene a su mente y Dios es su misma espiritualidad. Cuerpo, mente y espíritu como las tres aristas que tiene nuestro ser. Concepciones del ser que habitualmente aceptamos.

 

PECHO, VIENTRE Y CABEZA

Cabría profundizar aún más en este esquema pues si arriba es como abajo en la tradición esotérica, y el microcosmos es un reflejo del macrocosmos, tenemos que inferir que la misma energía que se mueve en un plano afecta también a los planos sucesivos. Veamos por ejemplo nuestro cuerpo, tal como lo solíamos dividir en la escuela en cabeza, tronco y extremidades. Si continuamos con una extremidad cualquiera como el brazo, también lo dividíamos al mismo tiempo en tres: brazo, antebrazo y mano. La mano en carpo, metacarpo y dedos, y éstos en tres falanges. Es como si el cuerpo secretamente se estructurara arquetípicamente a través del tres, como también se divide en el dos, en el cinco, en el sietedos ojos, dos orejas, cinco dedos, cinco vértebras lumbares, siete, chackras, siete vértebras cervicales, nueve orificios, doce costillas, etc.

Si profundizamos en el tres, tenemos sólo tres áreas en el cuerpo, tres cavidades herméticas. El cráneo que envuelve el cerebro; espacio superprotegido y compacto. El pecho que rodea pulmones y corazón a través de las costillas semiflexibles; y por último el vientre, gran espacio que contiene las vísceras recogidas por músculos y fascias, con el soporte de la pelvis.

Tres espacios bien diferenciados pero que van más allá de sus órganos correspondientes. En nuestra cultura señalamos la cabeza cuando nos referimos a la mente, mente pensante. Nos golpeamos el pecho cuando decimos yo, orgullosos o ufanos, nos llevamos las manos al vientre cuando estamos satisfechos. Y en cierta manera, el vientre transforma alimentos gratificantes, lo mismo que el pecho elabora sentimientos, y la cabeza opera con los pensamientos, con lo más abstracto.

Nos volvemos a encontrar con el alma tripartita en sus tres vertientes, por un lado el vientre-cuerpo-mundo, en medio el pecho-mente- alma, y arriba, cabeza-espíritu-Dios. Si, por último, pudiéramos añadir las expresiones de cada área, creemos que la fuerza y el coraje son las expresiones del vientre, el amor la vocación del pecho y la sabiduría la orientación de la cabeza.

 

SOMOS UN TODO CONTINUUM

Ahora bien, si insistimos, sin más, en esta partición entraríamos en una paradoja insalvable pues hace mucho que estamos hablando de una globalidad, de un ser en perpétua interrelación con todo lo que existe.

Hace mucho que queremos salir de la fragmentación a la que nos somete la cultura cuando reprime al cuerpo por seguir sus instintos, o cuando se censura al individuo por seguir sus ideas.

Nos lo muestra el yoga milenario que habla profundamente de unión, de tomar conciencia del cuerpo, de conectar con el alma de las cosas, de sentir el dios que habita dormido en cada uno de nosotros. Nos lo recuerdan las religiones en su origen que hablan de la necesidad que tiene el ser humano de religarse con todo lo que existe, como el canto que hace San Francisco de Asís a todas las criaturas en alabanza a Dios, al hermano sol y la hermana luna, al viento, al agua y al fuego, a la madre tierra y a la hermana muerte de la cual ningún ser viviente puede escapar.

Y es el mismo objetivo de unión que se proponen en las terapias alternativas para hacer salir al individuo del pozo oscuro del alma que es la neurosis. Desconexión donde el cuerpo se niega o se pervierte, el alma se excede o se culpabiliza, y el espíritu insensible se fanatiza.

 

CUERPO, MENTE Y ESPÍRITU

Es curioso este maleable juego de opuestos. Tal vez sea así el juego eterno entre la luz y la sombra que se persiguen sin descanso. El mundo, con su misma naturaleza temporal, nos lleva a la fragmentación, a la multiplicidad, a los límites y a las fronteras mientras lo espiritual nos recoge en lo esencial, nos recuerda la unidad de la vida y nos redime de nuestras faltas. Uno grávido sumido en los cambios, en la caducidad; el otro, inefable, fiel a sí mismo.

También cuerpo y mente juegan al mismo juego pues uno es realidad tangible, de carne y hueso, con su límite de piel claro y doloroso que crece o envejece día a día, mientras que la mente se sueña ilimitada, con ideas tan poderosas que cambian la faz de la tierra. Y nos preguntamos a menudo si no serán ambos polos de un mismo proceso, cara y cruz de la misma moneda.

Hay quien dice que el cuerpo es el lugar del inconsciente que absorbe como esponja las tensiones más sutiles del alma. Durante años, en las lecturas corporales, hemos visto claramente que la historia precisa de cada individuo, su relación con el padre y con la madre, sus inseguridades y sus complejos están esculpidos a fuego en el cuerpo. Y hemos visto que el cuerpo es un símbolo viviente que asume todas las categorías que también alimentan nuestra mente. El desequilibrio entre derecha e izquierda pudiéra tener que ver con la desigualdad entre fuerza y sensibilidad, entre masculino y femenino, padre y madre. El desplazamiento del cuerpo hacia delante o hacia atrás podríamos relacionarlo con la orientación y la avidez en el futuro o el acatamiento del pasado, es decir, el desajuste entre acción y pasividad. Cuando encontramos desigualdad entre arriba y abajo en el cuerpo, pensamos que puede haber desequilibrio entre instinto y razón, entre lo social y lo íntimo. O cuando la respiración no es armónica podemos buscar en el tomar y el dar, así como en la inspiración-vida, o el abandono-muerte. O puede que no sea así pues el cuerpo-mente-espíritu tiene tantas posibilidades que sólo acertamos a leer algunos renglones.

Es impresionante descubrir cómo una parte del cuerpo expresa una edad diferente a otra, como cambia el color de la piel en un lado o en otro, las diferencias en el tono, la fuerza y la sensibilidad. Pero más curioso todavía es sentir al cuerpo como una memoria de pliegues, como una cristalización de actitudes. Datos suficientes para acogernos al Tantra y sentir la necesidad de volver sagrado el cuerpo pues en él reside la máxima potencialidad de cambio y de transformación.

Al otro lado, es cierto que la mente nos resulta laberíntica, pero podemos señalar también una parte consciente, que está en vigilia y que se da cuenta de las cosas, de otra parte subconsciente o inconsciente, que a veces forma parte de los sueños y que es, en relación a la primera, la parte enorme sumergida del iceberg de nuestra conciencia. Los sabios nos hablarán de una tercera mente, la mente plenamente consciente, o supraconsciente, diríamos meditativa, o en boca del chamán Don Juan Matus, es la mente que se encuentra en un estado acrecentado de consciencia, donde se perciben los hilos invisibles, aprovechando una imagen más poética, que tejen la interrelación del mundo.

Por último, el espíritu, por principio, es lo indivisible, así que hablar de la división de éste, de alguna manera, es un sacrilegio. No obstante, tendríamos que pedir ayuda a los iluminados y a los santos, y contrastar con ellos si hay de verdad estratificación como en las potestades de ángeles, si la iluminación pasa por diferentes mundos espirituales, si hay más de un cielo.

 

PURA ENERGÍA

Con todo, nos tendremos que acoger a la misma tradición cristiana cuando sentencia que Dios es uno y trino. También nosotros somos tres y simultáneamente somos uno, y esto es algo que la razón no entiende pero que el corazón bien sabe pues está acostumbrado a la complementariedad, a la síntesis de los opuestos, a ser dejando de ser cuando se ama mucho.

Sentimos que cuerpo, mente y espíritu son la misma cosa en diferente octava, son diferentes sedimentaciones de un mismo barro, forman parte de un mismo paisaje como cuando embelesados contemplamos la nube, el mar y la montaña nevada que en lo más recóndito son la misma cosa, agua pura. ¿Tendríamos que decir que también nosotros somos pura energía?.

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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Cuestión Fundamental

 

El mismo Kant ya empezó a preguntarse acerca de los límites de lo humano. Hizo tres preguntas fundamentales, ¿qué debo saber?, ¿qué puedo hacer? y ¿qué me está permitido esperar?. Preguntas que resumió en una cuarta, ¿qué es el hombre?.

Se dice que su metafísica fue la primera piedra que articuló el pensamiento actual, la antropología filosófica, y que desde entonces los sabios y filósofos se han interrogado no sólo por el hombre sino también, el por qué preguntarse por él, puesto que, aunque ahora nos parezca evidente, no siempre el concepto de hombre ha sido fundamental en la historia humana.

Todas las respuestas dadas acerca de esta pregunta esencial han sido parciales cuando no precipitadas. Han sido también premeditadas en cuanto había bajo mano una ideología o una idea preconcebida que eregir acerca del hombre. Y sus pretensiones han quedado en eso, vanas pretensiones.

Durante mucho tiempo la Antropología Filosófica ha deambulado por eternos meandros en su necesidad de justificar su pregunta fundamental y de colocarse en el lugar central del pensar filosófico. Sin embargo se ha constatado algo importante, el carácter problemático que tiene la pregunta por el ser del hombre contemporáneo.

Heidegger nos decía: «Ninguna época acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre como la nuestra. Ninguna época consiguió un saber acerca del hombre tan penetrante. Ninguna época logró que este saber fuera tan rápida y cómodamente accesible. Ninguna época, no obstante, supo menos que sea el hombre. A ningún tiempo se le presentó el hombre como un ser tan misterioso».

Desde la biología a la psicología, desde la etnografía al psicoanálisis, todas las ciencias sociales tienen el objeto de definir que es el hombre, cual es su funcionamiento, su sociología, su química, sus sueños y sus símbolos, como si éste fuera un objeto hueco a llenar de información y de saber. Información que, hoy por hoy, está a punto de salirle por las orejas y de hacerle estallar en tal multitud de pedacitos que ninguna enciclopedia por muy amplia que ésta sea le dará siquiera una visión de conjunto o le explicará qué demonios es esto de ser humano.

Dios hace tiempo que murió y el ser humano ha tenido que vivir sin presupuestos mágicos y sin un cielo protector. De aquí que no haya ninguna instancia superior que dé el visto bueno a los valores humanos. E1 hombre se verá obligado a elegir su propio destino y a cargar con toda su responsabilidad. Las fronteras entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre lo humano y lo no humano han quedado definitivamente diluidas. Asistimos al desmembramiento del hombre. ¿Asistiremos a su muerte?.

Las heridas han sido brutales. Primero fue el giro copernicano, la tierra era redonda y no era el centro del Universo. Feuerbach colocó en el lugar de Dios la proyección de los valores excelsos del hombre. Robespierre destituyó a la monarquía absoluta por un sistema democrático de valores humanos. Darwin eliminó todo mito de la creación con el aguijón científico. Marx estableció un primer análisis social sobre la desigualdad de las clases sociales. Freud despedazó la ilusoria unidad interna del ser humano. Einstein rompe el estrecho marco cartesiano donde se inserta el universo humano. Las artes diluyen la realidad hasta convertirla en magma o en pura expresión surrealista. La tecnología rompe el mero control humano y la biotecnología está dispuesta a modificar la misma esencia de la vida.

Puede ser que no nos demos cuenta y que vivamos en espacios cerrados o en paraísos alternativos pero hoy el ser humano sufre un fuerte tirón, un profundo desgarro y una aceleración sin precedentes. No es exagerado hablar de amenaza.

La modernidad ha roto las solidaridades tradicionales y ha atomizado al individuo en su soledad. E1 Estado ha negado a la persona su propia capacidad de decisión bajo el manto de una democracia vacía de contenido. Y la informática está cumpliendo los sueños de control de los poderosos.

Los medios de comunicación crean una segunda realidad más poderosa y «más real» que la realidad misma, y la publicidad una «segunda piel» más sugestiva que la propia.

E1 mundo está a punto de estallar. La bomba atómica que pende fantasmáticamente sobre nuestras cabezas, la bomba de los pobres y desheredados que pueden invadir el mejor de nuestros mundos, justifican el rearme militar y leyes inflexibles de extranjería.

La inseguridad ciudadana, la manipulación política, el pillaje mercantil, la vulnerabilidad del consumidor, el crack económico, la complejidad legal, la corrupción militar, la burocratización de la sociedad, la instrumentalización sanitaria, la crisis de la pareja, la falta de rigor y calidad en la educación, la desmembración de las ciencias sociales, las ciudades inhabitables, el mismo cáncer o la impotencia del sida, necesariamente sumergen al individuo en una implosión de la que sólo emerge malestar, neurosis, fanatismo e insolidaridad.

E1 futuro aparece incierto y oscuro. Una vez rota la relación hombre naturaleza y forzada la máquina industrial, el planeta sucumbe poniendo en peligro toda vida. Están desapareciendo cientos de especies animales y vegetales.

Hubo un tiempo mítico que lo importante era ser hijo de los dioses, y otro en el que lo que primaba era ser bueno ante los ojos de Dios. Hoy lo que cuenta es ser normal. Y cuanta más angustia por ser normal, más psicosis y más esquizofrenia. Cuanto más se ajusta uno a la norma, más depresión, y cuanto más huída de la realidad y del propio conflicto, más dolor y más enfermedad.

Todas las informaciones aunque científicas sobre el ser humano no podrán nunca colmar a este sujeto de reconocimiento, a este ser que vive y que busca un ámbito de sentido. Necesitamos tener esa posibilidad de ser lo que uno determina que és. Y necesitamos un marco abierto desde donde sea posible poder volver a pensar lo que sea el hombre, no tanto por definirlo sino en el que señalar las potencialidades, múltiples potencialidades de lo humano.

Participamos de unas Ideas en las que y por las que nos reconocemos como seres humanos. Pero Nietzsche nos dirá que estamos soñando. El ser humano se parece a ese funámbulo sonámbulo que despierta de repente en medio del sueño y ante el «vértigo existencial» no le queda más remedio que continuar soñando para mantenerse en pie. Parece que no queda otra que seguir creando valores, que son siempre permanentes e prescindibles, con lo cual la conciencia aparece como mendaz, o como un bucle que vuelve siempre a su propia esencia, a su propio ombligo.

Foucault pone la puntilla cuando dice: «A todos aquellos que plantean aún preguntas sobre lo que es el hombre en su esencia, a todos aquellos que quieren partir de él para tener acceso a la verdad, a todos aquellos que en cambio conducen de nuevo todo conocimiento a las verdades del hombre mismo, a todos aquellos que no quieren formalizar sin antropologizar, que no quieren mitologizar sin desmitificar, que no quieren pensar sin pensar también que es el hombre el que piensa, a todas esta formas de reflexión torpes y desviadas no se puede oponer otra cosa que una risa filosófica es decir, en cierta forma, silenciosa».

Llegamos a la conclusión de que no es posible determinar lo que és el hombre sin descubrir cual es nuestro discurso acerca de él y cuales son las ideas reguladoras que hemos puesto bajo el mantel. Quizá sólo es necesario determinar bien la pregunta para que podamos pensar de nuevo al hombre. Podremos, no obstante, elegir una idea de hombre y unos enunciados autotransformadores pero ya no estaremos en posición de pensar que nuestra postura es la válida o absoluta, sino una más, y tal vez, dejando de lado los dogmatismos estemos dispuestos a ser más humildes. Cuántas veces hemos hablado del Nuevo Hombre, de la Era de Acuario, del Ser Andrógino. Cuántas veces nos hemos sentado en postura de meditación sintiendo que reproducíamos un ideal. Cuántas veces hemos utilizado enunciados de la biología o de la psicología para demostrar nuestras verdades y cuantas veces nos hemos olvidado que esas verdades se parecen más a esperanzas o señales luminosas en un universo humano siempre confuso, que en verdaderas verdades.

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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Ser anfibio

 

Cuando nacemos somos como un pequeño animal anfibio torpemente surgiendo de su medio acuoso que se le ha ido quedando pequeño y emerge con dolor a otro enormemente más grande y desconocido. Salimos de un oasis fusional para abocarnos, sin más armas que nuestra fragilidad, a un universo todavía caleidoscópico de pura sensación.

No sabemos todavía que se llama mundo ni que nos llamamos bebé, no sabemos de ninguna frontera. A ciegas sabemos de la fruición de nuestra boca por encontrar alimento hasta que la piel se vaya convirtiendo en esponja para absorber mimos, gestos y actitudes.

El paso del tiempo nos aclara las cosas, sus signos, sus metamorfosis, pero nuestro primerizo ego es puro impulso, llamarada de necesidades. Sin mediar diálogo nos van indicando sin pausa que lo espontáneo es inadecuado. El imperativo se impone como voz de mando, no toques, estate quieto, calla, siéntate, no molestes

Nos hablan de educación cuando de verdad son modelos de adoctrinamiento que caen como losas borrando las tempranas huellas de nuestro autodescubrimiento. Hay poco margen para el Ser que somos como poco tiempo para la escucha. El mundo, lo sabemos, empuja cruel, pragmático, uniformando, por el bien de todos, a todos.

Antes nos encerraban a los seis años, edad escolar, ahora con las mayores prisas nos guardan bien pequeños, cuando apenas afloran dos ferocidades de leche. Cantando nos enseñan las letras que luego se transformarán en deberes. Hay que saber mucho con ese vocabulario para dar y recibir órdenes, para comprender un mundo cada vez más hipercomplejo, dominar la terminología de nuestro gremio superespecializado. El lenguaje se convierte en el poder de mostrar pero simultáneamente en la habilidad de ocultar. Al final las ideas habrá que venderlas.

El lenguaje de la vida se parece al vuelo de un pájaro, al gateo de un felino, pero el lenguaje del hombre se infla en oposición a lo natural, en la certeza que la cultura y la naturaleza no tienen raíces comunes que las alimenten, en la prepotencia de que el hombre es superior al órden natural del cual nació. Visto que su mente es más poderosa que su cuerpo, y su palabra más certera que los mismos hechos.

Pero de aquel otro lenguaje anfibio y fusional que recorría las entrañas como ondas de una mayor sensibilidad y que comprendía como la luz súbita del rayo las corazonadas y las intuiciones, de ese protolenguaje sólo quedaron ecos, refugiado en las voces de los sueños, cuando nos entreteníamos ensimismados en cualquier insecto, cuando nos salía la heroicidad ante la menor trifulca infantil.

En esta confusión nos hallamos muchos que al mirar al fondo oscuro de nosotros mismos no vemos nada. Castrados en lo sutil sin la pericia de la introspección natural, nuestro interior aparece estéril o abominable, algo de lo que escapar o a lo que perseguir, y de hecho, para la sociedad es un cajón de sastre o la misma caja de Pandora.

Evidentemente es la sociedad que llevamos dentro, que está introyectada, pero que se huele en las estructuras políticas, religiosas y sociales, y que cuando se ha armado lo suficiente de recursos, cuando ha «madurado» en intenciones democráticas, y ha engrasado la máquina civilizadora nos encierra a los locos en el manicomio, a los ancianos inservibles nos pone en el asilo, a los criminales y revolucionarios nos clausura en la cárcel, a los enfermos en hospitales blancos. Hasta la memoria de los muertos olvidada en una esquela mortuoria y en un ataúd dentro de una tumba en el cementerio.

Orden ciego que quiere que en el mismo momento los hombres estemos en las fábricas, los niños en las escuelas y las mujeres en casa. Que en la vía pública se respire orden, limpieza y normalidad.

Esa normalidad que nadie sabe como es pero que parasita en el ojo crítico que teme la diferencia. Una normalidad que dictatorialmente encoge el alma de lo genuino que llevamos dentro y se empobrece de la riqueza que supone un otro diferente con quien dialogar, ¿podríamos decir amar?.

Exorcizados la muerte, la deformidad, la fealdad, la enfermedad, la misma espontaneidad y la locura, nos queda la salvaguarda de nuestros valores y pertenencias, del honor y los sempiternos tabúes, los intereses creados, los dioses sacralizados, la patria.

Y hay a quien le parece excesivo esto, cuando no se relaciona prosperidad con deuda del tercer mundo, especulación financiera con hambrunas, democracia formal con corrupciones político-militares consentidas por los países ricos. ¿Cómo no relacionar empresas armamentísticas con guerras fronterizas generalizadas?. ¡Tantas cosas! que la fragmentación de los medios y la saturación de la información no nos permiten asociar.

Diríamos que éste es uno de los problemas de la normalidad que no relaciona su impecable imagen con la sombra nefasta que proyecta.

P ero quién se acuerda de aquel animal anfibio que éramos. Desconfiando de nuestra interioridad creamos nuestro yo a retazos de imágenes magnificadas de nuestros ídolos, de las seguridades prometidas por nuestros tutores. A ese juego de luces y de reflejos de otros tantos reflejos lo llamamos ego. Y temerosos de la disolución de éste le pusimos lastre y contrafuertes, pues a respaldo de esta edificación nos sentimos engañosamente protegidos en la pretensión de tener el control sobre sí mismo.

En el sótano, humedo y enrarecido, el animal de aguas cristalinas olvidado, cuando no reprimido, se tornó deforme. Los bajos de la torre amurallada se convirtieron en laberinto y en sus entresijos la bestia rugió. Ese animalito que tentó tiernamente con su boca ansiosa de leche tibia clama venganza.

Una vez reconocido al impostor que con su ojo clarividente, cual faro cegador, deja en penumbras al resto, es propio que la otredad que nos habita reclame compulsivamente su lugar usurpado. Dicen que el ego se identifica con la función dominante y que la mente, reina de las visiones y las cosmologías, lo alimenta. El ego se corona lleno de ínfulas de grandiosidad creyéndose firme, estable y permanente.

¿Cómo es que polarizamos lo que somos y ponemos tantas fronteras entre el cuerpo y el alma, entre lo que soy y lo que debo ser?. ¿Por qué la personalidad se torna máscara olvidadiza de la globalidad que somos?.

Pensando que la vida es sólo vida, luz, vigilia, poder y reconocimiento, olvidamos que también es muerte, error, imperfección, angustia e inseguridad. Se cierne así el temor a la sombra, a lo informe, a la ambigüedad, al terrible vacío. Nos asusta el riesgo de dejar de ser, devenir en nada. Nos aterra que en el postrer momento, al perder las fuerzas, la muerte diga la última palabra cuestionadora sobre aquellas ruinas sobre las que edificamos nuestra efímera gloria.

Sabemos que en la noche la bestia acecha y las pesadillas encogen el corazón. También los equívocos y los actos fallidos nos hacen tambalear. Los golpes, sin más, de la vida dejan las heridas demasiado tiernas y el destino nos coge desprevenidos justo donde más nos duele. Tal vez esto clarifique por qué el ego se vuelve impermeable, por que se insensibiliza tanto.

Pero también el ego tiene sus guaridas. La personalidad hace referencia a la máscara; máscara que pretende amplificar eso que somos pues en el acto limpio de ser a veces nos quedamos en silencio, sin voz ni modos para expresar nuestra riqueza. Es por eso que nos asomamos al abismo hueco de la personalidad para que nuestro grito tenga eco. La personalidad nos haría personas si pudiéramos discriminar fácilmente la forma de la esencia. Pues la máscara debe caer tarde o temprano como caen las hojas de árboles caducos. Y es en nuestro otoño cuando la madurez del ser pierde la avidez externa y se reconforta en lo más íntimo.

También el carácter que es mitad carne y mitad espíritu, nos recuerda que tenemos muchas cosas grabadas con saliva y con sangre, fruto de nuestros condicionamientos. No obstante también se percibe un aroma que traemos del otro lado del mundo.

El problema aparecerá una vez más cuando nos encontremos con un ego sordo que cree que somos sólo eso, la impronta que deja la vida en nosotros. Que únicamente somos el cúmulo de instantes mal recordados sobre la percha de nuestras ilusiones, sin llegarnos a preguntar siquiera, ¿quiénes somos?, ¿quién realmente vive en nosotros?.

Tendríamos que dudar del carácter que no se reconoce en el destino que él mismo amasa con sus manos. O de la neurosis que nos vuelve sordos a nuestras propias motivaciones. Del yo que aliena obcecadamente todo lo ajeno. También habríamos de dudar de la personalidad que enmascara en tantos momentos lo interno. Personajes todos ellos de un mismo teatro de sombras.

Todo lo que no somos nos lleva al engaño que alimenta la raíz del sufrimiento. En cambio, para señalar lo que sí somos nos faltan palabras, nos falta incluso la certeza de la experiencia.

Si dijéramos, por cierto, que el ego no existe nos tomarían por locos; si nos preguntaran qué hay en el núcleo de uno mismo tendríamos que responder que nada. Que el si mismo es una permanente relación con el mundo, una red de redes tan acuosa como el agua, tan volátil como el viento, tan intensa como el fuego que quema. Y esa relación permanente se parece a la música que suena modulándose en cada estrofa o al danzarín que se mantiene en equilibrio mientras hay movimiento.

¿Y el ego?, el ego tiene su cometido, llevar el ritmo, ordenar las partituras, recordar los instantes precisos. Facilitar el trueque con el exterior y recordar, muy importante, que en esta música de la vida él no crea la melodía pero ayuda a que las condiciones sean adecuadas.

Los antiguos ya nos dijeron que el ser humano llega a este mundo dormido y que la única religión es la del despertar, como si la vigilia del alma fuera ese momento llamado satori, samadhi o iluminación, aunque sería mejor olvidar estas palabras, momento donde uno se descubre religado a todo lo que existe. Otra vez aparece el animal anfibio pero ahora que toda la inmensidad del mar por delante y con la libertad de emerger a la tierra digamos de realidades.

Nos dijeron que habíamos perdido el paraíso y que tras el fino barniz de civilización que respiramos se esconde un homo sapiens demens. Porque detrás de la afirmación en las razones más poderosas que han movido la historia se esconde un ser iracundo capaz de las torturas más horrendas, de masacres y genocidios. Es como si la barbarie y la intolerancia anidara en los fondos de la apisonadora que llamamos avance del progreso.

Ese loco que teme quedarse solo y que para sobrevivir elabora un mecanismo muy fino de adjudicación de la culpa, expoliando sus fantasmas fuera, ese loco tiene que volverse sabio.

Gran parte de lo que se ha llamado filosofía perenne se basa en cómo destronar a ese loco bravucón y engreído. Para ello tendrá que perder la inocencia pues así como la historia se ha reafirmado sobre la sangre de la conquista y la aniquilación de los otros, también nuestra biografía se teje sobre la aniquilación de lo sensible, la muerte del espíritu, tenida como necesaria para soportar el impacto atroz de la vida.

Perder la inocencia para recuperar la inocencia. Paradoja que encierra la verdad de nuestro niño interno. Y es que se trata de eso, conscientes de la fugacidad de la vida, de la presencia omnipotente de la muerte, la futilidad de nuestros sueños y la impotencia de nuestros actos, soltar una enorme y sonora carcajada.

 

 

Julián Peragón

Antropólogo,
Formador de profesores de Yoga,
Director de la revista Conciencia sin Fronteras,
Creador del proyecto Síntesis, cuerpo mente y espíritu.

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Entrevista a Claudio Naranjo

 

Primera parte

El pasado 24 de octubre, Claudio Naranjo dio una charla en el Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona sobre las etapas del desarrollo del ego a través de un clásico taoísta, los episodios del viaje del Rey Mono, compuesto por Wu Cheng en el siglo XVI.

Nosotros aprovechamos la ocasión para entrevistarle acerca del camino interior y las herramientas a nuestro alcance para la transformación personal.

Claudio es ampliamente conocido como uno de los personajes más relevantes del movimiento humanista, pionero de la Psicología Transpersonal y vocero de un nuevo chamanismo. Es fundador del Instituto SAT para la Formación Integrativa de agentes de cambio. Entre sus trabajos cabe destacar la difusión del Eneagrama con diferentes libros publicados: «Gestalt sin fronteras», «Carácter y Neurosis», «La Agonía del Patriarcado».

CLAUDIO: Me piden que hable de la transformación no sólo como se la entiende en psicoterapia, que es sanar de cosas que molestan, que duelen; sino en la implicación espiritual, que es el pasar de un estado común y corriente, digamos del estado en el que la mayor parte de la gente se encuentra, a una condición de conciencia más amplia, más extendida.

Me parece interesante el planteamiento porque creo que hay círculos a los cuales la terapia todavía no llega, como una cosa muy interesante. Y debe haber círculos, me imagino, en los que está un poco desprestigiada.

Hablar del camino, de la transformación, de la elevación de la persona a otra condición, es algo en lo que uno no puede dejar de interesarse. Porque se puede decir que nacemos con un anhelo espiritual, con un anhelo de transformación que alguna gente siente como un llamado a sanar. Hay personas que sienten como un apretón del dolor. Eso son cosas que suceden típicamente a los chamanes, que son los primeros maestros espirituales del mundo. Ellos no son llamados por una voz sublime que les dice «ven hacia acá que te daré sabiduría». La vocación chamánica es un no poder aguantarse más de lo que, visto con nuestros ojos, sería enfermedad. Son enfermos que se reconocen como tales y por eso pasan a otra condición.

Desconfío un poco de formas de espiritualidad que se plantean como ajenas a la psicoterapia, porque hay una tentación de decir «a mí me interesa el espíritu, pero no me interesan esas cosas que le pasaron a uno de niño, no me interesan las vicisitudes de la vida familiar». Hay un peligro en la espiritualidad que no toca el dolor, que quiere solamente lo bueno. En cambio es tal vez menor el peligro para la persona que se mete en el dolor, porque si se abre la vieja herida y realmente se sana de eso, se queda en una condición más receptiva a otras cosas que llegan después, cuando uno ya tiene energía psicológica liberada para «cosas», digamos, superiores.

Es cierto que la terapia, como todas las cosas, entra en un mundo humano en el que hay gente que lo hace bien y gente que no lo hace tan bien. Hay personas que tienen la vocación o la necesidad, o que han atravesado por el proceso interno que les permite, a través del conocimiento de sí mismos, entender verdaderamente al otro.

La psicoterapia de hoy pasa por escuelas, pasa por un sistema académico, no pasa lo suficiente por este proceso interno; como en los mitos en que el héroe es partido en pedacitos y se lo echa en la olla a cocer antes de que salga renovado y renacido. Hay gente que no se mete suficientemente como para entender las cosas desde su vida, sino que aprende técnicas, aprende teorías. Y una persona que no lo ha hecho como los viejos chamanes, que no se ha metido personalmente, que no ha partido siendo un buscador, (añadiendo un interés personal al interés profesional), no puede ofrecer lo mismo. Y eso es lo que forma las escuelas hoy en día. Yo creo que hay un público ahí un poco traicionado. Un público que va al psicólogo, o padres que mandan al niño al psicólogo, y terminan diciendo «mejor no meterse con esta gente».

 

Julián Peragón: Sí, pero tal como dices, están los dos peligros. Porque las personas que se han puesto dentro del mundo espiritual a enseñar, los maestros, que no han pasado por el dolor o no han pasado por ese proceso terapéutico, han tenido alguna experiencia cumbre que les ha confundido creyendo que ya estaban preparados para la enseñanza, y realmente ha sido como tú decías en la charla del otro día: El ego ha cogido la gloria.

CLAUDIO: Eso es otro fenómeno. Están los que no se han metido, los que han aprendido solamente de los libros, y están los que han tenido una experiencia, pero actúan desde la grandiosidad o desde el entusiasmo juvenil. Y eso ya es más. Aunque sea una situación de aprendiz de brujo que se queda demasiado grande, no deja de hacer su bien, porque a veces el entusiasmo egóico de un aprendiz se transmite y sirve al otro. Seguramente esto ha contribuido un poco a la imagen discutible de la psicología humanista hoy en día, en el entorno del movimiento californiano. ¡Tantos que se las han dado de maestros cuando estaban a medio cocer!

Bueno, con este preludio bien se puede decir del camino… yo siempre digo que para subir al cielo se necesita una escalera larga y una cortita. Que la escalera larga es arreglar las cosas de esta vida, que arreglar las cosas de esta vida es vivir mejor, llegar a ser mejor persona. Lo que en las escuelas espirituales antiguas se llamaba llegar a ser más virtuoso. Eso es lo que hace la terapia. La terapia es como una forma alternativa de lo que antes era la escuela de la virtud. El intento, no de ser una persona más amorosa, porque no se puede amar a la fuerza, sino el intento de desinhibir la conducta destructiva, la manipulación, la mentira… portarse bien.

Ese «portarse bien» no es que sea un método muy poderoso, porque una cosa es portarse bien y otra es ser mejor. El portarse bien es un camino muy lento para llegar a ser mejor. Y toda la cultura cristiana ortodoxa, digamos tradicional, es casi una demostración histórica de que eso no basta, excepto si hay una vocación. Hay gente sincera, que de tanto esfuerzo en portarse bien llega a ser santo. Pero hay otros que se portan bien hipócritamente y no cosechan hacia dentro. El resultado es que no llegan a una transformación a través de ese esfuerzo externo.

La terapia puede ser entendida como una manera de ayudar a este proceso de arreglar las relaciones humanas, yendo más allá de este simple intento de ser mejor persona (que se plantea universalmente desde el yoga y el budismo, a la tradición occidental). El conocimiento de uno mismo es una manera de desenredar lo que hay que desenredar. Y yo creo que el propósito de llegar a poner las cosas en su lugar y llegar a ser mejor persona es una cosa magnífica si está en el contexto de una buena orientación. Es una ayuda para el viaje, si hay un sentido de que hay un viaje, si hay una vocación sentida, con o sin palabras, si la persona es un buscador, lo exprese como lo exprese.

Pero si la psicoterapia es una cosa aislada, simplemente porque la persona viene con algo que le duele, ya sea la cabeza o el alma, y el médico dice «para eso tienes que conocerte», o «vamos, cuéntame qué pasa aquí o allá», el gesto es muy diferente. Así que es bueno que la psicoterapia exista en lo que se pudiera llamar un contexto transpersonal, en un contexto de espiritualidad ilustrada, digamos.

Para eso son buenas cosas tales como los cuentos de sabiduría. Las grandes cosas que no se pueden poner en forma de cuento es muy discutible que valga la pena decirlas. Las grandes verdades se pueden expresar en forma muy modesta, muy sencilla. Estos cuentos de hadas, como los cuentos de Grimm, se sabe hoy, fueron un producto consciente y no un producto folclórico. Sabemos ahora que hubo en Europa una cultura de brujas, que sabían de plantas medicinales y de cuentos. Y que después de que la Inquisición las liquidó, en sus hogueras desapareció esa sabiduría, que era un factor equilibrante de la cultura ortodoxa de su tiempo.

Los cuentos de verdadera substancia se refieren al viaje interior. Los entiende una persona en la medida en que ya está dentro del viaje.

El otro día, en la conferencia, hacía alusión al agua de la vida, por ejemplo. Todos tenemos sed de un agua de la vida que va a sanar a alguien que está enfermo dentro. Como ese viejo rey. No necesariamente ha de ser agua de la vida, a veces lo que se va a buscar son los tres pelos del diablo. Eso es lo que va a hacer la curación. Y da lo mismo cómo se ponga el símbolo, todos son relativos a una búsqueda que antes de finalizar va a llevar a una cierta aventura. Y las etapas de esa aventura, si uno empieza a mirar, contienen generalmente más sabiduría de la que posee normalmente un psicólogo.

En vista que me piden que hable del viaje interior podría hacerlo a través de un cuento sufí, un cuento que se parece mucho al de hadas, pero que existe como parte de una tradición viva. Y el cuento se usa como un equivalente de lo que en el mundo occidental es la teoría. Como una forma figurativa.

Yo estoy convencido de que los cuentos de hadas son cuentos sufís, que viajaron desde Palestina y Asia Central a través del Mediterráneo al mundo celta, bretón y a otros lugares en los primeros siglos del cristianismo. Ya son pocos los que creen en la teoría de Jung, que decía que son producto del inconsciente colectivo, él pensaba que eran sabiduría popular. Hoy día los mitólogos han comprobado cómo las imágenes se repiten, los motivos se repiten. Y está a la vista que los cuentos del Cáucaso y los cuentos bretones, o los cuentos que circulaban en Inglaterra, están hechos de los mismos pedazos del mosaico y que puede tratarse de una transmisión geográfica.

Lo que, en algunas tierras, se ha llamado mito, que es la base de una práctica religiosa, como el mito de Osiris. Revestido en un principio de sacralidad, ha pasado a la forma más modesta de cuento, menos ligada a un culto pero ligada a una explicación. Y de ahí siguió la popularización, para que algo de eso llegue a la cultura en general.

Hay cuentos sufís que se parecen mucho a los cuentos de hadas, o viceversa. A mí me gusta mucho el cuento del caballo volador.

Era un rey que tenía dos hijos. Un hijo era ocioso, se llamaba Tambal, que significa algo así como «soñador». Y el otro era un hijo práctico y le gustaban las cosas útiles.

El rey era un verdadero protector de la comunidad, y quería proveer a las gentes de su reino de cosas de utilidad social. Y un día llamó a un concurso para que la gente de más talento del reino produjera cosas. Había un forjador muy famoso que se aisló en su torre. Se oyó que daba golpes y que trabajaba día y noche para este concurso. Al fin aparece con un producto maravilloso, que es un aparato que no sólo se puede deslizar sobre la tierra, sino que puede volar lentamente y también sumergirse en el agua. No se había visto una maravilla tan grande nunca.

Todos aplauden felices y felicitan al que presenta este invento, y están seguros de que ha de ser el elegido.

Pero después aparece un carpintero poco conocido y presenta un caballo de madera tallada. «-¿Qué es ésto?» dice el rey cuando comparece para presentar su pieza. «-Bueno», contesta el carpintero, «esto parece una cosa muy simple, pero tiene una propiedad especial, y es que este caballo obedece al deseo del que lo monta, y lo lleva allá donde quiere el jinete».

«-¡Ah!, dice el cortesano, ésto es un juguete, es como una broma frente a ese producto que ha presentado el ingeniero. Se lo podrías dar a tu hijo Tambal, que es un soñador». Y se lo dan.

Y al carpintero no le hacen ningún caso. Incluso hay una versión del cuento en la que, por pretender una cosa tan trivial, cuando se trata de un concurso serio de cosas útiles, lo castigan, lo amarran de un árbol. Algo así como una crucifixión simbólica.

Y triunfa realmente el aparato este de las muchas propiedades. Pero Tambal se monta en el caballo. Se le ha dicho algo de que el caballo puede llevarlo a cumplir el deseo de su propio corazón, y él dice: «-¡Ay!… cuánto me gustaría saber cuál es el deseo de mi corazón». Y el caballo se levanta por el aire y lo lleva a un castillo que está flotando, un castillo giratorio. El rey está ausente en ese castillo, pero está la princesa. Se encuentran Tambal y la princesa y es un amor a primera vista, una cosa maravillosa. Pero el rey, que estaba de visita en otra parte, regresa. Entonces Tambal esconde el caballo detrás de la cortina, se esconde él mismo. Y este amor tan maravilloso queda interrumpido, porque el rey descubre el caballo.

A Tambal no se le ocurre otra cosa que hacer que huir, para volver a la tierra de su padre y conseguir refuerzos de alguna manera. Pasará largo tiempo antes de que pueda casarse con la princesa. Es un símbolo de cómo en la vida espiritual también ocurre que, tras el encuentro con la princesa, hasta que se realice eso del matrimonio, es muy largo el proceso. Aparece el amor, pero después de la luna de miel se lo pierde.

Entonces Tambal tiene que volver para pedir refuerzos a su padre, el rey. Dice: «voy a venir con ejércitos de mi padre, voy a conquistar a la princesa». El padre de la princesa se llama en el cuento el Rey Kahana, una palabra que en árabe significa algo así como profeta, pero profeta de poca categoría. Es como el rey de la etapa de la inflación, un exaltado espiritual. Insiste en que su hija sea casada con el Príncipe del Oeste. Ya está destinada y no quiere ni oír hablar de lo que ella vaya a sentir. Como en todos los cuentos de hadas, la princesa es una cautiva de su propio padre, que tiene otros planes para ella. La princesa Durri Karim, la perla preciosa.

Esta perla preciosa del alma va a tener que esperarse hasta una larga aventura de Tambal, que se dice que recorre desiertos y que ya piensa que ha perdido su causa. Hay momentos en los que cree haber llegado, pero son espejismos. Ocurren toda clase de altibajos y pasa un tiempo muy largo… hasta que llega a un bosquecillo muy agradable en el que hay árboles frutales y se siente agua cristalina. Es como un paraíso. Hay unas frutas muy bonitas. Tambal come de ellas y se queda dormido.

Y cuando despierta se mira en el agua y ve que le han crecido las uñas enormemente. Le ha crecido barba, pelo por todas partes, le han crecido cuernos… ve como una imagen demonizada de sí mismo, es una cosa horrorosa. Aunque llegara a la tierra de su padre, aunque pudiera cumplir con los actos liberatorios, ya no se puede esperar que la princesa lo acepte en esas condiciones. Lo que le parecía un paraíso es realmente un preludio a, digamos, una demonización. El se ve más feo de lo que nunca se ha visto en la vida.

Está desesperado cuando ve a lo lejos a un hombre que se acerca con una lámpara, un peregrino, como un viejo sabio. Y él, que en este momento de la necesidad más grande, de la necesidad más sincera de guía, tiene la posibilidad, le pregunta «Padre, ¡qué debo hacer?». Y el otro le dice «Come de las frutas secas, no de los frutos maduros. Y luego sigue tu destino».

Y así lo hace, come de las frutas secas. Poco a poco se le va pasando esta condición de demonizado. Él se pregunta «¡qué es eso de seguir mi destino?», cuando oye un repiqueo y ve llegar una caravana. Es el Príncipe del Oeste, que viene a buscar a la princesa para casarse con ella. Y muy arrogante le dice: «!Oye! ¿Tú eres el dueño de esta fruta? !Yo quiero comer de esta fruta! !Dame!». Y se come unas cuantas de esas frutas tan atractivas. Le pasa lo mismo, se vuelve un demonio. El no se puede presentar a la princesa de esa manera, así que le dice a Tambal: «!Oye, te vamos a poner a tí mientras tanto!».

Así que esconden al Príncipe del Oeste que se ha puesto demoníaco y cuando Tambal, siguiendo su destino, llega hasta donde está la princesa, se casan. Ella sólo pone una condición, que le den el caballo de madera. Y el padre entrega a la princesa con este juguete del cual se ha encaprichado. El padre sabe que eso tiene que ver con un amante secreto, pero en ese momento ya no importa. Y cuando el verdadero Príncipe del Oeste va a echar las cuentas con este Tambal por el cual se siente envenenado, (intenta darle una cuchillada), pero el otro parte con la princesa, se eleva por los aires en el caballo de madera.

Es un cuento que refleja exactamente las etapas del viaje. Primero, una actitud de la mente disponible como a soñar, como a preguntarse cuál es su verdadero deseo en lugar de estar tan atrapada en lo mundano, en las cosas que sirven… Luego es el caballo mágico, el encuentro con la princesa, el encuentro con la esencia y el encuentro con el centro de sí mismo. El amor, el conocer…. y luego la pérdida de eso. La tribulación, que es la noche oscura, o como quiera que se la llame. Y luego un período de, en el fondo, encontrarse con la sombra. Tras lo cual empiezan a cambiar los roles, como si lo feo, lo malo, lo podrido que aún lleva uno dentro empezara a supurar. Lo interno se empieza a hacer externo, se empieza a hacer visible. Pero al mismo tiempo al hacerse visible se va haciendo menos, se va produciendo la purificación. Luego todo acontece por sí mismo, de ahí en adelante no hay trabajo. Hay que aguantar, seguir el destino no más. Y al final el reencuentro con la princesa, el reencuentro con el alma después de haberla perdido… la ascensión.

 

Julián: Y en estas etapas, la gracia divina, algo que no depende de uno, ¿qué lugar ocupa? ¿En qué momento se da?

CLAUDIO: La gracia divina y humana, la energía espiritual, está siempre ahí.

 

MON: Lo nombraste ayer como el camino espiritual. Hay un camino espiritual dentro del mundo terapéutico en el que nos movemos. Tropezamos con el dolor, lo soltamos o no… pero en el caso de Schubert precisamente hablaste de la vida como escuela, como que la esencia tiene una manera de llamar. Tú lo llamabas el lenguaje del espíritu, como que la vida misma tiene un llamado, o tiene varias llamadas. Continuamente la esencia va llamando de distintas maneras y continuamente nos volvemos a dormir.

 

CLAUDIO: Yo creo que cuanto más conscientes nos ponemos más despertamos a sentir la vida como campo de trabajo y de pruebas. Como que llega un momento en que uno ve que no hay nada por acaso. Y que a uno le llegan exactamente las experiencias que necesita. A veces incluso las pruebas que uno no pasa son pruebas que a uno lo transforman un poco y que lo dejan por lo menos con más conciencia de lo que tiene que hacer o de lo que le falta. Ni siquiera las pruebas en las que uno fracasa son pérdidas completas. Como si la vida estuviera orquestada. Y a eso tal vez llamémosle Providencia más que Gracia, pero es expresión de una ayuda que está viniendo siempre, sólo que a veces estamos muy ciegos o muy incapaces de recibirla. Otras veces sí que ponemos más atención.

 

MON: Como si hubiese un proceso de sensibilización.

CLAUDIO: Hay mucha gente que se pone sabia tan sólo con el cumplir años. Hay viejos para quienes la vejez misma es el equivalente de lo que sería el caso del yogui que se retira al bosque en la India clásica, después de cumplir con su familia… A veces en la vejez la gente pierde una parte del cerebro que tiene que ver con el mundo y ya no funciona tan bien, ya no están los mismos intereses. Pero entonces la vida se hace como un Sabat en el sentido original del día de Dios, no el día del mundo. El día que no es para hacer cosas, no es para engrandecerse, no es para competir, sino para estar con lo más profundo. Hay viejos que cuando les toca la crisis de la vejez, tal vez porque han hecho una vida suficientemente buena, es como un yoga intensivo en que aparece el desapego sin que se hubieran propuesto desapegarse antes. Y al que le llega la crisis y no la pasa es como un viejo loco que da mucho malestar a los que le rodean, se exalta el ego. No es raro que la vejez ponga claramente a la gente más sabia.

Hay gente a la que, simplemente ante la pérdida de un ser querido, o ante la vejez, les basta sin maestro, sin terapia. Así que la terapia sería una ayuda para que pueda aprovechar bien las ocasiones de la vida.

 

Julián: Sí, yo iba a comentar algo acerca de la muerte. Que el hecho de tenerla más cerca te desidentifica de este apego o esta ilusión, o este deseo que a veces tenemos con la vida.

CLAUDIO: La certeza de la muerte física promueve la muerte del ego. No es que se pueda morir tan fácil el ego. Es el ejemplo de una persona que ya no se enoja, o que no se pone pretenciosa porque, ahora que se va a morir, siente vivamente que ello es efímero.

En algunas personas el estar al borde mismo de la muerte produce un grado de separación del ego. Hay muchas de estas experiencias que llaman los americanos Near Death Experiences. Experiencias de muerte inminente, muerte próxima. Es gente que sale del quirófano, o sale de debajo de un auto, en alguna situación de inminencia de la muerte y tocado por un… es como el encuentro con la princesa: haberse encontrado con una luz al otro lado de un túnel, haberse encontrado con un guía espiritual, haberse encontrado con un estado de ser diferente. Y la vida es diferente después de eso. No es que no haya ego, es como el viaje al castillo flotante. Ese castillo no está en este mundo, sino en otro, no está conectado. Debe hacerse una integración después. Tiene que hacerse un trabajo para que la vida se haga compatible con eso. Aunque está la semilla de la destrucción del ego que viene de la muerte, esa semilla tiene que hacerse una muerte efectiva. Y eso es un camino largo, muchos años de desierto. Un ir limándose poco a poco.

 

Segunda parte

Claudio Naranjo formó parte del primer equipo del Esalen Institute, centro en el que pasó a ser uno de los tres sucesores de Fritz Perls, y fundó en California el Instituto SAT, una escuela integradora de la psicoterapia y las tradiciones espirituales. En esta segunda parte de la entrevista que le hicimos el grupo de redacción de Conciencia Sin Fronteras nos habla de cómo fue tomando forma aquel sueño de fundar una Escuela Integrativa.

MON: Queríamos preguntarte sobre la terapia integrativa, sobre cómo ves tú el eclecticismo espiritual y terapéutico.

CLAUDIO: Históricamente lo que sucedió es que hace algunas décadas se rompió el imperio monolítico del Psicoanálisis en psicoterapia, surgieron muchas alternativas, surgió la escuela de Rogers, surgió la Gestalt, surgió la Danzaterapia, surgieron muchas maneras de hacer. Y luego el público consumidor, en lugar de beber en una sola fuente como había hecho antes, se empezó a alimentar de muchas fuentes. Llegó ésto a ocurrir entre profesionales mismos, gente que entonces estaba en formación. Psicólogos, psicoterapeutas, personas que ayudaban a otros, empezaron a ver un poco de Bioenergética, un poco del Proceso de Cuadrinidad, estas cosas. Y algunas personas primero hablaban un poco con sorna, con crítica: -«Que esto no es serio, que es un poquito de ésto un poquito de aquello…» Yo siempre tuve fe en la validez de seguir el propio olfato en la exploración de las múltiples propuestas en que justamente sería interesante que algunas personas bebieran en distintas fuentes para que pudieran hacer una integración.

Necesariamente hay métodos que pueden funcionar por sí mismos, pero personas que están educándose seriamente en caminos abiertos por gente como Perls, o por Rogers o por otros, incluso en las corrientes espirituales tradicionales, podrían constituir una generación con un nivel de sabiduría y presencia mayor, que en la etapa primaveral de la psicología humanista.

Tuve mi sueño hace más de 30 años de fundar una Escuela Integrativa sin haber sentido antes que había hecho una gran integración. Un poco como para tener yo mismo la ocasión de ir más adelante, en los años sesenta, cuando volví de Esalen a Chile. Vino alguien a terapia que trabajaba en una comisión del Senado, y me dieron incluso fondos del Senado. Se fundó en Chile un Centro para el Desarrollo Humano… Total, después emigré y no lo llevé a término, dejé en manos de otros algo que no prosperó. Fue un sueño. Por ejemplo, invité a Charles Brooks, el colaborador de Charlotte Selver, la que introdujo lo que ha circulado como Sensorial Awareness, el primer trabajo de conciencia corporal en los Estados Unidos… Yo mismo llevé la Gestalt hacia el año 65. La combinaba con meditación y con otros elementos que estaban a mi alcance. Y todo eso fue un sueño que no llegó muy lejos en esa época. Pasó a realizarse de una forma diferente cuando después de la experiencia de Arica me sentí en un momento de la vida en que tenía más que transmitir.

Y lo que ofrecí fue una síntesis implícita personal. El primer SAT, que fue en los Estados Unidos en el año 71, consistió originalmente en algunos elementos de lo que había aprendido con Ichazo, con alguna dosis de meditación budista y con algo de mi experiencia como terapeuta. Esas tres cosas constituyeron el núcleo, que fue desarrollándose poco a poco y, cuando tomó la forma del SAT actual, había en mí dos nociones simultáneas. Por una parte ello estaba sirviendo especialmente a la comunidad de gestaltistas de allá, era como un elemento para su formación. Lo que los gestaltistas debían tener como experiencia para hacer realmente un recorrido profundo en sí mismos y para tener a mano las cosas que están al lado de la Gestalt, que son por así decirlo vecinas de la Gestalt interiormente, experiencialmente.

Cae de Perogrullo que son terrenos vecinos el «aquí y ahora» gestáltico con el de la meditación, y terrenos vecinos el de la Gestalt con el de la comprensión analítica, en un sentido amplio. Y también considero análisis el trabajo originado por Bob Hoffman, que constituye una forma sistemática de la vuelta a la infancia para entender qué paso con lo que los psicoanalistas llaman, creo que anacrónicamente, «edípico». Que es simplemente lo que pasa con el amor y con el odio en el contexto del triángulo original. E incorporé trabajos de asociación libre que ustedes ya conocen, ese laboratorio psicoanalítico que se apoya en la observación del pensamiento, pero con puntos de referencia cambiados desde la teoría de la personalidad del Protoanálisis.

Así que eso ha sido un poco en síntesis. Son cosas que cayeron en mi camino y no puedo dejar de sentir que encajaban muy bien, en una estructura muy coherente. Pienso que cada uno tiene la posibilidad de trabajar con los materiales que le rodean y con las cosas que han pasado en su camino y contribuir a la síntesis, a la integración de territorios de creatividad que han surgido independientemente. También hay una psicoterapia integrativa particular, que es esa que ha venido surgiendo sobre todo en los últimos años, en los que no se ha tratado solamente de mi trabajo, sino de un trabajo asistido por colaboradores muy diestros. Creo que hacia eso va el transpersonalismo.

Aunque la psicología transpersonal tiende a ser, hasta ahora, una terapia con poca psicoterapia. Hay un nivel teórico en el que un individuo ha sido exaltado como bandera del movimiento. La persona que han exaltado los transpersonalistas como para decir «aquí hay una gran persona, y podemos considerarnos un Movimiento, porque tenemos un representante genial». No es un terapeuta, no es una persona que trabaja con personas. Me refiero a Ken Wilber. Es un hombre con una mente científica que ha leído mucho, que tiene intereses religiosos, pero no un terapeuta o un místico, como algunos han pretendido yendo demasiado lejos, por interesante que sea su contribución como pensador. El Movimiento Transpersonal ha hecho como un paraguas, ha creado un espacio para legitimar interés en lo espiritual dentro de la profesión, pero no ha presentado una praxis muy entusiasmante. Sólo están las palabras de los teóricos que dicen que el transpersonalismo no debería ser una cosa separada de lo corporal, no debería ser una cosa separada de la psicología dinámica. Es decir, se habla de lo que debería ser la psicología transpersonal práctica, como una psicología integrativa, como una terapia alternativa.

Y pienso que a eso he encaminado mi actividad, echando mano a los ingredientes más fundamentales comenzando por el mundo de la meditación. Las mismas dimensiones de la meditación pueden encontrarse en cualquier cultura pero en ésto hay que elegir y he elegido el budismo, porque me parece la religión de la meditación por excelencia. De entre las tradiciones, es la de espectro más amplio, más vital, particularmente desde el aporte tibetano, que está cada vez más a mano con la diáspora de los tibetanos después de la invasión china. Así es que he tenido mucha suerte por poder beber en esa fuente a través de muchos maestros. Pero están al alcance de la mano…

Así que meditación y terapia a través de lo analítico y a través de la Gestalt, que es como decir a través de la invitación a la creatividad individual, al trabajo intuitivo desde la experiencia, desde la visión personal. Y también incorporé una serie de ejercicios psicológicos que he ido generando a partir del Eneagrama.El Eneagrama lo recibí desnudo, sin terapia. Como un mapa. Ichazo ni siquiera hizo las descripciones que hago de caracteres. Fue un mapa, muy simple. Y sus discípulos, hasta el día de hoy, no saben reconocer los caracteres. Eso fue un fenómeno SAT. Fue un regalo para mí verlas tan claro, tan sin esfuerzo, cuando empecé a trabajar con grupos después de mi aprendizaje con Ichazo, de forma que otros también reconocían lo que pasaba. Porque estábamos hablando en serio, no en términos académicos. Estábamos en un proceso de desnudamiento psicológico en el que todos se conocían íntimamente. Así que de ahí nació verdaderamente el Eneagrama tal como circula ahora. Pero incluso los americanos se quedaron atrás, yo diría que han comido de segunda mano las migas que caían de mi mesa. Eso fueron todos los libros que se han escrito del Eneagrama, filtraciones de los SAT de los Estados Unidos de los años 71 y 72. No tienen una dimensión transformadora, por mucho que recurran a esta palabra.

Hay personas que tienen la suficiente honradez o la suficiente salud, y como que les basta con ubicarse en el Eneagrama y son impelidos a un cambio. De vez en cuando, uno se encuentra a alguien, por ejemplo un nueve que, apenas se le señala, ve con claridad que compulsivamente está diciendo que sí a todo el mundo. Ya eso basta para que al año siguiente no sea así, al año siguiente dice «aprendí a no estar ocupándome compulsivamente de los demás, ahora estoy ocupándome de mí». A veces ocurre eso.

Pero pienso que el Eneagrama tal como entró en la cultura americana no es lo mismo que están conociendo ustedes aquí a través del SAT. Este es un trabajo posterior que he desarrollado, de hacer terapia en torno al Eneagrama y de integrarlo todo.

 

Julián: Porque a la vista de la gran difusión del Eneagrama cabe la sospecha de que, según en qué círculos se utilice, más bien alimenta al ego, en el sentido de etiquetar, o jugar con…

CLAUDIO: «¡Mira qué sabio soy yo que se exactamente a dónde perteneces tú!». Pero eso no sólo lo hacen los eneagramistas, también sucede en Bioenergética y en Rolfing y en otros…

Recuerdo un encuentro con Lowen. Cuando estábamos mucho más verdes ambos, hace treinta años más o menos, hicimos un taller juntos en Nueva York. Yo lo encontré tan «prima donna» que no lo pude soportar. Porque hacía pasear a la gente y decía «¡Ah, mira! , tú tienes una contracción aquí…», y esto y lo otro. Y la gente quedaba muy impresionada ante algo así, como que viera el alma de los pacientes a través del cuerpo. Y el Eneagrama es tanto más asidero para hacer eso.

Es muy cierto lo que dijo Ichazo a un periodista que quiso hacerle una entrevista hará unos diez años. Publicó un artículo en Los Angeles Times, que era una cosa muy leída, y le puso como título «Whatever is lurking behind the Personality Assessment Cult?» Algo así como «quién sabe el mal o el daño que se esconde en este culto del Personality Assesment». Este es un término bastante técnico en psicología, que más o menos se traduce por «evaluación de personalidad». Yo me formé en Estados Unidos, en el Instituto de Personality Assesment de la U. de California antes de conocer el Eneagrama. Y era donde elegían los comandos en la guerra, por ejemplo, cuando se consideró que no servían los tests en forma de cuestionario. Había que ver quién iba a tener el liderazgo, quién iba a tener iniciativa, quién iba a tener las cualidades que se necesitan en una situación de emergencia. Entonces empezaron a poner a prueba a la gente en situaciones como la de pasarse de la copa de un árbol a otra, y a evaluar las iniciativas, el liderazgo y otras cualidades en un test de campo. Ahí fui a parar, y eso se llamaba Personality Assesment. Y el periodista, después de una entrevista con Ichazo, insistía en la mala índole que hay detrás de ese culto a la evaluación de la personalidad.

Es como que el movimiento del Eneagrama en los Estados Unidos se ha convertido realmente en un culto, en tanto que eleva a valor intrínseco algo que no es más que un valor instrumental. El valor verdadero es que alguien pueda conocerse a sí mismo, o que alguien pueda ayudar a otro a una transformación. Y a lo que se rinde culto es a una especie de grandeza de ciertos maestros, de ciertos enseñantes, que se suben a una plataforma especial psíquica. Tal vez esta capacidad de decir alguna cosa nueva sobre el ocho, o de puntualizar algo que han dicho otros. Como una competencia de información sobre el Eneagrama, y de «qué veo yo que no ves tú». Y se ha creado mucha falsa autoridad. Me siento un poco responsable de eso, porque puede ser como una caricatura de mi propio entusiasmo en aquellos tiempos. Cuando lo hice, en mí había algo más. Estaba conectado, digamos, con un espíritu guía. Cuando digo «espíritu guía», no lo digo como algunos mediums que se sienten conectados con una entidad individual. Nunca supe quién me guiaba, pero que estaba guiado no me cabe duda. Me llegaba una gran inspiración. Pero asimismo me sentía muy especial, y la contaminación narcisista se contagia. Y así se hizo una escuela de narcisismo.

Vi ésto muy reflejado en un comic de Jodorowsky. No se si ustedes han visto El Incal, una serie de cuatro o cinco volúmenes de cómics. El personaje central, que corresponde al Loco del Tarot, es John Difool, ese personaje que tiene un pájaro. Es un ser ordinario que hace todo el viaje y al final llega al Planeta de los Pájaros, al planeta de los seres más desarrollados. El había ganado una gran competencia por lo que le cupo inseminar a la Gran Madre en una excursión a este planeta. Y cuando después de mucho tiempo vuelve a este lugar tan elevado, se ha transformado en un planeta muy mediocre, porque él puso su semilla allí cuando todavía estaba muy verde. Se encuentra un planeta hecho de caricaturas de sí mismo.

Algo así ha habido. Tuve una herencia dudosa cuando ni quise tener herencia. A veces me llaman padre del movimiento del Eneagrama en los Estados Unidos, y yo digo «padre sí, pero es un hijo ilegítimo». Fue una infiltración, gente que rompió un secreto. Además, lo que presenté en el curso de unos dos años fue sólo un trabajo caracterológico grupal, y luego la gente se ha puesto a adivinar el resto. Así se pusieron ya los jesuitas a especular sobre lo que eran las «ideas divinas», han reformulado las virtudes, se han echado al bolsillo la cosa.

 

LAURA: Estoy pensando si podrías aportar una visión de futuro: por dónde te parece que va a ir el cambio social.

CLAUDIO: Si uno mira el mundo, a veces parece que no hubiera cambiado nada desde los peores tiempos.

El nacionalismo hace los mismos estragos que ha hecho a través de toda la historia, la capacidad de entenderse de las naciones es problemática, y de la justicia de la distribución de la riqueza ¡qué hablar! Los problemas, a pesar de que hemos pasado por décadas de marxismo y por décadas de conciencia contemporánea, no parecen haber cambiado mucho en el mundo. Y uno se pregunta si hay verdaderamente esperanzas, o si no es un sueño romántico que vayamos a tener un mundo mejor alguna vez.

Sobre ésto es muy difícil argumentar, sólo puedo compartir un sueño, una visión. A mí me parecería una muy mala inversión haber cultivado este planeta hasta este punto y un absurdo que toda nuestra historia que es como una vida infectada, una vida bastante pobremente vivida, no llegara a florecer, no llegara a liberarse.

Eso me parece ilógico, aunque de acuerdo con una lógica que no es la de la razón sino una lógica poética. Del mismo modo en que el individuo sufre los traumas de su infancia, de su juventud, y llega un momento en el que se libera y en el que todo ese proceso de oscuridad y dolor cobra sentido y se alegra de todo lo que le tocó (y se alegra hasta de los años más oscuros, porque tenía que pasar por eso para llegar a ese glorioso final, a esa conciencia que parecía requerir todo ese alimento) también imagino que en el plano colectivo nos liberaremosde nuestros traumas históricos, y atravesaremos por una transformación. Ya nos vamos liberando poco a poco. Tal vez más en esta generación que en otras generaciones, porque es una generación de muchos buscadores.

Yo creo que estamos en un mundo más consciente, pero que no llega todavía esa conciencia al «quorum», a la magnitud suficiente de la población necesaria para que el cambio incida en lo político. Los que deciden la marcha de las cosas no son los chamanes. Los políticos y los chamanes viven en dos mundos muy separados.

Pero creo que en algún momento la transformación individual va a reflejarse en la transformación global. Se hará presente el peso de lo obvio. Así es como sucede en grupo, cuando hay una mayoría de personas que ve con claridad lo que le está pasando a uno de ellos, por ciego que éste esté. Lo que muchos están viendo en ese caso es «vox pópuli», no necesita de muchas palabras para transmitirse. Parecería que el peso de la conciencia grupal hace que el otro vea.

Hoy en día, por ejemplo, cuando se ve una película antigua la gente se ríe. Porque hay ciertas cosas en la cultura de hace veinte años que ya son «demodé», se nos hacen divertidas. Y cuando leemos escritores antiguos, intelectuales de hace algunos decenios, vemos los absurdos. No es porque seamos tan intelectuales, sino porque estamos un poquito más despiertos, porque compartimos una manera más moderna de ver.

Uno llega a la terapia desde una posición voraz de «dame, dame, dame, yo quiero para mí». Pero si la terapia o la búsqueda espiritual funcionan, llega uno a ponerse más generoso, y cuando uno se pone más generoso está en posición de dar en el mundo. Uno se interesa más por lo que ocurre en torno y está más sensible. Cuando haya más gente así en el mundo… creo que esa es la gran esperanza, porque en los caminos de la política ya llevamos muchos siglos y se ve que la política de poder y el maquiavelismo no llevan a ninguna parte.

Lo único que puede hacer un mundo diferente es un tipo de persona diferente. Como decían los comunistas de antes, pero nunca lo practicaron. Decían que un mundo nuevo necesita un «hombre nuevo», pero nunca se ocuparon de formar un hombre nuevo. Creo que estamos ahora más interesados en rehacernos a nosotros mismos que en rehacer a los demás. Y, si se quisiera hacer algo por los demás, sigo pensando (como decía en «La Agonía del Patriarcado») que habría que interesar a los gobiernos en que se tomaran verdaderamente en serio la educación, como algo con una finalidad muy diversa a la que se le ha dado, la educación, restituyéndole a su función más importante de ayudar a la gente a ser más gente. E incluyendo en ella especialmente una educación interpersonal, en bien del ser social. Si eso ocurre a nivel de decisiones gubernamentales, se empezaría a acelerar el proceso de cambiar el mundo.

 

Entrevista realizada por Laura Martínez, Ramón Ballester y Julián Peragón.

 

 

 




Aprendiendo a aprender

Todo lo esencial, aquello que configura lo que somos, lo hemos aprendido a ciegas. De niños, cuando aún no habíamos puesto nuestra huella sobre el piso, nos bastaba con imitar todo lo que veíamos, devolviendo sonrisas, dejando los ojos muy abiertos.

Las formas entraban casi sin filtro, los sonidos lejanos nos asustaban o nos calmaban si venían de un universo cálido al que llamábamos mamá. Aprendimos a hablar mejor y en menos tiempo de lo que un adulto tarda en aprender otro idioma con todos los mejores métodos audiovisuales; conseguimos andar tan bien como los patitos que siguen a su mami pata moviendo de la misma forma la colita. Y aprendimos con esa plasticidad que tienen los pequeños cuando se caen como si fueran de goma, o cuando lloran un instante y ríen al siguiente sin mediar ningún pacto implícito ni lógica alguna.

Entonces no jugaba de delantero centro el ego, no podía ayudar dando rodeos a los obstáculos pero tampoco interfería porque aún el mundo era una fusión de colores y sensaciones. Crecimos de la mejor manera, no por la energía de los alimentos sino por la fuerza del querer, la necesidad de mimos, de seguridades, tal vez de reconocimiento. Ya eres un chavalote, ya eres una mujercita, y crecimos haciendo nuestra a la madre e imitando en un caso al padre o deseando su mirada en el otro.

Aprendimos, por tanto, por la figura de un modelo que representaba nuestra necesidad de ser. Ese «quiero ser como» tiene, todavía de adultos, mucha fuerza. Y no digamos de adolescentes midiéndonos para ser el o la líder del grupo o ser deseados, comprando posters de metro y medio de nuestros ídolos más guapos y más fuertes. Jugando, en definitiva, como cachorros de humanos que anteponen una vida adulta dura, competitiva en una sociedad desigual. Aprendimos también por el chantaje, «si no estudias», «si no te portas bien» «si no haces lo que yo te digo». Pero lo terrible es que des-aprendimos tempranamente en la escuela a través de la disciplina vacía con los criterios de los adultos que ya no se acordaban del mundo sutil del niño la base inconsciente de nuestro aprendizaje. Nunca más las nubes serán algodones que la imaginación moldea a su antojo; nunca más la tierra será el alimento bueno que va de la mano tierna a la boca; ni será un campo de juego la piel de los demás que se estremece como la piel de una gallina cuando siente algo muy intenso. No había tiempo, los programas, las evaluaciones, las matemáticas. Firmes y callados, o en su defecto, castigados. Desorientados, deshubicados, no sabíamos cómo pensar, cómo sentir, cómo movernos en el espacio. Todo estaba prohibido, la misma espontaneidad que nos hizo aprender tanto era cortada por lo sano, con el miedo hasta las rodillas, hasta el culo, hasta el mismo corazón. Nadie nos miró, o al menos así lo percibimos muchos, con esa mirada atenta que da espacio para que tú seas lo que ya eres. No, te equivocas, no, pon más atención, no, mañana te aprendes de memoria el libro entero, no, copiarás mil veces. Ah! y no llores.

No obstante nos escabullíamos por los pasadizos del tiempo mágico y quedábamos ensimismados, con la boca abierta, en historias donde sí éramos importantes, donde las proezas y las hazañas eran fruto de un corazón todavía inocente, donde la magia consistía en hacerse a sí mismos valientes, fuertes y astutos. En un santiamén aprendimos la mecánica del Excalestri, el juego de ropitas de la señorita Maripili, con la seguridad de un profesional y con la millonésima parte del esfuerzo que tardábamos en aprender cualquier conjugación de verbos transitivos. Robamos tantos momentos a escondidas, debajo de las sábanas, escapándonos al confín del mundo, guardando tesoros, espiando libros prohibidos, diciendo metirijillas que, al fin y al cabo, aprendimos.

El otro gran espacio de prueba, temida y tardía la mayoría de las veces, fue el amor. El otro sexo era una obsesión tan fuerte que encarnaba las fuerzas más diabólicas y las más angelicales. El fuerte deseo, el enamoramiento más descarnado nos llevaban a seguir queriendo ser, esta vez, el todo para el otro. Fuimos los mejores poetas, tuvimos las ocurrencias mejores y nos vivimos como amantes de película. Sumergirse en un otro era conocer el otro medio mundo desconocido, ¡Dios!, estar permanentemente erotizado, encantado, seducido, «tocado» en lo más íntimo. No era aprender información como el que traga sorbo a sorbo y va digiriendo, era simplemente lanzarse a una catarata sin límites precisos, un viaje intenso. Volvimos a recuperar esa intensidad necesaria para la vida, a pesar, no lo olvidemos, de los miedos y las depresiones, y los rechazos, y todo lo inevitable. El deseo pudo rastrear hasta encontrar las fuentes inagotables y supo aumentar la sensibilidad para percibir los movimientos más imperceptibles del amado/a.

Aprendimos a ciegas, como dijimos, y no supimos aprender a aprender y mucho menos aprender a enseñar. Cuando fuimos profes en las escuelas o llevando cursos de alguna cosa, sacamos nuestras buenas intenciones pero terminamos imitando al papá, al maestro o al profesor que tuvimos. Nos rodeamos de algún libro de juegos, de pedagogía, de creatividad, pero siempre con la zozobra del que ha olvidado a aprender y paradójicamente, quiere enseñar a los que aún si se acuerdan. Enseñar cuando todavía uno no se ha planteado la función de la memoria, no ha descubierto la mente profundamente simbólica, no sabe de los intríngulis de la inteligencia, no ha despertado el pensar libre, el juego de asociaciones, la capacidad del ingenio o la profundidad de las intuiciones.

Es posible que aprendamos de veras lo que nos resulte de vital importancia para nuestra supervivencia física o emocional, pero tarde o temprano eso se quedará corto. Es posible también que la sociedad en la que vivimos marque unas pautas muy estrechas de conocimiento y de convivenvia que deban ser respetadas, pero a la larga «eso» que se aprende en aras de la sociedad no da individuos sanos y felices. El largo camino hacia el conocimiento profundo donde reside uno mismo requiere de los cuidados que sólo puede dar un jardinero, de la habilidad del malabarista, de la creatividad del artista, de la intuición de los genios y de la perseverancia de la hormiga.

Aprender es llegar a ser, rodearse de pequeños elementos, ideas, imágenes que tienen vida propia pero que sólo son señales de un viaje más alucinante que la realidad que ellas mismas hablan. Aprender es recordar aunque para ello tengamos que olvidar lo aprendido y despejar así el camino nuevo a seguir. Configurar un modo de ser que sabe sacar provecho a las situaciones porque se adapta, porque resuelve por caminos insospechados, porque desdramatiza, porque sabe salir de las opresiones y de las ataduras, pero se compromete con lo esencial, que dialoga con todas las partes en cuestión, fuera y dentro de sí, que permanece a la escucha porque el silencio habla. Tendríamos que hablar de pedagogía activa, de integración global, o de un nuevo mundo ansiado. No está de más decir que este mundo que no nos gusta, tan atroz e injusto, no puede cambiar si no cambia el niño que crece si no damos espacio a este niño interno que parece negar la vulnerabilidad, la inseguridad, el temor, la rabia, el dolor pero que imparablemente nos invaden.

En cambio, para enseñar, basta con saber aprender, o bien, si uno ya perdió la frescura, saberse poner al lado del aprendizaje y simplemente escuchar. No se puede enseñar sin humildad y, para ello, habremos de recurrir a algunos grandes maestros que enseñaban con el silencio, con la mirada, que sabían que la enseñanza es una digestión sutil donde el maestro primero escucha, después regurgita y amasa lo observado y lo intuido y, encontrando lo esencial, lo devuelve piano piano al alumno según su propio eje de comprensión para que pueda dar el siguiente paso.

En definitiva no se puede enseñar más que lo que uno es, porque la transmisión más allá de las palabras, como vimos entre mamás y bebés, se mastica en silencio. Es, tal vez, el arte de estar, es una relación que se sabe por dónde empieza pero que la vida lleva porque desaparece la prepotencia del maestro y son los brotes tiernos de los descubrimientos los que se abren camino.

Quién sabe cómo hay que enseñar, quién, pero seguro que no son las visiones del mundo, las filosofías, las cosmogonías lo importante, hay algo que inevitablemente quiere potenciar, señalar, sugerir, provocar, cuestionar, y estar atento. Estar y misteriosamente no estar, saber devolver la dependencia cuando se avecina un lastre, vivir la autonomía, la libertad. Dejar que la ironía y el buen humor pongan las cosas en su sitio, y amar profundamente amar, tantas veces en silencio.

Julián Peragón

 

 

 

 




La Nueva Masculinidad: entrevista a Juan Carlos Kreimer

 

A Michel Katzeff,

que en paz descanse

y en la nube flote.

 

Ante el empuje emancipador de la mujer, el hombre con su imagen, sus prerrogativas, han quedado profundamente cuestionados. Al hombre, sin aparente salida, no le queda otra que pararse y reflexionar, cuestionar ese modelo, y encontrar otra forma de ser hombre desde una búsqueda profunda de su masculinidad. ¿Cómo integrar para él su razón y su sentimiento, su fortaleza y su fragilidad, su sexualidad y su receptividad?, ¿cómo no tener miedo a la vulnerabilidad, a perder el control, a ceder poder, a ser solidario?.

En definitiva ¿cómo encontrar otro modelo cuando sólo se tiene un modelo?

Sin Fronteras (SF): En tus libros planteas el surgimiento de una nueva masculinidad, cómo encontrar nuevos sentidos, como rehacerse hombre hacia una identidad más amplia de la que hasta ahora éste se había identificado. ¿Cómo has llegado a plantear esta nueva dimensión y en qué está basado tu trabajo sobre la masculinidad?

JUAN CARLOS KREIMER: Está basado fundamentalmente en una necesidad personal y de un grupo de hombres que empezamos a reconocer que no teníamos un espacio propio donde compartir lo que nos pasaba sin ser interpretados, esterereotipados o criticados. Empezó con unos matrimonios amigos cuando nos reuníamos. Nos dábamos cuenta que cuando las mujeres se iban hablabámos de forma diferente, podíamos utilizar códigos de varones sin ser malinterpretados, códigos propios de varones. A partir de ahí empecé a enterarme de que los grupos de hombres ya existían en Canadá, Brasil, Costa Oeste Norteamericana, en España y Chile. Había grupos de hombres que estaban investigando esta problemática, investigando a partir de vivencias. En aquel momento empecé a buscar trabajos de reflexión sobre la condición masculina y solamente encontraba algunos hechos por mujeres, en verdad había muy pocos hace seis o siete años. Salvo «Hombres de Hierro» escrito por hombres, en Estados Unidos. Esta realidad me hizo dar cuenta de que eso era lo mejor que nos podía pasar porque nos permitiría empezar de cero, empezar a investigar y ver qué nos pasaba, a reflexionar sobre nuestra condición con menos condicionamentos.

 

SF: Me imagino que esa época coincidió con un fuerte aumento del feminismo, ¿en qué medida, esos grupos, tienen algo que ver con una reacción ante la voz que tomaba la mujer?.

KREIMER: Me interesa hacer una especificación, porque los grupos de hombres empezaron a salir a la superficie junto con el feminismo, que no con las feministas, porque el movimiento de las mujeres tuvo un primer periodo, allá en los años 60-70, de mucha confrontación, de mucho rechazo, donde todo vínculo con hombres era malo, dañino, tóxico. Poco a poco el movimiento se fue desnudando y las mujeres se dieron cuenta de que no podían hacer un cambio social sin los hombres. Vieron que era mucho más rico para ellas empezar a descubrir la Mujer, lo Femenino, y ahí aparecieron todos los grupos de identidad femenina, los grupos junguianos, empezaron a hablar de los arquetipos femeninos, de ser mujer, de la diosa que había en toda mujer, y en términos mucho mas cotidianos, las mujeres empezaron a descubrir su aspecto femenino. Entonces surgen los grupos de hombres. No aparecen como grupos para trabajar el aspecto femenino del hombre, son grupos de hombres machistas; no van a trabajar su aspecto mas sensible, sino que son hombres que acompañaron los fenómenos sociales que hubo en las últimas décadas; hombres que comprendieron los reclamos del feminismo hacia lo masculino por todo lo que la masculinidad acarreaba de ideas patriarcales, de ideas de predominancia de ser un modelo que respondía a un sistema capitalista destructor y empezaron a reeplantearse su parte masculina.

SF: Yo creo que la mujer, o el movimiento feminista a posteriori, ha reflexionado y ha visto que en la historia no solamente ha sido víctima dentro del sistema patriarcal, también ha sido de alguna manera cómplice. ¿En qué medida el hombre está también atrapado por el modelo patriarcal?, ¿cómo es este modelo para el hombre y cómo se debate?.

KREIMER: Muchos hombres que tenemos entre 30, 40 y 50 años hemos sido criados bajo un modelo de educación, en nuestra casa, escuela y sociedad, que respondía a un modelo patriarcal, y se ha impreso en nuestro psiquismo. No podemos decir «de esto me olvido»; nuestra mente está formada con un sistema patriarcal. Por otro lado, los hombres hemos ido evolucionando y vivimos a caballo entre dos paradigmas, el viejo y el nuevo, y hemos sido capaces de ir a caballo de los dos. Pero sigue el modelo patriarcal, nos cuesta aflojarnos y decir «no sé qué hacer». Es necesario revisar y explorar para poder llegar a una síntesis clara para que, por lo menos, nuestros hijos reciban en la educación un nuevo modelo de su padre. Aquí también aparece el modelo patriarcal a la superficie: a medida que crecen nuestros hijos nos vamos dando cuenta de como todo lo que criticábamos de nuestros padres, de las autoridades escolares o de la sociedad como representantes de un orden que pone límites de alguna manera lo adherimos y lo continuamos con nuestros hijos.

SF: A un cierto nivel la mujer ha podido poner fuera al malo de la película, el sistema patriarcal del hombre, pero él mismo lo tenía dentro entonces era difícil luchar contra sí mismo. De alguna manera, él también ha sido víctima de su propio sistema, y lo seguimos siendo.

KREIMER: En este momento las víctimas de la sociedad también son los hombres, quizás los que menos consciencia tienen de ello. Yo por ejemplo tengo que hacer mucho esfuerzo para llegar a los hombres, para explicarles cuál es su problemática y por qué muchos no tienen consciente esta cuestión. Piensan que la felicidad o la realización personal pasa por el poder material, profesional, por el triunfo, el éxito, por las posesiones y no por la recuperación de un ser, de una manera de ser. Yo creo que hay mas hombres víctimas del sistema patriarcal que mujeres golpeadas, acosadas, o más hombres víctimas que mueren de esta mentalidad en todo el mundo que en las mismas guerras actuales. En las guerras hay muchas muertes concentradas, y asustan, pero si tienes en cuenta la cantidad de hombres que mueren de infarto, de patologías degenerativas por contener al ser que hay dentro de ellos, cambia la idea.

SF: ¿Sería cierto de alguna manera que la mujer es al amor como el hombre al deseo y entonces es difícil una comunicación real, en la medida que el eje del hombre es desear, conquistar, triunfar, cuando en la mujer es sentirse amada?.

KREIMER: El hombre esta condicionado por el hacer. Es como si tuviera que encontrar su identidad en el hacer. En cambio, antes, muchas mujeres encontraban su identidad simplemente consiguiendo un buen marido, teniendo hijos, siendo buenas madres. A una mujer, el hecho de poder concebir le da cierta identidad. Los hombres como no podemos concebir tenemos que hacer y poseer para tener identidad. Esto es muy duro decirlo así, pero…

SF: Es cierto esto de que el hombre está a caballo entre un paradigma y otro. Recuerdo una encuesta relativamente seria que apareció en el diario El País acerca de las tareas que realizaban los hombres en casa, las tareas domésticas. Cuando la mayoría reconocía que si la mujer trabajaba fuera de casa ellos tenían que colaborar al 50%, la realidad era que sólo un 5% bajaba la basura, un 0,4% planchaba, un 2% iba a buscar a los niños al colegio, etc, etc., esto indica que la realidad es muy distinta, entre el deseo o el reconocimiento consciente de que tienen que cambiar las cosas y la realidad afectiva.

KREIMER: Esto es cierto y yo hablaría de cierta comodidad de los hombres en cuanto a las tareas cotidianas. Sentimos que tenemos como misión crear grandes proyectos, proveer de cantidades de dinero, y muchos hombres no se arremangan a la vida cotidiana.

SF: ¿No será que el prestigio como motor de la sociedad predisponga en este caso a los hombres a que ciertos comportamientos que son desvalorados y desprestigiados por la misma sociedad no puedan ser asumidos?. Los mismos medios de comunicación marcan cuales son los comportamientos adecuados de uno u otro sexo. Tal vez, mientras no cambien los valores en el prestigio sea difícil cambiar algo.

KREIMER: Tampoco tenemos que cuestionar tanto a los hombres. Hemos de tener en cuenta las características físicas y biológicas del hombre y de la mujer en cuanto a un comportamiento más hacia el exterior o hacia el interior.

SF: De alguna manera el modelo patriarcal que ha creado una sociedad también hace que la mujer se equipare al hombre en funciones

KREIMER: Estamos cayendo en la trampa. Muchas mujeres se sienten muy realizadas porque tienen éxito en el mundo de los hombres y lo que veo ahí es que han tomado lo peor del sistema masculino. Porque son gerentes de empresa, porque ganan mucho dinero y son buenas competidoras. ¡Qué fantástico! van estresadas, y de repente ganan dinero como para pagar a una empleada que le mantiene a los hijos. Hemos de tener conciencia de que estamos viviendo con valores muy trastocados, y muchos hombres que tienen conciencia de esta situación no intentan diferenciarse de las mujeres, que han quedado pegados a ella como a un sistema de creencias o pensamientos unisex. No somos unisex, no somos iguales, por suerte.

SF: ¿No habrá un cierto peligro en naturalizar los comportamientos femeninos y masculinos?. ¿Quiere decir que la mujer por naturaleza es más amorosa, más tierna, tiene que hacer un tipo de funciones, cuando el hombre es más activo, más dinámico y tendría que hacer otro tipo?. Desde otra lectura quizás más antropológica, podemos ver que aunque hay una tónica parecida en todas las sociedades más o menos estudiadas, lo cierto es que hay comportamientos muy dispares, comportamientos en sociedades que nosotros atribuiríamos como femenino cuando lo hacen hombres, y comportamientos que nosotros interpretaríamos como masculinos y los hacen mujeres. Tal vez no es tan fácil hacer una regla universal

KREIMER: No, lo que estoy diciendo es que no nos polaricemos y no nos quedemos pegados a este tipo de rol. Yo no digo que los hombres no hemos de tener la agresividad o la fuerza que teníamos, sino que tenemos que usarla para causas más sistémicas, más ecológicas, más globales, es decir, no para contribuir a un mundo en el cual seamos cada vez mas víctimas, sino para construir un mundo en el cual podamos vivir mejor esta situación. No estoy diciendo que las mujeres abandonen el mundo del trabajo, sino que nos ayuden a los hombres a crear empresas diferentes, maneras de relacionarnos, de colaborar diferentes, más propias de la vida hogareña que de la vida de los negocios, o más propias de las características femeninas, en cierto modo colaboradoras de los hombres. Y también estoy apuntando, no a dar una respuesta de lo que debe ser, yo soy apenas un hombre de los tantos que hay en el planeta, lo que si que estoy es invitando a mis congéneres a que empiecen a elegir el tipo de hombres que son, que busquen y que sean conscientes del tipo de hombre que eligen ser.

SF: ¿Hay algún planteamiento, algún modelo que se proponone dentro de los grupos de hombres?.

KREIMER: Sí. Hay un modelo que es encontrar el ser genuino, ser más de cada uno, encontrar quien es más allá o más adentro de los condicionamientos que recibe a lo largo de la vida, sacar su esencia. Que cada cual genere su propio estilo.

SF: Sería lo ideal, que cada hombre pueda reconocer su propia fuerza masculina, y darle la forma que

KREIMER: Primero que pueda realmente darse cuenta de lo que le pasa, lo que siente, lo que quiere, a lo que aspira. Segundo, que lo pueda expresar, no sólo que se dé cuenta a un nivel intelectual, sino que también lo pueda sacar de adentro suyo a la vida real, cotidiana e inmediata, y tercero, que sea dueño de esta energía, en el sentido de que sepa cuando usarla y cuando no usarla, porque a veces surge de repente una fuerza y agresividad que tenemos los hombres delante de algún proyecto que puede romper algo muy frágil. Esos tres pasos son importantes, darse cuenta, expresar y adueñarse.

SF: ¿Cuáles serían los miedos que los hombres en esos encuentros tienen, esta homofobia que normalmente tienen con respecto a otro hombre, en cuanto a la dificultad de expresar su parte más vulnerable, sus sentimientos?. Me doy cuenta de que entre hombres es difícil que hablemos de cómo hacemos el amor, de cuáles son los problemas, de cuántos son nuestros miedos…, porque es como reconocer una parte muy frágil. Cosa que con las amigas es más fácil.

KREIMER: Yo creo que los hombres comunicamos más entre los hombres en función de una imagen que en función de un personaje. Esto se construye de pequeños, cuando la energía salvaje, como dice Wilde, silvestre, empieza a ser adaptada al nuevo tipo de vida; así como para gustar a su mamá, a papá, al maestro, al amigo. Es importante toda esa etapa de la infancia de los cinco años, el periodo edípico, los años en que el chico se socializa en la escuela. Es una edad terrible porque lo que quiere el chico es jugar, tener libertad. Yo recuerdo que lo que ansiaba era, llegar a casa, hacer las tareas e irme a la calle a correr, no tengo buenos recuerdos de aquel momento. Hay un momento en que empiezas a cortar esa energía, yo mismo, empecé a adaptarme para no tener problemas de conducta en la escuela, con mis padres, para que no me castigaran y ahí empezamos todos a olvidar quiénes somos. De adultos nos cuesta mucho llegar a esos registros que quedan grabados en alguna parte de la memoria y del cuerpo, y a esas memorias no llegamos sólo hablando, necesitamos hacer algún ritual, algún ejercicio de movilización emocional para que aparezcan memorias que están muy acorazadas. Por eso en los grupos de hombres se habla, pero también hay movimientos, situaciones, rituales, hay movilización.

SF: Recuerdo mi primera relación importante con una mujer mucho mayor que yo. Interpretaba que si yo no era un hombre femenino no iba a ser aceptado, con lo cual solamente potenciaba mis registros femeninos, tierno, tranquilo… y entonces me di cuenta de que habían aspectos masculinos que no los sacaba, porque no era valorado, tanto en la sexualidad como en la manera de vestir, todo. Era como encarnar un modelo femenino, porque el masculino estaba bastante castigado.

KREIMER: Fuiste iniciado por la diosa, se diría. Te faltó estar iniciado también por un mentor, por un hombre. Además, es cierto que en los años de transición que estábamos viviendo era más fácil ser un hombre sensible que no ser un hombre duro y por suerte, muchos hombres como tú se dieron cuenta de que había una carencia. En los trabajos de grupos de hombres se trata de recuperar la parte masculina, es decir, la parte masculina afectuosa, el padre amoroso, le llamamos en estos grupos. El hombre que puede amar a otro hombre por el solo hecho de ser, un ser que está en la vida, un ser divino, sin que por esto sea homosexual, ¡da mucho miedo!.

SF: ¿Cuál es el peso de las fantasías homosexuales?

KREIMER: No tengo ideas precisas al respecto. Por lo que compruebo, la mayoría de los hombres que han pasado por alguna experiencia homosexual, algún juego en la adolescencia -para muchos eso fue fantástico en el sentido de que por un lado les desarrolló la osadía de animarse a seguir sus impulsos, después se dieron cuenta de que eso no era de su gusto-. Esto es una constante que se ve en los grupos de hombres, casi todos han tenido algún tipo de experiencia muy secreta que no la han contado a nadie. Pero creo que la mayoría de los hombres en algún momento de su vida han tenido alguna fantasía mental homosexual, de algún cuerpo masculino, y creo que es bueno empezar a aceptarlo porque no es nada malo. Yo considero seres maravillosos a los hombres gays. Nos ha enseñado a muchos hombres a convivir con nuestra parte femenina, con menos prejuicios.

SF: ¿Cuál es el esquema psicoterapéutico en este trabajo con grupos de hombres?.

KREIMER: Resulta altamente terapéutico, puesto que se está partiendo de una aceptación, de quiénes somos, incluso en los grupos de hombres en las primeras etapas se insiste mucho que quien coordine no interprete para no crear otra vez la autoridad y el encasillamiento y repetir el tema del padre castigador. También es importante el alto poder curativo homeostático que tiene la persona, es decir, al aceptar a alguien tal como es, entonces esa parte empieza a armonizarse y a reencontrar y a expresar mucho más naturalmente que cuando se vive como un enemigo del cual hay que defenderse. Cuando un hombre acepta que es un mentiroso empieza a mentir menos pues llega a mostrar lo genuino.

SF: Una estrategia de casi todas las sociedades, a veces en demasía, ha sido la de polarizar los sexos, por una cuestión de orden, por un lado, y por otra, por una cuestión de tensión, deseo, etc, en la relación y, parece, que es una estrategia que ha funcionado; lo que ocurre es que la sociedad moderna es distinta de la tradicional y la discriminación, la diferenciación tendría que ser, por tanto, más personal, intransferible y no tanto de grupo. Yo quería hacerte unas últimas preguntas, de alguna manera la Nueva Era o la Era de Acuario está presente y pronostica una integración de las polaridades, pero ¿cómo influye el mito del andrógino? ¿Como lo contemplas tú en los grupos?.

KREIMER: Nunca lo había planteado en estos términos pero partimos de aceptarnos con tendencias femeninas sin ningún cuestionamiento, lo cual ya es novedoso en los grupos de hombres, no en los grupos deportivos ni de trabajo, en los cuales no se acepta el aspecto femenino, en cambio en los grupos de hombres se acepta que somos la suma de dos energías, y a partir de ahí se revisa todo lo masculino, en la aceptación de que somos andróginos.No es la idea de mitad y mitad, una cosa que no se sabe qué es, sino uno es hombre o es mujer e integra la otra parte. Diría que nos es más fácil a los hombres aceptar lo femenino que lo masculino profundo y desconocido. LLegar a una revisión de quien es uno, desde una visión andrógina que es más aceptadora de ambas partes, facilita mucho el camino.

SF: El hombre se ha identificado en cuanto a la oposición, o sea, ser hombre es no-ser mujer. Hay un dicho que se dice entre hombres, que es, te has rajado, que significaría te ha salido una raja, o sea eres una mujer. Lo masculino se define como lo que no-es mujer.

KREIMER: Nosotros nos definimos por lo que no somos, por reacción y no por adhesión, porque primero hemos de diferenciarnos con nuestra madre, después nos damos cuenta de que no somos una niña, después de que no somos un homosexual. En nuestra cultura faltan rituales o situaciones que nos digan que es ser un hombre. Pocos padres hablan de masculinidad a su hijo, porque pocos saben. El único rito de masculinidad que había hasta hace poco era la milicia, que es un rito muy violento, pero no hay un rito de masculinidad donde un padre o un mentor le expliquen a un muchacho adolescente todo lo sagrado que es el acto amoroso, o la sexualidad, o la energía sagrada que pone en juego todo eso.

SF: No hemos hablado del sexo a pesar de que éste tiene mucha importancia en la realidad del hombre, porque si bien la imagen que se da entre los hombres es de que uno es un buen amante, que es potente, cuando la realidad, al menos por análisis sociológicos, es bastante más pobre. ¿En los grupos de hombres reconocen sus carencias sexuales?.

KREIMER: No solamente las reconocen, sino que empiezan a aceptar, a socializar y a trabajar, es decir, hay grupos de hombres que cumplen un poco el rol de ese iniciador del hombre en cierta sabiduría de vida, que incluye también la sensualidad, el poder entregarse a gozar, a no ser sólo hacedor en la cama sino también recibidor, a dar, aflojar y relajar en la relación amorosa, sobre todo a sentir. Básicamente si tuviera que sintetizar qué hacen los grupos de hombres es que ayudan a que sintamos y a que pensemos.

Entrevista realizada por Xavier Coll y Julián Peragón

*Juan Carlos Kreimer es periodista, ensayista y docente. Fundó y dirigió la revista Uno Mismo en Argentina. Desde 1989 coordina talleres vivenciales donde hombres exploran las características tradicionales masculinas a la luz de los modelos planteados por la vida actual. Mantiene una red de hombres dispuestos a establecer relaciones basadas en la confianza, la cooperación y la solidaridad, y a trabajar activamente por la defensa del planeta. Algunos de sus libros más recientes en este tema son: El Varón Sagrado, el Surgimiento de la Nueva Masculinidad (Planeta 1989); Rehacerse Hombres (Planeta 1994).